
El 2 de agosto de 1704, tropas que luchaban por los derechos del Archiduque Carlos asediaban Gibraltar, ocupado por tropas que luchaban por Felipe V.
La armada aliada puso su vista sobre Gibraltar, plaza mal armada y atendida por ochenta infantes. Los ingleses desembarcaron cuatro mil hombres, entre los que figuraban tropas españolas que rindieron un importante tributo en sus vidas. De todo ello hace relación Narciso Felíu de la Peña en sus “Anales de Cataluña”.

Ante la superioridad de los atacantes, el gobernador Diego de Salinas rindió la plaza el día 4.
Hasta ahí todo normal en un hecho de guerra.
En la posterior batalla, el 24 de agosto, el pirata Roock confirmaría la pérdida de la plaza por parte de las fuerzas de Felipe V, pero en vez de hacerlo a nombre del archiduque, a quien servía, y en manifiesto acto de piratería, lo hizo a nombre de la reina Ana de Inglaterra. Los posteriores asedios de la plaza significaron un rosario de fracasos en los que España perdió hombres y dinero sin ningún resultado positivo.
Estamos hablando de un acto de piratería, ya que la plaza fue tomada, no en nombre del Archiduque, sino de la reina Ana de Inglaterra, siendo que, si Inglaterra tomaba parte en la guerra, lo hacía en apoyo del Archiduque, aspirante a la corona de España.

Sin ningún tipo de tapujo, Luis XIV de Francia hacía y deshacía en los asuntos que, en principio, correspondían al rey de España, y como consecuencia de la pérdida de Gibraltar, Luis XIV impuso el cambio del gobierno, en el que figuraría el embajador francés, duque de Grammont, a quién seguiría una cohorte de funcionarios franceses que reforzarían su presencia en España.
Acto seguido no se prestó el apoyo necesario y los ingleses pudieron fortalecer la plaza, viéndose obligadas las tropas franco españolas a levantar el sitio.
Y en esas, las circunstancias ocurridas en el entorno del Archiduque hicieron que Inglaterra fuese contrario a verlo coronado rey de España, todo lo cual condujo al humillante Tratado de Utrecht, que se llevó a efecto sin el concurso de España, y gracias a que Inglaterra se cuestionaba el precio económico que le reportaba el mantenimiento de la guerra, mientras Francia también se encontraba agotada económicamente y había retirado sus ejércitos de España.
Para rematar la cuestión se había producido la entrada del archiduque en Madrid y su posterior derrota por parte de Vendome, en Brihuega sobre Stanhope, lo que comportó la toma de nueve mil prisioneros ingleses.
Con estos preámbulos, y asegurándose Inglaterra el predominio comercial a costa de España, Francia e Inglaterra iniciaron conversaciones secretas a principios de 1711 para sellar la paz en España. Algo que, con el fallecimiento del emperador José I, ocurrido el 17 de abril, tomó decididamente cuerpo, ya que el heredero de José I era su hermano, el archiduque Carlos. Inglaterra no permitiría que la corona austriaca y la española recayesen en la misma persona.

Los acuerdos previos de la paz de Utrecht fueron firmados en Londres el 7 de octubre de 1711, pero el secreto de las conversaciones se mantuvo hasta entonces, cuando Inglaterra comunicó a Holanda la existencia de los mismos, lo que ocasionó gran disgusto a los holandeses, que observaron cómo en enero de 1712 daban comienzo las conversaciones, en Utrecht, a las que se unirían en el verano de ese mismo año.
A la farsa de Utrecht, que abrió sus puertas el 29 de enero de 1712, asistieron representantes de Holanda, Prusia, Rusia, Saboya, Venecia, Toscana, Parma, Módena, Suiza, Roma, Lorena, Hannover, Neuburg, Luneburg, Hesse-Cassel, Darmstadt, Polonia, Baviera, Munster…, siendo los representantes españoles Isidro Casado de Acevedo, marqués de Monteleón y Jean de Brouchoven, conde de Bergueick, que se presentaron en la conferencia sin haber sido invitados, y con tan solo la promesa por parte de Luis XIV de que les permitiría el acceso cuando pudiese.

El primer tratado de Utrecht se firmó el 11 de abril de 1713 entre Gran Bretaña, Francia, Prusia, Portugal, Saboya y las Provincias Unidas.
El segundo se firmó el 13 de julio de 1713 entre Gran Bretaña y España, y a este le siguieron otros 19 entre los estados presentes en Utrecht, en los que España no obtuvo nada y cedió en todo.
Por su artículo décimo, España cedía la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas, sin jurisdicción alguna territorial y sin comunicación alguna abierta por parte de tierra.

Al final, Inglaterra obtuvo un acuerdo por el que se le permitía comerciar con esclavos en América (el asiento). Estos acuerdos fueron tratados entre finales de 1715 y mayo de 1716, cuando el ministro Giulio Alberoni pretendía una alianza hispano-británica con el objetivo de recuperar las provincias italianas; algo que quedó en nada (para España, naturalmente) cuando el 4 de enero de 1717 fue firmado el tratado de la Triple Alianza entre Inglaterra, Francia y Holanda, que trastocaba algo los Tratado de Utrecht y Rastatt, lo que dio lugar a lanzar una campaña española para recuperar Cerdeña, simultaneándola con una alianza con Pedro I de Rusia y Carlos XII de Suecia que debían haber iniciado una campaña militar contra el emperador.

La conclusión que podemos sacar de los tratados de Utrecht y Rastatt es que Felipe V, el candidato Borbón, cedió lo que le quedaba al imperio español en Europa a diversos estados como Gran Bretaña, Austria y Saboya, a cambio de ser reconocido rey de la Península (exceptuando Portugal que era un Estado independiente y Gibraltar, que se cede a Gran Bretaña), las Baleares (salvo Menorca que se cede a Gran Bretaña), Suramérica y Filipinas. Por su parte, la emperatriz y todos los significados en pro del Archiduque, se exiliaron.
Se desgajaban de España Milán, Nápoles y Sicilia, y Flandes desaparecía de las preocupaciones de España. La gran beneficiada sería la Gran Bretaña, que además de los territorios ocupados y de hacerse dueña del Mediterráneo, obtuvo el derecho al comercio negrero y el navío de permiso en los puertos americanos con el derecho de vender las mercancías libres de aranceles en las ferias de Veracruz y Portobello, haciéndose con la hegemonía del comercio, en connivencia con Holanda, con la que había estrechado lazos que tuvieron representación en la realeza con el matrimonio de María Estuardo y Guillermo de Orange, padres de la reina Ana.

Cesáreo Jarabo