La Restauración de Alfonso XII en el trono, en un claro intento de superar el desastre de la Primera República, vino a significar la instauración del bipartidismo; de un lado, el Partido Conservador de Cánovas del Castillo y del otro, el Partido Liberal, con Mateo Sagasta el frente. Nos hallamos, pues, ante el establecimiento de un sistema novedoso, aunque también corrupto. No se trataba sino de mantener una situación pacífica, mediante la alternancia en el poder de ambos grupos políticos, garantizada por una manipulación de las elecciones y con la presencia activísima de un personaje imprescindible para el funcionamiento del sistema, el cacique. La presión de estos personajes sobre el electorado lograba que a los votantes se les señalase al partido al cual correspondía gobernar. El cauce era el sufragio restringido, gozando de derecho a voto los hombres con unas establecidas ganancias y situación económica. Obviamente el método estaba absolutamente corrompido a favor de la clase acomodada, terratenientes y grandes burgueses.
Sin embargo, la Restauración también trajo consigo el final de la tercera guerra carlista en 1876, al tiempo que se apartaba a los militares del poder. En dicho año se aprobó una Constitución en la cual se fijaba que la soberanía era compartida entre las Cortes y la Corona. Las Cortes eran bicamerales, Senado y Congreso. El catolicismo fue específicamente declarada religión del Estado y la Iglesia gozaba del control de la educación merced a sus numerosos colegios. Aunque se establecieron derechos y libertades, las clases medias y las populares, al no sentirse representadas por los políticos y dirigentes, se desentendieron, propiciando un decaimiento del sistema.
La estabilidad política que se logró propicio un cierto crecimiento económico, que, en alguna medida, se vino a frustrar con el temprano fallecimiento, en 1885, de un rey apreciado por el pueblo, Alfonso XII. La razón de tal estima quizás se hallase en sus escasas intervenciones en la política del país, con algunas puntuales ante acontecimientos como la epidemia de colera.
Le sucedió en el trono su hijo póstumo Alfonso, asumiendo la regencia su madre María Cristina de Habsburgo-Lorena, que se prolongó hasta la mayoría de edad, es decir, 1902. A decir verdad, hubo en tal periodo reformas y avances significativos como la aprobación del sufragio universal masculino, la instauración del jurado y la abolición de la esclavitud en Cuba.
Desde mediados de siglo XIX, las colonias habían iniciado sus levantamientos en búsqueda de la independencia. Lo que motivó tales alzamientos era tanto razones políticas como económicas, sin que estuviese ajeno a todo ello la política expansionista de los EE. UU.
Filipinas, Puerto Rico y, especialmente Cuba, expresaban su desacuerdo con la ocupación de los cargos políticos por parte de españoles, mientras que los oriundos de la isla no podían optar a tales cargos. A dicha situación, a todas luces injusta, ya que todos eran españoles o descendientes de españoles, se unía el monopolio por parte de España del comercio del azúcar y tabaco, productos de los cuales Cuba era el principal proveedor mundial. Obviamente aquellas industrias eran un bocado demasiado apetitosos para no ser deseado por los gobiernos norteamericanos, que también ambicionaba poner sus reales en las islas del Caribe.
Aquella guerra cubana implicaba un coste de difícil sostenimiento por parte del gobierno español, el cual debía mantener en la isla un ejército cercano a los 200.000 soldados. En 1898, los yanquis, por las razones expuestas anteriormente, deciden intervenir en la contienda cubana, apoyando las pretensiones independentistas. El poderío naval más moderno de los EE.UU. se demostró con el desastre del Maine. Este buque hizo su entrada en el puerto de La Habana el 25 de enero de 1898, sin previo aviso de su llegada, hecho absolutamente infractor de las prácticas diplomáticas. La respuesta española fue mandar al crucero Vizcaya al puerto de Nueva York. Fue el 15 de febrero siguiente cuando, a las 21,40, se produjo una explosión que hizo saltar por los aires al Maine. Murieron 254 hombres y dos oficiales, el resto de la tripulación se salvó por hallarse, curiosamente, en un baile dado en su honor por las autoridades españolas.
Aquel acontecimiento no podía ser desaprovechado por la Administración americana, como lo prueba el hecho de que el reportero del diario The World en La Habana, Silvestre Scoverll, solicitó mandar el siguiente cable; “Un individuo desde un bote arrojó una bomba sobre el acorazado Maine que produjo la explosión”. Ante ese contendo, el censor exclamó “Esto es falso”, a lo cual Silvestre replicó; “Sí, pero es sensacional”.
La pérdida de Cuba y las últimas colonias tuvieron distintas consecuencias para España. De un lado, el retorno de los industriales y empresarios españoles trajo consigo un flujo de repatriación e inversión de los capitales antes radicados en Cuba. Asimismo el Tesoro se alivió del coste que representaba el mantenimiento de las tropas en las colonias. Otra consecuencia, no tan beneficiosa, fue que la sociedad española culpó a los gobiernos de haber perdido una guerra de forma humillante y con un coste elevado. La respuesta del gobierno fue a intentar ampliar la presencia española en el norte de África, con un protectorado compartido con Francia.
Sin embargo, mientras la Corona y sus gobiernos ansiaban un cambio en su imagen, la sociedad española comenzó a dar respuesta a la sinrazón del bipartidismo alternativo y a la presión del caciquismo. Surgió la oposición política sustentada básicamente en una corriente republicana, en un enaltecimiento del regionalismo y el nacionalismo y en el nacimiento del movimiento obrero.
Los primeros recogían el emblema de la anterior fracasada república, aspirando a un cambio de sistema con el derrocamiento de la monarquía. Los segundos, principalmente en Cataluña, País Vasco y Galicia, aunque esta en menor medida, aspiraban al reconocimiento de sus diferencias lingüísticas, culturales e históricas, anhelando un desmembramiento político del centralismo gubernamental. El último eslabón estaba dominado por el movimiento anarquista, cuya doctrina política tuvo especial aceptación en el campo agrario, es decir, Andalucía, así como en los centros industriales, Cataluña. Fue a partir de 1890 cuando el movimiento adoptó posiciones de violencia, con huelgas y atentados.
Y como salsa que aderezaba todo ello, germinó el socialismo. En 1879, Pablo Iglesias Posse, un aprendiz de tipógrafo, fundó el Partido Socialista Obrero Español. Hasta la llegada del nuevo siglo su aparición en la escena política fue escasa, mas, cuando alcanzó a desarrollarse en los centros urbanos, su crecimiento fue notorio. En las ciudades la manipulación del voto era muy difícil y el caciquismo tenia escasa implantación.
Los acontecimmientos se encadenan: en 1902 Alfonso XIII es nombrado rey de España, se vive la Semana Trágica en Cataluña y la dimisión del presidente Antonio Maura. En 1919 las elecciones generales entierran el sistema implantado por la Restauración, formandose gobiernos de coalición, para llegar a las elecciones de 1923. El resultado de las generales celebradas ese año provoca una falta de acuerdo entre los partidos, que es aprovechada por el general Miguel Primo de Rivera para, mediante un golpe de Estado, implantar una dictadura militar. Esta perdurará hasta 1931, cuando la presión popular y la gran crisis de 1929, obligaron a Primo de Rivera a dimitir. Se aproxima el Pacto de san Sebastián, en el cual todos los partidos políticos contrarios a la dictadura se disponen a apadrinar un cambio de sistema y la abolición de la monarquía. Es la concepción de la Segunda República, que verá la luz el 14 de abril de 1931, mediante unas elecciones municipales en las cuales no se contemplaba el cambio de régimen. No obstante, el clamor de la calle, sincero o provocado, obligó a Alfonso XIII a embarcarse en el puerto de Cartagena en el buque «Principe Alfonso», con destino a Marsella. Por una Ley del 26 de noviembre de 1931, derogada en 1938, las Cortes republicanas acusaron de alta traición a Alfonso XIII. Fallecido en Roma en febrero de 1941, sus restos mortales regresaron a España, el 19 de enero de 1980, permaneciendo depositasoa en el Panteón Real del Monasterio de El Escorial, por orden expresa de su nieto el rey Juan Carlos I.
Francisco Gilet