Los almorávides en 1086 habían penetrado en la península desde el norte de África, reclamados en auxilio de los reinos de Taifas, entre ellos Zaragoza, o Medina Albaida, como era conocida por los musulmanes. Sin embargo, esta respuesta a la petición de ayuda se convirtió en una conquista para el general almorávide Ibrahim Ibn Yusuf, quién se anexionó para su imperio africano todo Al-Andalus. Mientras tanto, Alfonso I el Batallador, en 1118 inició una gran ofensiva en el valle del Ebro que supuso la recuperación de muchas posiciones musulmanas, entre ellas la dicha Medina Albaida o Ciudad Blanca. Ello significaba la caída de una barrera que había impedido el avance de las tropas cristianas, permitiendo superar las orillas del Ebro, en busca del Jalón. El Reino de Aragón inició su pujanza histórica, produciéndose la reconstrucción en 1119 de la abandonada ciudad de Soria e impulsando su repoblación
En 1120, estando en pleno asedio de Calatayud, le llegaron noticias a Alfonso I del gran ejército que había reclutado el general Yusuf, con hombres de Molina de Aragón, Lérida, Murcia, Granada y Sevilla, para emprender la marcha hacia el norte con la intención de reconquistar Zaragoza y todo el valle del Ebro. En aquellos momentos, el éxito que significó la conquista de la capital aragonesa podía ser muy efímero, si no se adoptaban medidas estratégicas a fin de parar el avance almorávide.
Así, el 17 de junio de 1120, ambos ejércitos se encontraron en Cutanda, cerca de Calamocha, en Teruel. La lucha fue feroz, destrozándose almorávides y cristianos, al ser conscientes de que estaba en juego no una simple batalla, sino la pretendida conquista almorávide o la imprescindible defensa cristiana de todo el valle del Ebro. La derrota musulmana fue total, merced a la capacidad estratégica de Alfonso I el Batallador, quien contó con la ayuda de Guillermo IX el Trovador, duque de Aquitania, que aportó unos seiscientos caballeros franceses. Una enorme victoria que incluso fue reconocida por lo historiadores musulmanes.
La derrota musulmana, propiciadora de la posterior conquista aragonesa de Daroca y Calatayud ese mismo año, debió ser de tal envergadura que, trascurridos los años, ha pasado a la paremiología popular con la expresión «peor fue lo de Cutanda», ante el suceso de una desgracia.
La gran extensión de territorio conquistado le provocaba a Alfonso grandes problemas a la hora de consolidar no solo el asentamiento sino también la seguridad de los cristianos instalados. Como la población mozárabe en Tudela, Daroca, Tamarite de Litera era significativa, su abandono de tales ciudades, permitió que, por el antiguo sistema de presura, es decir, el reparto de tierras abandonadas por la conquista, muchos altoaragoneses, navarros e incluso gascones se asentaran en tales territorios y poblaciones. Alfonso I, gran estratega y mejor político, aunque mal esposo para doña Urraca de Castilla y León, concedió fueros a Soria, Marcilla, Peñalen, Puente la Reina, Cabanillas y otras poblaciones. La presencia de inmigrantes franceses tampoco fue extraña. Cuando la frontera había avanzado, se intentaba crear una estructura territorial que permitiese la seguridad de las repoblaciones. Así, Alfonso, siguiendo la política de su padre Sancho Ramírez, dotó de fueros a las zonas del Camino de Santiago, para asegurar la zona cercana a Tudela y el Ebro, mientras la frontera se aproximaba al rio Jalón.
Cutanda y su batalla, han quedado un tanto desmerecidas por la conquista de Zaragoza, pero, sin esa gran victoria cristiana nada de todo cuanto aconteció posteriormente en el Valle del Ebro hubiera sido posible.
Francisco Gilet
Bibligrafia
Lacarra, José María (1978). Alfonso el Batallador. Zaragoza
Rodrigo Estevan, M.L. (1999) [1992]. «La reconquista aragonesa y Navarra con Alfonso I el Batallador. Lema Pueyo, José Ángel (2008). Alfonso I el Batallad