La catedral de Córdoba

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Aunque sea una leyenda y, como casi todas, no tenga un apoyo documental que la sustente, consideramos oportuno referirla por el aroma romántico que desprende.

          El Dikr bilad añ-Andalus, traducido por L Molina,introduce un texto de Ibn Hayyan, a quien da el apelativo de “autor de la Historia”, que, por legendario, no deja de tener interés en cuanto a que tiende a acentuar el carácter sagrado del solar de la Aljama cordobesa desde tiempos bíblicos.

          Relata Ibn ´Attab, basándose en ¨Unayd ´Allah al-Zahrawi, quien, a su vez, lo sabía por sus maestros, que el lugar donde ahora se alza la aljama de Córdoba era una gran  hondonada en la que los cordobeses solían echar sus desperdicios y enterrar allí a sus muertos, Cuando Salomón, el hijo de David, llegó a Al-Ándalus pasó por Córdoba e hizo alto frente a ella; al ver la hondonada se detuvo y dijo a los genios: “Rellenad y nivelad este lugar; pues aquí se alzará un templo en el que se rendirá culto a Dios Altísimo”. Los genios hicieron lo que les había ordenado el Profeta de Dios, Salomón, y, cuando estuvo aplanado y nivelado, les mandó edificar el templo. Acabado esto puso a algunos rabinos israelitas para que lo poblaran y establecieran allí las leyes de la Torá y los Salmos. Así continuaron las cosas hasta que Dios envió a Jesús y se difundió el Cristianismo, con lo que el templo se convirtió en iglesia cristiana en la que se adoraba a Dios Altísimo y se leían los Evangelios.

          Como leyenda no deja de tener su mérito, ya que enlaza nada menos que a Salomón con el Cristianismo, pero la realidad es bien distinta, mas no ciertamente aclaratoria, pues hay serias divergencias entre varios arqueólogos que se han dedicado a estudiar los restos subyacentes de la actual mezquita catedral.

          La basílica visigoda de S. Vicente

          A raíz de la inmatriculación de la Catedral de Córdoba por el Cabildo cordobés el 2 de marzo de 2006, surgió una gran polémica entre los que llegaron a declarar este acto documental como un robo, y quienes defendían el total derecho de la Iglesia a inscribirla como un bien de su propiedad amparada por la Ley Hipotecaria, estos fueron tildados de usurpadores y hasta de ladrones.

          Nosotros no vamos a entrar en esa polémica puesto que no es el fondo de nuestra exposición. Hablaremos de hechos concretos, unos documentados, y otros sin base registrada, pero sí admitidos por la tradición y la costumbre. Está aceptado de forma general que los ojos de la Historia son la Geografía y la cronología. A éstos añado un tercer ojo que es el de la Tradición. Hay hechos históricos que no están recogidos documentalmente pero que se han transmitido de generación en generación como sucesos realmente ocurridos, y, porque no tengamos documentos que los avalen, bien porque se hayan perdido, bien porque los autores de ellos no dejaron constancia escrita del mismo, no tenemos por qué ponerlos en duda.

          La reconquista de Córdoba

          Respecto a la toma de Córdoba, está suficientemente demostrado que Fernando III, El Santo, la recuperó de los musulmanes, cuando, tras las batallas preliminares, entró triunfante en la ciudad el 29 de junio de 1236.        

  La “Crónica latina de los Reyes de Castilla” refleja cómo en el año 1236 se toma posesión de este edificio: “El canciller, a saber el obispo de Osma, y con él el maestre Lope, quien por primera vez colocó la señal de la cruz en la torre, entraron en la mezquita y, preparando lo que era necesario para que de mezquita se hiciera iglesia (…), santificaron el lugar por la aspersión del agua bendita con sal (…) y fue hecho Iglesia de Jesucristo”.  Tras purificar la mezquita, fue consagrada a Santa María, siendo su primer obispo Lope de Fitero, ordenado como tal en 1239, capellán y confesor del Rey, quien, junto con el Obispo de Osma, Juan de Soria, oficiaron la mencionada purificación y su dedicación al culto cristiano.       También existe otro documento, y es la bula concedida por Gregorio IX. En 1237, desde Viterbo, el Papa responde afirmativamente a una petición de Fernando III el Santo, quien le había solicitado permiso para ejercer el derecho de presentación de cuatro prebendas en el interior de la mezquita. De este escrito se desprende que el monarca consideraba que el edificio pertenecía a la Iglesia y que, para realizar cualquier acto en su interior, necesitaba pedir permiso a la autoridad eclesiástica. Un hecho al que habría que sumar otro: el 20 de junio de 1239, el templo pasó a ser nombrado catedral.

El enfrentamiento entre el cabildo municipal y el eclesiástico

          Existe un acontecimiento quizá desconocido para la mayoría de las personas y es la pugna entre los dos Cabildos cordobeses por el deseo del eclesiástico de construir en la parte central de la mezquita una catedral y mudar a ella el Altar Mayor. Tan fuerte fue la oposición entre ambos, que el Cabildo Municipal llegó a decretar pena de muerte para los obreros que trabajasen en esa construcción. Esta disposición se vio correspondida con la pena de excomunión para los que no trabajasen en la mudanza del Altar Mayor, emitida por el Cabildo catedralicio.

Obra en nuestro poder una fotocopia de los pleitos que Córdoba tiene pendientes en la Real Chancillería de Granada en el año 1527 en, la que se menciona uno que el Cabildo Municipal tiene con la Iglesia por la mudanza del Altar Mayor, que lo lleva el letrado Gumiel, sobre el que no figura la fecha de inicio, y por el que hasta ese año no se ha hecho nada.

La razón oculta de esta oposición de los Caballeros Veinticuatro, así como los componentes del Cabildo catedralicio que, también, en principio, se resistieron a tal mudanza, era que en subsuelo de la Catedral se enterraban los componentes de uno y otro Cabildo, y, si dicho trabajo se  llevase a cabo, muchos no podrían gozar de tal prebenda por falta de espacio.

          Para corroborar la propiedad de la Iglesia de la Mezquita Catedral tenemos otro documento; la carta de Felipe IV.

          Carta de Felipe IV

            En 1659 se planteó uno de los proyectos que se terminaron acometiendo dentro del edificio. Con anterioridad se habían diseñado tres planes que, de haberse realizado, habrían alterado la estructura original que hoy se conserva. El cabildo de la catedral los detuvo. La única intervención que se consintió fue la Capilla Real. El monarca, Felipe IV, trató personalmente este asunto con el obispo, Francisco de Alarcón. El rey le escribió una carta de la que se deduce que consideraba este edificio propiedad de la iglesia: “Reverendo en Christo padre y obispo de Cordova don Francisco de Alarcón, como dueño lexitimo de la fábrica de la dicha iglesia (que) me ha servido graciosamente con el sitio muy capaz en ella para mudar y trasladar a él la dicha mi capilla que ha muchos años que yo y los reyes mis predecesoras lo hemos deseado efectuar para su mayor capacidad.

          Otras consideraciones

          Hablar de su estilo arquitectónico, de la belleza del edificio y de su incomparable hermosura, corresponde a los arquitectos y a los especialistas en arte, y los historiadores no nos adentramos en esos vericuetos.

Manuel Villegas Ruiz


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