La mejor forma para definir la persona de Íñigo de Loyola es evocando las palabras que de él dijo el jesuita, poeta e historiador Ricardo García Villoslada: “Íñigo fue un vasco muy español, con vocación universal”. Con veintiséis años se pone al servicio del duque de Nájera, Íñigo intentaba profesar las virtudes caballerescas como el honor, la lealtad y el servicio, actitudes que debían ofrecerse al rey para ayudarle en sus intenciones. El 20 de mayo de 1521 una bomba le hiere la pierna cuando estaba defendiendo la fortaleza de Pamplona.
La conversión de Íñigo se inicia en Loyola durante su convalecencia. La lectura de la vida de Cristo y de los santos le suscitan reflexiones. En 1522 se convierte en peregrino con la intención de llegar a Jerusalén; peregrino con un doble sentido temporal y espiritual. En su viaje pasó por Monserrat, Manresa, Barcelona y Venecia, donde embarcó a Tierra Santa en 1523. Sus viajes continuaron por Alcalá, Salamanca y Paris, y desde aquí pasaba los veranos en Flandes e Inglaterra. El peregrino volvió a su tierra, Azpeitia, en 1535. En 1539 fija su residencia en Roma y cesan sus viajes.
Para Ignacio la peregrinación espiritual era la importante y consistía en “buscar y hallar la voluntad de Dios”. En Manresa experimentó vivencias espirituales tan intensas que le marcaron de por vida. Después de severas penitencias, largas meditaciones y arrebatos místicos, encontró el camino hacia Dios; desde entonces su empeño fue comunicarlo a los demás. Calificó sus experiencias como “ejercicios espirituales para quitar de sí todas la afecciones desordenadas, y después de quitadas para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima”; llegó a decir que los ejercicios son la mejor manera de seducirse a uno mismo.
Tras su viaje a Tierra Santa pensó en quedarse allí a vivir de anacoreta, los franciscanos se lo prohibieron y de esta forma se convenció de que debía difundir sus ideales por el mundo. Uno de los medios para conseguirlo era la formación intelectual y el otro medio la actuación en equipo: reunir a un grupo de compañeros dispuestos a extender el reino de Cristo. Todas las experiencias le ayudaron a estructurar la Compañía de Jesús, en la parte IV de las Constituciones se trazan las líneas maestras de la pedagogía de los jesuitas. En Alcalá, Salamanca y París aprendió que el éxito escolar exigía tres requisitos: primero, la dedicación exclusiva; segundo, la superación de estorbos y distracciones (no se podía estudiar y mendigar al mismo tiempo); tercero, la conveniencia de seguir un método ordenado y pragmático, que fomentaba una enseñanza con muchos ejercicios prácticos.
Ignacio se esforzó en formar un grupo de amigos identificados con sus ideales. Llegó a juntar a diez en Venecia. Fue entonces cuando decidieron llamarse Compañía de Jesús. Los compañeros se reunieron en Roma para deliberar (marzo-junio de 1539) donde redactaron el primer documento fundacional de la Compañía, la Formula Instituti. El papa Paulo III la aprobó solemnemente en la bula Regimini Militantis Ecclesisae el 27 de septiembre de 1540.
La “mínima Compañía” – como la llamaba Ignacio — se extendió rápidamente por el mundo, cuando Ignacio murió en 1556 había unos mil jesuitas repartidos en cuatro continentes. Francisco Javier había llegado hasta Japón. El éxito se debió a tres razones:
1.) la radicalidad cristiana aprendida en la espiritualidad de los Ejercicios.
2.) la categoría humana y espiritual de los fundadores a los que se unieron otros compañeros de gran valía.
3.) el acierto de las Constituciones, la gran obra de Ignacio, que describen la forma de gobierno, la estructura y la espiritualidad.
En la forma de proceder destacaron tres prácticas desde el principio: la movilidad apostólica, la gratuidad y la adaptación. “Nuestra vocación es para discurrir y hacer vida en cualquier parte del mundo donde se espera mayor servicio de Dios y ayuda de las ánimas”. En cuanto a la gratuidad decían que las obras debían hacerse “totalmente gratis y sin recibir ninguna remuneración por su trabajo”. La adaptación a las personas y las circunstancias fue otro de sus rangos peculiares, esto produjo resultados excelentes en la misiones guaraníes.
Sobre la implantación de la Compañía en España se pueden diferenciar tres periodos. Uno primero en el que fue frecuente ver a los jesuitas por las calles, predicando la pobreza y sirviendo en los hospitales. Estos primeros años los dedicaron a difundir los valores de la Compañía, podríamos decir que abarca las tres primeras décadas. En la labor de adoctrinamiento y captación destacaron tres grandes hombres. El mallorquín Jerónimo Nadal que recorrió Europa para divulgar las Constituciones. El burgalés Alfonso de Polanco que fue el secretario de Ignacio. Y Francisco de Borja, cuando predicaba en Guipúzcoa sus oyentes, que no entendían el castellano, lloraban sólo con verlo.
La Compañía se instaló antes en Portugal que en España, se centraba en ciudades prósperas y en centros universitarios donde podían formar a los jóvenes. Barcelona fue la entrada de los jesuitas en España, en la ciudad condal tuvieron una residencia permanente que se convirtió en el Colegio de Belén. Fue en Gandía donde en 1545 se realizó el primer modelo de colegio para alumnos seglares, que acudían a clase con los estudiantes jesuitas. Al año siguiente este colegio se convirtió en Universidad. En vida de san Ignacio se instalaron en total 18 casas. Durante las tres primeras décadas se establecieron 43 domicilios, casi todos colegios. Durante el generalato de Borja se obtuvo la licencia del rey (1566) para que los jesuitas pudiesen comenzar su labor misionera en los dominios de Ultramar.
El segundo periodo comienza en 1573 y podemos decir que con una crisis interna que se debió a que para elegir al sucesor de Borja, en vez de promover a Polanco, se aceptó el consejo del papa Gregorio XIII para que no fuese un español. Desde ese momento se originó un descontento que acabó con memoriales al rey, al papa y a la Inquisición quejándose del autoritarismo del nuevo General y del Gobierno de la Compañía. Contaron con la complicidad del rey Felipe II y por este motivo los memorialistas pidieron una Compañía española más independiente de Roma y ligada al rey. Con el tiempo el movimiento se disolvió a principios del siglo XVII y la Compañía cogió una carácter menos hispanizado y más universal.
La crisis interna no contribuyó a interrumpir la creatividad de aquellos años. Los avances misioneros fueron admirables y la fundación de colegios no cesó. Hacia 1580 había en España unos 1.330 jesuitas y 217 en América, además de 130 en otros países.
El tercer periodo consolida una Compañía estable, con normas y costumbres propias de la vida conventual. Aquaviva, en los últimos años del siglo XVI publicó importantes directrices: en 1587 las reglas comunes de las Congregaciones Marianas, y en 1599 la edición definitiva de la Ratio Studiorum , el directorio para dar Ejercicios y la instrucción para las misiones. Los jesuitas del siglo XVII fueron maestros de humanidades en los colegios, catedráticos de filosofía y teología en las universidades, misioneros populares, directores de congregaciones y cofradías. Se celebran, además, las canonizaciones de Ignacio y Javier en 1622. En la segunda mitad del siglo XVI se fundaron 76 casas repartidas por toda España. Durante todo el siglo XVII se fundaron 43 nuevas casas que en su mayoría acabaron en colegios.
Muchas fueron las actividades pastorales, educativas y culturales de la Compañía, apuntaremos las más señaladas. Los jesuitas se dedicaron a la predicación de la Palabra de Dios. Además de la predicación habitual basada en sermones, se especializaron en cuatro aspectos: los Ejercicios Espirituales, las misiones populares, la catequesis, y las conversiones. La catequesis a niños y rudos figura en los primeros documentos como tarea obligada. Fueron expertos en conversaciones espirituales, en charlas boca a boca, en consejos de confesión dentro de tertulias cotidianas; recursos de gran influencia en la difusión del mensaje evangélico.
La vocación misionera fue esencial para la Compañía, y el legado que dejaron en América no tuvo equiparación posible. Se extendieron desde la Patagonia hasta California, sus misiones vivas entre los pueblos indígenas generaron entusiasmo. Las reducciones jesuíticas alcanzaron un admirable desarrollo económico y cultural; defendieron la cultura del pueblo indígena y sus derechos frente a la esclavitud.
Quizá su actividad más conocida y estudiada sea la enseñanza de la juventud, los jesuitas emplearon gran cantidad de recursos humanos e institucionales para esta labor. En el año 1749 la Compañía tenía en España (sin contar América y Filipinas) 117 colegios, de un total de 144, es decir, gobernaban el 81 % de la educación española. El éxito se basaba en la gratuidad y la calidad de la enseñanza. El plan de estudios era unitario y universal para todos los colegios del mundo. La Ratio Studiorum regulaba las enseñanzas medias y universitarias: cinco años de humanidades, tres de filosofía con matemáticas y ciencias y cuatro de teología. Como se puede apreciar la formación era muy completa.
Especial empeño se puso desde el inicio, practicado ya por Ignacio, en la atención a los sectores más necesitados. Los jesuitas se encargaron de evangelizar a grupos marginales: emigrantes, moriscos, galeotes y encarcelados, enfermos, moribundos y condenados a muerte. Procuraron poner remedio a la pobreza y la enfermedad comprometiendo a los seglares mediante la fundación de congregaciones de asistencia y caridad.
Como acabamos de señalar una de la tácticas de los primeros jesuitas fue la de implicar a seglares en la vida de la Iglesia. La asociación seglar más importante fue la Congregación Mariana. Nació en el Colegio Romano en 1563. Por todas partes se empezaron a organizar congregaciones para adultos, hombres y mujeres, para sacerdotes y para determinadas profesiones.
Por último, no podemos obviar la huella cultural que las órdenes religiosas dejaron durante el Siglo de Oro en España. Los escritores y pensadores jesuitas ocupan un lugar muy digno en espiritualidad, historia, política, filosofía, teología y creación literaria. Como genios del pensamiento y la literatura destacamos a Francisco Suárez y Baltasar Gracián. Cabe destacar por la elegancia del lenguaje y la aceptación popular, las Meditaciones de Luis de la Puente, los tratados espirituales de Luis de Palma, el Ejercicio de Perfección de Alonso Rodríguez y las obras ascéticas de Juan Eusebio de Nieremberg. En lo que se refiere a controversias políticas y teológicas destaca Juan de Mariana que planteó cuestiones sobre los límites del poder, la equidad de los impuestos y la ética política. Una constante del pensamiento jesuítico fue la defensa de la libertad y la lucha contra la tiranía.
José Carlos Sacristán