Pocos pueblos en el mundo veneran a sus enemigos. España, sin lugar a dudas, es uno de ellos.
Muestras de lo afirmado podemos encontrar hasta el tedio desde principios del siglo XIX hasta hoy mismo, pero nos vamos a quedar, como muestra, uno de ellos: el caso de Arthur Wellesley, el conocido Duque de Wellington.
No cabe duda que, para Inglaterra, este personaje es señero; lo que resulta extraño es que, hoy, en la nómina de la grandeza de España nos encontremos con un nombre como Charles Wellesley.
¿Y quién es Charles Wellesley? El décimo duque de Ciudad Rodrigo, heredero del primer duque de Ciudad Rodrigo, sir Arthur Wellesley, a quién le fue concedido el honor el 30 de enero de 1812 por parte de otro de los enemigos de España más significado: Fernando VII.
Veamos cómo es posible que, siete años después de la batalla de Trafalgar, llegase a alcanzar tal título un destacado súbdito británico.
A principios del siglo XIX Londres se convirtió en el centro de operaciones de los separatistas americanos. En diferentes momentos llegaron fray Servando Teresa de Mier, José de San Martín, Simón Bolívar, Andrés Bello, Antonio Nariño y Bernardo O’Higgins.
El 14 de Octubre de 1804 se reunía Francisco de Miranda con Melville y Popham en Londres para tratar de la invasión que debía acometerse contra Hispanoamérica, quedando Miranda señalado como jefe de las fuerzas que debían invadir Venezuela, y con grado de general británico, siendo Popham el encargado de acometer Buenos Aires.
En 1806, Francisco de Miranda trata con Wellesley la invasión de América, pero éste no cree que una intervención militar inglesa, por sí, sea capaz de conseguir esos objetivos compartidos. Se necesita, además, una revolución interna que debía ser diseñada por la inteligencia británica.
Los hechos demostraron que sir Arthur Wellesley tenía razón. La intervención británica, que se plasmó en dos intentonas sobre el río de la Plata en 1806 y 1807 resultó un auténtico fracaso.
El propio Wellesley sería el responsable de una nueva intentona prevista para 1808, pero como consecuencia de las guerras contra Napoleón, los intereses británicos señalaban que el destino de Wellesley fuese la península.
En 1808 la prioridad de Inglaterra no era la toma de Hispanoamérica, sino la lucha contra Napoleón: la fuerza expedicionaria reunida en Cork, con nueve mil hombres al mando de sir Arthur Wellesley zarpaba, sí, pero no hacia América sino hacia la península Ibérica. Y este cambio de planes se anunciaba el día 10 de junio en el Times.
El proyecto de invasión de Miranda quedaba pospuesto. El mismo Arthur Wellesley fue el encargado de transmitir la noticia a Miranda. Algo que no le resultó fácil, haciéndolo en el transcurso de un paseo por Londres, al objeto de calmar la ira del separatista.
Wellesley permanecería en España hasta 1813. Y ahí llevó a cabo sus mejores servicios a Inglaterra, no sólo combatiendo a los franceses, sino destruyendo infraestructuras e industria españolas y organizando el movimiento separatista americano.
Y esas actividades le fueron premiadas por las Cortes de Cádiz concediéndole el 7 de agosto de 1812 el Toisón de Oro, concesión confirmada por Fernando VII en 1814.
El 22 de septiembre de 1812 fue nombrado generalísimo del Ejército Español; nombramiento que fue aceptado por la mayor parte de los generales, excepto por Francisco Ballesteros, comandante en jefe del 4.º ejército, que fue depuesto por la regencia y deportado a Ceuta.
También recibió los títulos de vizconde de Talavera y duque de Ciudad Rodrigo, y posteriormente sería condecorado con la Gran Cruz de la Orden Nacional de San Fernando.
Y todo ello por los méritos alcanzados en la guerra conocida como “de la Independencia” o “franco británica para la dominación de España”, en la que, además de los sonados éxitos militares consiguió otros objetivos…
Desde su llegada realizó unas actividades paralelas a la guerra contra el francés. Así, se rodeó de quienes pocos años después se significarían en las guerras separatistas de América, a quienes se encargaría de promocionar.
Nos encontramos que al mando de la división inglesa de la La Coruña, estaba William Carr Beresford, de tristes recuerdos en Río de la Plata.
Y en otros ámbitos nos encontramos con Pablo Morillo, que a la sombra de Wellington, en siete años, pasó de subteniente a teniente general.
En Septiembre de 1809, Badajoz era su lugar de encuentro con José de San Martín. La “amistad” duraría algún tiempo. En octubre de 1810, los encontramos juntos en la ciudad portuguesa de Torres Vedras.
José Zapiola, que en 1810 tomó parte en la Revolución de mayo del Río de la Plata, que arrestado fue enviado a Cadiz, donde pasó a conspirar con San Martín y con Alvear …, fue puesto al mando de una cañonera.
José Mejía Lequerica, Juan José Matheu, José de San Martín, serían algunas de las personas que tenían estrechas relaciones con el duque de Wellington, quién desde el cargo que ostentaba no tuvo grandes dificultades para que un oficial del ejército, en plena guerra contra un invasor extranjero, obtuviese la licencia definitiva. Ese oficial era José de San Martín, que había servido 22 años en el ejército. Mejía y Matheu habían conocido ya a este personaje en las logias gaditanas y lo embarcaron a Inglaterra en un buque británico, utilizando un pasaporte inglés facilitado por Sir Charles Stuart, por gestiones del aristócrata británico vizconde James Macduff. Con él irían Carlos de Alvear, Matías Zapiola, Martiniano Chilavert y Fray Servando Teresa de Mier.
A la muerte de Mejía Lequerica en 1813, Wellesley comentará en una comunicación: “Mejía es también una gran pérdida, en particular en este momento».
El dos de febrero de 1810 Wellesley ordena la destrucción de los fuertes de Santa Bárbara y San Felipe, frente a Gibraltar.
En 1812 saquea Badajoz; el 31 de agosto de 1813 ordena el saqueo de San Sebastián.
En 1813 ordena el bombardeo de las industrias textiles de Béjar, competidoras de las industrias inglesas, y la Real Fábrica de Porcelanas del Buen Retiro, cuya calidad era internacionalmente reconocida, y sus técnicas de fabricación se mantenían como un secreto de Estado.
El 21 de junio de 1813, en Vitoria, recupera un lote de cuadros que José Bonaparte había expoliado del patrimonio español. Y los recupera para sí mismo. Hoy están expuestos en su mansión de Londres con el irónico título de «Spanish Gift» (‘Regalo español’), merced del monarca Fernando VII.
Por todos esos méritos, Fernando VII le concedió, además, la Gran Cruz de San Hermenegildo.
Pero es que hay más…
En aquellos tiempos, las acciones militares llevadas a cabo por Wellington son aclamadas por las calles de la ciudad de Cádiz en presencia del embajador británico Henry Wellesley, hermano de Wellington, y James Duff, cónsul de la misma nación en la capital gaditana y señalado instigador del movimiento separatista americano.
El periódico “El Conciso”, de Cádiz, decía el 1 de agosto de 1812:
El Sr. Duff dirigiéndose en su coche por la Alameda, ha sido gustosamente sorprendido por el inmenso gentío que allí había, con vivas y aplausos; este respetable anciano, tan conocido y estimado por los españoles, no pudo menos de pararse y corresponder enternecido, devolviendo gracias y manifestando la doble satisfacción de que gozaba.
Y el mismo periódico decía:
En las Cortes, los diputados Valcárcel, Dato y Argüelles proponen que en nombre de la Regencia se le dé las gracias a Wellington y a su ejército. Embargados como nos hallamos de gozo tan puro, no estamos por el estado de agitación que nos ocupa, en disposición de deliberar; pero el Sr. Ministro, que está presente, suplirá lo que dexemos de decir; propuso que el Congreso autoriza á la Regencia para que por sí haga lo que crea conveniente en estas circunstancias para manifestar la gratitud nacional al Excmo. Sr. Duque de Ciudad Rodrigo.
También se le cantaban coplas:
«No se llaman ingleses:
Los de Bretaña Son
los libertadores De nuestra España».
Sólo Goya se enfadó y a punto estuvo de matarlo cuando el inglés desdeñó el boceto de un retrato que le habían encargado. Cogió dos pistolas, dispuesto a disparar, pero fue neutralizado por su hijo.
Cesáreo Jarabo
Sera que somos los españoles mas catolicos que el que mas, pues somos quienes demostramos con pruebas que “amamos a nuestros enemigos”. Creo que esa característica unica no es para criticarla sino para elogiarla. Deberiamos estar orgullosos de ello. El odio destruye al que lo profesa mas que a su victima. Y el amor, por el contrario: beneficia a ambos sujetos: al que ama y al ser amado.