El Liber Testamentorum es un cartulario, es decir, un códice formado por documentos, exenciones, privilegios, donaciones de un lugar determinado, en este caso de la Catedral de Oviedo. Entre finales del siglo XI y mediados del XII las instituciones eclesiásticas españolas reunieron en los cartularios escrituras que demostraron sus derechos legales sobre sus propiedades, constituían la base jurídica sobre las donaciones y concesiones de monarcas, de pontífices, de señores laicos, etc.
El códice fue encargado por el obispo de Oviedo, Pelayo, en el primer tercio del siglo XII y es considerado una joya del románico por la alta calidad de sus miniaturas. Hacía muchos años que la capital de la monarquía había dejado de estar en Asturias para acabar en tierras de León, que en esta época ya llegaba hasta el Tajo tras la conquista de Toledo en 1085 por Alfonso VI. Por este motivo, las archidiócesis de Toledo, recién creada, y la de Santiago de Compostela empezaron a reclamar su poder sobre las de León y Oviedo, que a lo largo de su historia habían estado exentas, es decir, sometidas solamente a la autoridad del Papa. Este fue el hecho que determinó la realización del Liber Testamentorum.
En el propio libro se dice quién es el autor, Pelayo, obispo de Oviedo, lo que no quiere decir que lo escribiese él, sino que creó la idea para ello. Sí sabemos que fue un hombre de extensa cultura y un pensamiento avanzado, que demostró con clarividencia, y se anticipó a lo que pudiese ocurrir en la diócesis; luego la intención fue defender los derechos de la diócesis de Oviedo.
El manuscrito se trabajó de forma rigurosa con un scriptorium cualificado, con un pintor que destacó entre los pintores de manuscritos hispanos del siglo XII. El libro se compone de fascículos separados. Destina un cuadernillo a cada uno de los monarcas con una miniatura en la que aparece la efigie del mismo, acompañado por su esposa, obispo y personas de la Corte.
Pelayo reescribió parte de los documentos, los redactó de nuevo, cambió la forma en que habían sido escritos dos siglos antes, con la intención de adecuarlos a los tiempos que él vivió. Llegó incluso a rehacer documentos de Alfonso VI que fue contemporáneo suyo. Por este motivo se le conoció como falsario o fabulador. Llegó a inventar cosas maravillosas para servir a sus propios intereses, como la historia del Arca Santa, el arca de las reliquias que viajó desde Jerusalén a Oviedo durante el reinado de Alfonso II. La intención del obispo fue la de propagar por España, e incluso Europa, la tradición del viaje del Arca Santa para atraer peregrinos a la sede de Oviedo.
La verdad es que, el cartulario, se utilizó de forma regular como fuente de información sobre los derechos de la iglesia ovetense, esto lo sabemos por noticias medievales que lo testimonian. Así, por ejemplo, el 6 de enero de 1343 se acude al códice para obtener una copia de una donación que el monasterio de San Juan Bautista de Corias dio a la Iglesia de Oviedo, de la que era obispo don Froilán.
La mayoría de las imágenes tienen un fin laudatorio y político claro y una función glorificadora, que supone una prolongación de la existencia de los reyes. Destaca la pintura relativa al testamento de Alfonso II el Casto, así como la pintura del testamento de Ordoño I. Un hecho que llama la atención es el aspecto realmente relevante que se da a las reinas.
El códice conserva una encuadernación del siglo XVI compuesta por tablas de madera recubiertas de cuero repujado. Su formato original tuvo 113 folios en pergamino, algunos de los cuales se perdieron con el tiempo. El manuscrito se confeccionó con técnicas materiales propias de los manuscritos más lujosos, escrito en grafía minúscula visigoda y con miniaturas a plena página, media página, viñetas e iniciales capitulares. El obispo Pelayo llevó una supervisión directa de la confección del proyecto, que se comprueba en la alta calidad como en la ostentosa representación que hace de sí mismo. El uso del oro y la plata corroboran lo anterior.
En el siglo XVII se realiza la primera reescritura completa del Liber. El cabildo catedralicio decidió acometer esta aventura ante la dificultad que entrañaba la lectura del mismo dada su grafía. Lo hizo el arcediano de Tineo, don Alonso Marañón de Espinosa, que fue el primer rector de la Universidad de Oviedo. En el siglo XVII se hizo otra reescritura que no ha llegado hasta nuestros días, pero que conocemos porque sabemos que Jovellanos la tuvo en su colección personal. En el siglo XX resurgió como fuente de estudio y se imprimieron distintas ediciones.
José Carlos Sacristán