Las convulsiones que asolaron España desde el principio del siglo XIX, la persecución que Fernando VII hacía de todos los valores tradicionales de España ocasionaron la deriva del movimiento nacionala un enfrentamiento abierto que sólo podía tener como fin la guerra dada la mentalidad liberal que sólo permite la aplicación de sus principios y exige la aniquilación de los que no se adaptan a los mismos. Esa deriva, irremisiblemente, dado el carácter tan particular de Fernando VII, que no reconocía otros derechos que los suyos propios, lógicamente ocasionaría la defección de los realistas, de las personas normales de España también conocidos como apostólicos, que veían cómo el liberalismo se adueñaba absolutamente de todo.
La situación era de tal gravedad que un grupo voluntarioso, en un intento de regeneración publicó el 1 de noviembre de 1826 el conocido como Manifiesto de los Realistas Puros que, considerado como la base ideológica del carlismo, atacaba la política del rey. En el mismo quedaba reflejado el descontento de los realistas por la conducta política de Fernando VII.
Al albur de este manifiesto, en marzo de 1827 tuvieron lugar en Cataluña los primeros brotes de una revuelta con marcado carácter patriótico, contrario al liberalismo y favorable a Fernando VII. Es el que sería conocido como el movimiento de los Malcontents, que estalló en la primavera de 1827 cuando a los gritos de “Viva el rey absoluto” y “Viva la Inquisición” se produjeron manifestaciones en Tortosa, Manresa, Vic y Gerona.
Y esos movimientos se generalizaron en toda Cataluña. Ocuparon Manresa, Cervera, Vic, y entraron en Olot, Reus, Valls y Berga, y asediaron Tarragona y Gerona. Organizaron juntas en Vic, Cervera, Alforja (Tarragona) y Manresa, y su actividad se extendió a los Puertos de Beceite, provocando seriamente a las autoridades de Aragón.
Estos hechos los denunciaba la Real Audiencia, señalando que al movimiento se estaba uniendo multitud de gente.
En agosto de ese 1827, el fiscal de la Real Audiencia afirmaba que los Malcontents dominaban el territorio de Gerona, Figueras, Vic y Manresa, y que habían entrado en los de Mataró, Barcelona, Villafranca, Cervera y Puigcerdá, y exponía que las tropas del Capitán General sólo alcanzaban para defender las ciudades.
Crearon en Manresa la conocida como Junta Superior Provisional de Gobierno del Principado en Manresa, de la que José Busoms, alias Jep de l’Estany sería el presidente y que en septiembre publicó el periódico “El Catalan Realista” cuya cabecera rezaba: viva la Religión, viva el rey absoluto, viva la Inquisición, muera la Policía, muera el Mesonismo y toda secta oculta. Y todo, en defensa de Fernando VII. José Busoms sería fusilado, y sus ejecutores, recompensados por Francisco Tadeo Calomarde, Ministro de Gracia y Justicia.
La acción de los liberales no se hizo esperar, poniendo al frente a un general cuyas actuaciones no pasarían desapercibidas, al tiempo que a los responsables eclesiásticos se les obligaba a ser proactivos en la defensa de los intereses del sistema.
Finalmente, y ante la envergadura que estaba tomando la sublevación, fueron emitidos los decretos de 17 y 21 de agosto ordenando la represión del movimiento realista insurreccional de Manresa, que fue reafirmado con la marcha de Fernando VII, que al frente de un ejército acudió a Cataluña, precedido de un llamamiento en el que afirmaba:
Voy a hablar por última vez a los sediciosos el lenguaje de la clemencia…/… Ni estoy oprimido ni las personas que merecen mi confianza conspiran contra nuestra santa religión, ni la patria peligra…/… hostilizar mis tropas y atropellar mis magistrados es rebelarse abiertamente contra mi persona…/… es imitar la conducta y hasta el lenguaje de los revolucionarios de 1820. (Pirala 1868 I: 53)
Por una vez en la vida, a lo que parece, habló Fernando VII con honestidad. Ciertamente no estaba oprimido ni secuestrado; sencillamente era el agente principal en la destrucción de España. El ejército, a cargo del conde de España, sería el azote del levantamiento, y la colaboración de Francisco Tadeo Calomarde y otros personajes, como Juan Romagosa, gobernador de Mataró y traidor a la causa, o los obispos, que comenzaron entonces a anatemizar la rebelión, y que jugaban las dos barajas, acabó con la intentona.
El 1 de Septiembre de 1827 el coronel Juan Rafí Vidal encabeza el levantamiento de los malcontents. En el manifiesto publicado en Reus por el mismo el 13 de septiembre se leía:
(mi intento) ha sido, sí, unirme con la mayor y más sana parte de toda la provincia, para sostener y defender con la vida los dulces y sagrados nombres de Religión, Rey e Inquisición (Pirala 1868 I: 74)
Pero finalmente Vidal se presentaría voluntariamente a Fernando VII, en Vinaroz, y depondría las armas. De poco le valió. Fue tomado preso y posteriormente fusilado junto al capitán Olives el día 7 de noviembre de 1827.
No fue una actuación aislada la del rey felón, que al mando de las operaciones permaneció en Tarragona, dirigiendo el exterminio de los cabecillas rebeldes: Alberto Olives, Joaquín Laguardia, Miguel Bericart, Magín Pallás, Rafael Bosch y Ballester, Jacinto Abrés, el Carnicer (a) Píxola, Jaime Vives y José Rebusté fueron ahorcados como Vidal.
Algunos se libraron y fueron deportados a Ceuta. Esa fue la actitud ante unos hombres que se habían levantado en su defensa confirmando lo que ya habían hecho a lo largo del Trienio Liberal.
El orden de los acontecimientos, para Fernando VII, tenía muy poca importancia; así, cuando ya llevaba en su contabilidad un buen número de ejecuciones, el 21 de noviembre de 1827 comienza a aplicarse el decreto de por el que se fusila a los cabecillas realistas en Cataluña. Los primeros tras la publicación del decreto fueron Narciso Abrés y el Carnicer alias Pixola.
La eliminación del movimiento de los malcontents significaría también la eliminación del cuerpo de voluntarios realistas en Cataluña.
Ese era el pago que el rey Felón daba a quienes no habían hecho más que atender el llamamiento que él mismo había hecho en 1823. Fernando VII en persona ahogó en sangre la insurrección.La horca quedó permanente en la Plaza de la Cebada de Madrid, y en Barcelona se fusiló a los prisioneros después de concederles el indulto.
Posteriormente a estos hechos, la marcha del conde de España significó que las fuerzas de la Selva, Valls, Vilafranca del Penedés, Martorell, el Bruch…, se acogiesen al indulto, siendo abandonada Manresa por la Junta al octavo día de la marcha del conde de España, que no perdonó la vida a quienes no habían marchado con aquella.
Cataluña contaba en estos momentos con una población de 150.855 personas, de las cuales 7.835, el 5,2%, tomó parte activa en la revuelta de los malcontents, cifra que los historiadores están considerando que equivale a menos de la mitad de lo que fue en realidad.
A principios de diciembre la revuelta había sido totalmente sometida, pero quedaba pendiente la cuestión, que tomaría nueva fuerza en 1833 cuando el pretendiente Carlos reclamase sus derechos al trono.
Pero los malcontents fueron los adelantados, porque si bien es cierto que luchaban por Fernando VII, también es cierto que en el mismo movimiento no eran pocas las ocasiones que se gritaba “muera Fernando VII” y “Viva Carlos V”, como informaba el fiscal de la Real Audiencia.
Cesáreo Jarabo