8 de julio de 1658
Agoniza Alonso Herrador en su casa de Calle de la Corredera en pleno centro de Villarrubia de los Ojos de Guadiana, rodeado de su familia, uno de los linajes moriscos más emblemáticos de todo el Campo de Calatrava. Sumido en la inconsciencia, el cuerpo del anciano permanece yermo, pero la mente bulle el recuerdo de una vida en una sucesión de imágenes que van desde los más tiernos recuerdos de la infancia, cuando su madre le contaba cómo sus abuelos, Juan Naranjo y Mari Peras, moros originales de Villarrubia, se convirtieron en la primavera de 1502, hasta sus estudios con aprobación de buen cristiano, temeroso de Dios y de su conciencia, aunque sin duda los años que le traen recuerdos más intensos son de cuando los intentos de expulsión de los moriscos, donde el destino le reservó un papel fundamental en el conflicto por ser el encargado de viajar a Aranjuez en mayo de 1611 para llevar un memorial al rey y entrevistarse con el conde de Salinas, dignidad de quien tenía el honor de gozar de su confianza:
Ni toméis por medio para la ejecución de ellos [los bandos] mano que los del Barrio tengan por sospechosa, y tampoco os debéis meter en nombrar a Diego López y al licenciado Herrador, como he sabido que lo habéis hecho.
Lejos queda ya aquel verano de 1611, donde se juntaría con el grueso de la comunidad morisca de Villarrubia que había sido expulsada en julio antes de poder regresar a principios del mes de septiembre a su hogar. Su padre, sin embargo, no corrió la misma suerte: Juan Herrador se vio obligado a vender sus bienes, originando gran malestar en un pueblo que nunca supo distinguir a cristianos de moriscos, pues en la villa siempre se ha entendido que todo aquel que trabaje para mejorar Villarubia es considerado vecino, hasta el punto de que tanto cristianos viejos como cristianos nuevos se pusieron en contra del gobernador Bonifacio de Almonacid, consiguiendo unos meses más tarde su relevo del cargo y, después de mucho litigar, conseguir primero la exención paterna de la y más tarde la restauración de sus propiedades.
El sol, fatigado, cae sobre las tejas de la casa, anticipando el estertor de Alonso. Apenas le queda un hálito de vida, unos últimos segundos dedica a ponerse en manos de Dios mientras en los labios late el consuelo de saber que al menos va a morir en lo que siempre ha considerado su tierra.
CONTEXTO HISTÓRICO
La Monarquía Hispánica llevaba más de un siglo luchando por tierra y por mar contra el Imperio otomano en el Mediterráneo, condicionado en parte por su pertenencia a la Casa de Habsburgo, desde que Solimán el Magnífico derrotara a Luis II de Hungría y Bohemia (cuñado de Carlos I) en la batalla de Mohacs (1526) y cercara Viena en 1529.
La toma de Malta en 1565 tuvo como consecuencia indirecta la segunda rebelión de las Alpujarras (1568-1571), hecho que reavivó en la corte la idea de la conveniencia de expulsar a los moriscos por temor a una posible colaboración entre la población morisca y el Imperio turco otomano en contra de la España cristiana, a lo que se sumó una etapa de recesión en 1604 derivada de una disminución en la llegada de recursos de América y una radicalización en el pensamiento de muchos gobernantes tras el fracaso por acabar con el protestantismo en los Países Bajos.
La idea de la expulsión de los moriscos ya había sido estudiada por Felipe II, pero que no llegó a adoptar por diversos motivos: económicos, militares o por el hecho de que muchos de ellos ya habían sido bautizados en la fe cristiana. Sería su hijo, Felipe III, siguiendo los consejos interesados del Duque de Lerma, quien firmaría el decretó la expulsión, llevada a cabo entre 1609 y 1613.
La expulsión de los moriscos es un problema histórico) intrincado por la multiplicidad de factores y porque, a pesar de que poseemos abundante documentación de primera mano, las razones que inclinaron finalmente a la Corona hacia la solución más drástica no están bien aclaradas, ni acaso lo estén nunca. (Antonio Domínguez Ortiz y Bernard Vincent)
Por lo general, las tierras ricas y los centros urbanos de esos reinos eran mayormente cristianos viejos, mientras que los moriscos ocupaban la mayor parte de las tierras pobres y se concentraban en los suburbios de las ciudades, dedicados a las únicas tareas que las leyes les dejaban practicar: la albañilería, la agricultura, la medicina y algunas ramas de la artesanía, aunque había excepciones, como en Villarubia de los Ojos, donde los moriscos habían conseguido acaparar varios puestos de envergadura en la villa: alcaldes ordinarios, regidores, depositarios del pósito de granos, arrendadores de las rentas del conde de Salinas, alguaciles, alcaides y carceleros; había entre ellos unos cuantos bachilleres, licenciados, maestros de niños, capitanes de infantería, escribanos, clérigos presbíteros, Alonso Herrador
¿POR QUÉ LA EXPULSIÓN?
Un esquadrón de moras y de moros
va de todos oyendo mil ultrajes;
ellos con las riquezas y tesoros,
ellas con los adornos y los trajes.
Las viejas con tristezas y con lloros
van haciendo pucheros y visajes,
cargadas todas con alhajas viles,
de ollas, sartenes, cántaros, candiles.
Un viejo lleva un niño de la mano,
otro va al pecho de su madre cara,
otro, fuerte varón como el Troyano,
en llevar a su padre no repara.
(Gaspar Aguilar)
Al poco tiempo de acceder al trono Felipe III realizó un viaje al Reino de Valencia acompañado de su valido Francisco Gómez de Sandoval, marqués de Denia y duque de Lerma, gran señor de moriscos y portavoz de la nobleza valenciana opuesta a la expulsión. en mayo de 1599 el rey escribió una carta al arzobispo de Valencia y patriarca de Antioquía, Juan de Ribera en la que le daba instrucciones precisas para la evangelización de los moriscos mediante la predicación y la difusión de un catecismo que había escrito su antecesor en el arzobispado.
Está V.M. resuelto a que para mayor justificación y que no que quede escrúpulo de no haberse hecho todas las diligencias posibles, se vuelva a la instrucción, y se provean para ello sacerdotes y religiosos doctos y ejemplares, porque se entiende que por no serlo muchos de los que por lo pasado se ocuparon de este ministerio, en lugar de hacer provecho hicieron daño… fray Jerónimo Javierre
Estas instrucciones fueron acompañadas de un edicto de gracia expedido por el inquisidor general, pero la evangelización se realizó con excesivo celo inquisidor. Por otro lado, en la corte había un sector partidario de las medidas extremas debido a las relaciones que mantenían los moriscos con el rey de Francia, por lo que enfocaban el «problema morisco» desde una perspectiva exclusivamente político-militar
La moderación era la postura impuesta, pues se envían la idea predominante en la corte de Madrid era la proseguir con la «instrucción» de los moriscos, pero el 30 de enero de 1608 el Consejo de Estado resolvió lo contrario y propuso su expulsión sin explicar los motivos de su cambio de actitud. La clave, según Domínguez Ortiz y Bernard Vincent, estuvo en el cambio de opinión del valido, el duque de Lerma, que arrastró a los demás miembros del Consejo.
El porqué del cambio de actitud del duque de Lerma queda sin explicar; tal vez cuando dio con la fórmula mágica de la incautación de bienes pensó que podía agradar a la reina [firme partidaria de la expulsión], con la que estaba en relaciones difíciles, con una medida que no le costaba nada e incluso podría serle provechosa. Conociendo al personaje se hace difícil creer que tomase una decisión importante sin que hubiese dinero por medio. Los motivos últimos y recónditos son de los que no dejan huella en la documentación. En todo caso se trató de una decisión personal no exigida por ninguna fatalidad histórica».
Según Domínguez Ortiz y Benard Vincent, en la decisión de Felipe III no solo influyó el parecer del valido, sino también el de la reina Margarita de Austria, de quien en sus honras fúnebres el prior del convento de San Agustín de Granada dijo que profesaba un «odio santo» a los moriscos y que la execución de la mayor empresa que ha visto España, donde el interés que rendían estos malditos a los potentados, cuyos vasallos eran, luchaba con su ida y expulsión, y de que no prevaleciese la mayor parte debemos a nuestra serenísima Reina.
LOS MORISCOS DE VILLARUBIA DE LOS OJOS
El primer nombre con que figura el pueblo es el de Rubeum, denominación puramente latina que se da a la condición de terreno rubio o rubial. Al nombre Rubeum, se añadió en el siglo xi el calificativo de villa, naciendo así el nombre de Villa Rubeum, palabras que, posteriormente, se unieron y convirtieron en Villarrubia al desaparecer el latín. No será hasta el siglo xvi cuando se le añade el adjetivo de los Ajos, cuando en esta villa había muchos cañamares. También se decía que en estos cañamares se sembraba mucha Rubia, planta muy valiosa para los drogueros. No será hasta el siglo XVIII cuando aparece el nombre completo de Villarrubia de Los Oxos del Guadiana, y por desuso del topónimo «del Guadiana», en el siglo xviii pasó a llamarse Villarrubia de Los Ojos.
Según el trabajo del hispanista Trevor Dadson, basado en el archivo de la Casa Ducal de Híjar, la documentación aportada por los condes de Salinas y de Diego de Silva y Mendoza, hijo de la princesa de Éboli y conde consorte de Salinas, la historia de Villarrubia de los Ojos permite conocer el carácter de la comunidad morisca de Villarrubia, sus relaciones con los vecinos cristianos viejos y con el señor del pueblo, el conde de Salinas, y el proceso de expulsión.
La población de Villarrubia había llegado a su cénit en la década de 1590, alcanzando las mil casas o unas 3.800 o 4.000 personas, de las cuales un 40%eran moriscos
Del grado de asimilación da fe el hecho de que el sistema local de justicia estuviese prácticamente en manos de moriscos.
El 22 de marzo de 1611 se publicó el bando de expulsión que afectaba a los moriscos de Castilla, produciéndose una rebelión civil en Villarubia a favor de sus vecinos. Así, el conde de Salinas organizó la resistencia de los villarrubieros desde Madrid, mientras, algunos moriscos como los clérigos Pedro Naranjo y Alonso Rodríguez y los licenciados Lope el Niño y Alonso Herrador escribieron una larga carta al secretario del Consejo de Estado, Antonio de Aróztegui, exponiendo la gravedad de la situación:
Y es ansí que los que hay en la dicha villa de Villarrubia de los Ajos son del tiempo del católico rey don Femando de gloriosa memoria, todos ellos habidos y tenidos por cristianos viejos y como tales admitidos a todos los oficios honrosos de la república, porque han sido y ejercido los oficios de alcaldes y regidores y los demás honrosos de la república de tiempo inmemorial a esta parte, y son clérigos presbíteros y letrados graduados en las universidades de estos reinos, y muchos de ellos son escribanos públicos y notarios apostólicos, y han servido y de presente sirven a Vuestra Majestad en la guerra con oficios de capitanes, alférez y sargentos y soldados, puestos en presidio de la costa de la mar con muchas ventajas y premios de Vuestra Majestad. Y los demás son casados con cristianos viejos y vividos y conformes con ellos en todo el trato y comunicación…
Villarrubia parece haber sido un pueblo con una convivencia genuina entre cristianos y moriscos y las consecuencias de ello se hicieron notar en el momento de la expulsión: la comunidad en su totalidad vino a apoyarlos, con el conde de Salinas empleando toda su influencia política y habilidad para impedir la expulsión de sus vasallos y, en su caso, la posibilidad de regresar a una comunidad que estaba lista y dispuesta a reincorporarlos.
LOS MORISCOS EN EL QUIJOTE: RICOTE
La orden de expulsión en Murcia fue hecha pública el 8 de octubre de 1610 y, en principio, solo se refería a los moriscos granadinos que habían sido deportados allí tras la Rebelión de las Alpujarras (1568-1571). Los demás, conocidos como los del valle de Ricote por habitar esa parte de la vega del río Segura, encomienda de la Orden de Santiago, quedaron exceptuados debido a los buenos informes de que se disponía sobre su sincera conversión al cristianismo, Pero justo un año después, el 8 de octubre de 1611, Felipe III decretó su expulsión y de los demás moriscos antiguos, lo que levantó numerosas protestas por ser considerados auténticos cristianos. La orden fuera aplazada, pero dos años después, en octubre de 1613, se procedió a la expulsión de los 2.500 moriscos de Ricote junto con el resto de los moriscos antiguos, que sumaron en total unos seis o siete mil. Fueron embarcados en Cartagena rumbo a Italia y Francia.
En el capítulo II del Quijote trata Cervantes el asunto de la expulsión, un tema de plena actualidad cuando apareció la segunda parte del Quijote. Que el autor diera el nombre de Ricote al protagonista de un célebre episodio del Quijote refleja la importancia que se daba al hecho.
El topónimo Ricote quedó desde entonces revestido de un aura de fatalidad y punto final […] Cervantes quiso que su noble personaje fuera un recuerdo vivo del último y tristísimo capítulo de aquella expulsión que veía ensalzar a su alrededor como una gloriosa hazaña (Márquez Villanueva).
Cervantes conocía bien a los moriscos de la Mancha: había vivido entre ellos en Esquivias, y colocó a Dulcinea en otro pueblo conocido por el tamaño e importancia de su población morisca: El Toboso. Además, el episodio de Sancho y Ricote narrado en la Segunda Parte del Quijote no es un episodio cualquiera entre un cristiano viejo y uno nuevo, sino que responde a una realidad histórica específica: la situación de los moriscos manchegos, entre quienes podemos incluir a los moriscos del Campo de Calatrava, y, en particular, a Villarubia de los Ojos.
Ricote aparece en los capítulos LIV, LXIII y LXV.
En el capítulo LIV Sancho Panza ha salido de su cargo de gobernador de la Ínsula de Barataria y cuando decide ir a buscar a don Quijote se encuentra a Ricote, el tendero de su pueblo. Sabiendo que es morisco, Sancho le increpa con cariño sobre su estancia en España con los peligros que corre y el mismo Ricote le explica que después de la expulsión de los moriscos ha viajado a África, después a Alemania, pero que siempre quería volver a esta tierra que es donde estaba mejor y que además venía a recoger un tesoro que dejó escondido cerca del pueblo y así poder acercarse a su mujer Francisca y a su hija Ana Félix.
En el capítulo LXIII, don Quijote y Sancho están bajo la protección de Antonio Moreno en Barcelona y decidieron aproximarse a la galera. Están viendo cómo se prepara las velas cuando avistan la presencia de una galera turca. El tal Moreno vence al enemigo y apresa al arráez, que a preguntas del capitán cristiano contesta que es una mujer cristiana. En ese momento aparece un hombre y se lanza hacia la joven reconociéndola como Ana Félix, su hija.
—¡Oh, Ana Félix, desdichada hija mía! Yo soy tu padre Ricote, que volvía a buscarte, por no poder vivir sin ti, que eres mi alma.
En el capítulo LXV se relata la salvación y aparición de Gregorio, el joven enamorado de Ana Félix en la casa de don Antonio.
De aquella nación más desdichada que prudente sobre quien ha llovido estos días un mar de desgracias, nací yo de moriscos padres engendrada. En la corriente de su desventura, fui yo por dos tíos míos llevada a Berbería, sin que me aprovechase decir que era cristiana, como, en efecto, lo soy, y no de las fingidas ni aparentes, sino de las verdaderas y católicas. No me valió con los que tenían a cargo nuestro miserable destierro decir esta verdad, ni mis tíos quisieron creerla; antes la tuvieron por mentira y por invención para quedarme en la tierra donde había nacido, y así, por fuerza más que por grado, me trujeron consigo. Tuve una madre cristiana y un padre discreto y cristiano ni más ni menos; mamé la fe católica en la leche; criéme con buenas costumbres; ni en la lengua ni en ellas, jamás, a mi parecer di señales de ser morisca (II.62.32.1).
El apellido Ricote era muy conocido en el siglo XVII, especialmente en la zona precisamente del valle de Ricote en Murcia, llamado así porque eran muchos los apellidos de los moriscos es esa zona, con la particularidad que cuando Felipe III decidió por segunda vez expulsara definitivamente a los moriscos de España en 1614, que es cuando se escribió la segunda parte de el Quijote, a los únicos moriscos que concedió la posibilidad de mantenerse en España fue a los habitantes de esta zona en el pueblo de Blanca.
Arraigados a su tierra natal, muchos de los moriscos regresaron de incógnito, permaneciendo ocultos y creando familias que durante siglos vivieron en el Valle de Ricote, Albudeite, Fortuna y Abanilla. Jerónimo Medinilla, visitador de la Orden de Santiago, censó en 1634 ante su sorpresa una gran cantidad de moriscos que habían regresado o no habían sido expulsados y vivían en el Valle de Ricote de forma ilegal, bajo el yugo de la Inquisición y la ley. Muchas de esas ramas familiares moriscas, bajo apellidos castellanos, han llegado hasta nuestros días.
Ricardo Aller Hernández