El dinero y su rueda,
el dinero y sus números huecos,
el dinero y su rebaño de espectros.
El dinero es una fastuosa geografía:
montañas de oro y cobre,
ríos de plata y níquel,
árboles de jade
y la hojarasca de papel moneda.
Sus jardines son asépticos,
su primavera perpetua está congelada,
sus flores son piedras preciosas sin olor,
sus pájaros vuelan en ascensor,
sus estaciones giran al compás del reloj.
El planeta se vuelve dinero,
el dinero se vuelve número,
el número se come al tiempo,
el tiempo se come al hombre,
el dinero se come al tiempo.
La muerte es un sueño que no sueña el dinero.
El dinero no dice tú eres:
el dinero dice cuánto».
(Octavio Paz)
ANTIGÜEDAD
Las primeras emisiones monetarias salidas de cecas hispanas fueron las de las colonias griegas de Emporion (San Martín de Ampurias, Gerona) y Rhode (Rosas) y de las colonias fenicias de Ebusus (Ibiza) y Gadir (Cádiz), a finales del siglo IV a. C.
Las primeras monedas de la Península Ibérica se acuñaron en la colonia focense de Emporion, hacia finales del siglo VI a. C. Las monedas de Emporion, cuyo nombre significa precisamente “mercado”, eran piezas de plata de estilo puramente griego y perduraron, con interrupciones, hasta el siglo I a. C. Estas primeras acuñaciones tuvieron un propósito y un uso local, pudiéndose descartar motivaciones relacionadas con la financiación militar o con las actividades comerciales importantes.
La prosperidad económica llevó, a partir del siglo III a. C. a la acuñación de la dracma. Con su diosa rodeada de delfines, Pegaso, el caballo alado, y la leyenda en griego “de los ampuritanos”, la dracma se convirtió en un referente para su área de influencia, difundiendo el uso de la moneda entre las poblaciones indígenas cercanas, que no estaban habituadas a esta forma de dinero, e inspirando sus primeras acuñaciones.
Rhode fue una colonia griega fundada en el extremo norte de la bahía de Roses, en una pequeña colina (Santa María). Contaba con un puerto natural bien protegido. No está clara la identidad de sus fundadores, aunque se destaca la influencia de los focenses massaliotas.
SHEKEL
Los asentamientos fenicios en la Península se remontan a los inicios del siglo I a. C., trayendo consigo su moneda: el shekel, o siclo.
En 237 a. C., Cartago, derrotada en la Primera Guerra Púnica, emprendió la conquista de Iberia en busca de recursos, especialmente la plata del sur, una estrategia que condujo al segundo enfrentamiento con Roma.
Los cartagineses acuñaron dobles y triples shekels, diseñados como vehículos de prestigio y propaganda para transmitir el poder de Cartago a través de sus dioses, caballos, las naves de guerra o elefantes.
Las acuñaciones cartaginesas concluyeron en 206 a. C., con su retirada de la Península, pero Gadir (Cádiz) y otras ciudades de raíz fenicia acuñaron moneda hasta el siglo I d. C.
DENARIOS
Los pueblos de la zona ibera comenzaron a acuñar moneda con la conquista romana y las primeras conocidas son las de Iltirta (Lérida) y Arse (Sagunto), de finales del siglo III a. C., utilizando la metrología de la dracma griega antigua y sus fracciones y muy diversos motivos iconográficos, siendo los más extendidos el del «jinete ibero» y la cabeza de Hércules.
Roma llegó a Iberia en 218 a. C. durante su enfrentamiento con Cartago. Las exigencias de la Segunda Guerra Púnica (218-202 a. C.) obligaron a la República romana a desarrollar un sistema monetario completo, en oro, plata y bronce, siendo las monedas más importantes el denario y el áureo.
El denario de plata, cuyo nombre procede de su valor (10 ases de bronce) nació hacia 211 a. C. Esta moneda es origen de la palabra “dinero”.
En sus Etimologías, San Isidoro explica los pesos y divisores del sistema romano. El sueldo, solidus, respondía a 1/72 de libra romana.
Traídos por los negociantes itálicos y por los ejércitos, denarios de plata y ases de bronce fueron las monedas de la romanización. A partir de mediados del siglo I a. C. las monedas reflejaban la transformación de la Península en provincia romana. Se impuso el uso del latín y las viejas imágenes dieron paso a nuevos diseños, a los retratos imperiales y a los nombres de los magistrados que regían colonias y municipios. Si en algunas de las antiguas ciudades se mantenía la cultura indígena, con tipos como el jinete o la escritura fenicia, en las nuevas fundaciones se eligieron imágenes de gran significado para la población romana, como la yunta de bueyes, trazando el surco fundacional de la ciudad.
En época romana, el número de cecas que llegaron a funcionar fue muy alto, unas 200 en el periodo republicano (350 si se suman todas las de la Antigüedad y Tardo antigüedad), y de tipologías y metales muy variados: oro, plata, cobre, plomo y aleaciones para acuñar denarios y ases ibéricos, en los que se grababan una cabeza masculina y un guerrero a caballo, junto a inscripciones en escritura ibérica.
Las primeras acuñaciones de moneda romana en Hispania salieron de cecas militares móviles para las necesidades del ejército, particularmente durante las guerras civiles, no siendo hasta el término de las guerras sertorianas (72 a. C.) cuando se unificó el modelo monetario, con inscripciones en latín e iconografía romana.
En lo más alto del sistema estaba el áureo de oro. Destinado a los grandes pagos y a las operaciones comerciales que traspasaban los límites del Imperio, tiene una conexión directa con Hispania, pues su acuñación masiva fue posible a la explotación de las minas de Las Médulas (León). Además, de forma excepcional, algunas emisiones se acuñaron en Colonia Patricia (Córdoba), Caesaraugusta (Zaragoza) y Tarraco (Tarragona).
La reforma monetaria de Augusto trajo consigo el cierre de algunas cecas y la apertura de otros; y en el año 39-40 d. C., gobernando Calígula, se cerraron todas las cecas hispanas, no habiendo en el resto del periodo romano más emisión de moneda en Hispania, salvo contadas excepciones: una en Ebusus (Claudio), tres en Tarraco (Galba, Vitelio y Vespasiano) y una en Barcino (Máximo).
TREMÍS
A finales del siglo V, el Imperio Romano de Occidente se fragmentó bajo la presión de las migraciones germánicas. De los pueblos asentados en la Península, solo suevos(monedas, incluyendo un tridente de oro con la inscripción SENAPRIA) y visigodos acuñaron moneda, siendo estos últimos quienes desarrollaron un sistema propio: el tremís.
El tremís, o trientes de oro (un divisor o moneda fraccionaria del solidus bizantino) nació en 384, en un mundo en el que el oro se había convertido en la forma de pago oficial. Los visigodos adoptaron su peso, la lengua latina y sus imágenes, aunque con un estilo propio.
Los tremises se acuñaron en numerosas ciudades (Cartagena, Toledo, Mérida e Ispali). Hasta la invasión islámica en 711, aunque la sociedad visigoda ya no usaba la moneda como lo hacía la romana: el sistema estaba basado exclusivamente en el oro y concebido especialmente para el pago de tributos; para los gastos cotidianos, la población empleaba las antiguas monedas de bronce romanas o formas alternativas, como pagos en especie.
La moneda visigoda aparece con Leovigildo (573-586) y las cecas visigodas seguían la organización por zonas geográficas, correspondientes a las antiguas provincias hispanorromanas, emitiendo con tipos provinciales desde Leovigildo a Chindasvinto (642-653).
El patrón ponderal seguido por los visigodos, tanto en las monedas del reino de Tolosa como en el de Toledo, tenía como base ponderal la libra romana y sus pesos teóricos se ajustaban a la reforma constantiniana del solidus aureus, pero con pesos más débiles. Los visigodos solo acuñaron tremises de oro de baja ley, con pérdida paulatina del fino del oro y aumento del de plata, llegando a ser casi exclusivos de este metal al final de la monarquía.
Anda un buey valorado en un sueldo y un tremis (Diploma del 796 de Santo Toribio de Liébana).
EL DINAR
La llegada de los musulmanes trajo consigo un nuevo sistema monetario: el dinar de oro, el felús de cobre y, sobre todo, el dírham de plata.
Sus primeras emisiones son dinares gruesos y toscos en latín, pronto también en árabe, acuñados a partir de 712 para pagar a las tropas durante la conquista.
Las primeras monedas del mundo islámico se crearon a partir de modelos bizantinos y orientales, pero la tradición religiosa creó su propio modelo: piezas completamente cubiertas por escritura árabe, con citas del Corán y menciones al gobernante y sus títulos, la fecha y el lugar de producción. Esta preferencia por la palabra hace de las monedas andalusíes testigos directos de los cambios territoriales, religiosos y políticos de la compleja trayectoria de al-Ándalus, hasta su desaparición en 1492.
A diferencia de la visigoda y la de los primeros reinos cristianos, la sociedad de al-Ándalus sí hacía un uso masivo de la moneda: era imprescindible para el sistema tributario, el mantenimiento del ejército, las rutas comerciales, la vida corriente y el pago de impuestos a los reinos cristianos, las “parias”.
Con el Califato de Córdoba, fundado por Abd al-Rahman III en 929, se inició una etapa de estabilidad cuyo reflejo monetario fue la acuñación de ingentes cantidades de dírhams de plata. Las primeras emisiones proclaman oficialmente el cambio político, mencionando, por primera vez, a un gobernante andalusí por su nombre y títulos: «Abd al-Rahman, Príncipe de los creyentes».
Su proyección internacional fue también enorme, circulando por el ámbito cristiano peninsular y por todo el Mediterráneo islámico, llegando, incluso, hasta Rusia y Asia.
El dinar de oro de 4 gramos de peso y ley de 985 milésimas utilizado durante la segunda mitad del siglo XI por los almorávides de la península ibérica fue el precedente inmediato de la moneda llamada morabetino lupino, llamado así en referencia al Rey Lobo de Murcia y la taifa almorávide de Murcia, donde se acuñaban dinares de 3,88 gramos. Esta moneda comenzó a fluir por León y Castilla desde principios del siglo XII y se vio interrumpida por la llegada de almohades.
Los sistemas monetarios tradicionales (libra, sueldo y dinero), acuñados siempre en plata y vellón, fueron quedando supeditados ante la presencia de las piezas de oro, llegando a circular diferentes tipos, según su procedencia, como morabetinos marinos o melikis, los morabetinos mercantes o los morabetinos aiares.
En la época almorávide, además del morabetino o maravedí, de 3,9 g de oro, se acuñó el dirhem qasimí de plata, con una fracción de medio dirhem llamada qirat. En las terceras taifas y la época nazarí se acuñó el rub (1/4 de dirhem), el dinar dahabí de oro, el dinar fiddi de plata y el dinar ayní de vellón.
A veces, la aleación metálica no se ajustaba a la normativa establecida por el califa omeya Abd al-Malik y se empleaba menos metal precioso en las cecas para la elaboración de monedas, lo que suponía un fraude económico. Esto era frecuente en épocas de crisis política. Por ejemplo, en la época posterior al califato de la dinastía Omeya de al-Andalus,(la época de los primeros reinos de taifas), se manufacturaban monedas de oro de baja ley metálica, conocidas por dinares de electro o electrón, y monedas de plata también de baja ley metálica, conocidas por dírhemes de vellón.
LA DOBLA
La dinastía nazarí seguía el sistema introducido en el siglo XII por los almohades, deliberadamente rompedor con la tradición andalusí. Los cambios más llamativos fueron la forma cuadrada del dírham de plata y duplicar el peso del dinar de oro, para alcanzar el que teóricamente tenían los dinares de La Meca en época del Profeta. De ahí el nombre que los castellanos dieron a estas piezas: “dobla”.
Las doblas granadinas incluyen largos textos en escritura cursiva, entre ellos el lema de la dinastía, el mismo que decora la Alhambra (Sólo Dios es vencedor), y la genealogía del gobernante. Gracias a ello, ha sido posible conocer el árbol familiar y el orden de los reyes nazaríes.
Et aquel golfín tomó çient doblas et limólas, et de aquellas limaduras fizo, con otras cosas que puso con ellas, çient pellas, et cada una de aquellas pellas pesava una dobla, et demás las otras cosas que él mezcló con las limaduras de las doblas (Don Juan Manuel, Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio).
Fueron acuñadas en grandes cantidades para hacer frente al intenso comercio internacional y a los frecuentes pagos de tributos a los cristianos en un contexto cada vez más hostil, hasta su absorción por la Corona de Castilla en enero de 1492.
LA ESPAÑA CRISTIANA
El dinero, cuyo nombre procedía del ya lejano denario romano, fue la moneda más característica de la Edad Media cristiana hasta el siglo XIII.
Las primeras emisiones cristianas de la Península se producen en la Marca Hispánica, al sur de los Pirineos, y son dineros de plata de Carlomagno acuñados a partir de 785 en la actual Cataluña.
El resto de nacientes reinos cristianos aún tardó dos siglos en producir moneda propia. Si necesitaban usar monedas, utilizaban las islámicas, que circulaban por todo el territorio peninsular. El despegue definitivo de la acuñación se produjo a finales del siglo XI, ligado al desarrollo de la vida urbana y del comercio, al impulso del Camino de Santiago y a la consolidación territorial y política.
Cada reino desarrolló su propio sistema monetario, con distintos valores y tipos que combinaban imágenes de los reyes, símbolos religiosos, especialmente la cruz, emblemas heráldicos y leyendas en latín. Sin embargo, todos estaban unidos por el dinero de vellón: una moneda humilde, pequeña, delgada y frágil.
A medida que los reinos cristianos crecían y evolucionaban, su economía y relaciones comerciales comenzaron a demandar monedas propias. Reflejando sus distintos vínculos, influencias y necesidades, las emisiones de plata y de vellón se inspiraron en modelos europeos, pero las primeras acuñaciones en oro se hicieron imitando las andalusíes.
La primera moneda de oro cristiana de la Península fue el mancuso, acuñado en el Condado de Barcelona a lo largo del siglo XI. Comenzó a emitirse en época del conde Berenguer Ramón I (1018-1035), inspirado en los dinares de su coetáneo hammudí Yahya al-Mu’tali, probablemente como consecuencia de una escasez de monedas andalusíes en circulación.
El nombre de mancuso deriva del árabe manqus (“grabado”, “acuñado”). Ramón Menéndez Pidal fijó la fecha de su acuñación entre 1033-1035, basado en su teoría del Imperio leonés.
La moneda de Sancho el Mayor … [un dinero de vellón semejante a los denarios carolingios] … es la primera moneda de reyes cristianos peninsulares; es la única que se conoce de él (Museo Arqueológico Nacional) y el modelo imitado por las monedas de sus descendientes en Navarra y Aragón (Germán de Iruña).
Alfonso VI acuñó moneda de vellón imitando tanto al dirham andalusí como al dinero carolingio tras la conquista de Toledo (1085); mientras que Alfonso VIII acuñó el maravedí de oro de 3,8 g a imitación del doble dinar o dobla almohade (metical o morabetino) a partir de 1172. Con Alfonso X el Sabio se acuñó el maravedí de plata de 6 g, equivalente a 1/6 del maravedí de oro, con Pedro I de Castilla el real de plata de 3,45 g, equivalente a 1/12 de dobla, con Enrique III de Castilla la blanca de plata y desde Fernando III el Santo hasta los Reyes Católicos se acuñaron doblas o castellanos de 4,5 g de oro, equivalentes a diez dineros de plata.
En los reinos orientales se siguió el sistema carolingio, con libras y sueldos como monedas de cuenta de plata, mientras que se acuñaba el dinero (1/12 del sueldo), el sueldo jaqués (equivalente a cuatro dineros), el gros (denarios grossos con Jaime I de Aragón) y el croat (equivalente a un sueldo con Pedro I de Aragón); como monedas de oro se acuñaron el Mancuso, el florín (Pedro IV de Aragón, a imitación de Florencia) y el ducado (Juan II de Aragón, copiando la moneda de Venecia).
A mediados del siglo ix desaparecen las menciones a las antiguas monedas visigodas, salvo en la zona más occidental del reino. Así, en numerosos documentos galaico-portugueses se atestigua la pervivencia de la moneda de oro, y existen numerosos documentos de la zona donde se utilizan las expresiones de solidos gallicanos, gallicenses, calicenses, gallicarios, galleganos…
El uso del oro fue declinando poco a poco y las menciones a las libras, sueldos y talentos que aparecen en los documentos son excepcionales, quedándose para grandes sumas.
En la segunda mitad del siglo IX se generalizó en el núcleo del reino asturleonés el uso de la plata como moneda de cambio y cuenta, y en el siglo X se consolidó el uso de solidos argenteos.
En esta época se empleaba el modio de trigo y la oveja como moneda de cuenta e intercambio, con la equivalencia de un sueldo de plata. El oro musulmán era muy excepcional en los siglos iniciales, aunque no totalmente desconocido: por un diploma de Ordoño II se tien constancia de que Alfonso III (866-909) otorgó en su testamento al obispo de Zamora, San Genadio, 500 metcales ex auro purissimi, siendo metcal la palabra que indicaba el peso del dinar.
El mayor desarrollo económico y monetario de Al-Andalus, hizo que las monedas andalusíes tuvieran una gran difusión en los reinos cristianos, recibiendo el nombre de piezas solidos o argentum mahomati, hazimi o kazimi, en referencia a los prefectos de la ceca cordobesa.
En los siglos X y XI, existían los argentum, solidos Kacimies, o mahometies, cuyo uso debieron llevar al norte los mozárabes repobladores de extensas zonas del territorio, en especial la meseta del Duero.
Las parias eran impuestos que pagaban los reyes de taifas (1031–1492) a los reyes cristianos, principalmente al reino de León, para que no les atacasen y para que fuesen protegidos de los propios enfrentamientos que se producían entre los reinos taifas o de los ataques de otros reinos cristianos. El primer caso conocido fue el conde de Barcelona Ramón Borrell III, quien participó en las luchas internas de Al-Andalus en 1010 sirviendo Muhammad al-Mahdi a cambio de cien piezas de oro diarias y dos dinares por soldado, además de vino y víveres y el derecho a todo el botín que pudiesen obtener.
Alfonso VI, tras reunificar el reino, presionó a los tributarios musulmanes exigiendo mayores cantidades de dinero, lo que llevó a algunos estados de taifas a tener que rebajar la ley de la moneda para mantener el montante que debían pagar, pero la presión militar del rey de Castilla y la precariedad interna de estos reinos de taifas llevó a la conquista de Toledo (1085) por parte de Alfonso VI, hito que iba a marcar el principio del fin del sistema de parias al solicitar los taifas la ayuda de los almorávides.
La nueva posición hegemónica de los cristianos y la desorganización política de Al-Andalus llevó a los monarcas cristianos a avanzar en sus conquistas territoriales hacia el sur y a fortalecer su propio poder, siendo una parte fundamental la acuñación de moneda.
Si Dios me da vida he de doblaros la soldada.
Ahora ya tengo gastado todo mi oro y mi plata,
bien veis, Martín Antolínez, que ya no me queda nada.
Plata y oro necesito para toda mi compaña,
No me lo darán de grado, lo he de sacar por las malas.
(Cantar de Mio Cid)
En esta época el sistema monetario usado siguió siendo de continuidad, utilizándose el mismo del tipo monometálico de apariencia en plata: el vellón.
Cuando la llegada de los almohades acabó con los Taifas, en especial con el murciano del rey Lobo en 1172, se cortó el flujo de oro musulmán hacia el norte, creando un vacío monetario que el rey de Castilla tenía ahora que llenar: el maravedí de oro de Alfonso VIII, realizada en Toledo y escrita en caracteres árabes.
Non falsarié judicio por aver monedado. (Gonzalo de Berceo, Vida de Santo Domingo de Silos,1236).
El maravedí (de “morabetí”, almorávide) tenía peso y aspecto islámico, con leyendas de carácter cristiano, citando al Papa y al Rey de Castilla, una cruz y las iniciales latinas ALF en el anverso. Y en lugar de fechar la acuñación por la Hégira, al modo andalusí, se utilizaba la Era de Safar, denominación árabe de la Era Hispánica.
La dobla era el nombre castellano que recibía el dinar almohade y nazarí, y se convirtió también en el de la moneda de oro de la Corona de Castilla. Las primeras doblas conocidas fueron acuñadas por Alfonso X, el Sabio, quien prescindió de la moneda de oro cuya manipulación era fácilmente detectable y emitió desde 1265 una moneda nueva, con un contenido inferior de plata, a la que se le atribuyó, no obstante, el mismo valor: el dinero alfonsí o dinero blanco alfonsí. Poco después acuñó una nueva moneda, los dineros prietos.
En 1277-1278 se acuñó el seisén, así llamado porque correspondía a seis dineros blancos de la guerra. En este contexto se produjo una gran inflación de los precios expresada en vellón, siendo una de las que alentaron la rebelión del infante Sancho contra su padre en 1282.
Faser dos monedas: una de plata y otra de cobre, porque andasen todas las mercaderías grandes e pequennas, e porque el pueblo fuese mantenido y viviesen por regla e por derecho, e que oviesen abastamiento de moneda, porque por ella oviesen las cosas que oviesen menester (Alfonso X a las Cortes de Sevilla,1281).
A lo largo del siglo XIV hubo depreciaciones que al igual que las de Alfonso X fracasaron porque pretendían mantener la relación anterior del vellón con el oro y la plata, al alterar la ley, pero no el curso legal. La inflación de precios y salarios fue continua entre 1350 y 1369 y se agudizó con las manipulaciones monetarias de Enrique II.
Enrique III emprendió una reforma monetaria que combinó la depreciación del vellón, al reducir la ley de las monedas, con el reconocimiento de su valor menor respecto a las de oro y plata fina. Entre 1399 y 1403 se acuñaron nuevos tipos de piezas de vellón, quedando el sistema monetario en doblas, reales y monedas vellón.
La dobla se mantuvo durante más de dos siglos, con variaciones en el diseño que se reflejan en sus nombres. Hubo “doblas de cabeza” (con el busto del rey), “de la banda” (por el escudo cruzado de la Orden de la Banda), “enriques de la silla” (con Enrique IV entronizado), o “castellanos” (por el castillo).
Enrique IV y sus consejeros deseaban conseguir que en el reino circulara sólo moneda vellón con un valor amparado por su autoridad política y reservar el oro y plata para un comercio exterior, pero no lo logró: el caos mercantil generado fue enorme, y los valores de la moneda no se pudieron mantener, siendo una de las causas del estallido de guerra civil de 1465.
Los enriques nuevos, valorados en 310 maravedís y los cuartos de real aparecieron en 1468 y en 1471, tras las Cortes o ayuntamiento de Segovia, se volvía a fijar en seis el número de cecas oficiales.
Entre 1475 y 1485 los Reyes Católicos dictaron una serie de medidas para regular el sistema monetario: el enrique pasó a llamarse castellano, y se acuñó un múltiplo, el excelente.
Primeramente ordenamos, y mandamos, que sean hechas pesas de hierro, ò de laton, con que se pesen en la nuestra Corte, y en todas las Ciudades, Villas, y Lugares de los dichos nuestros Reynos de Castilla, y de León, las monedas de Excelentes, y medios Excelentes, y de Castellanos, y quartos de Excelentes, y de medio Castellano, y de Doblas, Florines, y Aguilas, y Ducados, y Cruzados, y Coronas, y cada una de ellas bien concertadas, y ajustadas; y que sean acuñadas con sus trocheles en la forma siguiente: Que las pesas de Excelentes tengan cada una en la parte de encima las divisas del Yugo, y Flechas, con una E. debaxo. Y cada pesa de medio Excelente, y de Castellano, y de Dobla de la Vanda, que todo es un peso, tengan un Castillo encima, y una C. al pie; y cada pesa de quarto de Excelente, y medio Castellano, tengan un Leon encima; y cada peso de florin tengan una F. con una Corona encima; y cada pesa de Aguila una Aguila; y cada pesa de los Ducados, y cruzados, que es todo un peso, una Y. Griega con una Corona encima, y una D. al pie; y cada pesa de Corona una Corona … Otrosí porque pesándose las faltas de estas monedas con granos de trigo, podría haber engaño; porque unos son mayores y otros menores, mandamos y ordenamos que sean hechas pesas de latón de un grano y de dos granos (Pragmática de los Reyes Católicos, 1488).
Llamado así para subrayar su buena ley, el excelente adoptó el patrón del ducado veneciano, abriendo la corona de Castilla a los circuitos internacionales en alza. De altísima calidad y producción masiva gracias al oro de América, fueron monedas de enorme prestigio, empleadas en el comercio a larga distancia en Europa y en las rutas hacia Oriente. Tuvieron tanto éxito que se acuñaron durante décadas tras las muertes de Isabel y Fernando, para mantener la confianza de los mercados.
LA MONEDA DEL IMPERIO
Entre 1534 y 1566, Carlos V y Felipe II sentaron las bases del sistema monetario de la Edad Moderna. Formado por escudos de oro, reales de plata y maravedís de vellón, estaba destinado a la Corona de Castilla, puesto que la Monarquía Hispánica no contó con un sistema unificado, pero al implantarse la moneda castellana en América, ésta se convirtió en una de las más duraderas de nuestra historia.
Escudos, doblones (piezas de dos y cuatro escudos) y onzas (de ocho) se produjeron tanto en el Nuevo Mundo como en la Península.
En 1582 se instaló en Segovia del “Real Ingenio”, un innovador sistema de acuñación hidráulico para el que se construyó un complejo industrial, pionero en Europa, diseñado por el arquitecto Juan de Herrera.
La plata dominó la economía del mundo moderno desde el siglo XVI gracias a la explotación de nuevas minas en Europa y América, cuyo control permitió a Castilla acuñar la pieza de ocho reales, una moneda fuerte que se impuso como divisa internacional.
También llamados pesos y duros, los reales del “rey de las Españas y las Indias” circularon por todo el mundo, uniendo por primera vez Europa, América y Asia en una intrincada red de negocios. Fueron la clave del comercio con Oriente, ya que las piezas acuñadas en las ciudades americanas fueron prácticamente el único medio de pago aceptado en China.
Pues, estando en esto, entró por la puerta un hombre y una vieja. El hombre le pide el alquiler de la casa y la vieja el de la cama. Hacen cuenta, y de dos en dos meses le alcanzaron lo que él en un año no alcanzara. Pienso que fueron doce o trece reales. Y él les dio muy buena respuesta: que saldría a la plaza a trocar una pieza de a dos y que a la tarde volviesen; mas su salida fue sin vuelta (Lazarillo de Tormes).
EL PRINCIPIO DEL FIN DE UN IMPERIO
Dineros son calidad, / ¡verdad!
Cruzados hacen cruzados, / escudos pintan escudos, / y tahures, muy desnudos, / con dados ganan Condados; / ducados dejan Ducados, / y coronas Majestad: / ¡verdad!
Cualquiera que pleitos trata, / aunque sean sin razón, / deje el río Marañón, / y entre el río de la Plata…
(Luis de Góngora, Dineros son calidad, 1601)
El maravedí renació en el siglo XVI, pero convertido en moneda de vellón de poco valor. A finales del siglo XVI y del XVII, el Estado cargó sobre sus súbditos los problemas económicos y financieros de los Austrias, alargándose el problema hasta el siglo XVIII.
Como el sacar los aceros
con quien tuviere ocasión,
así el jugar es razón
con quien trajere dineros.
(Lope de Vega)
O como decía Sancho Panza (El Quijote, 1615):
… a cuartillo cada uno, que no llevaré menos si todo el mundo me lo mandase, montan tres mil y trecientos cuartillos, que son los tres mil, mil y quinientos medios reales, que hacen setecientos y cincuenta reales; y los trecientos hacen ciento y cincuenta medios reales, que vienen a hacer setenta y cinco reales, que juntándose a los setecientos y cincuenta son por todos ochocientos y veinte y cinco reales. Estos desfalcaré yo de los que tengo de vuestra merced, y entraré en mi casa rico y contento, aunque bien azotado…
La reforma monetaria de 1680-1686, durante el reinado de Carlos II, consiguió ajustar los valores monetarios y estabilizar el vellón, y en perspectiva histórica se ha interpretado como un conjunto de decisiones coherentes con la teoría económica de la época, y que contribuyeron eficazmente a la superación de la crisis secular.
LOS BORBONES
A partir de 1716, las reformas borbónicas incluyeron la unificación monetaria. El sistema castellano se impuso en todos los territorios de la monarquía, desapareciendo así las antiguas monedas de los reinos hispánicos. Desde entonces y hasta mediados del XIX, el maravedí fue el dinero de los pequeños gastos de la vida cotidiana y de las gentes con escaso poder adquisitivo.
En 1706, Felipe V mandó acuñar la peseta, el real de plata y el medio real. Además de los tradicionales «reales» y «maravedises», en el siglo XVIIi pasaron a tener amplio uso los conceptos monetarios de «peso», «duro», «peseta» y «durillo».
Se define peseta como la pieza que vale dos reales de plata de moneda Provincial, formada en figura redonda (Diccionario de autoridades de 1737).
En cuanto al «duro», aparece por primera vez su definición monetaria en el DRAE de 1791: el peso de plata de una onza, que vale diez reales de plata.
La definición de «peso» (1791 y 1803) es la siguiente: moneda castellana de plata de peso de una onza. Su valor es ocho reales de plata; y los que por nueva pragmática valen diez, los llaman para distinguirlos pesos gruesos.
EL DÓLAR
En el siglo XVII el uso del real de a ocho, tálero o peso duro, conocidos después como Spanish dollar, estaba muy extendido por el territorio que hoy forman los Estados Unidos. Su peso era consistente, 27 gramos de plata, y en el reverso de la moneda figuraban las columnas de Hércules y el plus ultra, el lema de España. Las columnas representaban a Gibraltar y Ceuta, los dos peñones que delimitaron el final del mundo conocido hasta las postrimerías del siglo XV, cuando aquel non terrae plus ultra se desbordó con el descubrimiento de América, adoptando luego Carlos I en su escudo las columna y el lema plus ultra.
El real de a ocho español se acuñaba en la Ceca o Casa de la moneda de México, procediendo el metal de los yacimientos mexicanos de Zacatecas o Guanajuato, y de las minas peruanas de Potosí. Podemos considerar a esta moneda como la primera divisa universal, porque no solo circulaban en Europa y en América, sino también en Asia. El Galeón de Manila, cuyo trayecto anual unía España con México y Filipinas, transportaba estas monedas para cambiarlas por los productos exóticos del Oriente como sedas, porcelanas o mantones de Manila, y la moneda española, aceptada y apreciada por los comerciantes de todo el mundo, llegaba a muchos rincones del Oriente.
Pero también circulaba la moneda española en las Trece Colonias británicas de América del Norte. Por la dificultad de las navegaciones llegaban pocas libras esterlinas a las colonias y era mucho más fácil surtirse de los más cercanos y bien acreditados reales de a ocho acuñados en México, de modo que en las Trece Colonias la moneda española era de uso general. Tal era su aceptación que en 1775 el spanish thaler, primero, el spanish daller, después, y más tarde a spanish dollar. se convirtió en la primera divisa de curso legal en Estados Unidos, tal y como aprobó el Congreso Continental a propuesta de Thomas Jefferson.
Cuando llegó el momento de la emancipación de las colonias, Estados Unidos repudió formalmente la moneda británica y se vieron en la necesidad de acuñar moneda propia. Pero resultaba difícil introducir en el comercio un valor nuevo, y por ello se recurrió al real de a ocho. Más adelante, desde 1792, se acuño el nuevo dollar americano, cuya paridad del dólar americano fue unida oficialmente a la moneda española, y las dos convivieron durante largos años con el dollar americano. Ambas monedas, la americana y la española, circulaban por igual y con el mismo valor en los Estados Unidos, y por cierto que sus ciudadanos, siendo idéntico el valor nominal, preferían con mucho los pesos o duros españoles que los nuevos dólares americanos, porque los españoles tenían más prestigio y mayor contenido físico de plata. La moneda española estuvo vigente en Estados Unidos hasta el año 1857, cuando se prohibió su uso.
El dólar americano se instauró en 1792, basándose su diseño en el de la moneda española: en cuanto al signo del dólar, el conocido «$», las barras provienen de las dos columnas de Hércules. De hecho, las primeras monedas acuñadas por Estados Unidos, se denominaron también «pillar-dollar», por los dos pilares o columnas de Hércules. Y en cuanto a la S, según la versión más generalizada se trata de una abreviatura de la palabra «peso», como era llamado el real de a ocho, con la P y la S superpuestas.
SIGLO XVIII
Desde 1728 la ley de las monedas fijaba el medio real, real y dos reales, que se acuñaban en la Península.
Entre 1732 y 1772 se acuñó «moneda de columnario», o «de mundos y mares», siguiendo las instrucciones de la Real Cédula de 1728 que fijaba su contenido en plata y su iconografía: en el anverso el escudo real y en el reverso los dos hemisferios adosados bajo la corona real, sobre el mar y flanqueados por las columnas de Hércules con las cartelas PLUS VLTRA y la leyenda VTRAQUE VNUM («los dos son uno»).
A consecuencia de la escasez de moneda que hubo en 1738, se creó el escudito de oro, llamado también durillo, veintén y coronilla.
Desde 1773 se acuñó la «moneda de busto», siguiendo la Pragmática de 1772, que modificaba el contenido en plata y la iconografía, diferenciando las «indianas», acuñadas en América, y las «provinciales», acuñadas en la península. En los anversos se representaba a Carlos III, diferenciándose las «indianas» porque en ellas iba «vestido a la heroica con Clámide y Laurel», mientras que en las «provinciales» mandó el rey representar mi Real Busto desnudo, con una especie de manto real. En el anverso salía el escudo real: las armas de Castilla, León, Granada y de la casa de Borbón bajo corona real). Otra diferencia era que en las «indianas» estaba flanqueado por las columnas de Hércules, rodeado por la leyenda HISPAN. ET IND. REX («rey de las Españas y de las Indias»), mientras que en las «provinciales» no se representaban las columnas y la leyenda era HISPANIARUM REX («rey de las Españas»)
CALDERILLA
Su origen viene de la moneda llamada barilla designada en 1680 y usada en Filipinas durante el siglo XVIII y que era una pieza monetaria fraccionaria elaborada con cobre, al igual que los calderos de la época.
… una tarde que salieron al campo mis padres y hermanas, y quedé yo en casa apoderado de los pocos ajuares de ella, tomé una camisa, el pan que pudo caber debajo del brazo izquierdo, y doce reales en calderilla, que estaban destinados para las prevenciones del día siguiente; y, sin pensar en paradero, vereda ni destino, me entregué a la majadería de mis deseos y a la necedad de la que llaman buena ventura (Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del doctor Diego de Torres Villarroel).
EDAD CONTEMPORÁNEA
1808. La Guerra de Independencia Española y la independencia de las colonias dominan el siglo XIX en todos los ámbitos.
Los reinados desde Isabel II a Alfonso XIII están reflejados en la numismática, pues en las monedas se representan sus años de gobierno, y los periodos del Sexenio Revolucionario, la monarquía no borbónica de Amadeo de Saboya, las dos Repúblicas y la dictadura) supusieron reinterpretaciones de la tradición iconográfica.
… pídese la cuenta al mozo, y este, después de mirar al techo y rascarse la frente, responde: «Ciento cuarenta y dos reales». – El Narciso a tal acento varía de color, y como acometido de una convulsión, revuelve rápidamente las manos de uno a otro bolsillo, y reuniendo antecedentes, llega a juntar hasta unos cuatro duros y seis reales: entones llama al mozo aparte, y mientras hace con él un acomodo, la mamá y las niñas rien graciosamente de la aventura. (Ramón de Mesonero Romanos, Panorama matritense).
Tras la Guerra de la Independencia las Cortes entraron en Madrid después de Salamanca, prohibieron patrióticamente la circulación de todas las monedas que llevaran la efigie del intruso José Bonaparte; pero, a pesar de esto, sus dólares, que estaban hechos principalmente con plata de iglesia, dorada y sin dorar, aunque eran moneda de usurpador, valían intrínsecamente más que el duro legítimo.
Fernando VII continuó durante largo tiempo acuñando dinero con la efigie de su padre
La plata de las minas de Murcia se exporta a Francia, donde es acuñada y devuelta a su lugar de origen en forma manufacturada. De esta manera, Francia gana un bonito porcentaje y acostumbra al pueblo a su imagen de poder, que llega a éste recomendada por la forma sumamente aceptable de moneda corriente (Richard Ford, A Handbook for travellers in Spain and readers at home (Manual para viajeros por España y lectores en casa, 1844).
Por Real Decreto de 26 de junio de 1864, se ordenó que fuese reconocida como unidad monetaria el escudo de 10 reales, mandando acuñar monedas de oro (doblón), plata (duro, escudo, peseta, real) y bronce (medio real, cuartillo, décima).
Nos recomiendan a Dios / Con dos misas de a seis reales; / Total, cuartos ciento dos (Ramón de Campoamor, Glorias póstumas).
El 19 de octubre de 1868 se adoptó el sistema monetario francés (Unión Monetaria Latina), estableciendo como unidad la peseta y ésta dividida en 100 céntimos.
LA PESETA
El 19 de octubre de 1868 nace la peseta como unidad monetaria por decreto del Gobierno Provisional tras el derrocamiento de Isabel II. Este mismo gobierno decide centralizar toda la producción en la Ceca de Madrid, origen de lo que es hoy la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre.
El patrón encajaba fácilmente con el antiguo sistema del real, y también lo hacía su nombre, pues ya se había usado, sobre todo en Cataluña, para la pieza de dos reales.
La primera pieza acuñada en 1869 es la unidad. Nació con la leyenda de «Gobierno Provisional» en el anverso, en lugar de «España», que figuraría en las siguientes acuñaciones y en los valores en plata. El motivo elegido fue la personificación de Hispania recostada sobre los Pirineos, inspirada en las monedas del emperador Adriano. Por su parte, el bronce representaba a España como matrona sentada sobre las rocas. Ambas fueron grabadas por Luis Marchionni, que, desde 1861, ocupaba el cargo de grabador principal de la Casa de la Moneda de Madrid. El reverso se dispuso en plata con el escudo de España, mientras el bronce exponía la figura de un león rampante sosteniendo dicho escudo, imagen que dio pie a la popular denominación de «perra gorda» o «perra chica», dado que la gente vio un perro donde figuraba un león.
Conforme a lo establecido en 1869, en el reverso se recogía el escudo nacional de España, al que se irán agregando modificaciones. En los anversos se sustituyó la presencia de Hispania por la efigie real. La Segunda República introdujo motivos de inspiración republicana y con la Dictadura se introdujo un retrato de Francisco Franco modelado en 1947 por Benlliure y posteriormente por Juan de Ávalos.
En el Santuario de la Virgen del Camino se maneja mucha plata el día que se abre el tesoro de la Virgen… Paula veía pasar por sus manos los duros y las pesetas, pero aquello era como agua del mar para el sediento; no sacaba nada en limpio de revolver trigo y plata de la milagrosa imagen (Clarín, La Regenta).
Una vez instaurada la democracia, se mantuvieron los tamaños y valores, incorporando la imagen del rey don Juan Carlos I, así como el Escudo Real. Sin embargo, desde 1990 los tipos se fueron renovando cada año, en una intención conmemorativa que puso fin a la tradición exclusivamente monárquica.
La peseta se mantuvo durante más de cien años como unidad española, con los cambios oportunos en sus tipos y una evolución que la llevó del metal precioso a las aleaciones modernas de bajo coste.
Su final llegó en 2002, con una emisión de 100 pesetas que recuperó, simbólicamente, aquella España recostada de 1868.
EL EURO
El euro es, desde 2002, la divisa de 19 de los 27 países miembros de la Unión Europea.
El diseño de los billetes, con puentes, ventanas y puertas que transmiten un mensaje de apertura y cooperación, es único para toda la Unión, mientras que las monedas tienen una cara común, el mapa de Europa con el valor facial, y otra decidida por cada país.
Además de las inscripciones, tipos y fecha de producción, hay una marca que registra la ciudad de acuñación: en el caso de España, una pequeña M coronada, marca de Madrid.
Ricardo Aller Hernández
Felicitaciones Ricardo!!..
Mas que excelente artículo.
En este sentido quisiera citarte en una investigación académica que estoy haciendo en la Universidad de la Defensa (Argentina).
Podria, por favor, ponerme en contacto contigo?
Gracias