Con Alfonso I de Asturias nos vamos a adentrar en lo que se conocerá como la Reconquista, iniciada por su suegro Pelayo, fallecido sin sucesión. La circunstancia de haberse casado con Ermesenda, la hija del primer caudillo astur, propició su aclamación popular como rey. Alfonso nació a finales del siglo VII, en la ciudad de Tritium Magallum, hoy Tricio, en La Rioja, siendo su padre don Pedro, conde de Cantabria. Podría decirse que fue un hombre que supo decidir su destino en forma aprovechada; primero por la muerte del hijo y sucesor de Pelayo, Favila, a zarpazos del oso, y segundo, con su matrimonio con la hermana de este. Es decir, que la aclamación como rey venía por la fuente de su nacimiento, así como por su relación con el difunto rey. Matrimonio que, según fuentes, fue auspiciado por el propio Pelayo.
Alfonso I, asumió la corona ya con cuarenta y tres años y la mantuvo hasta su muerte en Cangas de Onís, en 757. Fueron dieciocho años de intensa actividad tanto guerrera, como religiosa y poblacional. Durante esos años de su caudillaje, el pequeño núcleo astur con centro en Cangas de Onís no sólo logra preservar su independencia, sino que inicia decididamente su expansión territorial por los extremos occidental y oriental de la región de Primorias, entre el Sella y el Deva, desbordando ampliamente los límites de las Asturias. Por otra parte, Alfonso I lleva a cabo una serie de victoriosas campañas militares en los vastos territorios que se extendían al sur de la cordillera Cantábrica, procediendo además a la reorganización interna de los espacios norteños.
A tales empresas guerreras ayudó en medida las luchas internas entre los reinos moros. A las cuales, parece ser, se les unió el hambre, lo cual ofrecía al rey Alfonso y a su espada, su hermano Fruela Pérez, un panorama excelente para ampliar el acotado reino astur. Así, según testimonio de la Crónica de Alfonso III, Galicia y el norte de Portugal, junto con los terrenos situados al sur de la Cordillera cantábrica, amen de las comarcas de la cuenca alta del Ebro, contemplaron las incursiones de Alfonso I, incluidas las conquistas de las ciudades de León y Astorga. Los llamados “Campos Góticos”, fueron objeto de devastación por las tropas cristianas, hasta llegar a la misma orilla del Duero. Con tales incursiones, Alfonso I no pretendía consolidar sus grandes victorias y conquistas, sino la defensa de lo que iba constituyéndose como Reino de Asturias, su seguridad territorial y la existencia de una gran franja despoblada, entre el Duero y la cordillera cantábrica. Al propio tiempo que devastaba a los musulmanes detentadores de aquellas tierras, recuperaba a los pobladores godos, trasplantándolos a las tierras trasmontanas, repoblando aquellas que se extendían desde la cordillera hasta el mar. La Crónica de Alfonso III, nos relata; “Por ese tiempo se pueblan Asturias, Primorias, Liébana, Trasmiera, Sopuerta, Carranza, las Vardulias, que ahora se llaman Castilla, y la parte marítima de Galicia”. Es decir, que nos hallamos ante una espléndida política repobladora por parte de un monarca que sabia de sus limitaciones, pero que también conocía perfectamente sus necesidades vitales. Con la inmejorable ayuda de su hermano Fruela Pérez, Alfonso I puede decirse que vació Lugo, Tuy, Oporto, Braga, Viseo, Zamora, Salamanca, Ávila, Segovia, Simancas, Cenicero, Arganda, Sepúlveda…, arrasadas de musulmanes y recuperados todos sus pobladores hispano-godos que en ellas se hallaban. Unas campañas que prosiguió su hijo y sucesor Fruela I.
A sus acciones guerreras, unía una organización administrativa, amen de la poblacional. Sobre la base de la estructura existente, delegó esa organización en los Comtes, condes, como representantes de la autoridad real. El método poblacional se alimentaba con la incursión de las tropas cristianas, la matanza de los moros, la recogida de los cristianos o simplemente godos, y su traslado a las tierras ya firmemente aseguradas. Pero, es más, ellos provocaban que se crease un yermo, una tierra de nadie que hacia una magnifica función de frontera dado su estado desértico.
A todo ello Alfonso lo completó con una seña de identidad que iba arraigándose con más intensidad, la fe cristiana. Alfonso I, señalado como el Católico, fue consciente que necesitaba un nexo entre sus súbditos, sin perjuicio de la necesaria defensa frente al musulmán. Pero él pretendía ir más allá de la extensiòn de la Cangas de Onís recibida de su suegro, y la cumplió. Con tierras que llegaban desde Galicia hasta Vizcaya, más las ciudades dichas de León, Astorga, y parte de la actual Castilla. Asimismo, fundó el Monasterio de san Pedro de Villanueva, cerca de Cangas, y el de santa María de Covadonga, ninguno de ellos conservados en la actualidad.
Alfonso I el adelantado en la reconquista, titulado, el Católico, murió en 757, dejando cuatro hijos, tres de su esposa Ermesinda, Fruela, que le sucedió, Vimarano y Adosinda, junto con un cuarto, Mauregato, habido de una cautiva. Sus restos, junto con los de su esposa Ermesinda, recibirían sepultura en el monasterio de Santa María, posiblemente la abadía de Covadonga, que se sitúa en el territorio de Cangas.
Francisco Gilet
Bibliografía
Barrau-Dihigo, L. (1989). Historia política del reino Asturiano (718-910).
Martínez Díez, Gonzalo (2005). El Condado de Castilla (711-1038): la historia frente a la leyenda
J. Javier Esparza, La gran aventura del Reino de Asturias.
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