
El reinado de Alfonso III se desarrolla durante la etapa más brillante del reino asturiano, que a su vez es la última. Tiende a una expansión repoblando grandes territorios fuera de las fronteras de Asturias. Su política logró grandes apoyos en todas partes contra el emir de Córdoba. En la Crónica Albeldense se le ensalza como nunca se hizo a favor de ningún otro rey astur-leonés.
El rey tuvo una fuerte personalidad guerrera y a la vez hábil en las gestiones diplomáticas. Además, estuvo dotado de una sensibilidad artística y literaria que se vio plasmada en la cultura de la época. Y por último, el rasgo que completa su semblanza fue su profunda religiosidad, lo que le hizo impulsar las obras eclesiásticas y le dio mansedumbre de espíritu.
Alfonso, el último de los reyes astures, encarna como ninguno de sus antecesores la figura de monarca caudillo y de centralismo político. Los principales problemas que tuvo que superar durante su reinado fueron: las rebeliones de los magnates del reino y la superación de los regionalismos separatistas. Tuvo una clara conciencia de unificar las fuerzas del reino para obtener el mayor provecho de la anarquía interna que se vivía, en los últimos años del siglo IX, dentro de la España musulmana.
En ningún momento dudó en frenar la expansión castellana hacia el sur, como se ha llegado a decir, por temor a alentar el ímpetu independentista de los nobles, sino que estimuló este avance. Al igual que apoyó el avance de los magnates gallegos hacia occidente.

Crónica Albeldense
Alfonso III jugó con el sentimiento del continuismo gótico para respaldar, desde el punto de vista moral, su avance expansionista y centralista. Tanto la Crónica de Alfonso III como la Crónica Albeldense coinciden en hacer patente que los reyes asturianos se quisieron ver como continuadores de los reyes visigodos de Toledo.
De hecho, en Asturias se restauró la vigencia del Liber Iudiciorum de Recesvinto, el orden palatino toledano y la antigua organización eclesiástica. Los textos narrativos de la época de Alfonso III, conllevan a la aspiración del dominio del territorio peninsular bajo la autoridad de los monarcas astures.

Crónica Albeldense
Puede que en ninguna otra etapa de nuestra historia medieval destaque tanto el espíritu reconquistador y su inmediata consecuencia: la repoblación. El ideal de la Reconquista aparece claramente en la teoría y en la práctica durante el reinado de Alfonso III. El movimiento de insumisión que protagonizó Alfonso II fue estrictamente local, no tuvo conexión con la tradición visigoda del resto de España. En la segunda mitad del siglo IX esta orientación cambia de forma consciente hacia un intento de recuperación del territorio de la Península. No en vano, se seguía la tradición que desde Pelayo se conocía, escrita en la Crónica alfonsina y que desde los aires de Oviedo decía lo siguiente: “Confiamos en la misericordia de Dios que de este pequeño montículo… saldrá la salvación de España y del ejército del pueblo de los godos”.

Por lo tanto, ha quedado claro que la Reconquista fue una preocupación de vida para Alfonso III, a la vez se ponía atención en la repoblación que se iba realizando sobre los territorios conquistados. Ordoño I había comenzado de forma tímida la expansión a tierras más allá de las montañas, situando Tuy, Astorga, León y Amaya como puestos avanzados y como defensa frente al avance musulmán. Pero fue su hijo, Alfonso III, quien llevó la política expansiva a otro nivel. Las confrontaciones del rey Alfonso en muchas ocasiones tuvieron carácter defensivo por el continuo asedio de las fuerzas de Córdoba, pero las contraofensivas del rey frente a los ejércitos musulmanes, fueron contundentes, lo que reportó ganancias territoriales de gran relevancia al reino astur.
Pocos años pasaron hasta que las tropas alfonsinas alcanzaron las orillas del río Duero. El optimismo se notaba entre los cristianos del norte, y el presbítero de la ciudad de Toledo, Dulcidio, vaticinó que, en breve, el glorioso rey Alfonso reinaría en toda España.

José Carlos Sacristán