Era Antonio Huachaca un indio peruano que acabó siendo caudillo de los rebeldes patriotas de San Juan de Iquicha, donde llegó a montar un Estado y continuó hasta 1839 la guerra que se había dado por terminada en Ayacucho en 1824; es la etapa denominada guerra de Huanta. Dicen los cronistas que Huachaca siempre se distinguió por su serenidad, su arrojo y audacia, y su iniciativa en el combate, estando naturalmente dotado para organizar las guerrillas y dirigir los comandos.
Huachaca era indio; gran parte de sus huestes eran indias, pero no podemos entender el movimiento como indigenista, sino como patriótico; no solo por las manifestaciones en tal sentido, que serían suficientes, sino, y también, porque entre sus cuadros figuraban personas que no eran indias.
Entre los no indios que participaron militarmente en la guerra de Huanta, Nicolás Soregui es el personaje principal. Después de Antonio Huachaca, él se significa como el segundo personaje de la guerra, quizás el doble o el simétrico de Huachaca para los no indios.
La dirección militar e ideológica de la guerra fue efectuada por algunos jefes indios, tres antiguos militares del ejército real de un grado poco alto y por un cura que ni siquiera era titular en su función. El Estado Mayor político y militar del ejército de los iquichanos se componía, pues, de indios y de algunos representantes de los que se podría agrupar en la categoría de los pequeños blancos, todos ellos españoles, criollos o mestizos.
Por otra parte, hablamos de Iquicha y de los iquichanos, pero es de señalar que Iquicha no responde a la identificación de un pueblo. Dice Cecilia Méndez Gastelu-mendi:
Fue solo en el transcurso de la rebelión de 1826-1828, y como resultado de la difusión de las primeras proclamas monarquistas, escritas principalmente por españoles capitulados, que los habitantes de las comunidades de las punas y valles de Huanta empezaron a ser llamados «iquichanos» indiscriminadamente…/…Los «iquichanos» no eran los habitantes de ningún pueblo hasta 1825; y, sin embargo, todos los campesinos que en adelante abrazaron la causa restauracionista se convirtieron en «iquichanos».
Tras la derrota de Ayacucho, los indios, arrieros, hacendados, curas y campesinos de la provincia de Huanta se sublevaron en diversas ocasiones en 1825 y 1826, siendo hostigados por el nuevo gobierno.
Es en 1826 cuando Antonio Huachaca tomó la ciudad de Huanta, donde instaló su cuartel general, con el proyecto de atacar Ayacucho y cortar las comunicaciones con Lima.
Esta sublevación se irradió hacia los pueblos de Challhuamayo, Huayllay, Secce, Marccaraccay, Huay-chao, Ccarhuahurán, Cancaillo, Cunya, Ninaquiro y otros ubicados en las punas de Huanta, por encima de los 3.500 metros de altitud.
El levantamiento popular se vio reforzado cuando, a principios de Julio de 1826, los escuadrones de Húsares de Junín que permanecían acantonados en Huancayo controlando el desarrollo de las elecciones bolivarianas se negaron a obedecer la orden de regresar a Lima; los soldados redujeron a sus oficiales, se apoderaron de las armas y de los fondos públicos y partieron para unirse al ejército de los campesinos de Huanta, que en ese momento controlaba ya toda la provincia.
Con estas unidades se inició el intento de asalto de Ayacucho, que acabó en fracaso, y comportó la venganza de la administración imperante. El general Santa Cruz aplicó una dura represión a la población, incendiando poblaciones, destruyendo ganado, encarcelando mujeres y niños.
La represión fue dura como método disuasorio, y más duradera que el tiempo necesitado para expulsar de Huanta a los patriotas. Santa Cruz tardó un mes en esa labor; pero, antes de un año, Antonio Huachaca reanudaría las actividades.
Ante el rebrote de las actividades bélicas, la reacción del gobierno sería en principio conciliadora, proclamando un indulto y el reparto de semillas, pero el 12 de Noviembre de 1827, unos 1.500 insurrectos atacaron y tomaron Huanta, en la que permaneció la mayor parte de la población, en claro signo de connivencia con los libertadores.
Aunque carecían de apoyos, y eran acusados por el general Domingo Tristán de pandilleros y de seducidos por intereses extraños, Antonio Huachaca le dio a este militar una contestación que muestra la decisión de los patriotas y su claridad de ideas cuando tratan de tiranos a aquellos que combatían:
Si cree que los que han levantado la voz de la revuelta son solo un reducido número de pandilleros, debo decirle que vive en el error o en la mentira… Nosotros estamos orgullosos de que esos pandilleros sean nuestros hermanos y de combatir con ellos por la defensa de la religión de los derechos de un soberano. Ustedes son más bien los usurpadores de la religión de la corona y del suelo patrio… ¿Qué se ha obtenido de vosotros durante los tres años de vuestro poder? la tiranía el desconsuelo y la ruina de un reino que fue tan generoso. ¿Qué habitante, sea rico o pobre, no se queja hoy? ¿En quién recae la responsabilidad de los crímenes? ¡Nosotros no cargamos semejante tiranía! Nosotros amparamos a nuestros hermanos y a nuestros semejantes, y no queremos arrancarlos de nuestros corazones. La experiencia de los acontecimientos recientes acaecidos en nuestras punas es una prueba sin equívoco del valor de las tropas que nos glorificamos en dirigir en nombre del Rey. Más bien, vuestras tropas no se contentaron con robar, ¡redujeron a cenizas nuestras casas! ¿Cómo puede entonces tratarnos como hermanos?
Solo le pedimos dejar este lugar y firmar una capitulación duradera y honorable. Si no acepta, lanzaremos nuestras tropas sobre la ciudad y la pondremos a sangre y fuego…
Firma : Huachaca, Choque.
Su intento de asalto a Ayacucho resultó un fracaso. La represión duró siete meses, tras la cual fue concedida la gracia por el gobierno, pero muchos iquichanos siguieron el comportamiento de su jefe Huachaca y no la aceptaron, mientras que continuaron los gobiernos usurpadores de la religión de la corona y del suelo patrio, según los había definido Antonio Huachaca.
La respuesta del gobierno fue de marcado cariz inglés: se inició una auténtica campaña de genocidio. La pacificación tomó muy a menudo la forma de una campaña de exterminio. Fue organizada por el prefecto del departamento: el mencionado general Domingo Tristán Moscoso – hermano del que había sido último virrey, Pio Tristán – quien convirtió su tarea en un acto de genocidio propio de sus mentores.
La situación vejatoria llega a ser de tal magnitud que el alcalde de Huanta, Nicolás Gómez, acaba relatando al general Tristán, en su carta de 5 de Febrero de 1828, una serie de excesos realizados por las tropas a cargo del comandante José Gullén, pero de nada le sirvió.
Finalmente el comandante Quintanilla acusó a todo el pueblo de complicidad con los iquichanos ya que: «los civiles de este pueblo desertaron de los puestos de avanzada en los días que precedieron al ataque. Estos desertores, cuyo número es de ciento diecisiete, partieron en pequeños grupos y se llevaron cada uno una lanza del estado. Además, ese mismo día, dos de febrero, cuando el pueblo de Tambo iba a ser atacado por los rebeldes de Iquicha, los ciudadanos de San Miguel, que está solo a tres leguas de Tambo, no solo parecían indiferentes sino que pasaban el tiempo en fiestas y diversiones…»
La represión del gobierno se cebó muy especialmente en la familia del caudillo patriota el 25 de marzo de 1828, cuando tuvo lugar la batalla de Uchuraccay, donde Quintanilla venció a los partidarios de Huachaca, tomó prisioneros a su esposa y sus hijos y dio muerte a su hermano, acto que Huachaca no perdonará nunca a Quintanilla. De esta afrenta se resarciría en 1839 el general de hombres libres, Antonio Huachaca, cuando capturó y ejecutó a Quintanilla.
Antonio Huachaca pudo llevar a cabo esa acción porque, a pesar de que el cuatro de mayo de 1828 el coronel Vidal daba por finalizada la intentona, la verdad es que no había podido librarse del rebelde. A su persecución se dedicó Domingo Tristán.
Durante dos años no se tiene noticia de su actividad, que reaparece en 1830 cerca de Huanta. A partir de entonces se ofrece una recompensa de 2000 pesos por su cabeza…, y vuelve a perderse la pista hasta 1834, durante la guerra civil peruana, momento en que Domingo Tristán le pedía su participación en el bando de Luis José de Orbegoso, quién ya presidente, visitó Huanta y pidió entrevistarse con Huachaca, que se mostró reticente.
En 1838 es nombrado juez de Paz y Gobernador del distrito de Carhuaucran y Jefe Supremo de la República de Iquicha.
Pero en marzo de 1839, estaba nuevamente en guerra contra el Gobierno. En junio sorprendió a los “expedicionarios” y les infligió una humillante derrota que acarreó una terrible represalia, auténtica carnicería de hombres, ancianos, niños y mujeres, al puro estilo bolivariano.
El 15 de noviembre de 1839 se firmó la paz de Yanallay, en la que Antonio Huachaca dejó consignado su más hondo sentimiento.
Consciente de la derrota, este general de hombres libres se internó en la selva para no tener que aceptarla ante quienes calificaba de “anticristos” republicanos. Murió en 1848 y fue enterrado en la iglesia de Iquicha.
Cesáreo Jarabo
Buena información. Saludos