Nació en Belver de Cinca (Huesca), el 9 de abril de 1711 y falleció en Lima el 11 de marzo de 1798, donde residía desde 1730.
En Lima estudió Farmacia, Ciencias Naturales y Medicina en la Universidad de San Marcos, de la que en 1750 sería catedrático de Método de Medicina y en 1757 de Prima de Matemáticas. Contemporáneo de las reformas borbónicas en el virreinato del Perú, durante la segunda mitad del siglo XVIII ejerció medicina en las cárceles del Santo Oficio y en los hospitales de Santa Ana, San Bartolomé y San Pedro, y fue cosmógrafo mayor del virreinato, e influido por el sofismo de la Ilustración, no por ello desestimó la filosofía, llegando con ello a desarrollar una actividad original y abierta a la asimilación de nuevos conceptos en todos los ámbitos del saber.
En su formación como médico tuvo peso tanto la influencia clásica de Hipócrates o Galeno como la moderna, y en el campo de las matemáticas y de la física estuvo influido por Isaac Newton y su análisis experimental, lo que comportó tiranteces con defensores a ultranza de la Escolástica.
Pero la adscripción a las teorías de Newton, en Cosme Bueno, lo era en términos científicos, lo que le llevó a interesarse por la naturaleza del aire y del clima, cuyos estudios fueron publicados en obras como “Disertación físico experimental sobre la naturaleza del agua y sus propiedades”, “Continuación de la Disertación sobre el agua” o “Disertación físico experimental sobre la naturaleza del aire y sus propiedades”.
Y es que, conocedor y seguidor de las tesis modernas, no por ello rechazaba los métodos tradicionales, por lo que tenía presente el ambiente geográfico, social y cultural donde la enfermedad se desarrollaba, atendiendo no sólo datos empíricos sino también costumbres y mitos sobre la misma, lo que acabó siendo de gran valor para el control de plagas, la ciencia epidemiológica y en la salud de la población.
Ese afán de investigación lo llevó a realizar estudios tan peregrinos como el que realizó sobre los deseos de las preñadas, en el que tiene en cuenta la conexión entre el alma y el cuerpo, no llegando a ninguna conclusión al respecto.
Fiel católico, exigía el empleo de la razón para entender los problemas, lo que le llevó a una postura equidistante con escolásticos e ilustrados, dando lugar a un método de observación que tenía en cuenta, además, la influencia en la salud de aspectos ya señalados, como las costumbres o el clima, señalándose además como contrario a la Astrología por considerarla carente de fundamento científico.
Elemento de importancia en la historia de la medicina, es considerado fundador de la “Escuela Clínica”, pero además no descuidó otros ámbitos del conocimiento, destacando en el estudio de la astronomía, las matemáticas, la física, la química, la climatología, la historia, la geografía, la vulcanología, la zoología, la botánica, la ecología, entre otros… habiendo alcanzado renombre por sus aciertos farmacológicos, llegando a ser conocido como el “Newton peruano”.
Un Newton particular que no echa en el olvido a pensadores como Hipócrates o Galeno al tiempo que se preocupa por el conocimiento de las nuevas ideas. Con aquellos comparte su concepción de la naturaleza y presupone, contra los postulados modernistas, que el hombre no puede llegar a conocerlo todo.
Lo cual no quiere decir que deba dejarse de intentarlo. De ahí la amplia gama de materias en las que llegó a destacar… y de ahí, la posibilidad de incurrir en errores, extremo en el que está vacunado todo aquel que no investiga.
En este sentido Cosme Bueno mostró sus errores en lo concerniente al estudio de la aeronáutica, sobre la que desarrolló dos importantes estudios: “Disertación sobre el Arte de Volar” y “Disertación Físico-Experimental sobre la Naturaleza Del Aire y sus propiedades”, en el que señala la presencia de agua en el aire y el origen de los vientos.
En las mismas manifiesta su creencia sobre la imposibilidad humana de conseguir volar pues, afirma: “Dios puso para nuestra conservación entre nuestro elemento, y el de las aves un coto invencible, un muro inexpugnable, que no destruirán jamás, por más máquinas que inventen la industria y el poder”. Y argumenta su creencia explicando la presión ejercida por el aire sobre la fisiología humana y el ciclo hidrológico, siendo que sus investigaciones sobre la naturaleza del aire y sus propiedades acabarían sirviendo al desarrollo de la aerodinámica.
Pero si sus estudios de la física tuvieron repercusión, era la medicina su tema central, y en ella se señalaría en la búsqueda de la vacuna contra la viruela. No sería él, sino Edward Jenner, quién acabaría descubriéndola en 1796, y correría el año 1803, cuando Francisco Javier Balmis promovió la expedición filantrópica contra la viruela que recorrió el mundo difundiendo la misma en unos momentos que la enfermedad estaba causando estragos.
En el mismo ámbito de la farmacopea, descubrió las propiedades clínicas de la quina atendiendo los recursos medicinales de los indígenas, siendo que se hizo común su uso para el tratamiento del paludismo.
Pero su actuación fue más amplia… Estudioso del clima, llevó a efecto observaciones que pueden ser consideradas el punto inicial del estudio de la materia.
Médico, geógrafo, historiador, matemático, astrónomo… es un claro exponente del naturalismo cristiano que encuentra en el desarrollo de las ciencias un refuerzo de la fe, consciente de que los fundamentos de la trascendencia son el freno a los excesos de la razón humana.
Unos excesos que ya en esos momentos se evidenciaban en la visión eurocéntrica, ilustrada, que consideraba inferior a América, de la que se destacaba la falta de cultura y la condición degradada de su naturaleza. Consideración que hoy mismo está vigente, y que si en estos momentos, tras doscientos años de esfuerzos involucionistas puede ser presentada como cierta, en aquellos era manifiesta incierta, cuando ciudades como México o Lima superaban a cualquier ciudad europea en ordenamiento, en cultura y en prosperidad.
Y Cosme Bueno es una muestra del alto grado de desarrollo de la ciencia del Perú en el siglo XVIII.
Cesáreo Jarabo