En el verano de 1257, una comitiva integrada por el embajador noruego, Loddinn Leppur, acompañando a Cristina, hija del rey de Noruega Haakon IV, emprendió viaje desde Tornsberg, cerca de Oslo, en dirección a Castilla. Eran más de cien personas las que se dirigieron inicialmente a Inglaterra, para luego llegar al golfo de Vizcaya. Sin embargo, los rumores de la existencia en tales aguas de piratas impulsaron a los viajeros a desviarse, desde Birmingham, a Normandía, en Francia, para seguir a pie y a caballo a través de sus territorios hasta llegar al Condado de Barcelona, en tierras de la Corona de Aragón cuyo rey Jaime I, los agasajó espléndidamente.
El 22 de diciembre de dicho 1257, hallándose en Burgos, Cristina de Noruega se hospedó en el monasterio de Las Huelgas, siendo su anfitriona doña Berenguela, señora de tal monasterio y hermana del Rey de Castilla, Alfonso X. El monarca era el instigador de tan prolongado viaje, al desear establecer una alianza con los países nórdicos dentro del Sacro Imperio Romano Germánico. La extensión de los lazos comerciales y culturales entre los países de aquella Europa eran deseados tanto por los reyes nórdicos como por el rey castellano. Con dicho objetivo se convino el matrimonio de la hija del rey Haakon IV con uno de los hermanos del rey Sabio, Fadrique o Felipe de Castilla.
En dicho monasterio residió Cristina hasta el día 28 cuando salió en dirección a Valladolid, para encontrarse con Alfonso X en las proximidades de Palencia el 1 de enero de 1258. Los dos personajes emprendieron viaje el 3 o el 4 de enero para llegar a la ciudad de Valladolid, en donde se hallaban los hermanos Fadrique y Felipe de Castilla.
Llegados a la Corte, le fueron presentados ambos pretendientes, eligiendo Cristina a Felipe, dado que, según la leyenda, Fadrique gozaba de una cicatriz que le afeaba el rostro. Otra leyenda atribuye la llegada de Cristina a la corte castellana con la finalidad de casarse con el rey Sabio, dada la infertilidad de su esposa Violante, hija de Jaime I. No obstante, se ha demostrado la falsedad de dicha leyenda, ya que en 1258 la reina Violante ya había dado a luz varios hijos.
Lo cierto es que el 6 de febrero, miércoles de ceniza, se celebraron los esponsales y las nupcias el 31 de marzo de dicho 1258. La ceremonia se celebró en la Colegiata de Santa María de Valladolid, estableciéndose la pareja en Sevilla, donde ya residía el infante Felipe. Infante que logró el permiso de su hermano para abandonar la carrera eclesiástica, así como la abadía de la Colegiata de San Cosme y San Damián, en Covarrubias, además del episcopado de Sevilla.
A partir de tal hecho, la vida de Cristina entra en un mundo de leyenda. Unas “sagas” escritas en islandés, 1257-1258, nos hablan de la elección de Felipe por su “fermosura”, y del rechazo de su hermano porque “sabía que estaba entrado en años”. Asimismo, se nos dice que murió de tristeza, dada la afición desmesurada a la caza de su esposo, la cual provocaba una total desatención a la consorte. Esta, hacía sonar una campana para que el infante la oyese, anunciándole, al mismo tiempo, que le esperaba con ansiedad y melancolía. Lo cierto es que Cristina, la infanta de Castilla venida del frío, murió en 1262, en Sevilla, sin haber dejado descendencia.
Felipe, antiguo abad de la Colegiata, hizo enterrar a su difunta esposa en dicha Colegiata, en un sepulcro gótico de piedra labrada, con una arquería de 10 vanos y un friso superior de roleos.
En el año 1958, cuando los miembros de la Academia Fernán González iniciaron los estudios de los sepulcros de dicha Colegiata, en uno de ellos, hallaron los restos de una mujer, con ricos ropajes incorruptos, bordados en oro y con pedrería. Se trataba de una mujer de 1,70 metros de estatura, altura nada habitual en la mujer castellana. Junto al cuerpo momificado se halló un pergamino con versos de amor y una receta para tratar el mal de oídos con “xugo de ajo”. Tenía intacto el pelo rubio y sus uñas rosadas. Era Cristina de Noruega, infanta de Castilla por su matrimonio con Felipe, hijo de Fernando III.
En abril de 1978 se le rindió homenaje, erigiéndose una estatua de bronce colocada frente a la portada de la Colegiata. Esa infanta ha inducido al mantenimiento de frecuentes contactos entre los gobiernos noruego y la villa de Covarrubias, habiéndose creado la Fundación Princesa Kristina de Noruega, la cual propicio la construcción de una capilla dedicada a san Olav, patrón de Noruega.
Cuenta la leyenda que, aquellas doncellas solteras que quieran encontrar el amor solo tienen que ir hasta el sepulcro de la princesa y tocar la campana existente en el claustro gótico para que la princesa les ayude a encontrarlo, y que su amor sea más dichoso que el que ella tuvo en vida. Sin duda alguna, en la actualidad, una verdadera leyenda.
Francisco Gilet.