Diego de Pantoja, el jesuita que abrió China a España

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Diego de Pantoja nació en Valdemoro (Madrid) el mes de abril de 1571, y murió en Macao (China), el nueve de julio de 1618. Fue Jesuita, misionero, científico y músico, así como hábil diplomático.

Se formó en la Universidad de Alcalá de Henares, donde estudió Gramática y Lógica, y posteriormente, ya como jesuita estudió Filosofía y Teología en Alcalá, donde se ordenó sacerdote para posteriormente partir como misionero a Oriente, donde acabaría realizando su gran labor, convirtiéndose en el gozne del intercambio cultural entre Oriente y Occidente.

En principio destinado a Japón, hubo de permanecer dos años en Macao como consecuencia de la guerra que en ese momento vivía Japón, pero la espera le acarrearía, además de tiempo para seguir formándose, un nuevo destino.

En 1600 sería destinado junto al Padre Mateo Ricci, que estaba en Nanking, con quién emprendería en marzo un largo viaje: El 24 de enero del año siguiente entraban ambos en Pekín en busca de un destino incierto.

Entre tanto, se esmeraba en el conocimiento del idioma chino y  de la filosofía de Confucio. Estudios que lo convirtieron en filólogo de ese idioma, capaz de crear una nueva metodología para el aprendizaje.

El aprendizaje del padre Pantoja admiraba al propio padre Ricci, que escribió:

En Pekín el P. Pantoja aprendió en breve tiempo a hablar la lengua china, y, con varios maestros que tomó, aprendió también muchos caracteres, pudiendo ya leer libros de este país; y empezó a tratar con todos.

Portaban un memorial de actuaciones y un considerable número de regalos que presentaron al emperador Wan Li quién, algo inaudito, permitió su presencia en Pekín, siendo mantenidos con fondos del erario. Mateo Ricci y él serían los dos primeros extranjeros autorizados a vivir en Pekín desde los tiempos de Marco Polo.

Daba comienzo el desarrollo más visible de las cualidades de Diego Pantoja. Como fuese que entre los regalos entregados al emperador figuraba un clavicordio, hubo de enseñar su manejo a varios músicos del emperador, que acabarían utilizándolo en las veladas musicales de la corte imperial, donde junto a la música china se interpretaba música occidental.

Pronto sería admirado por otros conocimientos, especialmente los relacionados con las matemáticas, la astronomía y la cartografía, aspectos que desarrollaría al servicio del emperador Wan Li, fundador de la dinastía Ming.

Fue nombrado astrónomo imperial de la corte, en cuyo cargo abordó el estudio del calendario chino, que acabó corrigiendo. Calculó las latitudes de las principales ciudades chinas, y en el campo de la ingeniería, junto con Sabatino de Ursis, ideó modelos de maquinaria hidráulica para utilizar en pozos y ríos.

Tomó parte en la confección de una nueva cartografía de las costas chinas, trazó cuatro mapas donde se daba cuenta de otras tantas partes del mundo, añadiendo sus comentarios acerca de la geografía, la historia, el gobierno, así como los recursos naturales de cada uno de los espacios, dio a conocer la música e instrumentos musicales occidentales, ayudó a codificar el idioma chino, contribuyó al desarrollo de la hidráulica y, entre otras cosas, enseñó la mecánica de los relojes.

Y él también anotaba cosas nuevas, como el uso de tarjetas de visita, que los chinos usaban, aspecto que en 1602 trasladaría en un amplio memorial a Luis de Guzmán, arzobispo de Toledo, en el que ofrecía todo un tratado sobre la geografía, la historia, la cultura y los sistemas de gobierno chinos. Este memorial contribuyó de manera destacada a la mejora del conocimiento que había en el mundo occidental sobre China, aspecto que tendría gran repercusión para su conocimiento en España, siendo traducido al latín, al francés, al alemán y al inglés.

Para 1608, y a petición del emperador Wan Li, realizó doce mapamundis esculpidos cada uno de ellos en seis biombos. El trabajo, realizado por Mateo Ricci y él, fue llevado a término en el plazo de un mes.

Pero esos trabajos no eran sino parte de la labor que los había llevado a China; quizá la más alejada de sus objetivos. Más cercana era la publicación en chino mandarín de textos de doctrina cristiana, como el “Tratado de las Siete Virtudes y los Siete Pecados”, obra en la que buscaba sintonía con la filosofía confuciana, o como la publicación de una obra sobre la pasión de Jesucristo, trabajo que vio la luz el año 1610… Y otra de alto interés cual era poder enterrar al padre Ricci, que había fallecido.

Diego de Pantoja movió todos sus contactos para obtener semejante privilegio, que acabó consiguiendo. Su obtención era el pasaporte legal para la predicación del Evangelio.

Pero si la muerte del padre Ricci reportó tan importante licencia, la actuación del nuevo Superior, Nicolás Longobardi, que se oponía a los ritos que del confucianismo había adoptado Pantoja, ocasionó  los recelos de la clase dirigente china, que acabó con la expulsión de los religiosos extranjeros en 1617.

En el periodo que va desde la muerte del Padre Ricci hasta la expulsión, publicó en Pekín nueve obras escritas en chino, y su Tratado de las Siete Virtudes y los Siete Pecados sería reimpreso varias veces en los siglos siguientes, siendo que en 1778 el emperador manchú Chien Lung la incluyó en su gran colección de libros excelentes.

Un decreto imperial de febrero de 1617 expulsaba a los misioneros; pasó entonces este sacerdote, que había contribuido a la mejora de la vida de los chinos, a Macao, donde murió el nueve de julio de 1618.

El prestigio de Diego de Pantoja está hoy vigente en China, siendo que, en 2018, en un simposio celebrado en Pekín en conmemoración del cuarto centenario de su muerte, el historiador Zhang Kai declaraba que la mayor aportación de Pantoja fue su “política de adaptación, un diálogo equitativo entre dos civilizaciones” y sin el cual la memoria de las relaciones entre España y China no puede estar completa.

Cesáreo Jarabo

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