Diego Sarmiento y de Acuña fue un noble y diplomático español. Conocido en nuestros días por ser un gran erudito para la época y un apasionado bibliófilo, nuestro personaje nació el 1 de noviembre de 1567 en el Palacio Episcopal de Astorga, residencia de su tío paterno, obispo de la diócesis. Fue el hijo primogénito del matrimonio entre García Sarmiento de Sotomayor, corregidor de Granada y gobernador de las Islas Canarias, y Juana de Acuña. Pasó su infancia con su hermano García entre Gondomar, Astorga y Toro, de donde era su madre. Los dos hermanos se formaron con los capellanes y frailes de las cercanías de Gondomar, de ahí vendría su posterior erudición por la enseñanza humanística recibida que fue tutelada por su tío, el señor de Salvatierra y los Acuña, para que su sobrino siguiera la carrera de armas y las letras. Se le atribuye a Diego Velázquez un retrato suyo.
Diego Sarmiento y de Acuña fue caballero de la orden de Calatrava y Embajador de España en Inglaterra entre 1613 y 1622, cargo por el que recibió el apodo del “Maquiavelo español” por ser entonces el más avisado y experto embajador español de la Edad Moderna. Gondomar tuvo un papel determinante en las relaciones internacionales de España en los siglos XVI y XVII. Amigo personal del rey Jacobo I de Inglaterra, jugó un papel decisivo en el mantenimiento de la paz entre Inglaterra y España, liderando la facción católica y pro-española de la corte inglesa. El monarca dirá del español: “Nunca ha perdido de vista el proceder de hombre de bien”. La fama de bibliófilo le vino por su extensa cultura y por ser el dueño de una de las bibliotecas más importantes del siglo XVII. Bajo su orden se escribieron textos como Diálogo de Alberte e Bieito. Jacobo I era también un erudito, autor de poesías, traducciones y meditaciones y comentarios sobre las Sagradas escrituras. Discursos parlamentarios y obras de teoría política.
El conde de Gondomar heredó grandes extensiones de tierras en Galicia y Castilla la Vieja. En 1583, Felipe II le encomienda el mando militar de la frontera portuguesa y la costa gallega para evitar los robos de la mercancía americana en los galeones españoles.
Cuando se produjo la guerra anglo-española entre 1585 y 1604 repelió una incursión inglesa en la costa y hay quienes aseguran que tomó parte en la defensa de La Coruña contra la flota del pirata Francis Drake en la costa del Val Miñor y la “Armada inglesa” de 1589, motivos por los cuales le otorgaron el título de conde de Gondomar. Con Felipe II, la monarquía española llegó a ser la primera potencia de Europa y el Imperio español alcanzó su apogeo. Ningún pirata ni corsario logró hundir galeón alguno durante este siglo XVI. El 18 de diciembre de 1594 se trasladó al pazo de Gondomar para cumplir sus obligaciones militares que eran sobre todo defender la costa de los ataques ingleses. En aquella época el conde realizó varias reformas en la finca de treinta hectáreas de su propiedad rodeada de una gran muralla, hoy declarada BIC. En 1596 preparó la movilización de fuerzas ante un posible desembarco de la armada inglesa que regresaba de Cádiz y en 1597 fue nombrado corregidor de Toro.
Allí llevó una vida social intensa, mantuvo una correspondencia epistolar abundante y dedicó muchas horas a la lectura y compra de libros. Dos años después adquirió la Casa del Sol en Valladolid y la Iglesia de San Benito el Viejo para incorporarlas a su mayorazgo. Los anaqueles con libros ocupaban por completo las paredes de cuatro grandes salas. En 1602 fue corregidor de Valladolid, labor de la que dejaron huella Góngora y Cervantes, siendo Quevedo quien haría mención de su biblioteca de la Casa del Sol.
En 1603, Felipe III lo destinó a Vigo para supervisar el desembarco de dos galeones portugueses procedentes de las Indias, a los que impedían zarpar al puerto de Sevilla. A la vuelta —pues el duque de Lerma luego le ofrecerá este cargo a su hijo, el conde de Saldacia ― fue recompensado por sus servicios con el consejo de Hacienda, pero la cuantía recibida no fue suficiente para sobrellevar del todo las cargas económicas que venía padeciendo. En 1609 volvió a Galicia para frenar un ataque naval perpetrado por los holandeses. Allí residió de nuevo en Gondomar. En Valladolid, en la Casa del Sol traba amistad con el duque de Lerma, el hombre de confianza del monarca, el cual había conseguido que el rey trasladase la corte a Valladolid. En 1612 este le confía la embajada de Londres, cargo que estará hasta 1618 y por el que consiguió mantener la paz con Inglaterra por un periodo de más de diez años. Hacía 1613, cuando conoció a Jacobo I, quedó el monarca inglés impresionado por su dominio del latín. A partir de entonces, el rey tuvo una gran consideración hacia el diplomático español: admiraba su ingenio, su cultura, su prestancia y su compañía. Gondomar persuadió al monarca para que abandonase su alianza con Francia y formase alianza con España. Fueron tales los lazos de amistad que se acabaron llamando coloquialmente el rey de Inglaterra y él “los dos Diegos “e incluso bebían de la misma botella.
Manejó con mano izquierda en Madrid las negociaciones en 1623 para la boda entre el príncipe de Gales y la Infanta María Ana, hija de Felipe III y de Margarita de Austria, en tiempos de Jaime I, el cual había viajado a España con su hijo Carlos para negociar el matrimonio de modo discreto, pues el novio era de la religión anglicana y el enlace podía ser considerado herético. Era su padrino, el duque de Lerma. El conde duque de Olivares no deseaba la boda y los ingleses en el pueblo de Madrid eran impopulares. La relación se enfrió y no pasó mucho tiempo, hasta que Inglaterra ordenó un ataque de la armada inglesa a Cádiz en 1625.
La divisa que adoptó en su embajada fue: “aventurar la vida y osar morir”. Tras el paso de Pedro Zúñiga, el embajador previo, que había sido una figura controvertida, Gondomar desafío a los ingleses cuando se negó a arriar los colores de la bandera de España en los navíos de guerra que le llevaron al puerto de Portsmouth, aun a riesgo de que sus navíos fueran hundidos. Escribió a Jacobo I narrando con respeto, halago e ironía el incidente y amenazando con regresar a España si desoían sus peticiones. El rey Felipe III elevó a condado el señorío de Gondomar el 12 de junio de 1617.
El clima inglés perjudicó bastante su salud, pero no se negó a regresar a la embajada cuando se lo pidieron en 1619 y permaneció allí por un periodo de tres años más en una misión complicada por la reciente guerra en el imperio. Consiguió mejorar las condiciones de vida de los católicos ingleses y liberar a algunos sacerdotes de la cárcel. Eran los primeros años de la Guerra de los Treinta años (1618-1648), cuando el embajador evitó que el rey inglés interviniera a favor de los protestantes. De este modo, protegía el comercio marítimo y el imperio ultramarino de España, evitando los ataques ingleses. El éxito que tuvo en esta campaña fue tal que le hizo ganar enemistad entre los puritanos y los antiespañoles.
Cuando se retiró a España, se le permitió sacar de Inglaterra perros de caza y halcones. Después fue enviado a una misión diplomática en Viena. Fue nombrado camarero mayor del príncipe de Asturias. Murió en Haro, en La Rioja, en casa del IV Duque de Frías, el 2 de octubre de 1626.
Su primera boda fue con su sobrina, hija de su hermano, en 1581, Beatriz Sarmiento y Mendoza, no tuvieron descendencia y falleció a los cinco años. La segunda boda fue con su prima Constanza de Acuña y Lampre, de gran formación cultural, hija de un militar al servicio del duque de Alba, con la que tuvo siete hijos, cuatro de ellos varones.
Al morir el conde Gondomar su viuda e hijos se trasladaron a vivir al Pazo de Gondomar, en el siglo XVIII sufrió un incendio el lugar que luego sería escenario, años después, de la película basada en la novela de Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa.
La biblioteca del conde de Gondomar es hoy uno de los grandes fondos documentales que hay en la Real Biblioteca de Madrid y en la Biblioteca Nacional, la cual fue cedida en 1785 por su descendiente, el marqués de Malpica a Carlos III. Consta de más de 15.000 cartas de epistolario.
Inés Ceballos