El fraile español Andrés de Urdaneta, descubridor del Tornaviaje

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El pasado 3 de junio se cumplió un glorioso aniversario, el 454 de la muerte de uno de los más grandes navegantes de la Historia, un español prácticamente desconocido para la mayoría de sus compatriotas.

Andrés de Urdaneta y Cerain nace hacia 1508 en Ordicia, llamada entonces Villafranca, hijo de Juan Ochoa de Urdaneta, alcalde de la ciudad, y de Gracia de Cerain, pariente, por cierto, del gran explorador Miguel López de Legazpi, con quien tantas cosas compartirá nuestro protagonista.

El niño Andrés recibirá esmerados estudios, aunque se desconoce dónde los realiza. Destaca en matemáticas y en filosofía, y a lo largo de su vida, revelará poseer el don de lenguas, dominando, además del latín aprendido en sus estudios infantiles, varias lenguas asiáticas.

En 1525, con apenas diecisiete jóvenes años, se enrola en la expedición de García Jofre de Loaísa a las Molucas por la ruta del Pacífico, la primera acometida desde el viaje circunvalador del que estamos cumpliendo por estas fechas su V Centenario, una expedición en la que también va el gran Juan Sebastián Elcano, el máximo protagonista de dicha circunvalación. Es objetivo de la misma hacer cargamento de especias, el comercio más lucrativo de la época, con rentabilidades del 2000%, en unas islas cuya jurisdicción, portuguesa o española, es en ese momento todavía, era objeto de debate y enfrentamiento entre ambas monarquías.

Tras permanecer varios años en las islas, y bien después de que Carlos I se las venda definitivamente  a Portugal mediante el Tratado de Zaragoza de 1529 que le reporta pingües beneficios, nada menos que 350.000 escudos oro que le paga el rey portugués, en 1536 nuestro marinero emprende viaje de regreso a la Península, donde además de entregar al César Carlos una memoria sobre las islas, se ha convertido, a la chita callando, en un nuevo circunvalador del mundo, uno de los cuarenta primeros, después de los diecisiete que lo hacen con Elcano; de los que luego volverán desde Cabo Verde, donde habían quedado presos de los portugueses; y de los que a continuación lo hacen desde las propias Molucas, presos también de los portugueses, todos ellos apresados con ocasión de la expedición circunvaladora de Elcano. De Molucas trae don Andrés una hija de cinco años, que cabe imaginar con marcados y hermosos rasgos malayos, una expresión más de ese generoso mestizaje que van dejando aquellos españoles por todo el mundo, hija que entrega a su hermano en adopción y a la que deja en España.

Desde España pasará Urdaneta a Méjico, donde escribe un relato sobre variados temas como la navegación por el Caribe, la formación de los ciclones tropicales, la reproducción de las tortugas marinas, o la curación de las fiebres tropicales. Y en 1552, a la edad de 45 años, ingresa en un convento de la orden de San Agustín, pero no abandona su actividad náutica, participando en la expedición a Pensacola, en los actuales Estados Unidos.

En 1564, el virrey de Nueva España, Luis de Velasco, promueve una expedición marítima a las Filipinas, con una doble intención: establecer en ellas una base en el Pacífico, y hacer un nuevo intento de descubrir la ruta para volver desde Asia a América, en la que ya habían fracasado, por lo menos, cinco expediciones, todas ellas españolas, claro está, ya que nos hallamos en ese siglo en el que el Pacífico es el Mar Español.

Debidamente autorizada por el rey Felipe II, estima el virrey que, a pesar de su condición de fraile, no hay nadie tan adecuado para la organización de la expedición como Urdaneta, que es, de hecho, quien elige como jefe de la misma a su pariente, Miguel López de Legazpi, que no es precisamente un niño, pues tiene para entonces, pasados los sesenta.

El 21 de noviembre, con Urdaneta a bordo pues, zarpa la flota desde Acapulco. La ida a Filipinas se desarrolla en dos meses. Durante la feliz expedición, nuestro fraile navegante dará pruebas sobradas de la precisión de sus cálculos y de su conocimiento del Pacífico, siendo además después, tanto por su sentido de la diplomacia como por su conocimiento de las lenguas malayas, decisivo en las negociaciones con los aborígenes en una conquista que va a ser bastante pacífica.

Tras permanecer cuatro meses en el archipiélago, inicia el nuevo intento, que hace el sexto, de concluir el “tornaviaje”, es decir, el viaje de regreso a América navegando hacia el este, un viaje estratégicamente importantísimo, pues debería permitir el comercio español con el oriente asiático sin tener que atravesar las aguas controladas por los portugueses en las Molucas, India y África.

La expedición se inicia en San Miguel, en Filipinas, el 1 de junio de 1565, al mando del propio Urdaneta, quien pone rumbo nordeste, aprovechando el monzón del suroeste, buscando la corriente del Kuro-Shivo, o Corriente Negra, que debería impulsarlo hasta Acapulco. Y así será: el 18 de septiembre, sólo dos meses y medio después, avista la isla californiana de Santa Rosa: acaba de culminar la primera travesía del Pacífico de poniente a levante. Siempre quedará por dilucidar en qué momento, y cómo, da con la clave para completar una singladura en la que tantos habían fracasado. Tal vez algún informante local al que hubiera tenido acceso gracias a sus dotes lingüísticas y diplomáticas; tal vez una simple intuición acerca de la condición elíptica de los vientos en el Pacífico, que si de América traían por el sur, a América deberían devolver por el norte…

 Costeando la costa americana, arriba a Acapulco el 8 de octubre, tras haber recorrido casi ocho mil millas náuticas (más de catorce mil kilómetros) en ciento treinta días. Durante los siguientes doscientos cincuenta años, las naves españolas, y entre ellas el famoso Galeón de Manila, herramienta fundamental de la Primera Globalización que acaba de posibilitar España gracias a Andrés de Urdaneta, emplearán esta ruta, que, aun hoy, es una de las principales utilizadas por la navegación mundial.

Junto a la faceta exploradora de Urdaneta, se ha de destacar una segunda, la evangelizadora. Lo cierto es que, gracias a la labor de Urdaneta y los otros cuatro frailes agustinos que le acompañan en la expedición de Legazpi, comienza la evangelización de Filipinas, único país de toda Asia mayoritariamente católico, y al día de hoy, el mayor vivero católico del mundo, con sus 110 millones de habitantes, cien de los cuales católicos. Las instrucciones de Urdaneta incluyen la evangelización de las islas en el idioma nativo, hecho que puede parecer novedoso, pero que no es sino expresión del mismo que viene rigiendo en toda la evangelización americana desde sus inicios.

Y junto a estas dos facetas, todavía una tercera, la del cosmógrafo y el literato, pues Urdaneta deja escrita relación de todo cuanto realiza en varias obras. Así la “Relación sumaria del viaje y sucesos del comendador Loaisa desde 24 de julio de 1525”, completada con otra que entrega un año después a Carlos I. También, en 1561, el “Derrotero de la navegación que había de hacer desde el puerto de Acapulco para las islas de poniente el armada que S. M. mandó aprestar para su descubrimiento en las costas del mar del Sur de Nueva-España”. Y todo un informe sobre el archipiélago filipino para dirimir la jurisdicción castellana sobre las islas.

Andrés de Urdaneta morirá en la Ciudad de México, el 3 de junio, es decir, tal día como hoy, del año 1568, con apenas sesenta años de edad. Una estatua, acompañado de Legazpi, su pariente y compañero de fatigas, perpetúa su memoria en Manila. Quiera Dios que por mucho tiempo.

Jesús Caraballo

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