El domingo 21 de abril de 1719, en el contexto de la guerra de Sucesión española ― una más de las muchas que este país ha soportado ―, quién en aquel momento era máximo responsable de la seguridad pública en Cataluña, el marqués de Castel-Rodrigo, juntamente con la Real Audiencia, planificaron y organizaron lo que vinieron en llamar “Las Escuadras de Paisanos Armados”. La situación no era precisamente tranquila, los franceses a un paso de traspasar la frontera española, partidas de bandoleros, partidarios del Archiduque Carlos de Austria, y reinando en España, Felipe V. El mismo Borbón que, denostado en la actualidad y asociado al año 1714 y su Decreto de Nueva Planta, impulsó esa formación mediante Real Orden del 21 de abril de 1719 que, con el trascurso del tiempo pasó a denominarse “Mossos d,esquadra”. Desde sus orígenes, fue un cuerpo policial de naturaleza civil, seguramente uno de los más antiguos del mundo. Eran profesionales, retribuidos, jerarquizados, coordinados y con funciones de policía judicial y por lo tanto dependientes de la Justicia y de la Real Audiencia.
Un Rey que adoptó la decisión de organizar el Estado en provincias gobernadas por un Capitán General y una Audiencia, responsables de la administración con total lealtad al gobierno de Madrid. Ya no se trataba de “acatar la ley” sino de “cumplirla y rendir cuentas de ese cumplimiento”. Si las Vascongadas, Navarra, el Valle de Arán conservaron sus fueros fue debido a la lealtad demostrada, durante la contienda sucesoria, a favor del Borbón y en contra del Austria, circunstancia que no se dio ni en Baleares, ni en Cataluña ni en Valencia. Ahí está el retrato del monarca en Játiva, bocabajo, por haber dado orden de incendiar la ciudad. La memoria, en ocasiones, es muy selectiva. Y así, el 11 de septiembre de 1714 vuelve a recordarse en Cataluña, como una fecha nefanda, por haber perdido la guerra en defensa del Austria, pero no en defensa de unos fueros secesionistas que, nunca fueron realmente objeto de amparo. Casanova no luchaba contra España, sino en favor de un aspirante a monarca de esa nación, el Archiduque Carlos de Austria.
Tal recuerdo selectivo, con respecto a nuestro personaje, deja de lado, no solamente la caótica, la ruinosa situación económica del país y del gobierno, después de una nefasta presencia en la corte de Carlos II, el medio hombre, sino también el estado de corrupción política, judicial y social que imperaba en España. Para hacer frente a tal situación, estableció nuevos impuestos con una carga fiscal más equitativa. Fomentó la intervención del Estado en la economía, favoreciendo la agricultura y creando las llamadas manufacturas reales. Resultado de todo ello fue que, al final de su reinado, los ingresos de la Hacienda se habían multiplicado y la economía había mejorado sustancialmente.
Sin embargo, donde desean detenerse estas líneas es en la labor cultural, académica, educativa, e incluso industrial acontecida durante el reinado de Felipe V.
No hay que olvidar que el Rey era nieto del monarca creador de Versalles, Luis XIV, de ahí su preocupación por el impulso del mundo artístico y cultural del país. El Palacio Real de la Granja de san Ildefonso, inspirada en el estilo francés, fue ordenado en su construcción por Felipe V. Y para adornarlo adquirió multitud de obras de arte, en especial esculturas, de Cristina de Suecia, con un toque italiano, sin duda nacido de su segunda esposa Isabel de Farnesio. Otra impresionante obra iniciada durante su reinado no es sino el Palacio Real de Madrid que hoy da brillo y esplendor a la Plaza de Oriente de Madrid, recibiendo millones de visitantes todos los años. Como igual sucede con el palacio de Aranjuez, reformado intensamente por impulso del primer Borbón, Rey de España. Si su interés por tener conocimiento de cuanto sucedía en los territorios de Ultramar le impulsó a mandar a Jorge Juan Santacilia y Antonio de Ulloa, a interesarse por el estado de aquellos virreinatos tan lejano, también promocionó y costeó los trabajos de investigación acerca de las dimensiones de la tierra y los datos astronómicos favorecedores del establecimiento exacto de los meridianos. Sin embargo, su preocupación por la ciencia, también se extendía hacia la seguridad y el poderío de la armada española.
La presencia de Jorge Juan vuelve a estar presente, dando precisos detalles de las necesidades de reforma y modernización de los buques de la Armada, la construcción de nuevos astilleros, de la Academia de Guardiamarinas de Cádiz, la importación de ingenieros navales incluso de la contrincante Inglaterra, introductores de nuevos diseños en la construcción de naves, con nuevos maderas, nuevas estructuras, más manejables, más veloces. Una política que, proseguida por sus hijos Fernando VI y Carlos III, con el marqués de la Ensenada como Secretario, propició que España, por allá 1717, ya superase como potencia naval a Inglaterra.
Y siendo todo lo anterior llamativo todavía habría que añadir que, durante el reinado del denostado Felipe V, se fundaron instituciones tan acreditadas como la Real Academia Española de la Lengua y la Real Academia de la Historia, e incluso hay que mencionar el impulso dado a las Universidades, creando los Colegios Mayores. Así pues, Felipe V, hombre de sempiterno estado depresivo, con una mentalidad en ocasiones desquiciada, con influencias un tanto nefastas como la de su esposa Isabel Farnesio, tuvo también el acierto de saber elegir a sus colaboradores, calificados como Secretario de Estado, dando amplio campo de actuación a tales edecanes de su política. Una política sustentada, fundamentalmente, en la gran profesionalización de la administración, en la rendición de cuentas de las labores administrativas, en la racionalización de la tesorería real y en el ejercicio decidido de hacer cumplir la ley, promulgadas con clan claridad y exigencia de cumplimiento.
Felipe V, así pues, fue más allá de unos decretos a la hora de fijar una política que iba más adornada del sentimiento de Estado que del provincianismo mediocre y de baja altura de miras. La España de los Austria, sin duda, vio el crecimiento del Imperio, pero, también es cierto que el primer Borbón, aunque nacido y proclamado rey en el francés Versalles, supo impregnar todo su reinado, 1724-1746, de un sentido de Estado y de amor a España.
Por descontado que existen en ese período y en el personaje momentos y circunstancias indeseadas y prontas a la descalificación, pero lo cierto es que Felipe V fue y ejerció como Rey de España, de todas las Españas.
El 9 de julio de 1746, Felipe V murió en Madrid, en el Palacio del Buen Retiro, sucediéndole en el trono su hijo Fernando VI. Por expreso deseo del monarca, su cuerpo fue enterrado en el palacio de la Granja de san Ildefonso.
Francisco Gilet
Bibliografia
Calvo, José. La guerra de Sucesión.
Kamen, Henry. Felipe V. El rey que reinó dos veces. Madrid