Un varón nació el 24 de noviembre de 1713, en un pueblo pequeño, de nombre Petra, en el Pla de Mallorca. Sus padres, analfabetos, Antonio Serra y Margarita Ferrer, le pusieron por nombre Miguel José. Ese varón y su hermana Juana María fueron los únicos que sobrevivieron de los cinco hijos habidos del matrimonio de labradores, a cuya labor destinó Miguel José sus primeros años, hasta que, deseando lo mejor para su hijo, sus padres lo ingresaron en la escuela del convento de franciscanos de san Bernardino en el mismo pueblo de Petra. De ahí partió hacia el convento de san Francisco en Palma, para a los 16 años hacerse fraile. En ese momento cambio su nombre por el de Junípero.
Su interés por la filosofía fue alimentado por Ramón Llull, para, con el estudio de tres años de Filosofía y cuatro de Teología, ganar en 1737 por oposición una cátedra de Filosofía en el convento de San Francisco de Palma de Mallorca, que ocupó de 1740 a 1743, fecha esta última en la que, tras obtener el grado de Teología, inició la enseñanza de Teología Escotista en la Universidad luliana de Palma. Es decir, que aquel varón hijo de analfabetos logró ascender hasta la universidad luliana. Detalle que nos permite aludir a un hecho llamativo. Desde 1790 hasta 1830 (fallecido ya fray Junípero) viajaron a Nueva España en calidad de misioneros un total de doscientos veintisiete franciscanos, de los que solamente tenían título superior nueve lectores de Teología, tres lectores de Filosofía, un maestro en Artes, un maestro en Moral, un maestro en Gramática y un teólogo escolástico. Nos hallamos, pues, ante un personaje que podía estar llamado a mayores cotas de jerarquía y docencia, sin embargo, eligió un camino mucho más difícil, peligroso y pedregoso, misionar en las Américas.
Abandonando su cátedra, su convento, sus púlpitos, el 13 de abril de1749 se embarcó con su amigo y futuro biógrafo, Francisco Palou, con destino al Virreinato de Nueva España. Con una travesía difícil en la cual casi naufragaron, la nave llegó a Veracruz el 7 de diciembre de 1749. Desde allí, mientras los restantes veinte misioneros acompañantes de fray Junípero seguían su camino en carruaje hacia ciudad de México, éste, junto con un religioso andaluz decidieron hacer los 500 kilómetros a pie. En ese largo trayecto que le permitió contactar con los pobladores que iba encontrando, contrajo la dolencia en una pierna que ya no le abandonó el resto de su vida.
Fue en Querétaro donde permaneció nueve años, dedicados a convertir a los indígenas pames, al tiempo que, recordando a sus padres, les enseñaba los rudimentos de la agricultura, de la ganadería de tiro y de labor, así como hilar y tejer.
Habiendo decretado Carlos III la expulsión de los jesuitas, en 1767, de todos los dominios de la Corona, y atendiendo dichos jesuitas la labor en las Californias, fueron sustituidos por los franciscanos, entre ellos fray Junípero Serra. Encabezando una de las expediciones, comandada por Gaspar de Portolá, fundaría la Misión de San Diego de Alcalá el 16 de julio de 1769.
El 3 de julio se erigió la Misión de San Carlos de Borromeo. En julio de 1771 se establecía la Misión de San Antonio de Padua y en agosto la de San Gabriel, que se encuentra en la actual área metropolitana de Los Ángeles. El 1 de septiembre de 1772 fundaba la misión de San Luis Obispo de Tolosa.
Su labor evangelizadora y civilizadora prosiguió llegando incluso a enfrentarse al jefe de los asentamientos, Pedro Pagés, redactando un informe para el virrey Bucareli. Este texto será la “Representación sobre la conquista temporal y espiritual de la Alta California”, conocido también como “Representación de 1773”, y ha sido calificado como una Carta de Derechos de los indios, siguiendo la mejor tradición de la escuela de Salamanca, con Francisco de Vitoria. Su empeño moral en traspasar la propiedad de la tierra a los indios que la trabajaban no gozaba de mucho entusiasmo entre las autoridades del virreinato.
Esas misiones que iban fundando configuraban el llamado Camino Real. En el cual también se hallaba la Misión de san Francisco de Asís, en 1776, san Juan de Capistrano en 1776, la de san Buenaventura en 1782. Junípero Serra y sus colaboradores siguieron la línea de acción establecida durante su estancia en la Sierra Gorda de Querétaro. Cuando llegaban a un lugar conveniente, levantaban una capilla, unas cabañas para residencia de los frailes y un pequeño fuerte protector contra posibles ataques. Acogían a los indígenas que se aproximaban movidos por la curiosidad y, una vez ganada su confianza, les invitaban a establecerse en las proximidades de la misión.
Allí, al mismo tiempo que catequizaban a los indígenas, los misioneros les enseñaban nociones de agricultura, ganadería y albañilería, les proporcionaban semillas y animales y les asesoraban en el trabajo de la tierra. Algunos de ellos aprendieron también las técnicas de la carpintería, la albañilería o la herrería, como puede verse en las ruinas de una forja catalana que todavía existen en la Misión de San Juan Capistrano. Las mujeres recibían adiestramiento en las labores de cocina, costura y confección de tejidos.
Falleció en la Misión de San Carlos Borromeo (Monterrey, California), el 28 de agosto de 1784. Sus restos descansan en la Basílica de la Misión de San Carlos Borromeo.
Francisco Gilet