Vamos a penetrar en un personaje un tanto especial, Juan de Zumárraga, nacido en Durango, hoy Vizcaya y en 1468 perteneciente a la corona de Castilla. Su ingreso en la Orden franciscana de Frailes Menores, le llevó hasta su nombramiento de Padre Guardián en el convento Scala Coeli en el Abrojo, muy cerca de la capital del reino de Castilla en aquellos tiempos, es decir, Valladolid.
Fue en dicho convento cuando en 1527, con ya 60 años, conoce a Carlos I, habiéndose alojado el Emperador en él , de paso a las sesiones de Cortes Generales y con el deseo de permanecer durante la Semana Santa. Así, con tal encuentro, cuando se erige en obispado la diócesis de Ciudad de México, habiendo conquistado Hernán Cortés la capital que sería de la Nueva España, Carlos I propone a la Santa Sede el nombramiento de Zumárraga para dicho cargo, al mismo tiempo que, siguiendo las directrices de su abuela la reina Isabel, le nombra directamente Protector de los indios. Las reticencias iniciales a tales cargos por parte del franciscano decaen ante la insistencia del Emperador, siendo nombrado el 12 de diciembre de 1527 Ordinario de la diócesis mexicana, para salir en enero de 1528 hacia América con fray Andrés de Olmos y los miembros de la primera Audiencia de México, presidida por Nuño de Guzmán, siendo oidores Parada, Maldonado Matienzo y Delgadillo. Fue el 6 de diciembre del dicho año cuando llegaron a México.
Su actividad pastoral y colonizadora está bien jalonada de hechos y construcciones. En 1533 solicitó al Consejo de Indias una imprenta y un molino de papel para instalar en México, aunque en 1536 le relata en una misiva a Carlos I que tenían obras preparadas, pero carecían de papel. Sin embargo, gracias a su insistencia, en 1539 en una casa de su propiedad en ciudad de México, Juan Cromberger, monta una filial de su imprenta, siendo la primera que se instala en el continente americano. De sus prensas sale la primera obra la Breve y más compendiosa doctrina cristiana en lengua mexicana y castellana.
El Obispo Zumárraga participó activamente en la construcción del centro santa Cruz de Tlatetolco, inaugurado en 1536 y destinado a la formación de la población indígena. También fundaría el colegio de san Juan de Letrán en 1536 y el primer hospital, bajo el nombre de Amor de Dios. Zumárraga fue el iniciador de las gestiones de lo que sería la primera universidad fundada por españoles en el Nuevo Mundo, discutiéndose esa primogenitura con la de Lima, Perú. También fundó el Convento de san Francisco de la ciudad de México, donde se hallaba la primera biblioteca del continente americano.
Falleció en dicha ciudad mexicana el 3 de junio de 1548, siendo sepultado en la cripta de los Arzobispos de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, si bien su nombramiento como tal llegó cuando ya había fallecido.
Hasta aquí la vida y obras de un español más que dedicó sus esfuerzos y sapiencia a la inmensa labor colonizadora y evangelizadora de un gran continente. Sin embargo, hay un hecho más en su vida de mayor trascendencia, empero no haber constancia en ninguno de sus escritos de ello; ser el principal testigo de las apariciones de la Virgen de Guadalupe protagonizadas por el indito Juan Diego.
El indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531 escuchó, en el cerro de Tepeyac, los deseos de aquella virgencita “linda” que le solicitaba la construcción de un templo en ese mismo lugar, mandándole a ver al obispo Zumárraga con tal solicitud. Según el relato en náhuatl de las apariciones marianas, titulado Nican mopohua, el indito cumplió en repetidas ocasiones la petición de la virgencita, presentándose ante el obispo quién, negándose primero a creer en las palabras de Juan Diego y por tanto en las apariciones, llegó a exigirle un milagro; el indígena debía traerle rosas de Castilla conseguidas en el cerro de Tepeyac en pleno diciembre y con un terreno completamente árido y pedregoso.
Ninguno de los escritos de Zumárraga hace referencia al acontecimiento. Así, sus cartas, notas y memoriales, e incluso el catecismo por él compuesto, la Regla Cristiana, no mencionan las apariciones guadalupanas, ni al indígena Juan Diego, ni cualquier intención de construir un templo en el cerro del Tepeyac.
Sin embargo, el 12 de diciembre de 1531, la Virgen María obró el milagro que el obispo le solicitaba. Mandó al indito Juan Diego, hoy san Juan Diego, al cerro a recoger las rosas. El indígena se encontró con las flores, las cortó y las recogió en su tilma o ayate, como una toga abierta a los lados, y de tal guisa las trasportó a la casa de Zumárraga. Cuando se halló delante de él, el obispo abrió la tilma desparramándose las más bellas rosas jamás nacidas en un cerro.
Todavía cabría añadir otro milagro quizás más llamativo; la aparición de la imagen estampada en la tilma del indito Juan Diego. Imagen de la Virgen María que se mantiene perenne sobre una humilde tela de fibra de agave de origen indígena. Si extraordinario es el hecho de conservarse incólume durante siglos, dado el soporte sobre la cual fue estampada la imagen, más lo es el hecho de que toda la tela presenta un tacto áspero en su extensión excepción hecha donde figura la imagen mariana, donde es suave como la seda. Como también que, según los expertos estudiosos, no aparecen trazos de pincel, sino que la imagen fue plasmada completa a un mismo tiempo. Todavía un dato extraordinario más; hechas copias con el mismo material y colocadas en las mismas condiciones, a los quince años las copias estaban inservibles habiéndose deteriorado completamente.
Y ya, por último, causa sorpresa el silencio del obispo Zumárraga cuando nos hallamos con el hecho siguiente; el Dr. José Aste Tonsmann, un oftalmólogo peruano, estudió los ojos de la imagen de la Virgen con una magnificación de 2.500 veces y fue capaz de identificar hasta trece individuos en ambos ojos en diferentes proporciones, así como el ojo humano reflejaría una imagen. Parece ser una captura del momento exacto en el que Juan Diego desplegó la tilma ante Fray Juan de Zumárraga, siendo este quién aparece en la imagen plasmada en las pupilas, con Juan Diego, una esclava, un español con barba y por último, una familia indígena con padre, madre, tres hijos y dos adultos más.
Los estudios por los cuales ha pasado esa imagen merecerían de una extensa atención, si bien, pueden hallarse en múltiples páginas, a las cuales cabe remitirse. Solamente un acontecimiento más que habla de la magnificencia mariana; En 1921, un sujeto anticlerical escondió 29 varas de dinamita en un jarrón de rosas y lo puso ante la imagen dentro de la Basílica de Guadalupe. Cuando la bomba explotó, casi todo, desde el piso y el reclinatorio de mármol voló. La destrucción alcanzó incluso a ventanas que se hallaban a 150 metros de distancia. Sin embargo, la Virgen permaneció intacta.
Sin duda alguna, Zumárraga solicitó un milagro a Juan Diego, y la Virgen ha sido extraordinariamente esplendida, de ahí la devoción del pueblo mexicano a su Virgen guadalupana, extendida por todo el mundo católico.
Francisco Gilet.