Fue don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, octavo marqués de Villena, quien, junto con once novatores, previas diversas reuniones preparatorias, el 6 de julio de 1713 celebró la primera sesión de la nueva corporación en su propia casa. Es el libro de actas, abierto desde el 3 de agosto, donde queda reflejado tal hecho. Esos novatores (personas renovadoras de la ciencia española actuantes durante los siglos XVII y XVIII, según la propia RAE) iniciaron su andadura mediante la aprobación oficial de su constitución por Real Cédula de Felipe V, de fecha 3 de octubre de 1714.
A partir de tal reconocimiento oficial esos once eruditos se enfrascaron en la decisión de fijar un lema para la institución fundada. Y fruto de debates y porfías, después de una votación secreta, llegaron al que todavía perdura; “Un crisol en el fuego, con la leyenda Limpia, Fija y Da Esplendor”, bajo el título de Real Academia Española, sin más adjetivos ni sustantivos.
El precedente de la RAE lo hallamos en la Académie Française, fundada por el cardenal Richelieu en 1635, habiéndose marcado la española como objetivo fundamental desde su creación el elaborar un diccionario de la lengua castellana, “el más copioso que pudiera hacerse”. Durante 1726 y 1739 se fueron editados sus seis volúmenes, siendo su introducción una sucinta historia de la institución.
Aquellos once iniciales miembros, a partir de 1715 se fueron completando hasta llegar a veinticuatro, siendo aprobados sus primeros estatutos en dicho año, para ser ampliados o modificados en los años 1848, 1859, 1977 y 1993. Mención precisa es la aparición de la Orthografia en 1741 y la primera edición de la Gramática en 1771.
Instalada en la madrileña calle de Felipe IV desde 1894, la Real Academia se ha ido adaptando a los tiempos, fijando en sus últimos Estatutos como objetivo «velar por que la lengua española, en su continua adaptación a las necesidades de los hablantes, no quiebre su esencial unidad». Es la lucha por el constante resurgimiento de la lengua española, manteniendo su unidad y estimándola como fundamento de toda formación. El que fuera presidente de la RAE, Victor García de la Concha, ya se expresó en 2014, refiriéndose a los fundadores; “eran novatores, empeñados, en aquel momento de decadencia social, en que los españoles cobraran conciencia de su propia historia y del patrimonio de su cultura, y en que España se abriera al diálogo con Europa. Pero eran, además, humanistas y como tales sabían que el Renacimiento había comenzado por colocar la lengua, la gramática en concreto, como base de toda formación y de todo progreso cívico”. Tales novatores junto con el Marqués de Villena, reunidos en su casa en la plaza de las Descalzas, fueron los siguientes; Juan de Ferreras, Gabriel Álvarez de Toledo, Andrés González de Barcia, fray Juan Interián de Ayala, los padres jesuitas Bartolomé Alcázar y José Casani y Antonio Dongo Barnuevo. Su primer tomo, el Diccionario de autoridades, se publicó en 1726.
De Juan Manuel Pacheco, marqués de Villena, primer director de la Real Academia, nacido en Marcilla, Navarra, se puede leer: “Este insigne marcillés atesora en sí las partes del sabio, del caballero, del militar y de fervoroso cristiano, y en todas ellas hay enseñanzas para los distintos estados de la vida«. Del padre dominico, Juan de Ferreras, en el Diccionario de la Real Academia de la Historia, también puede leerse; “Estudió las primeras letras en su localidad natal, y a los nueve años pasó a cursar estudios de Latín, durante tres años, al Colegio de la Compañía de Jesús en Monforte de Lemos (Lugo). Felipe V le nombró bibliotecario mayor de la Real Librería”. Juan Interián de Ayala, mercedario, fue el primer ocupante de la silla E, iniciando la elaboración del Diccionario de autoridades, con la redacción de la letra K. El padre jesuita Bartolomé Alcázar (1648-1721) fue humanista, historiador y matemático. Desde 1700 se dedicó a la preparación de su Chrono-Historia de la Compañía de Jesús. José Cassani (1673-1750), también jesuita, fue visitador eclesiástico, profesor de matemáticas y polígrafo. Fue el primer ocupante de la silla G. Papeletizó textos de Santa Teresa. Al padre Cassani se debe también la Historia de la Real Academia. Francisco Pizarro, Marqués de san Juan, Mayordomo de la Reina. José de Solís Gante y Sarmiento, Marqués de Castelnovo. Vincencio Squarzafigo Centurión y Pons, Caballero de la Orden de Calatrava. Andrés González de Barcia, Consejero de Su Majestad. Gabriel Álvarez de Toledo y Pellicer, Secretario del Rey y primer bibliotecario real. Y Antonio Dongo Barnuevo, Oficial de la Secretaria de Estado.
Como es de ver, la mayor parte de los once novatores, aparte de ser personajes ilustres de su tiempo, se movían dentro de los linderos de la doctrina de la Iglesia, unos por vocación eclesiástica, otros por expresa devoción. Detalle que en la actualidad llama la atención cuando se oyen voces que discriminan y desvalorizan a la Iglesia católica como fuente de hombres ilustres en todos los ámbitos de la ciencia.
Francisco Gilet