Fue Martín de Azpilcueta y Jaureguízar uno de los grandes personajes de la Historia de España y de Europa del siglo XVI. Destacado humanista, se le encuadra como uno de los primeros y más importantes miembros de la reconocida Escuela de Salamanca.
Nacido de cuna noble en Barásoain en diciembre de 1492, sus primeros estudios los realiza en el todavía Reino de Navarra. Posteriormente, entre 1509 y 1516, estudia en la recién creada Universidad de Alcalá de Henares. De aquí se traslada a Toulouse, donde cursa Derecho Canónico. En su estancia en la localidad francesa, es ordenado presbítero, y comienza su labor docente y magistral. De vuelta a su Navarra natal, en 1523, toma el hábito de la Orden de Canónigos Regulares de San Agustín. Ya como profesor, en 1524, se traslada a la Universidad de Salamanca. Durante catorce años ejerció como catedrático, teniendo numerosos y destacados alumnos como Covarrubias, Sarmiento y Pedro de Deza. Es en esta época cuando destaca, y es reconocido por el emperador.
Por orden de Carlos I, se traslada a la recién fundada Universidad de Coimbra, donde ejerce durante dieciséis años como catedrático de Derecho Canónico. Juan III de Portugal, hermano de la emperatriz Isabel, le tuvo en grandísima estima, que se reflejó en la cantidad de honores que le fueron otorgados, aunque algunos rehusó. En Coimbra es donde se publicó su obra más famosa: “Manual de confesores y penitentes”(1550).
Jubilado de la docencia, regresa a España en 1554, con sesenta y dos años. Tras dos años de estancia en Valladolid, mediando en disputas conventuales, se instala en su pueblo de Barásoain en 1556. En este año, ya en su tierra navarra, publica “Comentario Resolutorio de Usuras (o Cambios)”. Este tratado ha tenido una relevancia enorme en la Historia, por dos razones, una económica y otra moral. La moral fue la despenalización, en el ámbito de la Cristiandad, del préstamo con interés. Hasta aquel momento, la Iglesia consideraba ilícito y reprobable moralmente cobrar los intereses del dinero. Martín consigue que la Jerarquía, religiosa y política, cambie su percepción del negocio bancario.
Hasta el siglo XVI, la banca había estado en manos de los judíos, pues sólo ellos, desde el punto de vista de su moral, tenían permitido el cobro de interés. La transformación social y económica que supuso el pensamiento de Azpilcueta, ha sido de una trascendencia fundamental en nuestra Civilización. Su tratado, asimismo, es considerado, por numerosos economistas contemporáneos, el precursor de la Economía Clásica, que a partir del siglo XVIII se desarrollaría con Adam Smith.
Pero la actividad de Martín de Azpilcueta, el Doctor Navarro, se prolongó durante muchos años más. Después de cinco años, entre 1556 y 1561, dedicado a la educación de sus sobrinas y a su afición por el estudio del impacto del dinero en la Economía, es encargado de la defensa del Cardenal Carranza. Bartolomé Carranza, Arzobispo de Toledo y Cardenal Primado, había sido detenido y encarcelado por la Inquisición dos años antes, en 1559. El Doctor Navarro acepta el encargo de la defensa de su paisano Carranza en 1561. Ha sido éste, muy probablemente, el caso más importante que ha tenido la Inquisición Española. Azpilcueta, doctor en Derecho Canónico, demostró sus conocimientos y valentía, dejándose “muchas plumas”.
Esta valentía, quizás, le supusiera que Felipe II no aceptara, posteriormente, su nombramiento como cardenal. Sin embargo, se granjeó y acrecentó su fama ante los papas San Pío V, Gregorio XIII y Sixto V. Martín de Azpilcueta consiguió, tras una tensa disputa entre San Pío V y Felipe II, que el caso del Cardenal Carranza se juzgara en Roma y no en España. Finalmente, en 1567, el juicio se traslada a la Ciudad Eterna, donde transcurrieron los últimos años del Doctor Navarro. Allí permaneció durante el juicio, consiguiendo la absolución de Bartolomé Carranza, en 1576, por el papa Gregorio XIII. Sus últimos años, a pesar de su avanzada edad, siguieron siendo fructíferos para la Iglesia y la Humanidad. Entabló amistad con San Carlos Borromeo y San Felipe Neri, y continuó como consejero importante de los papas Gregorio XIII y Sixto V. Falleció, en 1586, en la capital de la Cristiandad.
Francisco Iglesias Guisasola