Nació en Sevilla el 30 de mayo de 1893. Fue novillero, anarquista, destacado militante de la CNT-FAI, Director de prisiones en el Madrid rojo, alcalde provisional de la ciudad por dos días, y sobre todo, buena persona que si llegó a salir en hombros de una plaza de toros, también sufrió dos cornadas importantes: una en la plaza de toros de Madrid y otra la sufrida tras la Guerra de Liberación.
Por sus actividades sindicales sufrió cárcel en tiempos de Alfonso XIII; tantas, que fue nombrado responsable nacional del comité de presos de la CNT; por sus actividades culturales tuvo relación con la flor y nata de la literatura: Pío Baroja, los hermanos Álvarez Quintero…, y por sus actividades políticas se las tuvo con Santiago Carrillo y con el gobierno republicano.
Su prestigio lo llevó a estar presente en el “Pacto de San Sebastián” de 17 de agosto de 1930, principio del fin de la monarquía de Alfonso XIII. Aquí tuvo uno de sus primeros desencuentros al no entender el lujo en que se movían los conspiradores.
Participó en la sublevación de Jaca de 12 de diciembre de 1930, pero Melchor era de sentimientos profundamente humanistas, lo que ocasionó que en febrero de 1935 fuese expulsado de la FAI.
No sería el último contratiempo. Así, el 20 de julio de 1936 acudió al asedio del Cuartel de la Montaña para escribir un relato de lo acontecido, pero al llegar y observar el patio lleno de cadáveres, la mayoría de ellos rematados con tiros en la cabeza, el relato se convirtió en una denuncia de la masacre que no tuvo ningún eco en las altas esferas.
El general Fanjul salió con vida, pero el resto de los sublevados fueron ejecutados sin piedad.
Ante esa situación, el mismo mes de julio organizó una cheka en el palacio del Marqués de Viana, del que hizo inventario, y en ella internó curas, falangistas, civiles y militares entre los que se encontraban los hermanos Álvarez Quintero. También solicitó su ingreso (si, si, lo solicitó) Rafael Salazar Alonso, ministro que fue en el gobierno de Alejandro Lerroux, personaje al que Melchor despreciaba.
Se trataba de una cheka extraordinaria en la que se celebraba misa a diario, y hasta se celebró una boda de dos falangistas… Y Salazar Alonso, que se manifestaba contrario al Alzamiento, se encontraba a disgusto, por lo que pidió ser juzgado por un tribunal, motivo por lo que Melchor lo entregó al ministro de justicia el 19 de septiembre. El 22 era fusilado.
En noviembre, ante la acometida de las tropas nacionales, el gobierno huyó a Valencia, y los presos que atestaban las cárceles supuestamente también eran trasladados.
La realidad era muy otra. En la cárcel de Porlier fueron fusilados cuarenta internos, y el día 8, en la Cárcel Modelo, por orden de la Dirección General de Seguridad, muchos presos fueron maniatados y conducidos a Paracuellos del Jarama.
El 10 de noviembre Melchor visitó Paracuellos, encontrándose un panorama dantesco: Unos dos mil cadáveres, según consta en el informe que levantó, estaban tendidos mientras un miliciano se quejaba de falta de ayuda para enterrarlos.
Se entrevistó con Juan García Oliver, ministro de Justicia, quién le manifestó estar al corriente del asunto, y que cuando Melchor señaló a Santiago Carrillo y Serrano Poncela como responsables de la matanza, calló.
Sintiéndose capaz de limitar tanta barbarie, pidió para sí el cargo de inspector general de prisiones, algo que misteriosamente le fue concedido dos días después. Con el cargo y, jugándose la vida, logró parar las sacas.
Y no sin dificultad, porque Ángel Galarza, ministro de la Gobernación, le dijo que gracias a esas chekas se conseguía detectar a los quintacolumnistas. No obstante, en unas semanas fue clausurada la checa de Fomento, permaneciendo activas el resto durante varios meses.
El 8 de diciembre de 1936 las turbas inician el asalto a la prisión de Alcalá de Henares, atestada con 1.532 presos, entre los que se encontraban Raimundo Fernández Cuesta, Agustín Muñoz Grandes, Javier Martín Artajo, los hermanos Luca de Tena, el médico militar Gómez Ulla, el locutor Bobby Deglané o el futbolista Ricardo Zamora. La mayoría, anónimos. Cinco días antes, la turba había matado a 319 de los 320 presos confinados en Guadalajara.
La situación fue controlada. Tras casi seis horas de discusión a cara de perro y a punta de escopeta, encaramado en una mesa espetaba a las turbas:
¿os creéis que la Revolución es para asesinar en la cárcel a unos pobres seres indefensos? ¿Queréis matar fascistas? Muy bien, a matarlos, pero en el frente. Yo voy con vosotros.
Y gracias a la decisión de quién en este momento sería bautizado como “el ángel rojo”, cedieron las turbas. Era el inicio de una actividad por la que miles de personas se salvaron de los fusilamientos.
La acción de Melchor Rodriguez estaba volcada en el resguardo de los presos, que literalmente muertos de hambre vieron cómo les llegaban víveres, no sin protestas. La consejería de Orden Público elevó una protesta: ¿se podía consentir que los presos, enemigos de la República, estuvieran mejor alimentados que la población civil que estaba dando su vida por la libertad?
Pero la actuación de Melchor no era bien vista por el gobierno. Así, el ministro Juan García Oliver le exigió su dimisión, aunque las presiones internacionales hicieron que la orden fuese revocada.
Finalmente, el uno de marzo de 1937 el Subsecretario de Justicia, Mariano Sánchez Roca, cesaba a Melchor Rodríguez como Inspector Especial de Prisiones …. el partido comunista, pedía la cabeza de quien consideraban colaboracionista de los sublevados. Y en el entretanto sufría un atentado del que milagrosamente salió vivo.
Pero la acción humanitaria del ángel rojo no cesaba. Así, a la muerte de Serafín Álvarez Quintero, acaecida el 12 de abril de 1938, posibilitó que fuese enterrado con la cruz y que recibiese un responso rezado por un pater de la Legión a quién después pasaportó a Francia para salvarle la vida.
Mediado marzo de 1939 se le ofreció huir al extranjero. Se negó. quedaba mucha gente que seguía confiando en él, entre otros los presos de las cárceles, que temían una represión a muerte de los perdedores que abandonaban la ciudad.
Nombrado alcalde en funciones de Madrid por el general Miaja, fue el encargado de entregar la ciudad a las Tropas Nacionales el 28 de marzo, y con una hoja de servicios merecedora de los máximos honores, en febrero de 1941 fue sometido a consejo de guerra.
El tribunal había recibido más de dos mil firmas pidiendo su libertad. Entre ellas la del general Muñoz Grandes. Manuel Carrasco Verde, general de brigada, testificó la gran labor desarrollada por ”el ángel rojo”. Finalmente sería condenado a veinte años de prisión acabó cumpliendo cinco de la condena.
En 1945 Muñoz Grandes fue nombrado Capitán General de la I Región Militar, y una de sus primeras medidas fue poner en libertad a Melchor Rodríguez.
Falleció el 14 de febrero de 1972. Al sepelio asistieron cientos de personas de ambos bandos, rojos y nacionales. El capellán rezó un responso muy sentido, que fue escuchado con respetuoso silencio por los anarquistas, que cerraron el acto cantando el himno revolucionario «A las barricadas», que fue escuchado con igual respeto por los que no eran anarquistas.
Melchor Rodríguez fue ante todo un hombre que hizo el bien, aun cuando le pudo costar la vida. “Por las ideas se puede morir, pero no se puede matar”, dicen que dijo.
Gloria a Melchor Rodríguez.
Cesáreo Jarabo
Qué gran persona ante tanto asesino en ambos bandos. Mi mayor admiración.
Un personaje digno de tener una calle en este Madrid que tantas tiene a otros que ni merecían ser recordados