“Así eran los viejos tiempos de fe de Castilla, que cumplía la palabra aún desde la tumba” (Washington Irving, Cuentos de la Alhambra).
Santo Sepulcro, Jerusalén. Año del Señor 1080.
Hoy hace calor en Jerusalén: un día plomizo en el que la cota de mallas pesa más de lo normal, eso es al menos lo que le parece al Patriarca, advocatus Sancti Sepulchri, cuando se ve obligado a abandonar su celda para recibir a los peregrinos procedentes de la lejana Castilla y que, al parecer, son viejos conocidos de su amigo y hermano en la fe, el capellán de Santo Domingo de Silos. De hecho, ha sido este quien le ha sacado de su recogimiento para implorarle que salga a recibir a una expedición compuesta por un noble caballero y su mesnada, quienes desean rezar frente al Santo Sepulcro, aquel en el que yació Nuestro señor Jesucristo.
El encuentro se presupone de fe y de importancia, así se lo ha asegurado el capellán cuando le ha comunicado quién es el insigne peregrino: Munio Alfonso de Finojosa, azote de moros y amparo de cristianos, hombre muy rico y cercano al rey Alfonso VI, que se hace acompañar por setenta caballeros que responden al apellido de Hinojosa como si fueran uno solo.
No ha terminado el de Silos de cantar las loas de su ilustre invitado cuando los dos llegan a la Casa Santa, encontrándose de frente con los peregrinos. Organizados en formación militar, aguardan en el patio abierto por la que se accede a las cinco pequeñas capillas, al este del patio de Resurrección; lo hacen en respetuoso silencio, envueltos bajo un halo de luz grisácea que dota al conjunto de cierto aire fantasmal que impacta al mismo Patriarca. Si no los estuviera viendo allí mismo, se dice, pensarían que son almas del purgatorio errando por la vida.
Pax Christi, dice el patriarca a modo de saludo, a lo que don Munio responde forma escueta: vengo a cumplir mi promesa, dice con tono glacial, mientras de fondo comienzan a escucharse cánticos y rezos, amplificando la sensación de respeto y veneración que se percibe en sus almas acongojadas.
El murmullo de las oraciones se acrecienta cuando se inicia la procesión, encabezada por el patriarca, el capellán y la clerecía, cada uno con una candela en la mano, y detrás los peregrinos, todos en orden de pelea, como si aún continuaran en el campo de batalla, repitiendo los salmos con fervor: Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta.
Cuando llegan al Santo Sepulcro los clérigos se detienen en el patio de Resurrección y dejan paso a don Munio, quien, silencioso y solemne, se adentra junto a sus setenta adalides en el lugar donde hace 1080 años Nicodemo y José de Arimatea llevaron el cuerpo de Cristo. Desde su posición el patriarca no los puede ver, pero sí oír: oran, cantan, murmuran plegarias. Luego se hace el silencio, algo normal en estos casos de recogimiento, aunque en esta ocasión le parece más intenso. Incluso inquietante.
Poco a poco el sol se va retirando, envolviendo el patio bajo un aura mística y multicolor. Acosado por una extraña incertidumbre nacida del silencio que desprende el Sepulcro, el patriarca llama a don Munio, pero no hay respuesta. Tampoco al segundo intento, ni al tercero. Es entonces cuando se decide a entrar y lo que allí ve lo deja sin palabras.
Entonces vieron el patriarca, el capellán y toda la clerecía que no eran Munio Alfonso y sus setenta caballeros los que habían entrado aquel día en la Casa Santa, sino sus ánimas, que eran ánimas santas, y fueron allá por mandado de Dios Padre a cumplir el voto que habían hecho en vida.
EL PERSONAJE
Conocemos la historia de Munio Sánchez de Finojosa a través de la Historia milagrosa de Santo Domingo de Silos, del monje benedictino Gaspar Ruiz Montiano (Valladolid– Huete, 1639).
Los datos biográficos son escasos: en cuanto a su lugar de nacimiento, se tiene por cierto es que la familia Finojosa, o Hinojosa, tenía sus raíces o solar en Hinojosa del Campo, Soria; que vivió en el último tercio del siglo XI, en la Castilla de Alfonso VI y que era señor de setenta caballeros. Un hombre poderoso, en definitiva, noble de corazón y feroz guerrero que recorría territorio moro haciendo que su nombre fuera temido más allá de la frontera cristiana, cualidades a las que había de añadirse su notable habilidad como cazador y su gran afición a la cetrería.
En una ocasión, durante una jornada de montería, don Munio se adentró en un bosque en busca de una buena pieza cuando comenzó a escuchar voces en un claro. Curioso, se acercó sigilosamente a curiosear y cuál sería su sorpresa cuando, oculto entre los árboles, divisó varios carruajes de moros cruzando por el sendero: hombres vestidos con túnicas de seda bordadas en plata y oro y mujeres ataviadas con chales de la India, pulseras y ajorcas de oro. Al frente de la delegación, un joven de buen porte que por vestimenta y modales desprendía calidad y que se hacía acompañar por una muchacha cuyo rostro quedaba oculto bajo el velo.
De repente, la pieza más codiciada en el bosque ya no era un jabalí, sino un grupo de moros adinerados, así que el noble actuó con rapidez e hizo sonar el cuerno de caza, reclamando a sus monteros. En cuestión de minutos, los cristianos ya tenían acorralado a los sorprendidos moros.
Según sabemos gracias al monje Gaspar, la embajada mora no era otra cosa que un séquito nupcial que acompañaba al joven Albadil, hijo de un alcaide, y su novia Alifra. Viéndose rodeados por los castellanos, Albadil suplicó a don Munio que les perdonara la vida, alegando que su único delito era haber recorrido ese bosque para casarse. Profundamente conmovido por el amor que se profesaban los dos jóvenes, el noble no solo les perdonó la vida, sino que además se ofreció a los novios para celebrar los esponsales en sus propios dominios. El hijo del alcaide aceptó, así que don Munio envió recado a su esposa, María Palacín, para que preparara la ceremonia.
La gran fiesta nupcial duró más de quince días. Después de la boda, los recién casados serían escoltados de regreso a su hogar.
Aquel acto de generosidad jamás sería olvidado por Albadil.
ALMENARA.
En 1080, el rey convocó a sus nobles para iniciar una durante una campaña contra los moros, entre ellos don Munio Sancho de Finojosa y sus setenta caballeros, quienes se vieron obligados a postergar el juramento que tiempo antes había hecho don Munio de peregrinar al Santo Sepulcro en Jerusalén.
Las mesnadas partieron hacia la llanura de Salmanara, en las cercanías de Uclés, donde se encontrarían con las tropas moras, produciéndose una batalla en los campos de Almenara.
El combate fue largo, cruento y con fatal desenlace para don Munio, ya que en un embate perdió su brazo derecho, quedando mortalmente herido, si bien se negó a abandonar la lucha y acabó muriendo junto a sus setenta caballeros.
MUERTE
Munio sarcophago, sançi generosa propago…(epitafio de don Munio)
La noticia de la muerte de don Munio se extendió por tierras moras, llegando hasta los oídos de Albadil, el joven al que el noble perdonó la vida en aquel bosque de Castilla y al que agasajó en su boda. Compungido por la muerte del castellano, este acudió al lugar de la batalla, recogió el cadáver y de manera muy honrada por la honra que fiço a sus bodas. (Ruiz Montaño) ordenó amortajarlo antes de meterlo en un rico ataúd de madera con clavos de plata y llevarlo de regreso a su esposa.
Don Munio fue enterrado en el monasterio de Silos, en el patio de clausura, lo que hoy es el claustro, siete años después de que se enterrara allí a Domingo de Silos, quien sería canonizado como Santo Domingo en 1076. La cercanía entre un sepelio y otro era un privilegio extremo, insólito (Gerardo Boto Varela) hacia don Munio, pues no se conoce el caso de ningún otro laico sepultado junto a un santo en un lugar tan destacado de un monasterio.
Sería posiblemente su hijo Fernando, mayordomo del rey Alfonso VII quien años después sufragaría en mitad del claustro una capilla de bóveda con “quatro sepulcros antiquissimos de los Finojosas con sus letras” (Miguel Vivancos)
El templete funerario que albergó las sepulturas de don Munio, María y sus hijos Fernando y Diego se desmontó alrededor de 1700. Hoy queda una inscripción sobre un hecho que aconteció en Tierra Santa.
ÁNIMA PEREGRINA
En aquel día en que fallecieron, las almas de don Munio Sancho y sus caballeros aparecieron en la casa santa de Jerusalén (Ruiz Montiano).
Mientras don Munio moría en el campo de batalla, muy lejos de allí, en Tierra Santa, el capellán del Santo Sepulcro, castellano y de Silos, tuvo noticia de la inesperada llegada de unos caballeros que deseaban rezar en aquel lugar sagrado.
El clérigo se debió sentir muy honrado cuando le dieron noticia que en la puerta le aguardaba don Munio Sancho de Hinojosa, noble al que conocía por ser de su tierra, motivo por el cual salió a recibirlo con muy grande procesión. Atendiendo a la calidad de los visitantes, el capellán avisó al patriarca latino para informarle del elevado linaje de los peregrinos y este salió a recibirles con los debidos honores, conduciéndoles en procesión hasta el Santo Sepulcro, donde les dejaron solos para que pudieran rezar.
Mientras los clérigos aguardaban, comenzó a escucharse entonces un murmullo de las oraciones, hasta que de repente se hizo el silencio. Suponiendo que ya habían concluido, el patriarca entró para hablarles, pero dentro ya no había nadie. Todos se maravillaron y se preguntaron cuál podía ser el significado de tal prodigio y entendieron que eran almas santas.
El patriarca anotó cuidadosamente la fecha del suceso y luego mandó un mensajero a Castilla para que le trajera noticias de aquel noble que había desparecido sin dejar rastro. La respuesta fue sorprendente: don Munio Sancho de Hinojosa y sus setenta caballeros murieron el mismo día que el patriarca aseguraba haber estado con ellos.
A Silos llegó la noticia del milagro que suponía la peregrinación del alma del caballero y sus hombres, así que los monjes del monasterio aceptaron enterrarlo en el claustro, algo que no tiene parangón en ningún lugar de España, al menos entre los siglos X al XIII (Boto Varela).
Esta leyenda está recogida en Cuentos de la Alhambra
Si alguno de ustedes duda de la milagrosa parición de los caballeros fantasmas, puede consultar la Historia de los reyes de Castilla y León, del piadoso fray Prudencio Sandoval, obispo de Pamplona (…). Es una leyenda demasiado preciosa para abandonarla con ligereza en manos de los incrédulos.
Fray Prudencio de Sandoval publicó Historia de los reyes de Castilla y León en 1615 y José Lopez Agurleta la Vida del venerable fundador de la Orden de Santiago. En esos dos libros se narra esta historia, páginas 101,101v y 102 en la obra del primero y en las 172 y 173 en la del segundo.
Apuntar que Agurleta consideraba que Munio Sancho de Finojosa no es el que Sandoval señala, fallecido en 1080, sino el hijo de Miguel Muñoz de Finojosa, padre de San Martín, que se había casado con Sancha, hermana de Pedro Fernández, fundador de la Orden de Santiago (según Agurleta). Este Don Munio Sancho, sepultado en Santo Domingo de Silos, y muerto en los Campos de Almenara, cerca de Uclés, no pudo ser otro que el sobrino del Maestre, falleciendo en 1208.
BÉCQUER
En mayo de 1861 Gustavo Adolfo Bécquer se había casado en Madrid con la soriana Casta Esteban Navarro y, al parecer, ambos estuvieron recorriendo la tierra natal de la esposa, entre ellos Hinojosa del Campo.
No sería de extrañar que al encontrarse con tan insigne poeta los lugareños le contaran la historia de don Munio Sancho de Finojosa, aquel que junto a su mesnada de setenta caballeros fue muerto por la morisma en los Campos de Almenara sin haber podido cumplir su promesa de peregrinar al Santo Sepulcro de Jerusalén. El mismo que fue visto en Tierra Santa el día de su muerte rezando dentro del Santo Sepulcro junto a sus setenta adalides.
Inspirado por estos hechos y otros, en 1862 Bécquer escribió El monte de las ánimas, que comienza así:
La noche de difuntos me despertó, a no sé qué hora, el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Ricardo Aller Hernández
BIBLIOGRAFÍA
*abc.es/cultura/20150324/abci-caballero-cumplio-muerto-promesa-201503201110.html
*tiocarlosproducciones02.blogspot.com/2014/12/leyenda-de-don-munio-sancho-de-hinojosa.html.
*docelinajes.es/2015/09/
Yo me lo creo ? Por qué Dios no va a permitir el cumplimiento de tan bella promesa? ? Qué sabemos del camino que recorren las almas hasta llegar a su destino final?
Precioso y bellamente escrito.
Me gusta como empieza : «año del Señor 1080»
Muy bien e interesante, leido en Georgia