Hay hombres que son más recordados que naciones enteras (Elisabeth Smart).
Burgos, año del Señor 1081.
Como cualquier día de invierno en Castilla, afuera el día es desapacible y el viento del norte arrecia con fuerza, resonando entre los recovecos de la alacena donde la niña lleva escondida un rato escuchando la discusión de sus padres. Llevan un buen rato hablando entre ellos, empleando palabras duras — rey, caballeros, destierro, castigo— que dan a entender la gravedad del asunto, tanto como para que hoy no la hayan dejado salir a apacentar el ganado y para que las puertas y ventanas estén cerradas a cal y canto.
Con gran recaudo y fuertemente sellada:
Que a mío Cid Ruy Díaz, que nadie le diese posada
Y aquel que se la diese supiese veraz palabra,
Que perdería los haberes y además los ojos de la cara,
Y aún más los cuerpos y las almas.
Aunque apenas tiene nueve años, la niña ha oído hablar de ese caballero al que llaman El Campeador. Son muchas las historias que su padre le ha contado sobre ese guerrero temible que, por lo que puede escuchar, parece haber caído en desgracia: el rey Alfonso lo ha desterrado, ordenando que nadie lo ayude en su marchar de Castilla, so pena de duro castigo
Le convidarían de grado, mas ninguno no osaba;
El rey don Alfonso tenía tan gran saña;
Retumba el ruido de unos golpes en la puerta de la casa, asustando a la pequeña. Insistente. Una, dos, tres veces. Desde la alacena puede ver a sus padres inmóviles, rostros aterrados mirándose entre ellos.
El Campeador adeliñó a su posada.
Así como llegó a la puerta, hallóla bien cerrada;
Por miedo del rey Alfonso que así lo concertaran:
Que si no la quebrantase por fuerza,
que no se la abriesen por nada.
Los de mío Cid a altas voces llaman;
Los de dentro no les querían tornar palabra.
Aguijó mío Cid, a la puerta se llegaba;
Sacó el pie de la estribera, un fuerte golpe le daba;
No se abre la puerta, que estaba bien cerrada.
Arrecia el miedo en la casa, pero la niña es de natural resuelta. Si las historias que ha oído sobre ese caballero resultan ciertas no entiende por qué hay que temer a alguien al que se atribuyen cualidades como el valor, la fe, la justicia, la generosidad, la templanza o la lealtad, así que sale de su escondrijo y se desliza hasta la puerta. Lo que sucede a continuación es historia de la literatura:
Una niña de nueve años a ojo se paraba:
—¡Ya, Campeador, en buena hora ceñisteis espada!
El Rey lo ha vedado, anoche de él entró su carta
Con gran recaudo y fuertemente sellada.
No os osaríamos abrir ni acoger por nada;
Si no, perderíamos los haberes y las casas,
Y, además, los ojos de las caras.
Cid, en el nuestro mal vos no ganáis nada;
Mas el Criador os valga con todas sus virtudes santas.
Esto la niña dijo y tornóse para su casa.
EL PERSONAJE
Ya por la ciudad de Burgos el Cid Ruy Díaz entró.
Sesenta pendones lleva detrás el Campeador.
Todos salían a verle, niño, mujer y varón,
a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó.
¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor!
Y de los labios de todos sale la misma razón:
«¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor! (Poema de Mío Cid).
Su padre, Diego Laínez, o Flaínez, fue uno de los hijos de Flaín Muñoz, conde de León en torno al año 1000, y destacó durante la guerra con Navarra en 1054, reinando Fernando I de Castilla y León.
Rodrigo se crió como miembro del séquito del infante don Sancho, siendo este quien lo nombró caballero y con el que acudió al que posiblemente sería su primer combate, la batalla de Graus (Huesca), en 1063.
Al fallecer el rey Fernando I en 1065, el reino se dividió siguiendo la vieja costumbre de repartir los territorios entre los hijos: a Sancho, el primogénito, le correspondió Castilla; a Alfonso, León y a García, Galicia. El reparto ocasionó graves problemas: fue acatado solo hasta que murió la reina madre doña Sancha (1067) y luego suscitó cinco años de guerras civiles con batallas como Llantada (1068), Golpejera (1072)…El joven Rodrigo luchaba a favor de Sancho como alférez(primero entre todos los oficiales). Fue también entonces cuando ganós el sobrenombre de Campeador.
Sancho II logró reunificar los territorios en 1072, pero la situación seguía siendo muy inestable: un grupo de nobles leoneses, agrupados en torno a la infanta doña Urraca se alzaron contra él en Zamora. Don Sancho acudió a sitiarla con su ejército, cerco en el que Ruy realizó notables acciones, pero que al rey le costó la vida a manos de Bellido Dolfos.
EL CID Y ALFONSO VI, UNA COMPLEJA RELACIÓN
La imprevista muerte de Sancho II dio el trono de León a su hermano Alfonso. La leyenda nos ha transmitido la célebre imagen de un Ruy tomando la voz de los desconfiados vasallos de don Sancho y obligando a jurar al nuevo monarca en la iglesia de Santa Gadea (o Águeda) de Burgos que nada tuvo que ver en la muerte de su hermano, una osadía que le haría ganar la enemistad real. Cierto o no, la realidad es que el Campeador gozó de la confianza de Alfonso VI, quien lo nombró juez en unos pleitos asturianos en 1075 y el año anterior lo casó con una pariente suya, su prima tercera doña Jimena Díaz, bisnieta de Alfonso V de Leó.
En 1079 don Alfonso (imagen) nombró a Ruy embajador frente a Sevilla para recaudar las parias que le adeudaba el rey Almutamid, mientras que García Ordóñez acudía a Granada con una misión similar.
En el tiempo en el que Rodrigo estuvo desempeñando su delegación, el rey Abdalá de Granada, secundado por los embajadores castellanos, atacó Sevilla. Por hallarse Almutamid bajo la protección de Alfonso VI, el Campeador tuvo que salir en socorro del moro, derrotando a los invasores en Cabra y capturando a García Ordóñez y a otros castellanos.
En 1080, mientras el monarca castellano dirigía una campaña de apoyo al rey de Toledo Alqadir, una razzia andalusí se adentró por tierras sorianas y atacó el castillo de Gormaz. Rodrigo hizo frente a los saqueadores y los persiguió con su mesnada hasta más allá de la frontera, adentrándoe en el reino de taifa toledano, saqueando su zona oriental, que estaba bajo el amparo del rey Alfonso. Aquel ataque, sumado quizás a las maledicencias de los favorables a García Ordóñez, que no perdonaban lo sucedido en Sevilla, llevaron al rey a tomar una decisión ejemplar: el destierro.
EL PRIMER DESTIERRO
1081. Rodrigo Díaz precisaba un nuevo señor a cuyo servicio ponerse junto con su mesnada. Al parecer, se dirigió primero a Barcelona, donde gobernaban Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, pero no consideraron oportuno acogerlo en su corte. Ante esta negativa, el exiliado se encaminó a Zaragoza, poniéndose a las órdenes del viejo Almuqtadir, uno de los más brillantes monarcas de los reinos de taifas. Poco después moriría el rey (octubre de 1081) quedando su territorio repartido entre sus dos nietos: Almutamán, rey de Zaragoza, y Almundir, rey de Lérida, Tortosa y Denia.
El Campeador siguió al servicio del primero, a quien ayudó a defender sus fronteras contra los avances aragoneses por el norte y contra la presión del hermano por el este: Almenar (1082), Morella, Olocau del Rey (1084)…El Cid era un guerrero invencible.
Jamás, desde que guerreaba, había ordenado a un hombre algo que no fuera capaz de hacer por sí mismo. Eran sus reglas. Dormía donde todos, comía lo que todos, cargaba con su impedimenta como todos. Y combatía igual que ellos, siempre en el mayor peligro, socorriéndolos en la lucha como lo socorrían a él. Aquello era punto de honra. Nunca dejaba a uno de los suyos solo entre enemigos, ni nunca atrás mientras estuviera vivo. Por eso sus hombres lo seguían de aquel modo, y la mayor parte lo haría hasta la boca misma del infierno (Arturo Pérez-Reverte, Sidi).
Almutamán murió en 1085 y le sucedió su hijo Almustaín, a cuyo servicio siguió el Campeador, aunque por poco tiempo. En 1086, Alfonso VI, que había conquistado Toledo el año anterior, puso sitio a Zaragoza con la firme decisión de tomarla. Sin embargo, el caudillo almorávide Yusuf desembarcó con sus tropas, los almorávides, para ayudar a los reyes andalusíes frente a los avances cristianos. El rey de Castilla tuvo que levantar el cerco y dirigirse hacia Toledo para preparar la contraofensiva, que se saldaría con la gran derrota castellana de Sagrajas (octubre de 1084).
Fue por aquel entonces cuando Rodrigo recuperó el favor del rey. El encuentro ocurrió en Toledo, coincidiendo en ello el Cantar y las fuentes históricas. El Cid permaneció en la corte hasta el verano de 1088, cuando partió hacia Valencia para auxiliar a Alqadir, el depuesto rey de Toledo al que Alfonso VI había compensado de su pérdida situándolo al frente de la taifa valenciana.
El Campeador pasó primero por Zaragoza, donde se reunió con su antiguo patrono Almustaín y juntos se encaminaron hacia Valencia, hostigada por Ahajib, el nuevo rey de Lérida. Después de ahuyentar al rey leridano y de asegurar a Alqadir la protección de Alfonso VI, Ruy tuvo noticia de que Almundir había ocupado la plaza de Murviedro (hoy Sagunto), amenazando de nuevo a Valencia. La tensión aumentaba y el Campeador regresó a Castilla para explicarle la situación a don Alfonso y planificar las acciones futuras.
Mientras tanto, las circunstancias en Valencia se habían complicado: Almustaín se alió con el conde de Barcelona, lo que obligó a Rodrigo a su vez a buscar la alianza de Almundir, revirtiendo las vieja alianzas. Cuando el Campeador llegó a Murviedro se encontró con que Valencia estaba cercada por Berenguer Ramón II, lo que auguraba un enfrentamiento que al final no se produjo gracias a la diplomacia.
Regresada la tranquilidad, Ruy comenzó a cobrar los tributos para sí mismo en Valencia y en los restantes territorios levantinos. Con ello (señala Menendez Pidal) no hace sino ejercer el privilegio que, durante su estancia en la corte, Alfonso VI y él habían pactado una situación de virtual independencia del Campeador a cambio de defender como vasallo los intereses estratégicos de Castilla en el flanco oriental de la Península.
EL SEGUNDO DESTIERRO
Alfonso VI había conseguido adueñarse de la fortaleza de Aledo (Murcia), amenazando desde la misma a las taifas de Murcia, Granada y Sevilla. Esta situación, más la actividad del Campeador en Levante, movieron a los reyes de taifas a pedir de nuevo ayuda al emperador de Marruecos, Yusuf ben Tashufin, que acudió con sus fuerzas a comienzos del verano de 1088, poniendo cerco a Aledo.
En cuanto don Alfonso se enteró de la situación, partió en auxilio de la fortaleza asediada y envió instrucciones a Rodrigo para que se reuniese con él. El Campeador avanzó entonces hacia el sur, aproximándose a la zona de Aledo, pero a la hora de la verdad no se unió a las tropas procedentes de Castilla.
¿Qué sucedió? Al parecer, Ruy no acampó en Villena, sino en Onteniente, mucho más fértil, colocando atalayas avanzadas en Villena y, más allá, en Chinchilla, mientras Alfonso, en lugar de ir al lugar de encuentro acordado, tomó un camino más corto, por Hellín y por el valle del Segura hasta Molina. Al saber que se acercaba el rey con un numeroso ejército, Yusuf optó por eludir el combate y retirarse a Lorca; pero Alfonso VI, azuzado por los maledicentes hostiles de Ruy Díaz, le condenó de nuevo al destierro, quitándole las villas y tierra que le habia concedido en Castilla, ordenando expropiar también sus casas y bienes, algo que sólo se hacía normalmente en los casos de traición; incluso hizo apresar a doña Jimena con sus tres hijos. Rodrigo envió por escrito y por juramento su exculpación; el no quiso ceder, aunque permitió que doña Jimena y sus hijos se reuniesen con él. A partir de este momento, el Campeador se convirtió en un caudillo independiente y se dispuso a seguir actuando en Levante guiado por sus propios intereses.
Ruy comenzó actuando en la región de Denia, perteneciente a la taifa de Lérida, lo que provocó el temor de Alhajib, quien envió una embajada para pactar la paz con el Campeador. Firmada esta, Rodrigo regresó a mediados de 1089 a Valencia, donde de nuevo recibió los tributos de la capital y de las principales plazas fuertes de la zona.
Avanzando hacia el norte, la mesnada llegó en 1092 hasta Morella, por lo que Almustain, sobrino de Alhajib, a quien pertenecía también la comarca, se alió de nuevo contra Rodrigo con el conde de Barcelona y fueron a su encuentro. La batalla tuvo lugar en Tévar, al norte de Morella y allí Rodrigo derrotó por segunda vez a las tropas coaligadas y volvió a capturar a Berenguer Ramón II con cinco mil de los suyos.
Mientras tanto, Alfonso VI pretendía recuperar la iniciativa en Levante, para lo cual estableció una alianza con el rey de Aragón, el conde de Barcelona y las ciudades de Pisa y Génova, cuyas respectivas tropas y flotas participaron en la expedición, avanzando sobre Tortosa (entonces tributaria de Rodrigo) y la propia Valencia en el verano de 1092.
El ambicioso plan fracasó, no obstante, y Alfonso VI hubo de regresar a Castilla al poco de llegar a Valencia, sin haber obtenido nada de la campaña, mientras Rodrigo, que se hallaba en Zaragoza negociando una alianza con el rey de dicha taifa, lanzó en represalia una dura incursión contra La Rioja.
VALENCIA
Mientras Rodrigo prolongaba su estancia en Zaragoza hasta el otoño de 1092, en Valencia una sublevación encabezada por el cadí o juez Ben Yahhaf había destronado a Alqadir, que fue asesinado, favoreciendo el avance almorávide. El Campeador volvió al Levante y, como primera medida, puso cerco al castillo de Cebolla (hoy el El Puig) en noviembre de 1092. Tras la rendición de esta fortaleza a mediados de 1093, el burgalés tenía ya una cabeza de puente sobre Valencia, que fue cercada por fin en julio del mismo año.
El 21 de octubre de 1094, los almorávides intentan recuperar Valencia, con cerca de 10.000 combatientes. Tras una semana de enfrentamientos, una noche el Campeador decidió salir con el grueso de su mesnada y emboscarse a espaldas de la retaguardia enemiga y el Real almorávide, al sur de Cuarte, mientras un segundo cuerpo de caballería salió al alba hacia la vanguardia del enemigo, situada al este de Mislata, con el fin de provocar el avance de la caballería almorávide y emprender una rápida retirada que la atrajera hacia Valencia en una maniobra de distracción. Conseguido el objetivo, Rodrigo atacó la retaguardia almorávide, produjo la desbandada musulmana, tomó el Real y obtuvo una rápida victoria. Fue la primera derrota del Imperio almorávide ante un ejército cristiano.
Valencia capituló ante Rodrigo el 15 de junio de 1094. Desde entonces, el caudillo castellano adoptó el título de «Príncipe Rodrigo el Campeador» y seguramente recibiría también el tratamiento árabe de sídi «mi señor», origen del sobrenombre de mío Cid o el Cid, con el que acabaría por ser generalmente conocido.
En 1095 cayeron la plaza de Olocau y el castillo de Serra, y a principios de 1097 se produjo la última expedición almorávide en vida de Rodrigo, comandada por Muhammad ben Tashufin, la cual se saldó con la batalla de Bairén (Gandía), ganada una vez más por el castellano, esta vez con ayuda de la hueste aragonesa de Pedro I, con el que Rodrigo se había aliado en 1094.
Nada de limitarse a mirar: observaba, y Minaya conocía bien su modo de hacerlo. Siempre que se encontraba en el campo, los ojos de Ruy Díaz estudiaban por instinto los accidentes del terreno, su conformación física, los detalles favorables y las desventajas. Aquello no era deliberado sino espontáneo, igual que un artesano veía la obra en la madera antes de tallarla, o un sacerdote adivinaba gloria o condenación en los susurros del penitente. Era una mirada adiestrada en lo militar y hecha para eso. La mirada de águila de un jefe natural. Aquel infanzón castellano no veía, al mirar en torno, lo mismo que veían otros. Sus ojos eran la guerra (ArturoPérez-Reverte, Sidi).
En 1097 Rodrigo envió a su único hijo varón, Diego Rodríguez, a luchar junto a Alfonso VI contra los almorávides; las tropas de Alfonso VI fueron derrotadas y Diego perdió la vida en la batalla de Consuegra. A fines de 1097 tomó Almenara y el 24 de junio de 1098 logró ocupar la poderosa plaza de Murviedro, que reforzaba notablemente su dominio del Levante. Sería su última conquista, pues apenas un año después, posiblemente en mayo de 1099, el Cid moría en Valencia de muerte natural, cuando aún no contaba con cincuenta y cinco años.
Su esposa Jimena, convertida en señora de Valencia, consiguió defender la ciudad con la ayuda de su yerno Ramón Berenguer III durante un tiempo, pero en mayo de 1102 la familia y gente del Cid abandonaron Valencia con la ayuda de Alfonso VI, llevando consigo los restos del Cid, que serían inhumados en el monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña. Valencia fue conquistada al día siguiente de nuevo por los almorávides y permaneció en manos musulmanas hasta 1238, cuando fue retomada definitivamente por Jaime I.
EL CID CAMPEADOR
Ya hemos dicho que Ruy fue conocido como Campeador, y así se atestigua en 1098, en un documento firmado por el propio Rodrigo Díaz, mediante la expresión latinizada «ego Rudericus Campidoctor». En 1098 el Cid consagró la nueva Catedral de Santa María, reformando la que había sido mezquita aljama de Valencia. En el diploma de dotación de la catedral de fines de 1098 Rodrigo se presenta como «princeps Rodericus Campidoctor».
Ego Ruderico, simul cum coniuge mea, afirmo oc quod superius scriptum est (‘Yo Rodrigo, junto con mi esposa, suscribo lo que está arriba escrito’).
Por su parte las fuentes árabes del siglo XI y principios del XII lo llaman الكنبيطور «alkanbīṭūr» o القنبيطور «alqanbīṭūr», o trascrito en romance Rudriq o Ludriq al-Kanbiyatur o al-Qanbiyatur (‘Rodrigo el Campeador’).
Con respecto al sobrenombre de «Cid», se conjetura que ya pudieron usarlo como tratamiento honorífico y de respeto sus coetáneos zaragozanos por sus victorias al servicio del rey de la taifa de Zaragoza entre 1081 y 1086 o, más probablemente, valencianos, tras la conquista de esta capital en 1094. El apelativo aparece por vez primera (como «Meo Çidi») en el Poema de Almería, compuesto entre 1147 y 1149.
En cuanto a la combinación «Cid Campeador», se documenta hacia 1200 en el navarro-aragonés Linaje de Rodrigo Díaz que forma parte del Liber regum (bajo la fórmula «mio Cit el Campiador»), y en el Cantar de mio Cid («mio Cid el Campeador», entre otras variantes).
El Cid Ruy Díaz soy, que yago aquí encerrado
y vencí al rey Bucar con treinta y seis reyes paganos.
De estos treinta y seis reyes, veintidós murieron en el campo;
los vencí en Valencia después de muerto encima de mi caballo.
Con esta son setenta y dos batallas que vencí en el campo.
Gané a Colada y a Tizona: por ello Dios sea loado.
(Epitafio épico del Cid)
MUERTE
Su muerte se produjo en Valencia el domingo 10 de julio de 1099. El Cantar, probablemente en la creencia de que el héroe murió en mayo, precisaría la fecha en la Pascua de Pentecostés (el dia cinquaesma) con fines literarios y simbólicos.
Ruy Díaz fue inhumado en la catedral de Valencia, por lo que no fue voluntad del Campeador ser enterrado en el monasterio de San Pedro de Cardeña, a donde fueron llevados sus restos en 1102. A pesar del sepulcro que ordenó esculpir Alfonso X en 1272, sus huesos fueron dando tumbos por el cenobio y la iglesia hasta que el emperador Carlos I determinó en 1541 que fueran recolocados en el centro de la iglesia, hasta que en 1735 las osamentas de ambos fueron recolocadas en una capilla de nueva construcción, la de San Sisebuto, más conocida como la Capilla del Cid. En 1808, durante la Guerra de la Independencia, los soldados franceses profanaron su tumba, pero al año siguiente el general Paul Thiébault ordenó depositar sus restos en un mausoleo en el paseo del Espolón, a orillas del río Arlanzón, siendo de nuevo trasladados en 1826 a Cardeña; tras la Desamortización, en 1842, fueron llevados a la capilla de la Casa Consistorial de Burgos. Desde 1921 reposa junto a doña Jimena en el crucero de la catedral de Burgos.
Rodericvs Didaci Campidoctor MXCIX Anno Valentia Mortvs A todos alcança ondra por el que en buen ora nació. Eximiina Vxor Eivs Didaci Comitis Ovetensis Filia Regali Genere Nata
(Epitafio en la tumba del Cid escrito por Ramón Menéndez Pidal).
Babieca, por cierto, descansa en San Pedro de Cardeña.
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.
(Manuel Machado, Castilla)
Ricardo Aller Hernández
BIBLIOGRAFÍA
* Alberto Montaner Frutos, Catedrático de la Universidad de Zaragoza. Caminodelcid.org/cid-historia-leyenda/cantar-mio-cid/
Ruy o Rodrigo?
En el Cantar usa el nombre de Ruy, por lo que los nombres de Ruy o Rodrigo son válidos para referirnos al personaje.
» Ya entra el Cid Ruy Díaz por Burgos;
sesenta pendones le acompañan.
Hombres y mujeres salen a verlo,
los burgaleses y burgalesas se asoman a las ventanas:
todos afligidos y llorosos.
De todas las bocas sale el mismo lamento:
¡Oh Dios, qué buen vasallo si tuviese buen Señor! »
Mio Çid Roy Díaz por Burgos entrove,
En sue compaña sessaenta pendones;
exien lo ver mugieres e varones,
burgeses e burgesas por las finiestras sone.
De las sus bocas todos dizían una razóne:
» Dios, que buen vassallo, si oviese buen señore! «