Toledo, 1402.
Mientras el resto de comensales mufle los suculentos manjares que hay sobre la mesa real —olla poderida, lomo de ciervo al vino tinto, tortilla blanca, habas tiernas en leche de almendra, pollo al agraz, gallina morisca, conejo en escabeche, calabazas con leche y queso, jarretes de ternera con salsa agria, sopa dorada, truchas estofadas con membrillos… — Ruy González de Clavijo apenas prueba bocado de su escudilla de pisto de capón con leche, azúcar y especias, perdido como está en el recuerdo de las palabras que le ha dirigido el rey hace un momento.
—Ordeno a vos el fecho de la partida de la manera que corresponda para el servicio de Dios y provecho de mi reino— le dijo mientras apoyaba su mano mesma en el hombro.
Ajeno al trajín de reposteros, especieros, triperos, potaxieres, frutieres, buxieres, aguadores, galopines, pasteleros, despenseros, sumilleres y maestros cerveceros yendo y viniendo de las cocinas al comedor, el mayordomo del rey Enrique III, llamado el Doliente, trata de organizar en su mente todo lo que va a necesitar para su misión: un buen barco, provisiones, hombres valientes, algún sacerdote que tenga conocimiento en la parla de lenguas…Muchas son las necesidades y escaso el tiempo si quiere partir lo antes posible.
Anochece en Toledo, lo que significa que no debe faltar mucho para que el sol alumbre un nuevo día en Samarcanda, la capital donde le aguarda el legendario Tamurbec, más conocido en Castilla como Tamerlán, el señor de los mogoles, ante quien debe presentarse para ofrecerle una alianza militar con Castilla en la guerra contra el Turco.
—Una misión nada baladí, voto a Dios— se dice, preso de la emoción.
Al alzar la vista, don Ruy siente sobre él la mirada inquisitiva del rey desde el otro lado de la mesa. Aunque joven y frágil de salud, Enrique de Trastámara es un hombre ambicioso, de los que gustan del éxito y recelan del fracaso, una exigencia que despierta en don Ruy una sed insaciable. Ligeramente apabullado por la confianza real depositada sobre sus hombros, se alegra de que aún quede en las jarras un buen vino aún sin bautizar, así que rellena la copa y, antes de beber medio azumbre de un trago, brinda por el buen fin de su encomienda. Esa que, de tener éxito, cambiará la Historia para siempre.
EL PERSONAJE
Agonizaba el siglo XIV y el mundo cristiano temblaba bajo la amenaza del Turco. Tras la derrota franco-húngara en Nicópolis en 1386, el choque de religiones parecía decantarse a favor de la Media Luna: el imperio bizantino tenía el enemigo a las puertas, las naciones centroeuropeas se veían abocadas a trescientos años de guerra y el Mediterráneo observaba con temor la caída de los Balcanes bajo el yugo de Bāyazīd I, más conocido por Bayaceto, un sultán que tenía como objetivo primordial la conquista de la parte occidental del continente.
Tan absorto estaba en su lucha contra el infiel que Bayaceto se olvidó que al otro extremo del mundo asomaba un caudillo transoxiano que en apenas dos décadas había logrado someter un vasto territorio desde el mar Egeo hasta el río Indo, formando un imperio con capital en Samarcanda y que respondía al nombre de Timur Lang, o Timurlenque, el cojo, aunque en Europa era más conocido como Tamerlán, si bien para este artículo emplearemos el nombre que utilizó Ruy González de Clavijo en su relato Embajada a Tamorlán: Tamurbec, que quiere decir en su propia lengua, tanto como Señor de hierro.
UN NOMBRE PARA LA HISTORIA
Las hazañas militares de Tamurbec que llegaban a Europa rozaban la leyenda, alentada por las historias que corrían a lo largo de los diferentes reinos (se decía que construía pirámides con las cabezas de aquellos que osaran no rendirse ante él), y confirmada por el mismo caudillo en Esmirna, cuando ordenó pasar a cuchillo a los caballeros de la Orden de Rodas, o en la carta que el mogol envió a Enrique III de Castilla, en la que explicaba cómo obligó a sus enemigos a tragar sus espadas.
Fue precisamente aquel el halo de invencibilidad que rodeaba al señor de aquel lejano imperio lo que despertó el interés del rey castellano, quien siempre había demostrado una gran ambición en política exterior, como cuando años atrás envió sendas embajadas al sultán de Babilonia y al norte de África. Con una situación geopolítica tan fragmentada en Europa que dificultaba una respuesta conjunta ante el Turco y vivo el temor a que los musulmanes granadinos pidieran socorro a Bayaceto, en 1401 el monarca se planteó una opción tan ambiciosa como complicada: proponer una alianza al gran Tamerlán para acorralar por este y oeste al imperio otomano.
La primera expedición estaría encabezada en el año 1401 por don Enrique Payo de Soto y Hernán Sánchez de Palazuelos. El destino era Samarcanda, pero quiso la casualidad que la expedición llegara a Constantinopla en julio del año siguiente, justo cuando Tamerlán acababa de derrotar a los turcos en Timurí, en las proximidades de Angora (la actual Ankara). Aprovechando la ocasión, los castellanos se presentaron ante el mogol, produciéndose un encuentro que transcurrió de forma amistosa y en la que ambas partes se intercambiaron diversos presentes, destacando por parte transoxiana la entrega de unas princesas grecohúngaras apresadas por los turcos años atrás, en Nicópolis. Además, el señor de los mogoles ordenó al djagatai Muhammad Alcaxi que partiera junto a los cristianos para entregar una carta al rey de Castilla ofreciéndole su amistad.
Cuando meses después la delegación se presentó ante Enrique III, este no dudó en responder a tantas atenciones formalizando otra embajada, para la que eligió a varios de sus hombres de confianza: Gómez de Salazar, guarda del rey, Fray Alonso Páez de Santa María, un erudito religioso que hablaba latín, árabe, italiano, griego y persa, Alonso Fernández de Mesa y otros 14 hombres. Y al frente de la delegación, Ruy González de Clavijo.
Poco sabemos de Clavijo: nacido en Madrid, ofició de mayordomo del rey Enrique, como antes lo fue de su padre, Juan I; que era más hombre que mozo y que gustaba de escribir a su esposa, doña Mayor Arias. Sería esta vena literaria la que le inspiró a escribir un relato de su viaje, publicado en 1406, que se convertiría en una de las mayores joyas de la literatura medieval: Embajada a Tamorlán.
UN VIAJE INCREIBLE
Gracias a Embajada a Tamorlán conocemos cómo fue la expedición comandada por Ruy González de Clavijo, la cual duró casi tres años, desde el 23 de mayo de 1403, día en el que partieron en una carraca desde El Puerto Santa María, hasta marzo de 1406, cuando regresaron a Sanlúcar de Barrameda tras múltiples peripecias.
La primera parte del libro narra la travesía por el Mediterráneo en dirección a la península italiana, lugar en el que permanecieron atracados hasta 1404, cuando reiniciaron la navegación hasta Constantinopla, pasando al Mar Negro hasta desembarcar en Trebisonda, donde partieron hacia Samarcanda a caballo.
El 31 de agosto de 1404 llegan por fin a su destino: Samarcanda, llamada en el libro Samarcante (su nombre propio es Cimesquinte, que quiere decir aldea gruesa). Por aquellos tiempos, la ciudad era una de las capitales más relevantes de la Ruta de la Seda, epicentro del cruce de caravanas procedentes de Oriente y Occidente. Erigida en la áspera estepa de la Transoxiana, entre los ríos Oxus y Jaxartes, González de Clavijo dijo de ella que era tal la riqueza y la abundancia de esta gran capital que contemplarlas es una maravilla. Esa palabra, “maravilla”, se repite hasta 47 veces en su relato.
Sentado en un llano, cercada por un muro de tierra, y es un poco más grande que la ciudad de Sevilla…(donde) hay maravillosos palacios, mezquitas y madrasas.
En el libro queda patente la admiración que sintió Clavijo al descubrir Samarcanda, una ciudad más grande que cualquiera de Castilla, rica, diversa y multicultural, donde se conjugaba lo mejor de ambos mundos:
Y el bastimento de esta tierra no es solamente de viandas, más de paños de seda setunis y camocanes y cendales y tafetanes y tercenales, que se hacen allí muchos, y forraduras de peñas y seda, y tinturas y especería, y colores de oro y de azul, y de otras maneras. Por lo cual el Señor había tan gran voluntad de ennoblecer esta ciudad, ca en cuantas tierras él fue y conquistó, de tantas hizo llevar gente que poblasen esta ciudad, y en su tierra, señaladamente de maestros de todas artes. De Damasco llevó los maestros que pudo haber, así de paños de seda de todas maneras, como los que hacen arcos con que ellos tiran, y armeros, y los que labran el vidrio y barro, que los había allí los mejores del mundo. Y de la Turquía llevó ballesteros, y otros de otras partes, cuantos allí halló, y albañiles y plateros, cuantos allí halló, y tantos de éstos llevó, que de todos los maestros y menestriles que quisiereis, hallaríaisles en esta ciudad. (…) de Rusia y de Tartaria van cueros y lienzos, y del Catay paños de seda, que son los mejores que en aquella partida se hacen…
UN ESPAÑOL EN UNA CORTE LEGENDARIA
Lunes, 8 de septiembre de 1404. Dos años después de haber salido de Castilla, por fin se producía el ansiado encuentro de don Ruy con el todopoderoso Tamerbec. Deslumbrado por la expectación, Clavijo esperaría ser recibido seguramente por un nuevo Aquiles, pero en lugar de eso se encontró con un septuagenario afectado por los achaques de la edad.
Y el Señor diciendo que llegasen adelante, y esto cuido que lo hacía por los mirar mejor, ca no veía bien, ca tan viejo era que los párpados de los ojos tenía todos caídos.
Comenzó así una primera reunión llamada a cambiar la historia de la humanidad, pero que al final quedó en nada. La reunión transcurrió cordial, entre regalos y alabanzas, tan agradable en la forma como, desgraciadamente, vacía en el fondo. Salvo buenas palabras, Clavijo no obtuvo de Tamerbec compromiso alguno de coalición con Castilla, comprendiendo muy pronto que la propuesta castellana llegaba tarde, pues la atención del señor de los mogoles estaba ahora orientada hacia el este, en concreto hacia Catay, la actual China.
Catad aquí estos embajadores que me envía mi hijo, el Rey de España, que es el mayor Rey que hay en los francos, que son en el un cabo en el mundo; y son muy gran gente y de verdad.
Acabaría el encuentro con un extraordinario banquete que se recoge en el libro, donde se destaca como plato típico las ancas del caballo enteras sin sus piernas y una bebida llamada bosar, que es de leche de yeguas hecha con azúcar; todo ello ofrecido en bacines de oro y plata.
UN NUEVO MADRID
Como anécdota de la buena relación que se estableció entre Tamerbec y Clavijo, un día el líder mogol le preguntó a don Ruy su procedencia. «Un pueblo llamado Madrid, mi señor», le contestó este. Por aquellos entonces, Madrid era una pequeña villa aún sin excesiva trascendencia, algo que no importó al mogol para dar la orden de rebautizar una ciudad al norte de Samarcanda con el nombre de Modritz en reconocimiento al embajador. Seis siglos después, esa villa es hoy un barrio integrado en la actual Samarcanda uzbeka.
UN GRAN MANUSCRITO, NULO ÉXITO DIPLOMÁTICO.
La estancia en Samarcanda apenas duró tres meses. El 18 de noviembre de 1404 don Ruy amaneció con la orden de abandonar la ciudad a consecuencia de la mala salud de Tamerbec. Hubo así Clavijo de concluir su misión sin haber conseguido ninguno de los objetivos propuestos, viéndose obligado a partir a toda prisa por temor a que con la muerte del soberano desapareciera también su sombra protectora sobe ellos.
Los castellanos ya habían abandonado Samarcanda cuando les llegó la noticia del fallecimiento del gran Tamerlán a comienzos de 1405, a la edad de 71 años, lo que les dejaba indefensos en un territorio que ya no se sabía amigo o enemigo, tal y como les sucedió en la Persia, cuando fueron detenidos, saqueados y obligados a permanecer seis meses sin poder salir.
Clavijo no avistaría tierra española hasta marzo de 1406 por, Sanlúcar de Barrameda, tal y como nos cuenta él mismo.
(…) tomaron tierra, y de allí tomaron camino para la ciudad de Sevilla. Y lunes, veinte y cuatro días del mes de Marzo del año del Señor de mil y cuatrocientos y seis años, los dichos señores Embajadores llegaron al dicho señor Rey de Castilla, y halláronlo en Alcalá de Henares.
SU LEGADO
Embajada a Tamorlán tiene un gran valor histórico por ser el único testimonio europeo que existe sobre la lejana corte mogol, además de contener abundantes descripciones de los lugares por donde pasó la expedición, con especial mención a Samarcanda, de la que recoge la topografía, costumbres, fiestas, vestiduras, mezquitas, hechas a maravillosa obra de azules y de losas, y de azul y oro de obra de Grecia, y de vidrieras muy hermosas y muchas, oinclusodetalles tan curiosos como la descripción de una jirafa:
Una alimaña que es llamada jirafa, la cual alimaña era hecha de esta guisa: había el cuerpo tan grande como un caballo, y el pescuezo muy luengo, y los brazos mucho más altos de las piernas, y el pie había así como el buey hendido, y desde la uña del brazo hasta encima del espalda había diez y seis palmos.
Ruy González de Clavijo continuó al servicio del rey durante los diez meses que al Doliente le quedaban de vida. Con su muerte, el mayordomo se retiró a su casa en Madrid, donde moriría el 2 de abril de 1412, siendo enterrado en el convento de San Francisco. En su sepultura podía leerse;
Aquí yace el honrado caballero Rui González de Clavijo, que Dios perdone.
Murió el hombre, pero no su legado, pues el apellido Clavijo aún resuena con fuerza en la actual Uzbekistán, donde una amplia avenida de Samarcanda que lleva su nombre lo mantiene vivo en la memoria colectiva de aquel país.
Ricardo Aller Hernández
BIBLIOGRAFÍA
*Embajada a Tamorlán. Ruy González de Clavijo. Castalia, Barcelona, 1999.
*Ruy González de Clavijo. Francisco López Estrada. Arbor CLXXX, 2005. 2004.
*Antes que nadie. Fernando de Paz. Libroslibres, Madrid, 2012.