Nacido en Palma de Mallorca, el 17 de septiembre de 1838, Valeriano Weyler y Nicolau, hijo de médico militar era de muy baja estatura, alcanzando solamente 1,53 metros, sin embargo, tal circunstancia física llamaba más su atención al encubrir a un combatiente con una gran fortaleza física, juntamente con un estratega de reconocido prestigio. Con veinticuatro años, diplomado ya en Estado Mayor, es ascendido a comandante y destinado a Cuba para luego ser trasladado a Santo Domingo. Su carrera militar no solamente fue meteórica si llena de destinos y encomiendas, con independencia de la singladura del gobierno al cual servía.
Así, el 16 de agosto de 1861, habiendo solicitado la República Dominica la anexión a España, debido a su actuación en la contienda del rio Haina, Weyler recibió la Cruz Laureada de San Fernando, cuando al mando de una tropa de 150 hombres defendió la posicione enfrentado a más de 500 asaltantes. Se retiró de dicha posición sin abandonar ni a muertos ni a heridos ni material que pudiese favorecer las aspiraciones de los insurgentes. Su paso como Capitán General por Canarias es recordado por haberse iniciado durante su mandato la construcción de la Capitanía General y el Gobierno Militar, la primera en Santa Cruz de Tenerife y el segundo en Las Palmas de Gran Canaria. Sus destinos no cesaron. Participante activo en la última guerra carlista, con cuarenta años, en 1878, fue nombrado Teniente General, teniendo como destinos las capitanías generales de Canarias, Cataluña, Vascongadas y Baleares.
En 1883 fue designado Capitán General de Filipinas, una tierra en la cual la presencia española siempre fue escasa. De sus más de siete mil islas fueron escasas las ocupadas por España, permaneciendo en ellas pocos centenares de funcionarios y de soldados, con unas dotaciones presupuestarias ridículas atendido el potencial humano y económico de aquellas lejanas islas, visitadas por el galeón de Manila exclusivamente.
Pero fue en 1896 cuando Cánovas del Castillo, destituido el general Martínez Campos, nombra al general Weyler, Capitán General de Cuba, el destino menos apetecible en aquellos momentos. La rebelión de los mambises estaba causando estragos entre la población isleña y las tropas llegadas de la metrópoli. Las órdenes del gobierno eran sofocar y acallar los intentos independentistas. La muerte del cabecilla rebelde, Antonio Mateo, apodado «El titán de bronce», por tropas españolas, semejaba que podría acabar con la sublevación. Sin embargo, la política de tierra quemada de los mambises continuo, sin parar en ningún momento. Los éxitos militares eran jaleados en España, mientras en Estados Unidos, ambiciosos de apoderarse de Cuba, se iniciaban campañas mediáticas difamatorias y condenatorias de la política y estrategia del general Weyler, calificándolo como «carnicero de Manigua» o «hiena mallorquina». Llegando en este punto hay que mencionar los famosos «reagrupamientos», que, no eran ninguna copia de las marchas de Sheridan y Hunter cuando devastaron completamente el valle de Shenandoah o del también general Sherman al arrasar Georgia y Carolina del Sur.
Tales «Reagrupamientos de Weyler», se sustentaban en proclamas;
1. Todos los habitantes de las zonas rurales o de las áreas exteriores a la línea de ciudades fortificadas, serán concentrados dentro de las ciudades ocupadas por las tropas en el plazo de ocho días. Todo aquel que desobedezca esta orden o que sea encontrado fuera de las zonas prescritas, será considerado rebelde y juzgado como tal.
2. Queda absolutamente prohibido, sin permiso de la autoridad militar del punto de partida, sacar productos alimenticios de las ciudades y trasladarlos a otras, por mar o por tierra. Los violadores de estas normas serán juzgados y condenados en calidad de colaboradores de los rebeldes.
3. Se ordena a los propietarios de cabezas de ganado que las conduzcan a las ciudades o sus alrededores, donde pueden recibir la protección adecuada.
Aquella estrategia de agrupamiento de la población no solamente pretendía su mejor defensa, sino también hacer frente a los ataques continuos a las fuentes de aprovisionamiento, pérdida de las cosechas, apartándose de la estrategia de enfrentamientos en distintos terrenos, embocadas y enceladas. Mientras la política de Weyler perseguía la salvaguarda de la población, considerando que solamente había españoles y rebeldes, éstos mantenían la estrategia de total destrucción; ganado, cosechas, plantaciones, refugios… Las órdenes dictadas ejercían su misión de mantener con vida a la población no rebelde. Sin embargo, las noticias que llegaban de Cuba, larvadas por la codicia norteamericana, fue calando en el gobierno y, asesinado Cánovas, su sucesor Sagasta retiró de Cuba al general en 1897, para al año siguiente iniciarse una política de buenismo por parte del general Ramón Blanco y Erenas. Mientras tanto, periodistas del renombre de Hearst y Pulitzer, reclamaban la intervención armada en la isla para acabar, según el espíritu imperialista norteamericano, con la matanza de civiles.
Matanzas que, según tales bodrios propagandisticos, (Pulitzer, Hearst; con Propaganda en la guerra hispano-estadounidense) hubiesen significado que casi un millón de cubanos hubiese muerto en esos campos de concentración ― según el término que gustaban de usar ―, cuando la población en 1895 no llegaba a un millón y medio y la estimación de cubanos reagrupados era de escasamente cuatrocientos mil personas. El general, un militar constitucionalista, civilista, liberal y defensor a ultranza de la democracia durante toda su dilatada vida militar y política, continuó defendiendo su estrategia de concentración, clamando contra la deslealtad del campesino cubano y quejándose de que; “… los liberales españoles son así; protegen a nuestros enemigos más peligrosos, como son los campesinos y no se acuerdan de los obreros de España, que se quedarán sin comer el día que perdamos Cuba». No debemos olvidar que nos hallabamos en un momento de la historia de España caótico y plagado de pronunciamientos militares. Empero, Weyler siempre se mantuvo fiel al Gobierno legalmente constituido, pudiendo no haberlo hecho, en determinadas crisis, en virtud del prestigio de que gozaba. Todo un ejemplo de democracia para años y generaciones posteriores. Fue honrado por la Corona, no solamente con la amistad de Alfonso XIII, sino con la cruz Laureada y con el nombramiento de caballero de la Orden del Toisón de Oro.
El general Weyler está considerado uno de los mejores estrategas militares de la historia de España. Su misma concepción de la estrategia como campo específico, unido a sus originales aportaciones en esta materia, le sitúan a la altura de los grandes tratadistas sobre esta materia
Falleció en Madrid el 20 de octubre de 1930, a los 92 años, todavia adscrito al partido Liberal fundado por Práxedes Mateo Sagasta.
Francisco Gilet.
Bibliografía
Cardona, Gabriel; Losada, Juan Carlos (1988). Weyler, nuestro hombre en La Habana. Barcelona: Planeta
Martín Jiménez, Hilario (1998). Valeriano Weyler, de su vida y personalidad (1838-1930
Seco Serrano, Carlos (1999). «Valeriano Weiler, modelo de general civilista».