EL TRIENIO LIBERAL

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Los tiempos de Fernando VII pueden considerarse los más nefastos de la historia de los reyes Borbones. En realidad, si su reinado fue corto en el tiempo, fue intenso en acontecimientos. Su regreso al trono en 1814 trajo consigo la derogación de la constitución de Cádiz y la persecución de los liberales. Un periodo que perduró hasta 1820, cuando es obligado a jurar la Constitución de 1812 que había derogado para instaurar el absolutismo sin ilustración alguna. Con ello se inicia el trienio liberal, posterior al período absolutista (1814-1820) y anterior a la década ominosa (1823 – 1833), a la cual ya dedicamos atención en semanas pasadas. Fue durante el período absolutista, el famoso sexenio, cuando el rey Fernando VII intentó por todos los medios detentar el poder absoluto, sin un programa concreto, rigiendo la más absoluta arbitrariedad. Una forma de gobierno que duplicaba sus organismos; de una parte el Gobierno y de la otra la llamada «camarilla» que era en donde se fijaban las reales directrices de gobierno. Sin embargo, los perseguidos liberales, partidarios de la soberanía popular, bien por instigación de Espoz y Mina o de Vidal, en 1819, consiguieron que la monarquía absolutista se tambalease como consecuencia de la situación económica en que sobrevivía.

Llegamos al 1 de enero de 1820, cuando en la localidad sevillana de Las Cabezas de san Juan, se produce el levantamiento del teniente coronel Rafael de Riego, quién en lugar de dirigirse a las Américas para sofocar los ya incipientes movimientos independentistas, proclama la restauración de la Constitución de 1812 y el retorno de las autoridades surgidas de dicha Constitución, sustituyendo el absolutismo rigorista por un gobierno liberal. El golpe militar de Riego fue inicialmente secundado sin mucho ahínco, pero dio pie a obligar al rey a jurar la Constitución, decretar una amnistía y disponerse a convocar elecciones.

El día 10 se publica el Manifiesto del rey a la Nación española en el que muestra su apoyo a dicha Constitución, diciendo: «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional».   Con ello se abre uno de esos períodos de turbulencia política y social que han impregnado la historia de España durante siglos. Riego, masón y liberal fue el instigador de un levantamiento en contra del absolutismo de un monarca que la historia califica como el peor que ha contemplado el trono español. Sin embargo, los acontecimientos que prosiguieron no pueden considerarse ni un triunfo ni un respiro para los habitantes del país, cuyo imperio se estaba desmoronando a ojos vistas, dada la absoluta incompetencia del monarca y las ambiciones personales de los gobernantes.

Moderados contra exaltados, monárquicos contra republicanos embozados, masones de todas las ramas; del Gran Oriente, liberal moderada, de la Sociedad del anillo, de la Sociedad de los Caballeros Comuneros, exaltados, mientras la Comunería se escindía en 1823, para configurar dos corrientes, una moderada y otra extremista, vinculada esta a la rama española de la Carbonería. Y en medio de todo ello, Fernando VII, intentando recuperar el poder, del cual la Constitución de Cádiz le había privado. Los enfrentamientos se producían en todos los órdenes; las Cortes, la prensa y las pugnas entre los mismos grupos masones. Cuando las segundas elecciones en 1822, es Riego quién preside las Cortes. En marzo de este mismo año, el rey hace uso del descontento de la Guardia Real produciéndose un enfrentamiento en la Plaza Mayor de Madrid, el 7 de julio, con la Milicia Nacional que sofoca la revuelta. Así, el 6 de agosto se forma un gobierno exaltado encabezado por Evaristo Fernández de san Miguel. Sin embargo, nada de todo ello trajo la concordia entre las clases gobernantes, ni entre la población, ni muchísimo menos entre los pro monárquicos, nostálgicos del régimen absolutista. La revolución liberal, en nada beneficiosa para las clases campesinas, las tímidas reformas, como el medio diezmo, se añadían a la nefasta política económica y la quiebra de la Hacienda pública, con un empréstito inasumible. Todo ello trajo consigo el fracaso de un intento de revolución liberal que, en el fondo, no habría sido aceptada por una población de fuertes convicciones religiosas y de acendradas tradiciones. Es decir, a la incompetencia de los políticos se unió el malandrín Fernando, aprovechando la ancestral personalidad del pueblo español, todavía sumiso a la figura del monarca, fuese quien fuese.

El final del trienio liberal, que también podría titularse el Trienio Masón, llegó por los Pirineos, con los Cien mil hijos de san Luis, al decidir Francia tomar partido a favor de la monarquía española. El Duque de Angulema, en el mes de abril de 1822 atravesó los Pirineos con esa tropa, sin encontrar oposición firme alguna. La fuerza liberal fue acorralada hasta llegar a Cádiz, con el propio rey como rehén. Los franceses, el 31 de agosto de 1823, en un ataque por sorpresa, aprovechando la marea baja, se apoderaron del fuerte Trocadero, Puerto Real. Tomada la posición, instalaron baterías desde las cuales bombardearon Cádiz durante semanas. El puente Zuazo, dominada la bahía, era el único camino para entrar en la ciudad. El 20 de septiembre el duque ordenó abrir fuego contra el fuerte de Santi-Petri e iniciar el desembarco en la punta del Boquerón. El mismo día el fuerte se rindió y el duque de Valmediana, Chambelán del rey Fernando, comunicó que el monarca estaba libre y dispuesto a reunirse con el duque donde este señalase. Así, Fernando VII salió de Cádiz en una barcaza  para reunirse con su libertador,  en el Puerto de Santa María.

La amnistía anunciada por Fernando VII, como tantas otras promesas, fue un simple espejismo. En su lugar las represalias contra los liberales y revolucionarios fueron despiadadas. Se abolió la Constitución de 1812, se ejecutaron durante los siguientes años cerca de 30.000 personas, y el trienio liberal o masón acabó para dar paso a la Década Ominosa. Rafael de Riego murió ahorcado el 7 de noviembre de 1823 en la Plaza de la Cebada de Madrid.

En París, se trataba de conmemorar la victoria, dedicando una plaza a la isla Trocadero, mientras el duque de Angulema rechazaba el ofrecimiento de Fernando VII, es decir, el título de «Príncipe de Trocadero», lo cual, según expresión de Luis Antonio de Francia era poco para un hijo de Francia. Y, en ese espíritu chauvinista, tan propio del francés, Chateaubriand dejaría escrito en sus memorias;

¡Por aplastar a los españoles en un paso, por tener éxito donde Bonaparte     fracasó, por triunfar en la misma tierra donde los ejércitos de aquel gran hombre sufrieron la adversidad, por hacer en seis meses lo que él no pudo hacer en siete años, esto es una gran maravilla!

          Lo cierto es que, para los historiadores, España, después del trienio liberal, ya no fue la misma.

               Francisco Gilet.

Bibliografía

Del Absolutismo a la Constitución: La Adaptación de la Clase Política Española al cambio de régimen» por Molas Ribalta

Gustavo Vidal Manzanares: Masones que cambiaron la historia.

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