La vida es una gran aventura o nada (Hellen Keller)
Vitoria, junio de 1873
Acecha la noche en las oficinas de la Asociación Euskara La Exploradora cuando Manuel Iradier concluye el levantamiento del acta de su entrevista con el reputado periodista New York Herald, Henry Morton Stanley, el mismo que dos años antes estrechó la mano al doctor David Livingstone en la orilla del lago Tanganika («El doctor Livingstone, supongo »), después de haber estado horas compartiendo experiencias, consejos y opiniones sobre la gran pasión del vitoriano: África
Grandioso y realizable. Esas han sido las últimas palabras con las que el corresponsal de la segunda guerra carlista ha definido el proyecto de la Asociación de atravesar África de sur a norte, desde el cabo de Buena Esperanza hasta Trípoli, a lo que ha añadido que, de llevarlo a cabo, debía ser ahora, al considerar los 18 años de Iradier como la edad más conveniente para emprender tal aventura.
El joven está muy satisfecho y, si cabe, aún más decidido a emprender el viaje de su vida. El mayor inconveniente, como le ha apuntado Stanley, es el dinero. El presupuesto que necesita ronda los veinte mil duros, cantidad que va a salir de su bolsillo a la espera de que las instituciones se embarquen en la empresa. Que lo harán, vuelve a decirse. Al fin y al cabo, ¿qué importancia tiene el dinero cuando la gloria aguarda en uno de los lugares más remotos del mundo?
Con el ánimo cada vez más encendido, toma el mapa de África en el que su ilustre invitado ha dibujado el contorno conocido de los grandes lagos, incluida la parte del Tanganika que recorrió junto a Livingstone, y se queda mirando el mismo corazón del continente, concretamente en la inmensa cuenca del río Congo, donde aún persiste un enorme interrogante geográfico. Luego mira el lema bordado en la bandera de la Asociación, que es el suyo propio: Conocer lo desconocido.
Y en ese momento, Manuel Iradier toma una decisión.
Yo me aburro en este país; la guerra es lo único que sería capaz de prorrogar mi marcha, pero esta guerra es fratricida, no obedece al honor mancillado, sino a la ambición. Esta noche haré la última guardia, cambiaré el Remington por los útiles geográficos y partiré.
EL PERSONAJE
Manuel Iradier y Bulfy nació en Vitoria el 6 de julio de 1854. Primo de Eduardo Dato, diputado por Vitoria y futuro presidente del Consejo de ministros, cursó estudios de filosofía y letras, pero sus inquietudes personales lo llevaron a fundar a finales de 1868 la Sociedad viajera, reconvertida tres años después en Asociación Eúskara La Exploradora, para estudiar la viabilidad de un viaje de exploración a través del África.
ÁFRICA ESPAÑOLA
A lo largo del siglo XV el continente africano había sido explorado en su mayor parte por los portugueses, llegando a la desembocadura del Congo y al cabo de las Tormentas, conocido ahora como de buena Esperanza. Uno de los expedicionarios fue Fernando Poo, quien conquistaría una isla a la que puso su nombre (la actual Bioko) y otra que bautizó como Annobón.
Durante más de un siglo los portugueses controlaron aquella lejana parte del mundo hasta el 1 de octubre de 1777, cuando la isla dejó de pertenecer a Portugal tras la firma del Tratado de San Ildefonso, un acuerdo entre España y el país luso en el que se fijaron las fronteras entre ambos países en Sudamérica. Así, los portugueses cedían la Colonia del Sacramento y la Isla San Gabriel (sur del actual Uruguay) a España, más las islas de Annobón y Fernando Poo en aguas de la Guinea, a cambio de la retirada española de la isla de Santa Catalina, en la costa sur de Brasil.
(Se cede a España) la isla de Annobón en la costa de Biafra, con todos los derechos, posesiones y acciones que tiene a la misma isla, para que desde luego pertenezca a los dominios españoles del propio modo que hasta ahora ha pertenecido a los de la Corona de Portugal, y asimismo todo el derecho y acción que tiene o puede tener a la isla de Fernando del Pó en el Golfo de Guinea, para que los vasallos de la Corona de España se puedan establecer en ella, y negociar en los puertos y costas opuestas a la dicha isla, como son los puertos del río Gabaón , de los Camarones , de Santo Domingo, de Cabo Fermoso y otros de aquel distrito». (Tratado de San Ildefonso)
A partir de ese momento, la zona africana española que iba desde la desembocadura del Níger hasta el cabo López, situado al sur del río Gabón, dependió del Virreinato del Río de la Plata hasta 1810, cuando se produjo la revuelta americana.
COLONIZACIÓN
Para tomar posesión de los nuevos territorios españoles, zarpó desde Buenos Aires el conde de Argelejos al frente de una expedición que se vería afectada por numerosos problemas, llegándose a contabilizar trescientos setenta muertos, incluido el propio conde, a quien le sucedió el teniente coronel Joaquín Primo de Rivera. La colonia de la Concepción, fundada en una ensenada de Fernando Poo resultó ser un fracaso: a falta de otros víveres, los colonos subsistían a base de caldo de mono. Un sargento y cuatro cabos se amotinaron y arrestaron a Primo de Rivera, a quien condujeron a São Tomé, con el consiguiente abandono de la colonia y su posterior toma por los ingleses en 1826.
La desidia oficial española por el estado de sus posesiones en el Golfo de Guinea se vería compensada a lo largo del siglo XIX por una serie de iniciativas individuales, como la de Marcelino Andrés, que en 1831-1832 y 1834 remitió al Gobierno un informe en el que hizo constar la importancia estratégica de Fernando Poo, razón por la cual en 1832 España hizo valer su derecho de propiedad y recuperó la isla, aunque el interés inglés se mantuvo e intentaron comprarla, oferta que fue rechazada por el Congreso de los Diputados––célebre fue la furia del diputado Pedro de Egaña contra aquellos que pretendían vender las islas por un puñado de libras esterlinas–, a lo que le siguieron sendos intentos de asalto que serían repelidos por Juan José Lerena, capitán del bergantín Nervión.
La clave del Níger está en Fernando Poo; el que tiene Fernando Poo tiene la boca del río; el que tiene la boca del río tiene la posesión del comercio interior. No hay uno que haya visitado aquellos remotos parajes que no asegure que la cuestión de la civilización de África depende del Níger; que el Níger es el instrumento necesario de aquel gran comercio y de aquella poderosa civilización que va a desarrollarse de una manera tan prodigiosa.» (El Correo Nacional).
Lerena sería nombrado comisionado de Fernando Poo y en 1843 comenzó a negociar con los jefes locales. La labor del comisionado fue excelente: logró el reconocimiento del rey de Corisco, otra isla a unos 30 km del estuario del río Muni, y el de Elobey Grande y Elobey Chico. Incluso se apoderó de la isla de Annobón, a más de 500 km. De esa manera, todos los territorios insulares que constituirían la Guinea española estaban ya reunidos.
El señor Lerena les preguntó si querían reconocer por su reina y soberana a Doña Isabel II, y ser todos ellos españoles desde aquel momento, a lo que unánimemente contestaron a una voz y sin vacilar gé, gé, gé, que quiere decir en aquellos idiomas sí, sí, sí. Entonces, se les repartió tabaco en hoja a los hombres, cigarros puros a las mujeres, y a todos se les dio aguardiante en copas de cristal (Soc.geográfica española)
En esta época también habría que destacar a José de Moros y a Juan Miguel de los Ríos, que publicaron Memorias sobre las islas africanas de España: Fernando Poo y Annobón, y en 1860 Joaquín Pellón realizó varios estudios de tipo geográfico que fueron leídos por un entonces jovencísimo Manuel Iradier, que quedó tan impresionado con lo que allí se contaba que a partir de ese momento África llegó a convertirse en una verdadera obsesión.
1873. MANUEL IRADIER Y UNA ENTREVISTA.
A comienzos de los 70 Manuel Iradier soñaba con recorrer África desde El Cabo hasta el Mediterráneo, una idea que se vio reforzada después de la entrevista que mantuvo en Vitoria con el periodista Henry Morton Stanley en 1873. Tras aquel encuentro el vitoriano dedicó todos sus esfuerzos y recursos a organizar una expedición que resultó demasiado ambiciosa dadas las circunstancias, con la tercera guerra carlista en plena ebullición. Ello obligó a rediseñar el plan original y limitar el objetivo a una exploración por el África central desde las costas españolas del Golfo de Guinea.
EL VIAJE
Diciembre de 1874. Iradier emprendió el viaje al corazón de África desde Cádiz hasta Canarias junto a su esposa Isabel de Urquiola y una cuñada, Juliana. Los tres permanecerían en Tenerife cuatro meses para adaptarse al clima que les aguardaba, tan diferente al de la meseta norte.
A finales de abril de 1875 embarcaron en el Loanda, un buque británico que los llevaría al África ecuatorial. El viaje, lento y pesado, tuvo escala en Bathurst, donde comenzarían a padecer.
Cuando el hombre de raza blanca se dedica por completo a trabajos corporales, enferma […] por este motivo los buques que recorren la costa de África haciendo multitud de escalas en puertos insalubres […]toman una tripulación negra. Ellos son altos, fuertes, sobrios y trabajadores. El desarrollo de los músculos es tal, especialmente el de bíceps, tríceps y pectorales, que da a su conjunto un aspecto varonil digno de ser copiado por un hábil pintor…
A mediados de 1875 desembarcaron en Fernando Poo tras cruzar el delta del Níger. África les había recibido con un calor sofocante y una vegetación abrumadora, con manglares a orillas del mar que generaban una niebla mortaja de europeos, repletos de cocodrilos y serpientes, pero Fernando Poo era otra cosa: el blanco de las casas relucía bajo el sol y la exuberante naturaleza engalanaba la ciudad, con el pabellón español ondeando orgulloso, el mismo que se ha desplegado en mares y continentes desconocidos.
Lo primero que hizo Iradier nada más desembarcar fue cumplimentar visita al gobernador de la plaza, Diego Santisteban, quien le resumió la pésima situación de la isla:
Aquí se produce el caco, el café, el algodón, la canela, la caña de azúcar, hay bisques enteras de caobos…pero esta riqueza no la aprovecha la metrópoli…No tenemos recursos ni para pagar a los trabajadores de color, el hospital está en ruinas, hay que hacer grandes gastos y España nos tiene olvidados por completo. En enero retiramos el destacamento de Elobey; Corisco casis se llama isla inglesa y en cuanto Annobón, sus naturales se han debido olvidar el nombre de España y de los colores de su bandera.
Al poco, Iradier se dispuso a pasar al continente, aunque antes hizo una breve escala en Elobey chico. Enfrentado a costumbres, creencias y lenguas desconocidas, fue recibido por el valiente e histriónico Combenyamango, que lo atendió sentado sobre una caja de ginebra, ataviado con un delantal de colores, sombrero español, pies descalzos y pendientes.
Iradier pasó en Elobey unos días, adecuando la vivienda donde dejaría a su esposa y cuñada y, de paso, formando una pequeña expedición que partiría al país de Muni, donde le esperaba la selva tropical.
Sobre un terreno blando, húmedo, encharcado, compuesto de capas superpuestas de vegetales en descomposición que los siglos han ido amontonando, se eleva una variedad inmensa de vegetales buscando la luz del sol…sus ramas se entrelazan, se unen y se confunden formando una bóveda espesa de hojas…impenetrable a la luz del sol y guardadora de una atmosfera densa, pesada, saturada de humedad y de miasmas que despiden un olor nauseabundo muy parecido al de un cementerio mal cuidado…una luz especial, rara, filtrada , que no produce sombra, que no bien del cenit ni del horizonte sino que viene de todos lados, ilumina débilmente estos paisajes. Un calor sofocante, pegajoso, que enerva y debilita y que solo es comparable al calor que despide un cuerpo enfermo, reina en aquellas soledades, en medio de una calma completa y de un silencio sepulcral…
Una de sus aventuras más llamativas en el país del Muni fue la que vivió con los fangs, temidos por sus prácticas caníbales. El español se adentró en su territorio con el pretexto de mercadear con ellos y allí conoció al rey Ba, quien tenía por costumbre reservarse (de los condenados) la cabeza y los testículos que come cocidos y condimentados con gran cantidad de guindillas picantes que abundan en el país. La inicial curiosidad de los indígenas dio paso a una creciente hostilidad, por lo que Iradier tuvo que abandonar la aldea y la expedición continuó a través de las rutas marcadas por los animales salvajes.
Esta es una de las regiones en las que más abundan los elefantes, el búfalo, el leopardo y el gorila. Las señales de sus pisadas se encuentran en el bosque con mucha frecuencia y, sin embargo, es muy difícil avista a uno de estos animales de día.
Tras una parada en la residencia del rey Boncoro III continuaron por la costa. Llegado este punto el viaje se tornó cada vez más complicado debido al calor, la humedad, las enfermedades y la naturaleza.
La vegetación detenía nuestros cuerpos el calor era insoportable…mi cuerpo se hallaba bañado en sudor…había sufrido continuas mojaduras; puedo asegurar que mis pies siempre han estado húmedos y muchas veces el ardiente sol de los trópicos había evaporado el agua de que estaba empapada mi ropa. La alimentación que había venido usando era deficiente y poco higiénica; los plátanos cocidos o fritos en aceite de palma y la yuca cruda o coda constituían la base de mis comidas; hacía mucho tiempo que no había probado el pan ni la galleta ni el vino. El agua la tomaba indistintamente de los pantanos y los ríos; las fatigas iban en aumento; la debilidad era cada vez mayor….
El desconocimiento llevó a poner la vida de Iradier en peligro. Sin saberlo, se estuvo alimentado con plátanos del lugar que, consumidos en cantidad mayor de cuatro o cinco, producían un envenenamiento letal. Las consecuencias fueron terribles: abrumado por un fuerte dolor abdominal, perdió la consciencia y comenzó a sufrir alucinaciones.
Un ser o una cosa incomprensible se presentaba delante de mí, crecía y crecía sin cesar, envolviéndome en sus formas, que penetraban por los poros de mi cuerpo…
Fuerte y joven, Iradier se recuperó de sus dolencias, pero a los pocos días volvió enfermar. Cuando despertó habían pasado tres meses. Al parecer, habían tratado de envenenarlo y la mayor parte de la expedición lo había abandonado.
VUELTA A CASA
Todos los acontecimientos de mi vida se me presentan en confuso panorama: el incendio en Camarones [del material inflamable que transportaba en un barco], la disentería en Ukumbaguba, el naufragio en Aye, los delirios de la fiebre, el envenenamiento en Elobey, la noche que pasé enterrado en lodo en las montañas de Fernando Poo, y mil y mil dolores, mil y mil fatigas, cúmulo inmenso de emociones, cuadros sublimes sin más testigos que Dios y las selvas, perdidos para el mundo pero que han encontrado en mí un dulce albergue endureciendo mi alma y ablandando mi corazón.
En 1876 la enfermedad y la muerte ensombrecieron la aventura de Iradier: el 26 de noviembre su hija Isabela murió víctima de las fiebres palúdicas. Tenía 15 meses. La enterraron bajo un caobo, y con ella, parte del alma de sus padres.
A finales de año, tras 9 meses en las selvas del continente, el vitoriano envió a su esposa y cuñada a Canarias y él se quedó solo con el fantasma de su hija.
No quedé solo. El recuerdo de mi hija me perseguía por todas partes. Antes estudiaba itinerarios, levantaba planos del curso de los arroyos, coleccionaba insectos, seguía con interés las indicaciones de mis instrumentos meteorológicos. Después no supe caminar sino en un mismo punto. La tumba de mi Isabela, situada al pie de un gigantesco caobo, me atraía con irresistible acción. El recuerdo de ella me absorbía.
Después de recorrer 1.879 kilómetros, Manuel Iradier regresó a Tenerife en 1877, donde su esposa daría a luz a su segunda hija, Amalia. Por aquel tiempo le llegaría la noticia de que Henry Morton Stanley había logrado recorrer el curso del río Congo.
Cuando al tiempo el matrimonio llegó a Cádiz nadie aguardaba su llegada. Olvidado por todos y arruinado por un proyecto al que nadie parecía importar, al llegar a Madrid se quedaron sin dinero para poder continuar el viaje hasta Vitoria y tuvieron que pedir un préstamo a un amigo por telegrama.
La Asociación Eúskara La Exploradora, armonizando las ideas de exploración y civilización del África central con la de prosperidad de las colonias españolas […] y al efecto, su presidente Manuel Iradier la llevó a cabo durante los años 1875, 1876 y 1877 con un gasto de 8000 pesetas recorriendo 1876 kilómetros por países casi desconocidos.
Iradier sobrevivió dando clases particulares y a la ayuda de sus amigos, hasta que de pronto su suerte cambió, cuando la Sociedad Geográfica de Madrid se puso en contacto con él para publicar sus trabajos. Aquello hizo renacer sus esperanzas de poder volver a África, sobre todo cuando en 1883 se convocó el Congreso Español de Cartografía, de donde surgiría la Sociedad Española de africanistas y Colonialistas, nacida a causa de la rapidez con que la raza sajona se dilata por el Planeta, ocupando a toda prisa o preparando la ocupación inmediata de los últimos territorios que todavía quedan libres en África, Asia y Oceanía, y comprometiendo el porvenir y hasta la existencia de la raza española.
En 1884 Iradier marchó de nuevo a África, acompañado del médico asturiano Amado Ossorio, el notario Bernabé Jiménez y el cabo Antonio Sanguiñedo. Su aventura duró 5 meses y fue de gran importancia para los intereses de España, aunque con grave quebranto para su salud.
En mitad de la vorágine colonizadora europea, la expedición española fue testigo del ondear de la bandera alemana en el islote de Elobey pequeño y de la inglesa en la entrada del río Muni. Gracias los tratados que firmó con una docena de tribus, el vitoriano logró detener las pretensiones alemanas en la isla de los camarones (Camerún), así como de las británicas y de las francesas sobre los territorios españoles.
Obtenido Sociedad catorce mil kilómetros cuadrados territorio interior frente Corisco incluso Sierra Cristal. Pactado diez tribus. No posible más en latitud por evitar conflicto internacional en longitud por fiebres. País gran porvenir. Ossorio queda estación con recursos. (Telegrama a Francisco Coello durante la Conferencia de Berlín, 1884)
La expedición consiguió la anexión a España de lo que hoy conocemos como la Región Continental de la actual república de Guinea Ecuatorial, cuyos habitantes aceptaron la soberanía española, en gran medida debido al buen recuerdo que les había dejado el aventurero en 1875. Pero para Iradier esta expedición significó el final de su aventura africana al reprocharle su incapacidad para alcanzar los objetivos fijados.
Si no son españolas las costas del Camarones e inmediatas, no se debe al retraso de los expedicionarios ni al retraso de la Sociedad de Africanistas, sino al de esta Nación y sus representantes, que no han sabido despertar en las diferentes ocasiones en que les hemos llamado con sobrado tiempo y desinteresado afán.
Iradier regresó a España en 1885 y dos años más tarde publicó África.
Desentendido de los asuntos guineanos, ni siquiera fue invitado a formar parte de la Comisión delimitadora de fronteras constituida a raíz del Tratado del Muni, firmado el 27 de junio de 1900 en París, que puso fin al contencioso entre España y Francia por el control de la región.
FINAL DE UNA VIDA DE AVENTURA
En septiembre de 1888 nació su hijo Manuel, también aquejado de mala salud, al igual que su hermana Amalia. Martirizada por un dolor insufrible, la joven terminó arrojándose por el balcón en abril de 1899, un día antes de contraer matrimonio.
Con dos hijas muertas, su esposa Isabel acabó por aislarse del mundo. Por su parte, Iradier se centró en Manuel, imbuyéndole de su espíritu aventurero: en 1922 marcharía a Guinea, animado por la concesión de 1.000 hectáreas que en su día hizo Alfonso XIII a los descendientes de la familia Iradier.
En 1911 la salud del vitoriano empeoró. Marchó a Valsaín (Segovia) a casa de un amigo creyendo que el clima frio y seco le ayudaría, pero murió al poco, el 19 de agosto, A las pocas semanas, Isabel le siguió a la tumba.
Manuel Iradier pidió ser enterrado bajo el caobo guineano junto a su pequeña Isabela. Nadie cumplió su último deseo. Sus restos recibieron sepultura en el cementerio segoviano de La Granja.
En 1927, sus restos mortales fueron trasladados a Vitoria, ciudad que erigió un monumento en su honor y en la que una placa identifica la antigua fonda donde tuvo lugar su decisivo encuentro con Henry Morton Stanley.
Ricardo Aller Hernández
BIBLIOGRAFÍA
Paz, Fernando. Antes que nadie. (2012). Libros libres.
Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004).Biografia de Manuel Iradier.
dbe.rah.es/biografias/12968/manuel-iradier-y-bulfy
Todas las personas que han viajado al continente africano, se han enamorado de él. Emocionante y triste la vida del protagonista, me recuerda la mía propia: cuando volvimos de África, mi hermano había padecido el paludismo, mi madre volvió con tosferina y yo, niña de seis años, con un quiste hidatídico. Ninguna de las enfermedades nos causaron la muerte aunque va mí tuvieron que operarme. Sigo enamorada de África.