Nació el 16 de mayo de 1609 en El Escorial. Hijo de Margarita de Austria.
Huérfano de madre, fue educado desde los dos años por las hijas del duque de Lerma, valido de Felipe III. Cuando destacó en los estudios, el duque de Lerma se planteó separarlo de la corte para evitar conflictos en la misma.
A diferencia de su padre Felipe III y de Felipe IV, su hermano, era vitalista, adquirió formación política y militar, era políglota y conocedor de la Historia, las ciencias y el arte; la persona ideal para regir los destinos de España en unos tiempos que sus enemigos redoblaban sus esfuerzos mientras la Corona española daba muestras de evidente debilidad. Justo esas virtudes fueron las que lo alejaron de la Corte.
Desde niño demostraba iniciativa personal, pero Felipe III lo encauzó a la vida eclesiástica de modo que el 1 de marzo de 1620, no contando once años todavía, se le concedió la titularidad del arzobispado de Toledo.
A la muerte de Felipe III en 1621, cuando terminaba la tregua de los Doce Años en los Países Bajos, Felipe IV subió al trono y no tardó en tomar como valido a don Gaspar de Guzmán, más conocido por su título de conde-duque de Olivares. Para el porvenir político de éste último, la presencia en la Corte de Fernando de Austria era una amenaza, ya que en torno al cardenal infante se estaba creando una poderosa camarilla que, evidentemente, sería contraria a las actuaciones de Olivares y era probable acabase relegándolo del poder.
En 1627 Felipe IV cayó gravemente enfermo, y puesto que no tenía descendencia, si bien la Reina estaba embarazada, se agravó la posición del cardenal infante en la Corte, máxime considerando los apoyos que tenía.
Como consecuencia, el conde-duque instó a Felipe IV que lo separase, lo que motivó que fuese destinado a Milán como gobernador, cargo que dejaría en 1632 cuando fue nombrado virrey de Cataluña hasta que Isabel Clara Eugenia falleció el 1 de diciembre de 1633. Don Fernando fue entonces enviado a los Países Bajos como Gobernador General, donde hacía años que Isabel Clara Eugenia lo reclamaba.
Ambrosio Spínola, el héroe de Breda, había sido enviado a Italia, y los asuntos militares españoles iban de mal en peor mientras el control que había sido delegado en la infanta Isabel Clara Eugenia, volvía a estar en manos de la monarquía de Felipe IV; el valido encontró así la forma de librarse de Fernando de Austria. En el peor de los casos, enviándolo a Flandes, el conde duque se libraba del acoso de alguien que constantemente manifestaba su desacuerdo con las decisiones que tomaba. Ya había alcanzado Fernando gran prestigio en Cataluña, para desdoro de don Gaspar, quien intuía en Flandes el avispero que le deseaba, y que el infante tomó con gusto como jefe del ejército español.
El Cardenal Infante era querido y temido. Los potentados italianos, Francia y el mismo círculo del conde-duque lo temían, hasta el extremo que Luis XIII afirmaba que los aliados de Francia aflojaban su partido ante su presencia… Incluso el conde-duque le temía hasta el grado de que los mandos nominalmente bajo las órdenes del nuevo gobernador debían obedecer en última instancia las instrucciones llegadas de Madrid.
Presionado por Felipe IV tuvo que supeditarse al duque de Feria, quien había recibido instrucciones secretas para asumir el mando supremo en caso de que el Cardenal Infante se mostrara remiso a acatar su parecer.
El camino tomado para su toma de posesión en los Países Bajos no fue casual. Debía reforzar el Camino Español, entre Italia y los Países Bajos, que se encontraba amenazado por las tropas suecas con el apoyo de Francia.
Con su flamante título de general de los ejércitos en 1634 se disponía a trasladarse de Nápoles a Flandes cuando fue llamado por su primo Fernando de Hungría (el futuro Fernando III, emperador del Sacro Imperio) para combatir en Baviera, en la Guerra de los Treinta Años, contra las tropas suecas de Gustav Horn.
En septiembre de 1634 los ejércitos de Fernando de Austria y de Fernando de Hungría acamparon en Nördlingen, que estaba en manos del ejército sueco. La batalla de 6 y 7 de Septiembre acabó con un claro triunfo de las fuerzas hispano-imperiales, siendo hecho prisionero Gustaf Horn, general de las fuerzas suecas.
La batalla parecía de antemano favorable a los suecos, pero aunque la iniciativa la llevaron ellos, la feroz defensa de la colina de Allbuch, llevada a cabo por los tercios españoles consiguió rechazar hasta 15 cargas de los suecos, que fueron finalmente derrotados, en medio de una inmensa mortandad, con el apoyo de las tropas de caballería italiana. Esta victoria militar, aniquiló el ejército sueco, que perdió doce mil hombres y 80 cañones e incrementó la popularidad de Fernando, que en los Países Bajos fue aclamado por la multitud.
Nördlingen fue una victoria total de la que entonces era la mejor infantería del mundo, y si no hubiese sido por la intervención de la Francia de Richelieu, probablemente hubiera sido el golpe de gracia a la causa protestante.
El 4 de noviembre de 1634 don Fernando hizo su entrada en Bruselas con gran expectación y solemnidad, llevando su faja de capitán general y la espada de su bisabuelo Carlos I. Pero los ámbitos de la administración no le eran tan favorables. Ahí como poco antes en Italia, Fernando de Austria tenía las cortapisas que le había impuesto el conde-duque; así, en el gobierno de los Países Bajos, se encontraba un hombre, Pedro Roose, presidente del Consejo Privado y hombre de confianza de Olivares, que intervenía en todos los órganos del Gobierno, directa o indirectamente, relegando a un segundo término a Fernando de Austria, que debía observar, incapacitado para actuar, cómo su victoria en Nördlingen comportaba que el 8 de febrero de 1635 Francia firmase con los Estados Generales de Holanda, y con la puerta abierta a Inglaterra, la formación de una Liga contra España y el Emperador.
Seis meses después era declarada la guerra, que dejaba los Países Bajos españoles entre las tenazas de las Provincias Unidas y Francia, que atacarían Lovaina, lo que posibilitó que Fernando conquistase Diest, Goch, Gennep, Limburgo y Schenk, llevando sus fuerzas hasta la toma de Corbie, a pocos kilómetros del mismo París, de donde fue evacuada la familia real. El hecho de que no estuviese prevista la acción para semejante objetivo posibilitó que no se culminase con la toma de París, pues el conde-duque, receloso de los triunfos del Cardenal Infante no inició una acción por el sur hasta 1637, cuando la oportunidad ya había pasado. Fue entonces cuando Breda cayó en poder de los holandeses.
París estaba para ser tomado. Tropas españolas habían entrado por las fronteras de Navarra y de Guipúzcoa. El cantón suizo de Los Grisones, hasta entonces aliado de Francia, se alió con España. Pero la decisión de tomar París no le tocaba tomarla al cardenal-infante, sino al conde-duque, justamente el peor enemigo que tenía Fernando de Austria.
Esta falta de decisión propició que el año 1636 Francia atacara en Flandes, Borgoña y Milán con resultados favorables para el ejército español. Fueron tomadas las plazas de Chapelle, Catelet, Corbia y Bouchain, aunque finalmente quedaron en poder francés.
También tomaron los holandeses la fortaleza de Schenckenschans, que el año anterior había sido tomada por el Cardenal Infante. La pérdida de esta plaza, “la mayor joya que el Rey nuestro señor tenía en estos estados para poder acomodar sus cosas con gloria”, según escribió Olivares, fue atribuida al Cardenal Infante.
En 1637, presentó al conde-duque un plan de guerra para los dos años siguientes en el que se planteaba una ofensiva general contra Francia, pero la falta de dinero y de hombres hizo desestimar el intento. El Camino Español había sido cortado con la pérdida de Breisach, en el Rin, lo que posibilitó que Francia tomase nuevas plazas, y los holandeses, Breda, de cuya pérdida fue culpado nuevamente el Cardenal Infante.
Con los fondos que finalmente le llegaron en 1637 pudo mantener las posiciones y, además, hacer fracasar el asalto holandés a Amberes y el francés a Saint Omer.
El ejército nacional contaba con 94.000 unidades, y se especulaba ampliar el mismo en Cataluña con 16.000 unidades; Aragón 10.000; Valencia 6.000; Castilla y las Indias 44.000; Portugal 16.000; Nápoles 16.000; Sicilia 6.000; Milán 8.000; Flandes 12.000; Islas del Mediterráneo y del Atlántico 6.000. Italia y Dunquerque precisaban de inmediato el aporte de 9000 unidades, y las arcas estaban vacías. Gaspar de Guzmán, el conde-duque, recurrió a un impuesto especial, antesala de la revuelta de los segadores que tendría lugar cuatro años más tarde.
En 1638 los franceses atacaron por Artois. Al año siguiente, en Las Dunas, la armada holandesa venció a la española, y el Camino Español quedó seriamente comprometido.
A pesar de todo, la situación mejoró a partir de 1638 cuando Miguel de Salamanca, enviado a Bruselas para espiar al Cardenal Infante e informar de sus actuaciones a don Gaspar de Guzmán, se convirtió en su hombre de confianza en Madrid.
Pero Fernando de Austria estaba atado de pies y manos por el conde-duque. Tuvo que enfrentarse solo a la escasez de dinero que precisaba para financiar las campañas militares. Solo y sin apoyos debía dilucidar cómo recabar fondos de los súbditos sin que ello provocase alteraciones y desafecciones a la Corona. También fue el único en detectar el error que significaba la alianza con Inglaterra, potencia con la que sólo en lo que llevaba de siglo se habían librado guerras entre 1585 y 1604 y entre 1625 y 1630.
Y es que, a cambio del trasvase de tropas desde España a los Países Bajos a través de los puertos ingleses, Inglaterra había obtenido unos privilegios comerciales que perjudicaban tanto a los mercaderes flamencos que éstos consideraban a los ingleses, no aliados, sino enemigos.
Por otra parte, las finanzas de la Corona, que nunca habían ido bien, no encontraban como hasta el momento había sucedido, apoyo en la banca genovesa, por lo que buscaban el apoyo de los banqueros de los Países Bajos, entendiendo que, además serían cauce para posibilitar la paz con las Provincias Unidas, por lo que se adoptó una política de tolerancia con las prácticas heréticas.
El 21 de octubre de 1639 España sufría ante Holanda la derrota en la batalla naval de las Dunas, lo que significó un duro varapalo para la estrategia en la guerra, no solo contra Holanda, sino contra Francia.
Las finanzas iban de mal en peor, y para aliviar la presión se autorizó el intercambio con los daneses, que se plasmó en un tratado de comercio con Dinamarca, fechado el 20 de marzo de 1640 por el que España se aseguraba el abastecimiento de bienes del Báltico.
Fernando de Austria no recibió los necesarios apoyos por parte de la Corona, y es que Felipe IV, abducido por el valido Gaspar de Guzmán, casi se puede decir que lo tenía por enemigo. El Conde Duque de Olivares, todopoderoso ministro, lo acusó de querer independizarse con la ayuda de Francia, y no hizo nada al respecto hasta 1640, justo cuando se producía la revuelta de los Segadores en Cataluña y la sublevación de Portugal, donde el Cardenal Infante debió enviar parte de sus fuerzas, lo que ocasionó que Francia y las Provincias Unidas ganasen nuevas posiciones.
A finales de 1640 estaba en pleno vigor la insurrección en Cataluña y Portugal. Y en 1648 el Tratado de Westfalia (sin presencia de España), y posteriormente el tratado de los Pirineos de 1659, mutilarían España en Europa.
Algo que el Cardenal Infante tuvo la suerte de no conocer, pues el 9 de noviembre de 1641, a los 31 años falleció durante el asedio a Aire sur la Lys, posiblemente envenenado.
Con la muerte de Fernando de Austria desapareció toda esperanza para España; era el único general con carisma suficiente para arrebatar los ánimos de los combatientes y del pueblo; quedaba… el conde duque de Olivares, y mientras, como señala Modesto Lafuente, “en Italia nos abandonaban los que creíamos nuestros más firmes aliados y nuestros mejores y más útiles amigos, y hasta los pequeños príncipes que habían sido de antiguo vasallos nuestros desamparaban nuestra decaída causa y se unían a los franceses.”
Cesáreo Jarabo