EL INICIO DE LA RECONQUISTA

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Alfonso, yerno de Pelayo por matrimonio con su hija, Ermesinda, asumió el trono del incipiente reino de Asturias por allá el año 739. Conocido como Alfonso I el Católico, no solamente supo promover una organización política para los territorios recibidos, que amplió notablemente, sino que también vino a configurar una “tierra de nadie” a todo lo ancho del rio Duero.

En el año 740 los bereberes se sublevaron contra los árabes. La lucha tenía como objetivo el poder; la mayoría bereber estaba sometida a la minoría árabe, la cual la machacaba a impuestos. Los bereberes viéndose incapaces de alcanzar su meta, abandonan los territorios ocupados, es decir, Astorga, León, Osma…, el norte del Sistema Central.

Alfonso, ante tal situación y visto el caos en el mundo sarraceno, emprende la aventura de acometer los poblados y territorios del norte de la meseta. Las huestes cristianas actúan de forma singular; asaltan las poblaciones, acaban con los moros y liberan a los cristianos que se hallaban sojuzgados por los sarracenos. Sin embargo, no ocupan tales poblados, sino que, los abandonan, trasladando a los susodichos cristianos o mozárabes al norte, a territorio alejado de las posibles incursiones moras.

Con tales conductas, en el espacio del valle del Duero se crea lo que Claudio Sánchez Albornoz tituló “Desierto del Duero”. Son dos los hechos que se están produciendo; mientras las tierras de la meseta se vacían, mientras las tierras astures, desde Galicia hasta Vizcaya se llenan de nuevos pobladores. Si esa era la opinión de gran historiador del Medioevo, no era la de su maestro Menéndez Pidal o la de Américo Castro. Para ambos no se produjo tan despoblación, aunque, bien es cierto, que no existen indicios arqueológicos de una vida urbana, pero sí zonas habitadas que también sufrieron la hambruna y la sequía de los años 750 a 760. No resulta extraño, pues, que aquellos pobladores buscasen tierras más al norte, Galicia, sin mucha población y más cultivables tanto para la agricultura como para la ganadería.

En 1978 Abilio Barbero y Marcelo Vigil nos explican;

«Basándose en datos históricos y lingüísticos, [Menéndez Pidal] ha señalado la continuidad de la vida cristiana en los siglos VIII y IX, ya que muchos de los lugares «despoblados» por Alfonso I, según la Crónica de Alfonso III, y «repoblados» en los siglos IX y X no se hallaban deshabitados. Existen datos arqueológicos que prueban la existencia de una población estable en la cuenca del Duero desde la época visigoda hasta el siglo X».

Es difícil, por no decir imposible, concluir si, efectivamente, Alfonso I de Asturias propició la creación de una ancha franja de territorio que le sirviese de fortaleza natural contra las posibles razias sarracenas, sin embargo, con toda seguridad tal “desierto” fue desatendido durante largos lustros tanto por los moros como por los cristianos astures.

Sea cual sea la opción final, lo cierto es que Alfonso I capturó ciudades como Lugo, Oporto, Braga, Astorga, León, Simancas, Miranda, Carboner…, y luego las vació.

Será otro Alfonso, el Casto, el que propiciará un asentamiento de pobladores en esos territorios, recuperados para la cristiandad.

A Alfonso I le sucedió su hijo Fruela, que obtiene un reino más extenso que el recibido por su padre, tanto en población como en territorio; desde el Atlántico gallego hasta las tierras vascas, con el valle del Duero como bastión contra las amenazas moras. Sin embargo, Fruela tuvo un reinado turbulento, no solamente en la propia corte sino también con los ejércitos de Abderramán I, emir de Córdoba. A Fruela I, asesinado en la misma corte, le sucederá por designación de los nobles, Aurelio, quien gobernó solamente seis años al morir por enfermedad. Su sucesor designado fue Silo, cuyo mayor mérito era haberse casado con Adosinda, hija de Alfonso I y, por tanto, nieta de Pelayo. Ambos, Silo y Adosinda, muy piadosos, levantaron varias iglesias, como el convento de Lucis. Al no tener hijos, fallecido Silo, también de muerte natural, los nobles fueron convocados por la reina Adosinda, la cual les instó a que coronasen a Alfonso, hijo de Fruela I y de la vasca Munia, con lo cual, la sangre de don Pelayo seguiría reinando en Asturias. Sin embargo, acontecimientos llamativos iban a suceder que retardarían el reinado de Alfonso II, el Casto.

Alfonso I, por lo visto, no fue tan casto como un posterior ocupante del trono astur. De su relación con una concubina, Sisalda, nació Marugato. El personaje, además de bastardo, se convirtió en usurpador, ocupando el trono destinado, inicialmente, a Alfonso. En su reinado, se suceden hechos y leyendas que suelen ser habituales en la Reconquista. Así Marugato, deseoso de la paz con el moro, no tuvo inconveniente en aceptar el tributo de las cien doncellas vírgenes para matrimoniar con los dirigentes musulmanes o engrosar sus harenes. Se dice que el pueblo de Simancas decidió cumplir con el tributo sí, pero mandando a sus doncellas sin manos, o sea, mancas. De otro lado, en el año 784, el obispo de Toledo Elipando, no tiene otra ocurrencia que convocar un Sínodo en Sevilla para declarar que Jesús es un simple hombre adoptado por Dios, o sea, crea la herejía conocida como adopcionismo.

Sacamos a colación tal hecho dado que la respuesta surge en Asturias por obra del Beato de Liebana y Eterio de Osma. Es el Beato quién en su Comentario al Apocalipsis, nombra a Santiago apóstol como Patrón de España; “Oh, Apóstol dignísimo y santísimo, cabeza refulgente y dorada de España, defensor poderoso y patrono nuestro…”.

Retomando nuestro hilo, Marugato falleció en el año 789, sucediéndole Bermudo el diácono, hijo de todo un personaje, Fruela Pérez, guerrero y hermano de Alfonso I. Abderramán I también falleció y le sucedió Hisam I, quien, fiel hijo, declara la guerra santa, la yihad, tanto al reino astur como a Carlomagno. 

El poderoso ejército sarraceno en el año 791 emprendió su marcha, encaminándose a Zaragoza, la Rioja y Zamora en una pinza que obligase a Bermudo a dividir sus fuerzas defendiendo el este y el oeste de su reino al mismo tiempo. Los moros asolaron Galicia, desde Lugo hasta el Miño. El intento de Bermudo de contrarrestar la masacre mora fue un fracaso; fue derrotado en la batalla de Burbia y en el año 791, a los dos años de su reinado, abdicó en la persona que inicialmente había adquirido el derecho al trono, arrebatado por Marugato, es decir, Alfonso II el Casto. Un reinado que perduró hasta el año 842 y que vino a significar una notable ampliación del reino astur.

Sus victorias en Lutos, Narón y Anceo, así como la batalla en el rio Orón, le permitió afianzar su presencia en Galicia, León y Castilla. Incluso, recorriendo más de quinientos kilómetros, penetró en Lisboa, la asoló, logrando un gran botín, e incluso refundó Oporto.

A semejanza de su antecesor Alfonso I, conquistaba las poblaciones, acababa con los moros, recogía a los cristianos esclavos y los destinaba a repoblar sus territorios en los llamados “Campos góticos”, es decir, la Ribera del Duero.

        Naturalmente, Alfonso II tampoco tuvo un reinado apacible; el emir cordobés Hisam, derrotado en varias ocasiones, vencedor en otras, comprendió que no eran suficientes las batallas victoriosas, sino que era preciso acabar con el líder, Alfonso II, quien, huyendo ante las embestidas moras, vislumbró que el reino astur, por sí solo, no podría vencer al ejército cordobés. Buscó y halló un aliado en el defensor de la Marca Hispánica, Carlomagno. Ludovico Pio, hijo de Carlomagno, se entrevistó con representantes de Alfonso, y, sin poder precisar el contenido llegaron a un acuerdo de recíproca defensa.

          El escenario que se nos presenta es extraordinario; el reino astur crece en población, llega a un pacto con un vasto imperio, el carolingio, y, como remate, Hisam I, el  27 de abril de 796, muere a los 39 años. Su deseo de invadir nuevamente el reino del norte queda postergado en el tiempo.

          Será en esos tiempo cuando, según José J. Esparza, se inicie realmente la Reconquista.

          Se trata de grupos de campesinos, labradores, ganaderos, artesanos que se atreven a cruzar la cordillera cantábrica y se van aposentando en nuevas tierras, instalándose en ellas. Nos estamos refiriendo al sureste de Cantabria, el noreste de Burgos y el oeste de Álava. Tales pioneros actúan de forma particular. No se trataba de siervos o dependientes de un amo o noble, sino de adelantados que deseaban ampliar sus expectativas de vida, ampliando horizontes.

          El sistema empleado llegó a convertirse en ley.

El grupo, posiblemente familiar, ocupaba una zona o extensión, la marcaba con hitos o mojones, era la presura, que le otorgaba el derecho a cultivarla. Sin embargo, a fin de que no se produjesen excesos mediante el señalamiento de un amplio terreno imposible de trabajar, se estableció el escalio, una institución que venía a significar que no se reconocía la propiedad de aquellas tierras sobre las cuales se preveía incapacidad para ser cultivadas. Ese escalio castellano era aprisio en las tierras carlovingias. Mientras en la conocida Castilla eran hombres libres los que se instalaban en las tierras, en Aragón y Cataluña eran los nobles quienes apostaban por una configuración propiamente feudal, aunque con hombres libres, no siervos, propietarios de sus tierras,

Trascurridos los años, ante las razias musulmanas, los reyes harán encargo a los nobles de la defensa de los pobladores, pero, sin perder éstos su condición de hombres libres. Tanto es así, que se instaura la behetría, en virtud de la cual los campesinos son quienes eligen a su señor, e, incluso, lo “destronan” si así lo consideran pertinente.

No se trata de grandes enclaves urbanos, sino de comunidades pequeñas, levantadas alrededor de una iglesia o un monasterio. Como el de Taranco, en donde su abad Vitulo ― según nos cuenta José J. Esparza ― en una acta dictada al notario Lope sobre la donación de unos terrenos, se nombra en forma escrita y  por vez primera, el 15 de septiembre del año 800, la palabra Castilla.

No resulta fácil asimilar que cientos, miles de familias durante los siglos IX y X, se atreviesen a abandonar las tierras cántabras para posicionarse en valles, mesetas, riberas de ríos, para iniciar una nueva vida.  No solamente se trataba de superar montañas sino de descender hacía la frontera mora, iniciar presuras, levantar casas, monasterios, molinos, herrerías…, dispuestos a defender todo ello ante una posible incursión sarracena.

El rey Alfonso II va concediendo derechos, villas, monasterios, con tierras destinadas a sus repobladores. Así se comprueba en el documento real de 21 diciembre de 804 en el cual Alfonso “hace testamento” a la Iglesia de Santa Maria de Valpuesta y a la villa de Valpuesta, en la frontera entre Burgos y Álava, de una amplísima extensión de tierras, montes, pastos, fuentes, lagunas, molinos, prados, huertos…, “de modo que vosotros los pobladores de Valpuesta tengáis plena libertad de cortar maderos…y concedo también que uséis de las dehesas, pastos, fuentes y ríos, con entrada y salida, sin pagar montazgo ni portazgo”. Es decir, en alguna medida el “desierto” no fue tal, sino una tierra vaciada por las incursiones sarracenas, que, con el trascurso de los años y la acción de los reyes, se irá repoblando con colonos que, intrépidos, bajan a esa tierra de nadie, la repueblan, la cultivan, reconstruyen monasterios, huyen de ella ante las aceifas moras, pero regresan cuando los invasores se retiran. Hasta que llegue el día en que la frontera, conquista a conquista, batalla a batalla,  vaya descendiendo, dejando atrás el Duero en búsqueda de la ribera del Tajo.

Este será el comienzo de la verdadera Reconquista; repoblar, cristianizar y colonizar el “desierto” de Alfonso I, rey de los astures.

Francisco Gilet

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2 thoughts on “EL INICIO DE LA RECONQUISTA”

  1. ¡Qué estupenda explicación del inicio de las repoblaciones del Duero, y del verdadero comienzo de la Reconquista!
    Muchísimas gracias porque además es muy divertido de leer.

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