PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS

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La descripción de la gran tierra Florida será cosa dificultosa poderla pintar tan cumplida como la quisiéramos dar pintada; porque coma ella por todas partes sea tan ancha como larga, y no está ganada, ni aun descubierta del todo, no se sabe qué confines tenga.

Lo más cierto y lo que no se ignora, es que al Mediodía tiene el mar Océano y la gran Isla de Cuba; al Septentrión (aunque quieren decir que Hernando de Soto entró mil leguas adentro), no se sabe dónde vaya á parar, si confina con la mar ó con otras tierras.

Al Levante, viene á descabezar con la tierra que llaman de los Bacallaos; aunque cierto cosmógrafo francés pone otra grandísima provincia en medio, que llama Nueva Francia, portener en ella siquier el nombre.

Al Poniente, confina con las provincias de las Siete Ciudades, que llamaron así sus descubridores de aquellas tierras; los cuales, habiendo salido de Méjico por orden del Virrey D. Antonio de Mendoza, las descubrieron año de mil y quinientos y treinta y nueve, llevando por Capitán á Juan Vázquez Coronado, vecino de la dicha ciudad. (Garcilaso de la Vega)

EL PERSONAJE

Pedro Menéndez de Avilés nació en Avilés el 15 de febrero de 1519. Descendiente de hidalgos asturianos, tuvo diecinueve hermanos de la misma madre, lo que dio lugar a una escasa herencia que le llevó a hacerse soldado.

El contexto histórico de la vida de don Pedro se enlaza con la época de los conflictos religiosos en Europa, la reforma luterana y los conflictos permanentes contra Francia. Con dieciséis años, Avilés se enroló como grumete en una armada encargada de perseguir corsarios franceses; dos años después regresó a Avilés, donde contrajo matrimonio con María de Solís Cascos, compró un patache, enroló a 50 hombres y actuó de corsario sin patente.

CORSARIO

En 1539, con solo veinte años, Menéndez navegaba en aguas de la ría de Vigo, cuando una pequeña escuadra francesa de cuatro barcos, una nao y tres zabras apresó tres barcos españoles con un cortejo nupcial en el que estaba la novia con 60 parientes y amigos, que se dirigían a la ciudad para celebrar la boda.

El corsario español decidió acudir en auxilio del cortejo con su pequeño barco y haciendo sonar el pífano y el tambor antes de desplegar gallardetes, advirtió al enemigo que le entregaran a la novia y a sus acompañantes si no querían terminar ahorcados. Pero las zabras, sabiéndose superiores en número, hicieron caso omiso de la advertencia.

La batalla fue rápida: las dos zabras comenzaron a perseguir al patache, pero cuando estaban a punto de alcanzarlos, don Pedro ordenó virar viró de improviso, haciéndose con uno de los barcos franceses. Anulado uno de los peligros, los españoles se abalanzaron contra la otra zabra, que también terminó rendida. A la vista de la situación, lo que quedaba de la flota francesa huyó y la novia y su cortejo fueron liberados.

Carecía de formación militar y náutica teórica, pero aprendió a leer las nubes, los vientos, las estrellas, los cambios del tiempo, las puestas del sol, los vuelos de las aves y todo lo que un hombre de mar debe conocer, lo que, unido a su valentía, arrojo, decisión, dotes de mando y claridad de ideas, hizo de él un hombre excepcional en su oficio. (Marcelino González Fernández, capitán de navío)

LUCHANDO CONTRA LOS PIRATAS

En 1546, el corsario Jean Alphonse Saintonge, más conocido por los españoles como Juan Alfonso Francés, aprovechó una tregua hispano francesa para capturar, a la altura del cabo Finisterre, dieciocho embarcaciones vizcaínas, llevando sus presas al puerto francés de La Rochela.

Por encargo del archiduque Maximiliano, Menéndez de Avilés persiguió al pirata desde Belle-Île hasta la Rochela, recuperando cinco de los barcos y abordando a la capitana pirata Le Marie. Don Pedro hirió personalmente al mismo pirata, que moriría a consecuencia de las heridas.

Pasado el tiempo, Juan Antonio Alfonso, hijo del corsario anterior, decidió vengar la muerte de su padre. al tener noticias de que Menéndez salía para América, lo esperó con tres barcos en las Canarias, lo que dio lugar a un combate en santa Cruz de Tenerife en el que una bala de cañón mató a Alfonso y donde don Pedro hundió su barco y apresó los otros dos.

Tras aquel éxito, Carlos I le autorizó a continuar persiguiendo piratas de las costas cantábricas y gallegas, concediéndole la primera patente oficial de corso. En 1550, una segunda patente le permitió perseguir corsarios en las Indias. Allí cayó en manos corsarias, y, mientras se negociaba el rescate, se enteró de los planes de Francia para atacar las Indias, alertando a la Corte y presentando un memorial y un plan de defensa estratégica al Consejo de Indias.

Se trataba de un documento claro y muy bien redactado que el virrey de Nueva España remitió a la corte, donde fue estudiado y evaluado y permitió a todos comprobar la profundidad de los conocimientos de Menéndez y su capacidad para expresarlos, lo que seguramente influyó en el hecho de que el príncipe Felipe, futuro Felipe II, lo nombrara en 1554 capitán general de la armada y de las flotas de la Carrera de Indias (Marcelino González Fernández)

En 1554, Menéndez de Avilés, que había sido designado capitán general de la carrera de Indias por el emperador contra la opinión de la Casa de Contratación, fue poco después nombrado consejero en el viaje a Inglaterra de su hijo Felipe para contraer matrimonio con María Tudor, mandando una armada en un  viaje que, a la vuelta, fue atacado por corsarios franceses, pero que el asturiano consiguió esquivar para entrar por la noche en Laredo. Un año más tarde condujo su primera flota a las Indias en 1555, desplegando una diligencia y teniendo un éxito tal que se ganó la admiración de Carlos I. Cuando tenía 35 años, fue nombrado Capitán General de la flota de Indias por Felipe II, cargo que ocupará en nueve ocasiones desde 1555 hasta 1574. En 1557 fue nombrado capitán general para que fuese a Flandes escoltando veinticuatro navíos de lanas y a llevar un auxilio de 1500 soldados y 1.200.000 ducados. Cuando se le entregó el despacho solo había cuatro navíos de los ocho que la componían, aun así decidió salir a la mar al día siguiente, aunque cargando en ellos la infantería y el dinero.

Durante el trayecto la escuadra española se topó con François Le Clerc, llamado Pata de Palo, y sus ocho navíos. Tras una batalla hizo huir a los piratas, hundiendo uno de sus barcos. Tras quince días de navegación, don Pedro desembarcó la infantería y el dinero en Calais, dejando los navíos de lanas en Gelanda. Con esta rápida acción colaboró decisivamente a la victoria en la Batalla de San Quintín.

En el mismo año de 1557, Menéndez recibió  la orden de colaborar con una armada española y otra inglesa en la protección de una flota española encargada de transportar a importantes personalidades a Calais, entre ellas al príncipe de Éboli. Avilés y Luis de Carvajal se reunieron entre las islas Sorlingas y la isla de Ouassant con la otra armada inglesa para proporcionar la oportuna protección, pero, ante la amenaza de un fuerte temporal, tanto Carvajal como el inglés se refugiaron en puertos ingleses y le propusieron a Menéndez hacer lo mismo. El asturiano rehusó, pues esperaba que en breve aparecieran en el horizonte los barcos del príncipe de Éboli, y se quedó en la mar y al poco tiempo apareció una flota de más ochenta barcos al mando de Diego de Mendoza.

Al ver que la situación meteorológica empeoraba, surgieron discusiones entre los pilotos de Mendoza y los de Menéndez y al final se estableció entrar en puerto, pero al intentar llegar se encontraron con que estaba cerrado con cadenas y que el alcalde se negaba a abrirlas, de modo que don Pedro ordenó que se preparara alguno de los barcos más fuertes para lanzarlo contra las cadenas e intentar romperlas, pero no fue necesario: el propio Menéndez pasó a tierra en una lancha y con gran arrojo forzó los mecanismos y logró largar las cadenas.

LA FLORIDA

Cuando desapareció el barco en el que iba su hijo en algún lugar de la costa de la Florida en 1561, Menéndez se dispuso a ir en su busca. Entonces fue detenido por la Casa de la Contratación de Sevilla junto con su hermano, el también marino Bartolomé Menéndez de Avilés. Los dos hermanos estuvieron encarcelados dos años por razones poco claras, hasta que logra salir apelando al rey, que hizo que lo juzgasen, siendo condenados los hermanos a pagar una exigua multa.

En Sevilla, dio en la administración y en los oficiales de la Casa de Contratación con enemigos más temidos que los amotinados.

Una vez fuera de la cárcel consiguió que le permitieran buscar a su hijo bajo la condición de que debería explorar y colonizar La Florida. Así, el 20 de marzo de 1565, Felipe II le nombró adelantado a título hereditario, con la orden de expulsar a los protestantes franceses, conquistar y colonizar aquellas regiones, explorar la costa hacia el norte en busca de un estrecho que comunicase los océanos Atlántico y Pacífico y llevar misioneros para evangelizar a los nativos. Para tal misión, el avilesino organizó una flota en los puertos de Cádiz, Gijón, Avilés y Santander. La escuadra constaba de veintiséis barcos y 2.646 personas.


Bartolomé Menéndez de Avilés salió de Cádiz el 28 de julio de 1565, realizando un viaje cargado de dificultades: en mitad del Atlántico, la flota fue sorprendida por un temporal; la capitana, el San Pelayo, y un patax consiguieron alcanzar Puerto Rico, aunque en muy precarias condiciones, y dos días después, llegarían a la isla otros cinco buques en parecido estado. Allí, Menéndez embarcó más hombres y diverso material, dirigiéndose sin más escalas a La Florida y alcanzando por fin sus costas el 28 de agosto de 1565.

SAN AGUSTÍN

El genio del asturiano, sin adiestramiento naval de ningún tipo, se curtió a golpe de experiencia en la Carrera de Indias, uno de los grandes hitos logísticos del siglo XVI (César Cervera Moreno).

San Agustín es el asentamiento europeo más antiguo ocupado hasta la actualidad en los Estados Unidos. Los españoles exploraron la zona en sendas expediciones entre 1513 y 1563, dirigidas por diversos conquistadores: Juan Ponce de León en 1513, Lucas Vázquez de Ayllón en 1526, Pánfilo de Narváez en 1527 y Hernando de Soto en 1539, entre otros, pero todas sin llegar a levantar ninguna fortificación estable.

Po parte francesa, el hugonote, René Goulaine de Laudonnière fundó en 1564 el fuerte Fort Caroline (actual Jacksonville) en la desembocadura del río San Juan. Como se retrasaba el envío de provisiones desde Francia, la colonia experimentó una escasez de alimentos que provocó el amotinamiento de algunos soldados que se convertirían en piratas que atacarían a los navíos españoles en el Caribe.

El nuevo adelantado de La Florida llegó a finales de agosto de 1565 a la costa americana, donde avistaron a unos indios que les advirtieron que los hugonotes estaban a unas veinte leguas al norte. Continuando su trayecto, Avilés y sus hombres descubrieron a ocho leguas un puerto natural, con buena ribera, al que el asturiano dio el nombre de San Agustín, santo del día que avistaron Florida.

Era el 4 de septiembre de 1565 cuando, siguiendo la dirección indicada por los indígenas, avistaron cuatro grandes galeones franceses fondeados a la entrada del río San Juan, cerca de Fort Caroline. A medianoche, los barcos españoles atacaron al enemigo, haciéndoles huir a mar abierto. Al no poder darles alcance, los españoles regresaron a San Agustín, tomando posesión de aquellas tierras el día 8 de septiembre en nombre del rey de España y fundando la que a día de hoy se reconoce como la ciudad más antigua de los Estados Unidos.

No pasó mucho tiempo para que arribaran a San Agustín cuatro galeones y dos pinazas franceses con seiscientos hombres a bordo y fuerte artillería, pero se desencadenó una tormenta que les obligó a buscar refugio. Sospechando que la flotilla pirata no podría regresar a Fort Caroline por culpa del temporal, Menéndez pensó atacar por tierra, y el día 16 se puso en marcha al frente de quinientos soldados.

Después de cuatro días de fatigosa marcha, al amanecer, los españoles sorprendieron a los centinelas y tomaron Fort Caroline. El alcalde de la fortaleza y otros sesenta hugonotes escaparon a la selva; los demás, unos 142, fueron degollados, salvándose únicamente las mujeres, los niños y los que se declararon católicos, unos setenta en total. El fuerte conquistado fue rebautizado como San Mateo.

Temiendo que en su ausencia el grueso de la fuerza pirata atacase San Agustín, Menéndez emprendió el regreso. Días después de su llegada, supo por los nativos que los franceses habían naufragado al sur. El 28 de septiembre salió con sus tropas, halló al enemigo y lo apresó. Muchos piratas fueron degollados, salvándose únicamente veinticuatro que confesaron ser católicos y 150 que escaparon a la selva y fueron muertos por los indios. Este lugar se conocería en el futuro como la ensenada de Matanzas.

La propaganda protestante habló del asesinato de hombres indefensos. Menéndez entró así a formar parte de un episodio fundamental de la Leyenda Negra.

Don Pedro siguió recorriendo el Caribe en busca de piratas hasta 1567, cuando regresó a España tras una ingente tarea que le rindió honores diversos: un retrato de corte de Tiziano, miembro de la Orden de Santiago, las rentas del señorío de Santa Cruz de la Zarza, el derecho de imponer su testamento y una patente para un instrumento de medida de la longitud.  Además de sus hazañas de armas, Menéndez revolucionó la construcción naval diseñando navíos que acortaron la navegación al Nuevo Mundo, ideó unas embarcaciones en las que se alargaba la quilla en relación con la manga, a las que se les dio el nombre de galeoncetes.

Sería en España cuando se enteraría que el corsario francés Dominique de Gourgues había atacado por sorpresa el fuerte de San Mateo, ahorcando a la mayoría de la guarnición española.

En aquellos momentos la Florida estaba en peligro. Invadida por corsarios, el hambre, el fuego, las inundaciones, las enfermedades, los motines y la huida obligada de los jesuitas, Menéndez de Avilés acudió en su socorro, escoltado por una fuerza permanente de trescientos soldados y misioneros franciscanos y el apoyo del rey, que lo había nombrado gobernador de Cuba.

En los siguientes cuatro años la actividad de Menéndez se multiplicó: fundó en Cuba un seminario para instruir a los indígenas de la Florida, se trasladó a Axacan, misión situada en la bahía de Santa María (actual Chesapeake, Virginia) con la intención de castigar a los nativos que asesinaron a los misioneros jesuitas, exploró gran parte de las costas de los actuales estados de Florida, Georgia, Carolina del Sur y del canal de Bahamas, limpió de corsarios las costas americanas, levantó la primera carta geográfica de las Bahamas y de las costas de Cuba y Florida.

DE VUELTA A CASA

          La vida de Avilés transcurría entre la Florida y Europa. Así, el rey le hizo volver a la Península en 1574, nombrándole capitán general de la poderosa armada que preparaba en secreto para ayudar a Luis de Requesens a sofocar la rebelión del príncipe de Orange en Flandes.

Pedro Menéndez de Avilés no regresaría nunca más a ver La Florida. Dejó a su yerno Velasco en su lugar y se hizo en Santander con una flota compuesta por trescientas velas y veinte mil hombres, pero ese mismo día enfermó gravemente, víctima de un tabardillo maligno, y falleció el día 17 de septiembre de 1574. Pocos días antes de su muerte, dejó dispuesto en su testamento que le enterrasen en la villa de Avilés, en la iglesia de San Nicolás, donde reposaban los restos de sus antepasados.

Para cumplir su mandato, poco después de su fallecimiento, fue embarcado el cadáver, pero una galerna obligó al barco a entrar en Llanes. Los restos del adelantado fueron depositados en la iglesia de esa villa, celebrándose en ella las exequias. El 8 de agosto de 1924 se produjo el traslado definitivo a la antigua iglesia de San Nicolás de Bari, en un solemne acto con presencia de autoridades americanas y españolas.

Ricardo Aller

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1 thought on “PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS”

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