“No tengo enemigos, los he fusilado a todos”, dicen que el Espadón de Loja confesó a un sacerdote desde el lecho de muerte un 23 de abril de 1868. Quizá desde que salió ileso de un atentado en 1843 en la calle Desengaño de Madrid y en el que murió su ayudante, José Barretti, Ramón María Narváez asumió los envites de las luchas heroicas con una frialdad que modelaba aún más su carácter enérgico, autoritario y militar. El ocaso de Narváez se aleja de aquella época de vanidades, de las intrigas palaciegas de la época de Isabel II y se sitúa con pocos amigos y sin la compañía de sus viejos consejeros.
Cuenta Jesús Pabón como anécdota que, siendo joven, Ramón María Narváez arrojó a un compañero al estanque del retiro para que recogiera la gorra que le había tirado previamente. Lo cierto fue que, tras su fallecimiento, nadie pudo dentro del moderantismo ocupar su posición de líder, pues él era “el hombre fuerte que sostenía el edificio, el cual se desplomaría el día que cayera la columna”. Sería O`Donnell quien encabezaría la nueva etapa del gobierno, al frente de la Unión Liberal, una época nueva en la que querían desmarcarse de los moderados, pues nunca se habían entendido bien entre ellos.
Hablar de Narváez es hablar del máximo líder del Partido Moderado en la época isabelina, pero algo exaltado en los primeros años de la guerra carlista. Fue el Partido Moderado el primer partido organizado al estilo contemporáneo en España y creado con el objetivo de mantener el orden público. Sus miembros al principio fueron catalogados de conservadores, pero poco a poco se ganaron a la opinión pública y adquirieron un gran prestigio por la capacidad de sus líderes, por su programa de libertad con orden y por identificarse con los intereses de la ya entonces burguesía dominante.
Narváez, en palabras de José Luis Conellas, era un militar enérgico con hábito de lucha, pero de escasa cultura. Nueve años estuvo dedicado a las labores de labranza en donde había nacido, Loja, Granada, pero su capacidad innata para observar hizo que nunca se le pudiera considerar como un hombre iletrado o de capacidades limitadas. En sus inicios estuvo al servicio de la Guardia Real, el cuerpo más cercano al monarca, algo que se repetiría como una constante en su vida al ser el fiel consejero de la reina Isabel II. Según Ferdinand de Lesseps, embajador de Francia en España, Narváez tenía “rapidez en intuir y observar”.
Se ha hablado mucho del reinado de Isabel II como del “régimen de Generales” por la enorme influencia que tuvieron los militares durante ese periodo de soberanía militar. La preponderancia militar era sinónimo de la debilidad del poder civil. Para derribar a Espartero hacía falta otro militar de altura o de fuerte personalidad. Este sería Ramón Narváez. El fue el que orquestó adelantar la mayoría de edad de la reina a los trece años y poner fin a la regencia de Espartero. Nunca tuvo simpatía hacia Espartero y la enemistad entre ambos fue fomentada entre sus respectivos partidarios, aunque sí parece ser que entendía y estimaba a Juan Prim. Eran todos ellos militares, que guiados por los acontecimientos tuvieron que dedicar su vida a la política.
Narváez había nacido en Loja el 5 de agosto de 1799. Hijo de una noble familia descendiente de conquistadores de Granada. Ingresó muy joven en el cuerpo de las Guardias Valonas. Solo 6 de 600 fueron elegidos para su ascenso en el regimiento de élite. En 1838 fue promovido a Mariscal de Campo y nombrado Diputado a las Cortes Generales. En la revolución contra Espartero se hizo el general mas afamado del país, aunque permaneció en Francia los tres años que duró la regencia de Espartero. Llegó poco tiempo después a presidente de gobierno con habilidad y acierto, pues sacrificó su carrera militar a expensas de servir a la nación de otro modo, como puntal del Partido Moderado, pues ya en su día había sido uno de los militares más laureados del ejército español y en 1843 ya había llegado a lo más alto dentro del ejército. Narváez fue uno de los dirigentes del golpe de 1843, pero al principio no quiso ocupar ningún cargo político. Por entonces O´Donnell ocupaba la Capitanía general de Cuba.
“Inculto, sanguíneo, autoritario, primario, insoportable, de reacciones violentas” son algunos de los descalificativos que se vertieron contra su persona, quizá por su determinación a la hora de lidiar con asuntos de índole política de vital importancia. Si algo destacaba de él en el reinado de Isabel II era su carácter impositivo. Y aquello demostraba que suscitaba envidias por el poder que ejercitaba y por la enorme influencia que ejercía sobre la soberana, ávida de apoyos dada su inmadurez y desconocimiento de las más variadas materias. Narváez ocuparía la presidencia del Consejo de Ministros durante siete veces, batiendo todos los récords.
Narváez se blindó frente al exterior y se opuso a las injerencias de otros países en los asuntos internos. Quería devolver a España su puesta de relevancia internacional. En 1832 la situación interna era desastrosa y del Antiguo Régimen saldría una guerra civil. Desde Gibraltar, Narváez contempló el final de la contienda y el acoso progresista a la Regente. Espartero era la punta de la lanza, María Cristina renunció y se fue al exilio de París, ciudad a la que poco después llegó Narváez y se orientó a posturas moderadas y de paso se reconcilió con el conde de Clonard.
En 1843 la alianza entre moderados y progresistas puso fin a la aventura de Espartero y Narváez desembarcó airoso en Valencia. En ese momento acusaron a Salustiano Olózaga de forzar la voluntad de la reina. Parece ser que en ese momento intervino Narváez, aunque después vendría el cese de Olózaga y su encausamiento, teniendo que optar el representante progresista en vez de por el gobierno por el exilio. Parece ser que también estaban implicados Serrano y Prim.
Cuando Narváez ocupa la presidencia se decide a reformar la Constitución de 1837 para dar forma a un texto más acorde con los postulados del moderantismo. Se abre así la década moderada acaudillada por Narváez y aunque la situación en España es bastante crítica e inestable, él conseguirá poner en alza a la formación política con unos niveles de organización consistentes. El régimen constitucional de 1812 había tenido poco arraigo. El pueblo hostil había sido reacio al liberalismo. El régimen gaditano no había triunfado en Francia y era incompatible en la época. Al poco arraigo del liberalismo se unieron la guerra de la independencia y la guerra carlista por lo que los políticos buscaban el apoyo de los militares. La constitución de 1845 estará vigente todo el reinado de Isabel II. La primera crisis del gabinete vino cuando Narváez defendió la candidatura del conde de Trapani y María Cristina no le apoyó. Entonces optó por renunciar a su cargo. En 1845 contrajo matrimonio con Marie Alexandrine Tascher de la Pagerie, hija del Par de Francia, con quien no tendría hijos.
De 1847 a 1851 será la etapa del “gobierno largo de Narváez”. Supo esos años con gran mesura calmar la tormenta de 1848 y mantener a España alejada del contacto revolucionario. Cuentan que recorría a veces solo a caballo los escenarios de lucha como en la calle Jacometrezo donde logró zafarse de un grupo que iba a arremeter contra él. Expulsó al embajador británico que era cómplice de los movimientos insurreccionales. Todo esta actitud acrecentó su popularidad internacional y le dio fama como “guardián del orden”. La segunda vez que quiso dimitir fue cuando le pidió a la reina que pusiera fin a su affaire con el marqués de Bedmar, pero no podía dejar el puesto de mando pues “Su retirada era vista como una verdadera calamidad, no solo para España sino para toda Europa”.
Aquella amenaza se repetirá tras los devaneos amorosos con Enrique Puig Moltó, padre del futuro Alfonso XII según todos los indicios de la época. “Yo riño cuando mi deber o la necesidad me obligan, pero un momento después amo a aquel que me ha dado estocadas”. Confesó a uno de sus colaboradores, Luis Mayans, en una ocasión.
Finalmente y tras periodos de crisis será Bravo Murillo quien le suceda y se eleva a la presidencia. El duque de Valencia se aleja del ejecutivo aunque volvería cinco años después. Esos años aprovechó para visitar a sus amigos de Londres y París como Lord Palmerston y Luis Napoleón Bonaparte. En París acudía a la ópera, fiestas de categoría y se codeaba con la alta sociedad. El nuevo emperador de los franceses estaba en deuda con él porque Narváez le había prestado dinero para poder dirigir el destino de Francia tras la caída de los Orleans. Cabe recordar aquí la amistad de Narváez con la condesa de Montijo, madre de la emperatriz de los franceses, Eugenia de Montijo.
En 1851 la reina Isabel II aceptó su dimisión y un año después falleció la madre de Narváez y aquello le afectó profundamente desde el punto de vista anímico, aunque al parecer ya desde 1839 sufría de depresiones “Si no lo consigo dejo el puesto y me meto en mi casa” había dicho en septiembre de 1845, en uno de sus momentos álgidos de prestigio y de poder. Según dicen había sufrido un intento de suicidio cuando estuvo en la cárcel gala en junio de 1823 , lo cual demostraba como por su carácter ciclotímico podía pasar de la euforia al pesimismo más absoluto. En octubre de 1847 acabaría asqueado de la política, cuando se produjo el gobierno relámpago del conde de Clonard, que duró poco gracias a su rápida intervención en la disolución del Consejo de Ministros para reconducir la situación: “Señores, pueden ustedes retirarse a sus casas”. El general se sentó en el sillón y empezó a dar órdenes.
Hasta sus enemigos a batir decían de él que siempre había demostrado “talento y aptitud”, un criterio definido y coherente que otorgaba seguridad a su alrededor. “Camina usted derechamente a un abismo sin fondo, antes de firmar su sentencia de muerte venga a estrechar la mano de un compañero leal” le dijo al General Zurbano cuando éste conspiraba contra él antes de ser fusilado. Años antes había perseguido a la partida guerrillera del Cura Merino, que luego atentó contra la reina Isabel II en la basílica de Atocha.
El gabinete de Narváez tuvo una clara vocación administrativa y durante sus mandatos de reformó el sistema monetario, se inauguraron los primeros ferrocarriles, se pusieron fin a las obras del Palacio de Congresos y el Teatro Real y se remodeló al Puerta del Sol. La crisis monetaria se había empezado a sentir en Londres en 1864, con efecto análogo en España. La causa en la península parecía provocada por el exceso de inversiones ferroviarias y la crisis agraria de 1867 unido a la inestabilidad monetaria. Carestía y hambre propiciaron un malestar unido a las malas perspectivas agrícolas de la cosecha de 1868. El último gobierno Narváez apeló a forzar la presión tributaria. La conspiración que venía urdiéndose contra la reina podía llevarse a cabo con todas las garantías de éxito por la incertidumbre de la situación. La incorporación de la Unión Liberal a la conspiración sería decisiva para triunfar.
El cerebro de la conspiración tenía un nombre: Juan Prim, erigido en cabeza de los progresistas, O´Donnell había fallecido un año antes. Las ayudas económicas para acometer la revolución venían de los duques de Montepensier, las juntas conspirativas y la ayuda de la burguesía catalana con la que Prim conectaba. El 13 de septiembre caería Isabel II y con ella el partido moderado y el liberalismo histórico. Dos años después fallecería Prim, el hombre fuerte de la revolución y al que le unía amistad con Carlos Manuel de Céspedes, el cual a su vez inició el trabajo conspirador en la isla de Cuba con el Grito de Yara en 1868. En 1843 Céspedes había participado en la insurrección del General Juan Prim, por lo que salió de allí como exiliado político rumbo a Francia.
Inés Ceballos Fernández de Córdoba