En 1637, Juan de Urpí del Pou, natural de Piera, en Barcelona, fundó La Nueva Barcelona en Venezuela, donde acudieron en misión los Padres Misioneros Observantes del Colegio de la Purísima Concepción, de la Propaganda Fides de Nueva Barcelona, cuya labor consistiría en fundar un pueblo con los indios de la zona.
En 1.686 arribaron los jesuitas Andrés Ignacio y Alfonso Fernández a la Guarnición de Santo Tomé de Guayana, misión que acabaron abandonando a favor de los Misioneros Capuchinos Catalanes, que llegaban autorizados por Real Cédula de 7 de febrero de 1686, confirmada el 29 de abril de 1687 y el 24 de junio de 1722, cuando los padres Tomás de Santa Eugenia y Benito Moya llegaron para la fundación de futuras misiones, la primera de las cuales, la Misión de la Purísima Concepción de Suay fue fundada el 5 de mayo de 1724, que al siguiente año sería trasladada al río Caroní, donde sería renombrada Misión de la Purísima Concepción del Caroní, no sin antes haber sido atacada por piratas, huelga decir que ingleses y holandeses.
En su nueva ubicación plantearon un sistema de desarrollo cultural de los naturales que les facilitaba un sistema económico encarado al beneficio directo de la comunidad, de forma similar a la aplicada por los jesuitas en las reducciones del Paraguay.
Las comunidades originarias, caribes, waikas y otras tribus antes enfrentadas fueron integradas al sistema de manufacturas. Cada día los niños y adolescentes asistían a la escuela hasta las diez de la mañana, donde volverían a incorporarse a las tres de la tarde cuando se impartía catequesis.
Pero no todo era paz; las misiones debían defenderse de diverso tipo de ataques; fuese de piratas o de otros indios salvajes, especialmente caribes.
En principio, la relación con población española estaba restringida, llegando con el tiempo a tener un contacto prolongado, cuando se consideraba conveniente que accediesen a conocimientos de técnicas especializadas de trabajo.
La cédula real facultaba a los capuchinos para fundar pueblos de indios y para fundar pueblos donde se juntasen estos con blancos, mulatos y negros, pero guardando para los indios el gobierno del pueblo, siendo admitida la otra población como elementos que facilitasen la socialización.
Acabaron constituyendo once vecindarios de españoles repartidos en cuatro ciudades y siete villas, y sesenta y dos misiones de indios, que en conjunto sumaban una población de cerca de 25.000 vecinos, trece mil de los cuales pertenecían a distintas “naciones” indias.
El desarrollo social, económico y cultural debía cumplirse en un proyecto global de socialización que en principio los capuchinos entendieron, debía empezar en la aclimatación de los naturales a los campos de labranza y en la aplicación de pequeños ingenios azucareros que permitiesen la viabilidad económica de la reducción.
Viabilidad que se vio reforzada cuando en 1724 estos misioneros compraron 100 cabezas de ganado vacuno, a las que se unió el aporte de 28 vacas y 2 toros, que fueron regaladas por Pedro Figuera, rico propietario de los llanos de Anzoátegui, y que acabaría siendo de especial significación para el desarrollo de la misión. En 1810 se había creado una cabaña de 200.000 reses que se encontraba ubicada en el territorio que desde 1734 era controlado por las Misiones Capuchinas, y que se extendía desde Angostura hasta el río Esequibo colindante con la Guayana Holandesa y Francesa.
Si desarrollaron ampliamente la ganadería, también abordaron el cultivo de algodón, que tras ser preparado en Cumaná sería remitido a las fábricas textiles de Cataluña, y la actividad económica se completaba con el curtido de cueros suministrado por su creciente cabaña ganadera, el cultivo de tabaco, del café y la producción de añil, y el circuito se cerraba con la participación de la Real Compañía de Comercio de Barcelona, que distribuía los productos en la Península, siendo que en los primeros años del 1800 las misiones se habían convertido en excelentes unidades agropecuarias, metalúrgicas y mineras.
En el sector agropecuario eran grandes productores de ganadería bovina, caballar y mular; referencia necesaria en la cría de cerdos y aves de corral, en el cultivo de algodón, de la caña de azúcar, de tabaco, maíz, yuca o arroz…
Y la gran producción ganadera, lógicamente daría lugar al desarrollo de sus derivados; así destacaron en la manufactura de queso, en el curtido de pieles, en la fabricación de zapatos, así como en la de todo tipo de objetos textiles derivados del algodón y de la lana de oveja, produciendo también hamacas, cordeles, y otros elementos de gran demanda.
En el terreno industrial, los talleres de forja y herrería suministraban los elementos necesarios para el cultivo de la tierra… y completaban la producción con la extracción de oro en el río Caroní.
También desarrollaron la producción de la quina, con la que preparaban un extracto (de Cortex Angostura), que distribuían a todas sus instalaciones.
Lógicamente, toda esa ingente actividad debía estar servida por personas que desarrollasen los diversos oficios: agricultores, ganaderos, mineros, sastres, zapateros, carpinteros, albañiles, herreros, curtidores de pieles… Todos formados por los capuchinos, que llegaban incluso a fabricar acero que posteriormente sería trabajado en una fragua para ser transformado en herramientas varias: hachas, azadones, arados, palas, picos, machetes, clavos, tenazas, martillos, puntas para lanzas, ejes para carretas, pletinas para forrar los ruedas de los carros, etc.
Este espectacular desarrollo no pasó desapercibido para aquellos que venían tramando la invasión; así, el geógrafo que sirvió los intereses de la Gran Bretaña, Alexander Humboldt, relata en sus informes aspectos como los siguientes:
Las situaciones locales de la vieja y nueva Guayana …/… tiene además la ventaja de cubrir hasta cierto punto los hermosos establecimientos de los capuchinos catalanes del Caroni. Estos establecimientos podrían atacarse desembarcando en la Orilla derecha del Brazo Imataca; pero la embocadura del Caroni, en donde las piraguas se resienten del movimiento de las aguas, en el Salto de Caroni, está defendida por los fortines de la vieja Guayana. (Humboldt)
Las misiones de los capuchinos catalanes comprendían, en 1804, 60,000 cabezas de bueyes, a lo menos, pastando en los prados que se extendían del extremo oriental de Larony y el Paraguay hasta las orillas de Imataca, Curumu y Guyuni. (Humboldt)
Una labor que se desarrolló a lo largo de 131 años y tuvo un brusco final el 7 de mayo de 1817, cuando los últimos dieciocho frailes y dos enfermeros de la Misión fueron asesinados por las fuerzas de Bolívar a lanzazos y machetazos y sus cuerpos mutilados arrojados a las aguas del río Caroní.
Podremos pensar que, al menos, se salvaría de la debacle la inmensa labor realizada; los campos de cultivo, las fraguas, las plantaciones… Y erraremos. Todo sería destruido por las tropas de Bolívar.
Semejante actuación da lugar a un abanico de explicaciones.
La primera que viene a la mente revierte necesariamente en los intereses británicos. Puntualizando: la acción de Bolívar en este caso, como en los demás, obedeció a las instrucciones de sus mandos, residentes en Inglaterra; instrucciones a las que Bolívar no se podía sustraer, aun suponiendo que lo hubiese deseado, ya que estaba rodeado de personajes ingleses que lo asesoraban y lo dirigían; el primero, su asesor Daniel O’leary.
Los pasos previos a la materialización del crimen nos presentan a Manuel Piar escribiendo a Bolívar que la Guayana era el único lugar de Venezuela donde se veía abundancia y campos cultivados, pero que también la resistencia popular era de importancia, siendo causa de la misma el influjo de los padres misioneros sobre la población, que les resultaba hostil. Caso similar al de Pasto.
La respuesta de Bolívar a Piar cuando finalmente comunicó este la detención de los frailes fue: ¿Por qué no los han matado?
Luego del asesinato masivo se producirían declaraciones varias exculpándose todos. La verdad es que nadie osaba contradecir una orden de Bolívar, y la verdad es que la noche antes del asesinato, Piar comunicó a los reos que serían ejecutados al día siguiente, momento en que el prefecto se revistió los hábitos, celebró el Santo Sacrificio de la Misa, y toda la comunidad recibió la Santa Comunión, tras lo cual entonaron cantos litúrgicos hasta que fueron asesinados a las cinco de la mañana. El Jefe del Estado Mayor, General Carlos Soublette, fue quien dispuso el lugar donde debía llevarse a cabo la ejecución.
La historiografía bolivariana ha creado un teatro alrededor de estos hechos, intentando exculpar a Simón Bolívar, obviando el hecho que, a pesar de amenazar con sancionar debidamente a quién asesinó a los capuchinos, jamás hubo ninguna sanción… y más… los hechos se produjeron siguiendo sus instrucciones conforme a lo requerido en su decreto de “guerra a muerte”, y aún más, casi culpando del hecho a José Tomás Boves, patriota que se enfrentó con un ejército de llaneros a la tiranía de Bolívar, sobre cuyas tropas aplicó la misma táctica que previamente había dictado aquel.
La masacre no se limitó a los veinte asesinados del 17 de mayo, sino que alcanzó un total de treinta cuatro frailes, y su más directo implicado fue Jacinto Lara, que estaba al frente del mando militar y político de Caruachi… y tras las protestas verbales de Bolívar por estos hechos, siguió siendo hombre de confianza de Bolívar.
Daniel O’Leary, el cronista de Bolívar, relata así el hecho:
Temeroso el Jefe Supremo de que emplease el influjo que tenían sobre los indígenas, para separarlos de la causa patriota, e informado por el gobernador del territorio de sus manejos sediciosos, dio orden por conducto del Estado Mayor de que les enviasen a la “Divina Pastora”. El coronel Lara, que estaba recién llegado a las Misiones, o ignoraba la existencia de una población de ese nombre, interpretó la frase como una orden de matarlos, y la ejecutó sin demora. Este acontecimiento fue sentido por todos los patriotas, pero especialmente por el coronel Lara y el Jefe Supremo. La orden dada por este y malinterpretada por un obediente y celoso militar, fue la causa de tan deplorable desgracia.”
El único beneficio que sacó Bolívar de la destrucción de tan magnífica obra fue una enorme cantidad de mercancía que se encontraba almacenada en las Misiones: cuero curtido, maíz, algodón, telas, lingotes de acero y de oro, mulas, caballos y ganado… Todo lo demás desapareció; la estructura productiva de las Misiones, agrícola, ganadera, minera y artesanal, fue destruida; se abandonó la minería y se destruyeron los hornos que servían para la fabricación de acero o para la alfarería; se destruyeron los talleres que atendían las diversas producciones; se abandonaron los campos de cultivo, y se dispersó la fuerza laboral indígena que habían hecho posible tal desarrollo. Otros, como venía siendo habitual, fueron forzados a integrarse en el ejército revolucionario (para el caso en el de Manuel Piar), en el que la Legión Británica era el cuerpo estrella.
En 1818, un año después de la desaparición de los frailes capuchinos, la Misión Purísima Concepción del Caroní que había contado con cerca o más de mil habitantes, estaba habitada por cinco indios viejos.
En dos años cambió radicalmente el panorama de la región. Desaparecieron poblaciones enteras, y con ellas desaparecieron conocimientos milenarios; desapareció su cosmovisión, sus leyendas, sus conocimientos botánicos, su historia… y desapareció la cultura y la riqueza aportada por aquel grupo de españoles que abandonaron su Barcelona, su Manresa, su Tarragona, su Piera… natales en busca del gigantesco y quijotesco ideal de llevar a Jesucristo y con él los sueños de libertad a nuevas gentes.
Las grandes manadas de reses que había poblado el territorio eran ahora un recuerdo que sonaba a mito; los caballos y las mulas, que antes prestaban sus servicios en la gran maquinaria productiva, desaparecieron, y todo quedó en la más absoluta ruina.
Se perdieron las minas, las tierras, los telares, las fraguas… La población huyó a la selva y la que no huyó sirvió como carne de cañón a los “libertadores”, y sobre todo a los amos de los “libertadores”, que vieron cómo había sido destruida hasta los cimientos una industria cuyo funcionamiento era un obstáculo mayúsculo para sus objetivos.
Cesáreo Jarabo