“No son las armas las que forjan los imperios, sino más bien la sabiduría y las letras son las que crean y defienden la grandeza de los pueblos”
Don Diego nació en la Festividad de Santiago Apóstol, Patrono de España, en el año de 1512, en la Ciudad Imperial de Toledo. Hijo de Alonso de Covarrubias, insigne arquitecto del Renacimiento Español, y de María Gutiérrez de Egas, hija de Enrique de Egas, gran arquitecto de origen flamenco de la Época Isabelina. Contrariamente a lo que cabría pensar, no encaminó sus pasos y estudios por la Arquitectura y la Técnica, sino por el Derecho, la Teología y la Economía.
Covarrubias es, junto Martín de Azpilcueta, Francisco de Vitoria, Francisco Suárez, Juan de Mariana y Melchor Cano, uno de los seis grandes de la Escuela de Salamanca. Con apenas quince años, en 1527, accede a la Universidad de Salamanca. Tuvo por maestros a Azpilcueta, en Derecho, y a Vitoria, en Teología. En 1533 alcanza el título de Bachiller en Cánones y, en 1534, el de Bachiller en Leyes. En 1538 obtiene la Licenciatura y una plaza en el Colegio Universitario de San Salvador (Salamanca), alcanzando dos años más tarde, en 1540, la Cátedra de Cursatoria de Cánones. Es a partir de este momento cuando se convierte en una personalidad, primeramente en el ámbito canonista, pasando posteriormente a los ámbitos civilista y teológico.
Durante el periodo que va de 1538 a 1548 su magisterio en Salamanca, aún centrado en el Derecho Canónico; sin embargo, va afrontando los problemas jurídicos y políticos, tanto nacionales como internacionales, de su tiempo. Es en esta época cuando interviene en el debate Sepúlveda―Las Casas acerca de la política de Indias. Fue uno de los diez componentes de la comisión, nombrada por el rector Martín de Figueroa, que dictaminó sobre las tesis de Ginés de Sepúlveda, cronista del Emperador Carlos. La postura de Covarrubias, que fue la que triunfó, sostenía la doctrina de Vitoria, más próxima a Bartolomé de las Casas que a Sepúlveda.
El Emperador acepta y ordena la adecuación de las leyes de Indias a los criterios expuestos por don Diego, y es propuesto a Roma como arzobispo de Santo Domingo en la Isla de La Española. El nombramiento se produce en abril de 1556, ya con Felipe II en el trono, aunque no se llegó a hacer efectivo. Covarrubias no llegó a pisar las Indias. Curiosamente, no fue ordenado hasta el 28 de abril de 1560, por don Fernando Valdés, después de haber sido nombrado obispo de Ciudad Rodrigo en enero de ese año.
Entre 1562 y 1563 participa, de forma destacada, en la tercera y última convocatoria del Concilio de Trento. A su regreso, el 25 de octubre de 1564, es nombrado obispo de Segovia. Es ya en este tramo final de su vida, cuando nuestro personaje se convierte en un hombre de Estado, sirviendo como presidente del Consejo Real de Castilla desde 1571 hasta su fallecimiento el 27 de septiembre de 1577 en Madrid. La muerte le sorprende en la Capital, en el momento del viaje a Cuenca, de donde acababa de ser nombrado obispo el día 6 de septiembre.
Además de sus aportaciones a los campos Jurídico, tanto Civil como Canónico, y al campo Teológico, es digno de reseñar su gran aportación al campo de la Economía. Junto a Luis de Molina elabora la “Teoría subjetiva del valor y del precio” que justifica el valor de las cosas por el acuerdo libre sobre el precio entre el comprador y el vendedor establecido en función de su abundancia o escasez. Esta es la teoría fundamental en la que se asienta la Economía de Mercado, y tanto liberales como conservadores, hoy en día y, por eso mismo, se disputan su figura llevándola a su partido.
Por último, mencionar tres datos relevantes de tan insigne figura. El primero se refiere a que, como obispo de Segovia, concelebró, en esa ciudad, la Boda Real de Felipe II con Ana de Austria, el 14 de noviembre de 1570. El segundo alude a ser uno de los personajes, pintado por El Greco, del famoso “Entierro del Conde de Orgaz”. Y el tercero, citar que sus restos descansan en la Capilla del Cristo del Consuelo de la Catedral de Segovia.
Luis Cabrera de Córdoba, cronista de Felipe II, escribió:
“Don Diego de Covarrubias, obispo de Segovia, era de vida inculpable; sus estudios y letras los mayores de Europa, y tuvieron gran nombre en el Concilio de Trento; […]. Tomó la posesión de su presidencia, y cumplió con lo que le tocaba con igualdad, rectitud y ejemplo de sus sucesores, honrando a los ministros, no apartándole humanos respetos de lo justo, honesto y conveniente en las provisiones, prefiriendo al favor la virtud y las letras.
Cuando se habían de sentenciar grandes pleitos, rogaba a Dios alumbrase al Consejo para acertar en el juicio de dar a cada uno lo que era suyo, y estudiaba con cuidado la justicia.”
Francisco Iglesias