La épica de la Conquista de América no se limitó a acciones militares, sino muy especialmente a la acción de religiosos y de juristas, ámbito en el que existieron acciones de mención especial que si en lo religioso nos remiten en primer lugar a las reducciones jesuitas del Paraguay, en lo jurídico ocupa lugar preeminente lo que ahora nos ocupa: el Tratado de Acobamba.
La conquista, que inició en medio de una lucha por el poder en el Tahuantinsuyu, se continuó con resistencia indígena en medio de un territorio áspero que se encontraba controlado por diferentes grupos étnicos, cuyo enfrentamiento por parte de la Corona tuvo las vertientes propias del espíritu de la Conquista, y que son, la vertiente militar, la vertiente religiosa y la vertiente política.
Así, cuando en 1532 se inició la conquista del Perú, una guerra civil entre los medios hermanos Huáscar y Atahualpa, hijos de Huayna Cápac, asolaba el territorio. La presencia de Pizarro determinó la situación; Atahualpa mató a Huáscar, y Pizarro mató a Atahualpa en julio de 1533, procediendo a la coronación de un nuevo inca, Túpac Huallpa, que falleció, siendo sustituido por Manco Inca, que en 1536 se rebeló y en 1537 huyó hacia Vilcabamba, donde estableció un nuevo estado inca e inició la resistencia. Pero en 1544 fue asesinado a traición por siete almagristas que estaban exiliados en sus dominios.
Le sucedió su hijo, Sayri Túpac, y cinco años después, en 1549, fallecía en el Cuzco, Paullu Inca, sucesor del inca sometido al Imperio, al que sucedió su hijo Carlos Inca.
En ese estado de la cuestión, las antiguas provincias del Tawantinsuyu estaban bajo el control de España, y ello fue posible gracias a que los indígenas que residían en las diferentes áreas, entre los que también había incas, se aliaron con los conquistadores como medio de liberación del dominio inca, llegando a participar de manera determinante incluso en la guerra civil surgida entre almagristas y pizarristas.
Así, el reino de Nueva Castilla tuvo unos primeros momentos de gran incertidumbre al sucederse sublevaciones tanto de naturales como de españoles, pero pasemos a centrarnos en el primero de los casos.
Un sector de las elites incaicas se había trasladado con Manco Inca a Vilcabamba, que comprendía una vasta extensión de territorio situado entre los ríos Apurimac y Acobamba, desde donde llevaron a cabo una serie de acciones militares que llegaron a cercar Cuzco y Lima.
Las autoridades tomaron diversas medidas al respecto, militares y diplomáticas. Con las actuaciones diplomáticas, con la actuación de los visitadores controlando muy específicamente las condiciones de vida, con la revisión de la fiscalidad, y con la concurrencia de un pariente de Sayri Tupac, Cayo Topa, acabó tomando contacto con aquel, que accedió a recibir emisarios.
Sería otro indio, Martín de Gueldo, que tenía trato de don, escudo de armas y era titular de una encomienda, significado por su apoyo a Pizarro tanto durante la conquista como en las guerras contra Diego de Almagro, quién en 1549 llevaría a cabo las negociaciones, que finalmente resultarían truncadas por el fallecimiento en el Cuzco, por enfermedad, de Cristóbal Paullu Inca, hecho que levantó recelos en Sayri Túpac, lo que llevó a desoír la misiva de Felipe II en la que garantizaba el perdón general y la asignación de la provincia de Vilcabamba.
Quedaba manifiesto que para “reducir” a los indígenas se había optado prioritariamente por la negociación, pero dada la casuística que queda señalada, con la sucesión frenética de representantes de la Corona, que desde 1532 hasta 1569 conoció doce personas, impedía la obtención de resultados positivos, máxime si tenemos en cuenta que por parte de los indios estaba sucediendo algo similar, siendo que si Manco Inca era asesinado en 1544, Sayri Túpac negociaba en 1558 su traslado al Cusco, dejando el mando del estado de Vilcabamba a su sucesor, Titu Cusi, que sería el firmante del Tratado de Acobamba en 1567.
Sayri Tuppac fue recibido por el virrey, que hizo entrega de una mula para que entrase a la manera española, y le ofreció una ceremonia que, presidida por ambos, contaba con la presencia de todo el cabildo.
En paralelo, el 25 de octubre de 1564 hacía su entrada en Perú el nuevo virrey, Lope García de Castro. Hombre dilecto, le bastaron seis meses para celebrar conversaciones con Titu Cusi Yupanqui, que para esas fechas ya llevaba seis años rigiendo Vilcabamba, un estado cuya resistencia ya duraba veintisiete años. Sería el punto de partida para la capitulación de Acobamba, que tendría lugar dieciséis meses después.
Una resistencia que identificaba, no al pueblo inca sino a una parte del mismo. Otros miembros de la dinastía de Atahualpa estaban asentados en las ciudades españolas gozando de diversos beneficios y regentando diversas encomiendas. Entre ellos conviene destacar la figura de Paullu Inca y la de Beatriz Huayllas Ñusta, casada con Mancio Sierra de Leguizamo. Los dos eran hijos de Huayna Capac.
En las negociaciones que se reanudaban bajo el mandato del virrey García de Castro, Sayri Túpac exigió la presencia de su primo Juan Sierra, que era hijo de Beatriz Huayllas Ñusta y de Mancio Sierra de Leguizamo, siendo que, además, por parte del virrey, fue incluido Juan de Betanzos, marido de Angelina Yupanqui, hermana de Atahualpa, que además era el autor del primer diccionario quechua-español.
El encuentro tuvo como fruto el denominado “Tratado de Acobamba” por el que el 24 de agosto de 1566 se alcanzaba la paz en la región con la aceptación de vasallaje por parte de Titu Cusi Yupanqui, lo que llevaba implícito la aceptación de un corregidor y de frailes doctrineros.
Por su parte, Titu Cusi conseguía el matrimonio de su hijo con Beatriz de Mendoza Coya, así como el repartimiento de Yucay, la encomienda de Arancalla, Vilcabamba y Bambacona, La encomienda de la iglesia mayor del Cuzco y la del Monasterio de la Merced, la encomienda de Cachona y Canaroa, solares en Cuzco y una pensión de cinco mil pesos anuales así como la encomienda de indios en sus posesiones.
Pero además fue titulado adelantado del valle de Yucay, y propiedades en Oropesa, así como una encomienda en Jaquijahuana, todo lo cual situaba a Titu Cusi como uno de los miembros más destacados de la sociedad virreinal peruana.
Y estas concesiones se vieron incrementadas en 1567 con la aplicación de las concesiones a sus hermanos; a cambio, Titu Cusi debía dar libertad a los indios que tenía sometidos y quedaba comprometido para acudir con armas cuando fuese requerido para el servicio real.
Cesáreo Jarabo