Los españoles hemos sido pioneros en muchas cosas y pocas veces se nos reconoce esta particularidad. A penas se reconoce la capacidad de nuestros antepasados de realizar enormes conquistas con medios insignificantes, tan solo paliados con enormes cantidades de voluntad y esfuerzo. Esta falta de reconocimiento empieza en nuestras propias aulas. Yo, en mis libros de texto, nunca leí lo que a continuación voy a reseñar.
En un frío 27 de diciembre de 1512 y apenas un año después de que el dominico Antonio de Montesinos acusara al virrey Diego Colón de maltratar a los súbditos indígenas oriundos del nuevo continente descubierto en 1492, en Burgos el rey Fernando II el Católico firmaba unas leyes que no tenían precedente en toda la jurisprudencia conocida hasta la fecha.
Pongamos en contexto el acontecimiento. Cristóbal Colón había descubierto un camino hacia nuevas tierras, pero estas no ofrecían las riquezas que el descubridor anunciaba. No fue hasta 1519 que se descubrieron los imperios indígenas de Centroamérica y las riquezas que en ellos había. Hasta 1511, la explotación de las islas caribeñas se basaba en la agricultura de las especies originarias de América y que empezaban a encontrar mercado entre las clases pudientes de España. En resumen, el descubrimiento era un motivo de curiosidad, pero no aportaba gran cosa a las arcas reales. Las guerras europeas en las cuales se había empezado a embarcar Castilla y Aragón se continuaban financiando con las rentas de la lana de las ovejas de la meseta.
¿A qué venía el interés del monarca en legislar específicamente para aquellos lejanos lugares? Podemos decir muchas cosas, que si la reina Isabel había redactado un testamento en el cual se preocupaba de sus nuevos súbditos, que si los dominicos presionaban para mejorar sus condiciones de vida. En fin, mucha palabrería que esconde la simple realidad. En un mundo cruel y duro, los Reyes Católicos, siempre tuvieron presente que gobernaban no para su beneficio personal sino para el bien del pueblo.
El hecho es que las Leyes de Burgos fueron el resultado de un interés genuino en luchar por los derechos humanos universales de la forma que hoy entendemos. No fueron unos preceptos rápidamente redactados, si no el resultado de profundas discusiones entre eminentes juristas de la época. Y el hecho no quedo ahí. Su aplicación en América no fue fácil y la corona española continuó trabajando para su mejora y revisión. No fue un texto muerto. Fue una ley viva en constante mejora y adaptación a la evolución cambiante en el Nuevo Mundo.
Manuel de Francisco