BARCOS PARA LA HISTORIA: EL BERGANTÍN HABANA

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La Habana

Querida madre: Me alegraré que se encuentre bien, como yo, a Dios gracias.

Sabrá que llegamos bien y que Antonio y yo estamos trabajando en casa del tío Francisco, en el pueblo de Mayajigua.

El viaje en barco lo pasamos regular. La vida la hacíamos en la bodega y dormíamos sobre una colchoneta en el suelo, y para subir a la cubierta, a la hora del rancho, teníamos que guardar turno. Al poco de salir, ya empezamos a sentir vómitos; yo no comí apenas nada en unos cuantos días. A Antonio el mareo le duró todo el viaje, y el rancho apenas lo probó.

Lo peor fue en una tormenta que nos cogió unos días antes de llegar y que tuvimos que pasar encerrados con mucho calor y echaos en la cama. Casi todos volvimos a marearnos. El que peor lo pasó fue Antonio, que no comió casi nada en todo el viaje y el sanitario le dio a beber un brebaje que nos dijo que era agua de láudano, y que sabía a rayos, pero, gracias a Dios, resistió hasta llegar. Pero yo bien creí que se nos moría sin ver Cuba. Yo llegué bien, pero Antonio parecía un difunto. Esto no se lo contéis a doña Paquita, su madre, para no disgustarla, pues ahora ya le pasó todo y está bien de salud y trabajando.

Al poco de llegar al puerto, el tío Francisco vino a buscarnos para traernos al pueblo, donde ahora estamos trabajando y con salud.

Madre, diga a mi hermana que me acuerdo mucho de ella.

(Fragmento de la carta de un emigrante. Jaime Álvarez Rivero)

RIBADESELLA Y LA EMIGRACIÓN

La emigración riosellana al Nuevo Mundo se remonta a la época del Descubrimiento. Las crónicas recuerdan a riosellanos que fueron exploradores, conquistadores, marinos, marineros, contrabandistas, corsarios y tripulantes en los barcos de guerra de la Corona (Juan José Pérez Valle).

Durante los siglos XVI y XVII la emigración a América se limitaba a militares y religiosos. Sería entre 1830 y 1936 cuando se produciría un importante aumento a causa del atraso, las crisis periódicas, las guerras carlistas, la escasez de alimentos…

El regreso de algunos emigrantes con importantes fortunas, su actividad y posición social, unido a la ostentación de su riqueza y a la fascinación que causaban sus relatos plagados de exóticas aventuras, de magníficos negocios, de lindas niñas e impresionantes mulatas, de grandes palacios y fábricas, de serpientes gigantescas, cocodrilos y exuberante vegetación, con un acento caribeño que fascinaba a su auditorio, incrementó notablemente el deseo de emigrar (Juan José Pérez Valle).

En el siglo XIX los puertos de Santander, Ribadesella, Gijón, Avilés y La Coruña proporcionaban servicios de viajes a América. A tenor de la habilitación del puerto riosellano para comerciar con ultramar, se creó la sociedad Prieto y Sánchez, la cual adquirió el bergantín Habana, que realizaría ininterrumpidamente la ruta Ribadesella-Cuba entre 1862 y 1872.

EL BERGANTÍN HABANA

De Guanabacoa la bella

en una alegre mañana,

con rumbo a Ribadesella

salió el bergantín «Habana».

Somos los marineros

del bergantín «Habana»

que salimos mañana

para ultramar.

(Cancionero popular)

Desde principios del siglo XIX, numerosos barcos arribaban al puerto de Ribadesella con destino a América. Era el caso de las fragatas «Paquita» y «Perla»; la goleta Julia; las corbetas Tuy», Flora, Angelita, Villa de Gijón y Eusebia; y los bergantines San Mamés, Villa de Avilés, Juanita, Flavia, San Andrés, Francisca, Peñacastillo, Ría del Eo, Favorita y, especialmente, el Habana.

          En cuanto a las características del barco, no se tiene mucha información sobre la eslora, manga, puntal o calado.

El Habana presentaría dos palos -mayor y trinquete- con un velacho entre ambos; botavara y pico de cangreja en el mayor; gavias, juanetes y vela mayor, así como foque, petifoque y contrafoque sobre el botalón del bauprés (Guillermo González).

Se cree que el bergantín fue construido en los astilleros del Cadagua, en la ría de Bilbao, por encargo del armador Melitón González, de Gijón, y fue botado en 1858, siendo adquirido en 1862 por la sociedad riosellana Prieto y Sánchez, S. L. Soportaba una carga máxima de 250 toneladas, y su tripulación constaba de capitán, piloto, dos agregados de puente, un contramaestre, ocho marineros de maniobra, un carpintero, un sanitario, un cocinero, un ayudante de cocina, dos marmitones, un grumete y, en algunos viajes, un capellán para la asistencia religiosa.

          El Habana tuvo su base en Ribadesella hasta 1875, haciendo la ruta a la isla de Cuba ininterrumpidamente al mando de tres capitanes: Miguel Valdés Busto, Ramón Delor y Sergio Piñole.

          ZARPA EL BARCO

(Los viajes del Habana a Cuba)) tejieron toda una leyenda que aún perdura, a pesar del tiempo transcurrido (Jaime Álvarez Rivero).

          La partida del bergantín constituía todo un acontecimiento en Ribadesella. Desde la víspera, los que acudían a despedir a parientes y amigos llenaban las fondas, de modo que los vecinos eran los que se se encargaban de proporcionar alojamiento.

Al final del paseo de la Grúa se celebraba un baile en honor de los viajeros que partían para ultramar.

Esta noche en la Alameda

hay un baile de candil

que lo pagan los marinos,

los marinos del bergantín…

A eso de las cinco o las seis de la madrugada, ya con todos los pasajeros a bordo, el bergantín era remolcado en sirga hasta la barra. Allí, la trainera del gremio de mareantes lo ataba hasta la peña denominada el Caballu, donde el buque desplegaba su velamen y ponía al fin rumbo a Cuba.

Se observaban escenas de gran emotividad cuando la lancha remolcaba el bergantín hasta la bocana del puerto para verlo después perderse en la lejanía (Juan José Pérez Valle)

Cada viaje transportaba a 152 pasajeros, que debían abonar 1.400 reales (el más económico). En total, se calcula que viajaron a bordo más de mil quinientos emigrantes que se embarcaron en el Habana, en su mayoría jóvenes que partían con la esperanza de hacer fortuna.

Existían tres clases para el pasaje: cámara, antecámara y sollado, siendo ésta última la más económica. Las condiciones del pasaje eran establecidas por el Alcalde y el armador en escritura pública, en la cual se mostraba la lista de pasajeros, así como las obligaciones del armador y el capitán del barco, los derechos y deberes de los pasajeros, el coste y demás cuestiones.

Las autoridades sanitarias levantaban acta de los alimentos y bebidas que se cargaban a bordo. Entre las obligaciones del pasaje estaban el guardar un comportamiento educado, mantener la urbanidad e higiene posibles, así como acatar las normas dadas por el capitán. Entre las obligaciones del armador y del capitán estaban el dar un trato correcto al pasaje, prestar asistencia sanitaria en caso de necesidad y proporcionar una alimentación sana:

Para el pasaje de cámara y antecámara: desayuno con café, té o chocolate. Almuerzo a base de dos platos variados, que podían ser de arroz, alubias, bacalao, patatas con carne (cecina) o pescado de salazón, además de postre y vino. Cena con sopa de arroz o pasta, olla de potaje (patatas con carne y tocino), postre y vino. Para el pasaje de sollado: desayuno de aguardiente con galletas. Almuerzo a base de dos platos que podían ser de bacalao con patatas, arroz o patatas con carne (cecina) o alubias. Cena con olla de potaje. Por pan se daba la tradicional galleta de pan ácimo. El agua potable estaba a libre discreción de todo el pasaje, aunque sólo se utilizaba para beber, pues el aseo personal se realizaba con agua de mar (INE.es)

La vida a bordo estaba regulada por el toque de campana. Las estancias en cubierta para los pasajeros de sollado estaban sujetas a horarios fijos, debiendo permanecer el resto del tiempo en sus aposentos. Los pasajeros de cámara y antecámara estaban exentos de estos turnos y podían permanecer en cubierta todo el día.

En cuanto a la duración del viaje, todo dependía de los vientos más o menos favorables, pero en líneas generales la travesía podía durar desde un mes, en el mejor de los casos, hasta dos meses y medio, en el peor. Una vez llegados a La Habana, los pasajeros tenían que pasar varios días de internamiento preventivo en una estancia del puerto, durante los cuales eran sometidos a reconocimiento médico; una vez superado, los parientes o amigos establecidos en la isla debían presentar un aval por el cual se hacían cargo de los pasajeros que habían sido requeridos mediante carta de reclamación. Finalmente, las autoridades coloniales facilitaban a los emigrantes una carta de residente, conocida como la «cédula», que les permitía establecerse legalmente en la isla.

DE VUELTA A RIBADESELLA

La primera llegada del Habana a Ribadesella tuvo lugar en 1862. Cuando ya se avistaba las velas de la embarcación en alta mar, la gente acudía a la Grúa a recibirlo. Frente a la playa de Santa Marina, varios barcos a remo salían para abordar la nave, mientras la trainera del gremio de mareantes lo atoaba hasta la bocana del puerto, donde era remolcado en sirga hasta el muelle.

La Grúa era un hormiguero humano: en todos los rostros se reflejaba una dulce alegría, y especialmente en aquellos que vieron a sus deudos partir un día hacia el país lejano, y ávidamente veían que era una realidad que los seres tanto tiempo añorados muy pronto volverían a estar en sus brazos (Guillermo González).

          Al igual que en la ida, los viajeros debían someterse a un examen médico en la estación sanitaria del puerto. A la noche, en honor de los viajeros y la tripulación, se celebraba la arribada del «Habana» con una animada verbena en la Alameda

En estos bailes, la animación era grandísima. Había que ver a las viejitas que acudían a presenciarlo, muchas de ellas luciendo refajo colorado, que algunas sujetaban con tirantes; los forasteros; los americanos, de traje blanco y jipi; la tripulación del barco, las hermosas riosellanas y todos los chiquillos del pueblo, como siempre, haciendo alguna diablura, pues, tanto a la llegada como a la salida del bergantín tenían dos días sin clase (Guillermo González).

Anoche, en la Alameda,

los marineros del bergantín

cantaban una dancita,

una dancita que decía así:

Dame un besito,

dame un abrazo,

que a mí me gusta

tu fino trato.

EL FINAL

El 1 de octubre de 1872 fue el último viaje del bergantín. Durante tres años fue utilizado como barco de cabotaje para transportar sal, hasta que el 25 de abril de 1875 fue vendido para desguace.

Lamentablemente, no se ha conservado ninguna reliquia como testigo de su memoria, ni la campana de a bordo, ni la caña del timón, ni siquiera un simple trozo de madera de las amuras. (Jaime Álvarez Rivero).

En memoria al bergantín, el Habana figura en el escudo oficial de Ribadesella junto a la Cruz de la Victoria.

Ricardo Aller

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2 thoughts on “BARCOS PARA LA HISTORIA: EL BERGANTÍN HABANA”

    1. Buenas tardes,

      Se tiene constancia de que cada viaje el bergantín transportaba a ciento cincuenta y dos pasajeros. De los más de mil quinientos emigrantes que se embarcaron en el «Habana» con destino a Cuba, se calcula que unos trescientos fueron riosellanos. «En su mayoría se trataba de jóvenes campesinos de escasos recursos económicos».(Fuente: Periódico Nueva España).
      Por otro lado, en septiembre de 1863 algunos de los pasajeros fueron Ladislao Ibáñez, Valentín Fernández, José Tames, Genaro Bustillo, Juana Rozas de Roiz y sus cinco hijos, Juan de Cué, Francisco Llaca y Juan Noriega. Todos de pueblos y aldeas de Llanes.(Fuente: diario.navegante.es)

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