Batalla de Simancas

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Batalla de Simancas

            La batalla de Simancas, que enfrentó al ejército de Ramiro II de León con el de Abderramán III, tuvo lugar en los primeros días de agosto del año 939. Perfectamente documentada en fuentes árabes y en fuentes españolas, es considerada por los historiadores como la primera gran victoria cristiana de la Reconquista.

            La batalla fue consecuencia de la contraofensiva del califa ante el avance de la Reconquista, que había recuperado Zamora el año 893.

            Es importante esta batalla porque el ejército español contuvo y venció a un muy numeroso y fanatizado ejército musulmán que avanzaba seguro de una gran victoria.

            El primer motivo que dio lugar a la expedición que tan funestas consecuencias tuvo para Abderramán III, debemos buscarlo medio siglo atrás y lo encontraremos en un personaje que merece mejor destino en la Historia de España: Omar ben Hafsun.

Omar ben Hafsun.

            Fue Omar, un personaje que a punto estuvo de acabar con la dominación árabe en España; extremo que hubiese conseguido si los reinos norteños hubiesen tenido mayor amplitud de miras y no se hubiesen conformado con expandir su particular reino.

            Es el caso que, en gran parte, gracias a la acción de Omar ben Hafsun, Alfonso III pudo ser apellidado “el Magno” al haber tomado Zamora y haber ampliado su influencia hasta Badajoz.

            Ya fallecido Omar ben Hafsun, ya aniquilado su principado, ya fallecido Abd-Allah, quién contra toda previsión había acabado con el poderío de aquel; ya fallecido en 910 Alfonso III, Abderramán III estaba decidido a vengar todas las humillaciones que habían sufrido los invasores durante ese periodo, y que seguían produciéndose veintinueve años más tarde bajo el reinado de Ramiro II, y que había puesto a su alcance Madrid, Zaragoza y otras plazas al sur del Duero y de Extremadura.

            La situación alcanzó tal grado que el Emir convocó guerra santa, yihad, con el objetivo de completar las acciones que si bien pueden ser consideradas como permanentes, alcanzaban momentos de especial atención, como el producido cinco años antes, en 934, cuando a Abd al-Rahman III no le quedó más opción que conceder privilegios y un elevado grado de autonomía política a algunas ciudades y clanes de las marcas.

Abderramán III

            El ejército omeya se había dirigido primero a la Marca Superior; sometió la rebelión  existente y penetró en el Reino de Pamplona, donde gracias a la diplomacia de la reina Toda se evitó la violencia a cambio de que esta rompiese su alianza con León y declarase vasallaje a Córdoba. También Abderramán III reconocía a García Sánchez como heredero al trono de Sancho Garcés.

            Tras esta victoria política, el ejército andalusí pasó a Castilla y a Álava, a las que sometió a sangre y fuego destruyendo edificios, cosechas, árboles frutales, iglesias y castillos sin que ni Ramiro ni Fernán González pudiesen hacer otra cosa que seguir a distancia a la espera de refuerzos con los que acometer al ejército invasor.

conde Fernán González
Ramiro Ii de León

            Finalmente, el 23 de agosto, cuando el ejército de Abderramán se retiraba cargado de botín, las huestes de Ramiro II de León y el conde Fernán González se enfrentaron al ejército enemigo en las inmediaciones de Osma. Dos días duraron las escaramuzas y ambos bandos se anotaron la victoria.

            Estas acciones de castigo eran llevadas a cabo con carácter que podemos considerar anual, y tenían además el objetivo de afianzar la sumisión de Zaragoza, cuyos gobernantes basculaban su fidelidad entre Córdoba, Navarra y León.

            En ese pulso, el año 936 se alcanzó una alianza entre Ramiro de León,  Muhammad ibn Hashim de Zaragoza, la reina Toda de Pamplona, el conde Suniario (o Sunyer) de Barcelona y los señores tuyibíes de Calatayud y Daroca, Calatayud pasó al poder cristiano, fue asediada por las tropas omeyas, que acabaron saqueándola, tras lo cual se produjo un  hecho novedoso: el califa concedió el perdón al hermano del señor de Calatayud y también a algunas decenas de jinetes cristianos de Castilla y Álava.

            No es poco significativo ese signo de piedad, que no podía estar provocado, sino por ser evidente que, aunque las aceifas ocasionaban grandes males y grandes destrozos, no obtenían otros resultados que afianzasen el poder de Córdoba. Se hacía necesario, por tanto, alternar la mano dura y la munificencia.

            La mano dura se hacía más evidente; así, en 939 Abd al-Rahman acabaría convocando yihad a la que acudirían tropas de todos los rincones de Al-Ándalus y del Magreb, y que alcanzarían, según las crónicas, las cien mil unidades. Obviamente, se trata de una exageración que los cálculos más generosos de la actualidad sitúan en unos treinta mil soldados.

            Ejército tan desmesurado no podía limitarse a llevar a cabo una expedición de castigo, sino que estaba destinada a tomar y someter al Reino de León.

García Sánchez I de Pamplona

            Pero la llamada a yihad ocasionó que, como contra partida, los reinos hispánicos uniesen fuerzas formando una poderosa coalición compuesta por Ramiro II de León, García Sánchez I de Pamplona, Fernán González y Ansur Fernández, conde de Monzón, quienes determinaron que el punto clave para el enfrentamiento sería Simancas, ciudad que dista unos 90 km al este de Zamora.

Ordoño II

            Y es que, si la ocasión requería justamente esa alianza, la misma era propiciada por quien reunía las condiciones necesarias para llevarla a cabo: Ramiro II, un ejemplo de monarca, piadoso, combativo y conciliador; al fin, el prototipo de soberano cristiano que había accedido al trono tras proclamarse vencedor de la guerra civil tras la muerte de su padre, Ordoño II. Un rey piadoso al que el enemigo apellidaría “el diablo” como consecuencia de su determinación en el campo de batalla.

            Finalmente, la posibilidad histórica pudo completarse merced a la acción llevada a cabo por la reina Toda de Pamplona, curiosamente, tía de Abderramán III.

            En el encuentro estarían presentes el obispo mozárabe Cixila II y el conde de Gormaz, el también mozárabe Abu al-Mundir.

            En la confluencia de los ríos Duero y Pisuerga, frente a los muros de Simancas, la civilización cristiana protagonizó un encuentro que en principio resultaba favorable a los africanos, quienes propiciaron un terrible castigo al ejército español, al que forzaron a retirarse tras las murallas de Simancas, donde acabaron sufriendo un asedio que acabó gracias a las desavenencias entre los bárbaros.

            Entre los días 1 y 6 de agosto, el rey Ramiro, el conde Fernán González y el conde de Monzón Asur Fernández mantuvieron un enfrentamiento con Abderramán III que si bien ocasionó grandes estragos a las tropas españolas mantuvo intacta la ciudad, ante cuya circunstancia Abderramán decidió levantar el campamento y emprender la retirada.

           

Ramiro II

Pero Ramiro II no se conformó con resistir en la plaza y se lanzó en persecución del califa, a quien alcanzó y derrotó en Alhandega, lugar cuya ubicación las crónicas no han sabido precisar.

            Los días 7 y 8 llegaron refuerzos de Pamplona, Álava, Castilla y Coimbra que alimentaron una encarnizada pelea que nuevamente quedó en tablas, algo que no entraba en los cálculos de Abderramán III, lo que ocasionó la retirada del ejército omeya, que acabó llevándose a cabo en desorden mientras las tropas cristianas hostigaban la retaguardia de quienes se dedicaban manifiestamente al pillaje.

            La persecución se prolongó hasta el día 21, cuando en esa deriva de huida-saqueo, el ejército musulmán se adentró en un barranco cercano al valle del río Riaza, donde Ramiro II de León atacó la retaguardia, ocasionando entre los yunds una desbandada que les resultó letal.

            Los voluntarios, (recordemos que se trataba de yihad), abandonaron al califa, que a punto estuvo de caer prisionero, y las pérdidas de los musulmanes, se cifraron en varios miles de muertos o capturados, amén de importantes pérdidas en oro, plata, vestidos, y pertrechos de diversa índole, destacando entre los mismos la cota de malla del califa y un lujoso ejemplar del Corán.   

            El desastre y la humillación no pudo ser mayor para alguien que se autotitulaba al-Nasir li-din Allah (el que lleva la victoria a la fe de Dios), y la reacción al fracaso no tardó en tomar cuerpo en los señores de la frontera.

            El señor de Huesca, Fortún BenTawil fue el chivo expiatorio: le fue cortada la lengua y fue crucificado.

batalla de Simancas

            Pero la batalla de Simancas tuvo otras consecuencias. En principio, las grandes campañas se eliminaron, siendo sustituidas por aceifas que consiguieron mantener a raya el avance cristiano a lo largo del resto del siglo décimo, pero la victoria de Simancas reportó el avance cristiano hasta Salamanca, Peñaranda de Bracamonte, Sepúlveda, Ledesma y Vitigudino. Abderramán aprendió la lección y nunca volvió a tomar parte directa en una campaña militar que además de reportar el avance de la frontera cristiana también reportó el refuerzo de los gobernantes de los territorios fronterizos en defecto del control del Emir, que se limitaría a certificar los diversos nombramientos que le venían impuestos desde las marcas septentrionales, dando lugar a la gestación de lo que posteriormente serían los reinos de taifa.

            También sirvió para reestructurar el ejército y para reforzar la frontera. Así, siete años después de la jornada de Simancas, en 946, fue reforzada Medinaceli como avanzada y se llevaron a efecto obras de refuerzo a lo largo de toda la frontera.

Retirada de Abderramán III

            La batalla de Simancas, así, no fue un conflicto más entre la España reconquistadora y el Islam, sino que más bien fue una referencia en la Reconquista, que tuvo una doble vertiente: principio del declive Omeya en el seno de Al Ándalus.

            Definitivamente, Simancas significó un antes y un después; si comportó  la reestructuración del ejército andalusí y el principio del fin de los Omeya, significó también algo más.

            No falta quien señala la batalla de Simancas como la antesala de la batalla de las Navas de Tolosa, para la que aún faltaban tres siglos. Y razones no faltan, porque si Abderramán salió “semivivo” de su enfrentamiento con los reinos hispánicos unidos, Las Navas también aglutinó a los reinos hispánicos que asestaron una derrota no menor a  Muhammand Al-Nasir, el Miramamolin, y abocaron a la desaparición irremisible de Al Ándalus.

Cesáreo Jarabo

BIBLIOGRAFÍA:

Batalla de Simancas. En Internet http://www.grandesbatallas.es/batalla%20de%20simancas.html Visita 10-7-2024

García Luances, Pedro. 939: Batalla de Simancas o de la omnipotencia. En Internet https://www.libertaddigital.com/cultura/historia/almanaque-de-la-historia-de-espana/939-batalla-de-simancas-o-de-la-omnipotencia-10074/ Visita 10-7-2024

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