Cristóbal Colón descubrió en 1492 un nuevo continente, América, por mera casualidad. Intentaba descubrir una nueva ruta, menos larga y costosa, que la que estaban estableciendo los portugueses con las Indias. Portugal, en su época de mayor esplendor, aventajaba claramente a Castilla en el arte de la navegación. Aragón comenzaba a dominar el norte del Mediterráneo. Isabel y Fernando en su empresa común, intentaban no quedarse rezagados en las nuevas rutas comerciales, que las expediciones portuguesas abrían. Por esta razón, no es de extrañar el apoyo, pese a la situación financiera de la Corona, que la reina dio a la empresa de Colón. Pero éste nunca llegó a Catay y Cipango.
Este empeño, en llegar al Lejano Oriente viajando del Este hacia el Oeste, perduró durante varias décadas. Tras el descubrimiento, en 1513, del Océano Pacífico por Vasco Núñez de Balboa, y la posterior Primera Vuelta al Mundo realizada, en 1522, por Juan Sebastián Elcano, se intensifica la idea de llegar a Asia viajando rumbo Oeste. Magallanes y Elcano lo habían conseguido, pero había que realizar el Tornaviaje. Éste se convierte en una obsesión para los marinos españoles de la época. El primero en intentarlo fue Gómez de Espinosa, componente de la Expedición de la Primera Vuelta al Mundo. La nave Trinidad, que comandaba Gómez, había averiado y tras su reparación en las Molucas, intentó infructuosamente regresar a América. Posteriormente, durante el transcurso de las disputas por la posesión de las Islas Moluqueñas, Álvaro de Saavedra, al mando de la nao Florida, por dos veces lo intentó. El tercer personaje en tratar el logro, en 1545, fue Ruy López de Villalobos, quien no lo consiguió, aunque puso el nombre de Islas Filipinas al archipiélago donde había muerto Magallanes. Finalmente, el fraile agustino Andrés de Urdaneta consigue la hazaña. Urdaneta, fraile y marino, había estado a las órdenes de su paisano Elcano y participado en la Guerra de las Molucas. Conocía muy bien los mares del Pacífico y, aunque no quiso encabezar la Expedición Regia, comandada por Miguel López de Legazpi, sí que aseguró al virrey Luis de Velasco el éxito del tan ansiado Tornaviaje.
En el año de 1565, al mando del timón de la nao San Pedro, Urdaneta culmina el proyecto que los Reyes Católicos habían encomendado a Colón. La empresa había costado esfuerzo y vidas, pero se abría un futuro prometedor. Se lograba completar el comercio global. A la ya pujante Flota de las Indias, entre España y América, se sumaba el Galeón de Manila o Nao de la China, que enlazaba Nueva España con Filipinas. El Tornaviaje, cuyas cartas de navegación fueron secretas durante muchos años, se conseguía gracias a la corriente de KuroSivo a la que había que ascender desde la latitud de 10º hasta la de 38º. Es decir, se subía rumbo Japón donde la corriente y los vientos dirección Este facilitaban el viaje. El Galeón de Manila fue una ruta comercial, que por tierra, enlazaba con la de la Flota de las Indias. No fue un barco, fue una ruta.
La ruta, en el sentido Este-Oeste, tenía su origen en el puerto de Acapulco, donde se embarcaba a lo largo del mes de Marzo, y en un plazo de tres meses se arribaba a Manila. En sentido inverso, el Tornaviaje, solía durar cuatro y hasta cinco meses, partiendo de Filipinas en el mes de Junio, o más tardar a primeros de Julio. Manila se llegó a convertir en una metrópoli cosmopolita, capital del comercio oriental con destino a Europa. Chinos, principalmente, pero también indochinos y malayos se afanaban en dar salida a sus productos por esta ruta. De Asia venían las preciadas porcelanas, jades, marfiles tallados, sedas, perlas, lacas y especias como la canela, el jengibre y el clavo. Todos estos productos, muy apreciados en Europa, llegaban a Acapulco y, vía terrestre, se transportaban hasta Veracruz. De aquí, en el Golfo de México, se embarcaban hacia Sevilla en la Flota de las Indias. Desde Nueva España se embarcaban ingentes cantidades de plata, muy valorada por los chinos, pues era escasa en el Continente Asiático. Además del tráfico de mercancías, el Galeón sirvió como transporte de pasajeros, que viajaban de España a Filipinas y viceversa. Normalmente navegaban uno o dos barcos, sin acompañamiento militar. Éste sólo se utilizó en el siglo XVIII, como consecuencia de las guerras y enfrentamientos con la Gran Bretaña.
El Galeón de Manila operó durante 250 años, 1565-1815, y utilizó unos 108 navíos, la mayoría construidos en los astilleros de Cavite (Bahía de Manila). Aunque continuó funcionando hasta 1815, a partir de la fundación, en 1785, de la Real Compañía de Filipinas, que utilizaba la ruta del Cabo de Buena Esperanza (Sudáfrica), aquélla entró en declive.
Sirva este episodio de la Historia de España, como demostración de que los grandes proyectos y empresas nacionales no se gestan en un día, sino que son el fruto del trabajo y perseverancia de generaciones. Se inició en 1492, con los Reyes Católicos, se culminó en 1565, con Felipe II, y dio sus frutos hasta Fernando VII.
Francisco Iglesias Guisasola