La labor española en Hispanoamérica (y II)

Si te gusta, compártelo:

El obispo Juan de Zumárraga

Los franciscanos fue la primera y una de las más importantes órdenes que arribaron para adoctrinar, convertir, misionar, civilizar y enseñar a los indios. Su estancia se refleja en la arquitectura, en la educación, en las letras y en todas las facetas de los distintos conocimientos existentes en Europa y España en aquellos tiempos.

Los franciscanos arribaron al virreinato de Nueva Granada en 1519 y fueron ampliando fundaciones de conventos durante los siguientes años, instalando nuevos cenobios en Nueva España, 1524, Perú en 1532 y se esparcieron por Centroamérica a partir de 1536. Los Franciscanos Rodoco Ricke, Pedro Gosseal y Pedro Rodeás se instalaron en Quito, lugar en el que Ricke llevó a cabo la primera plantación de trigo del Nuevo Mundo. Con el correr de los años se establecieron en Bolivia, Chile, Colombia, Guatemala, Nicaragua y la Florida, ya a inicios del siglo XVII.

José Vasconcelos, mejicano al que no se le puede catalogar de pro hispano, en su conferencia “La idea franciscana en la conquista de América” llega a decir: “…la de México fue una conquista que no se limitó a buscar minas, bosques y recursos naturales, sino que entró a nuestros territorios impulsada por el afán de los paisajes nuevos que deleitaban la ambición de los aventureros y por el celo de los franciscanos que buscaban almas que convertir. Y la conversión suponía la enseñanza no sólo de las verdades religiosas, también la ciencia toda y las artes de la civilización europea” .

La enseñanza de los franciscanos

Los franciscanos, durante el siglo XVI, tenían un sistema de enseñanza basado en tres modalidades de aprendizaje: el patio, los aposentos y las piezas, y la capilla.

En primero e instruía a las masas; los aposentos y las piezas estaban construidos junto a la iglesia, como una especie de internado para los hijos de los caciques, en los que recibían enseñanza, además de la doctrina cristiana y canto, oficios tales como carpintería, sastrería, pintura, lectura y escritura. Una formación tan completa o más que la que pudiese recibir cualquier estudiante en la Península

La actividad de los Jesuitas

Los jesuitas, intentaron, con grandes esfuerzos y sacrificios, imitar lo que Tomás Moro había expuesto en su libro Utopía, publicado por aquél entonces, y concibieron la idea de que se podía crear un territorio de felicidad en el que sus habitantes viviesen en un cuasi estado de perpetuo bienestar. Para ello comenzaron a relacionarse con los indígenas y a aprender su lengua, dado este primer paso, crearon y, podríamos decir, acotaron unos territorios en los que formaron unos poblados para asentar y fijar en ellos a los indios dispersos.

A estos lugares los denominaron Reducciones, y la finalidad que perseguían era crear una sociedad con los beneficios y cualidades de la organización cristiana europea, pero sin los vicios y maldades que los caracterizaban, como el canibalismo, los sacrificios humanos y todas las atrocidades que practicaban. Estas misiones las extendieron por toda América y, para el antropólogo jesuita  Manuel Marzal, sintetizando el pensamiento de otros estudiosos, constituyen una de las mayores utopías de la historia.

En estos poblados se llegaron a reunir varios miles de personas. Fueron en gran medida autosuficientes pues disponían de una completa infraestructura administrativa, económica y cultural que funcionaba en régimen comunitario, donde a los nativos se les educaba en la fe cristiana y enseñaba a crear arte con elevado grado de perfección, pero siempre siguiendo el modelo europeo. Se trataba de una aculturación en la que se respetaba todo lo de bueno que pudiese tener sus hábitos y se desterraba las costumbres bárbaras e inhumanas.

Si no hubiesen llegado los hispanos hubiesen seguido con el canibalismo, los sacrificios humanos, la poligamia, la venta de hijas y mujeres, las guerras brutales entre ellos y las culturas primitivas.

Se creía que las pirámides de calaveras era una exageración de los conquistadores hispanos para denigrar a los pueblos aborígenes. El soldado español Andrés de Tapia, refirió en 1521 que se había encontrado con una torre, denominada Huey Tzompantli, que estaba formada por más de 60.000 cráneos. La torre de las calaveras de Tenochtitlan sobre la que Hernán Cortes y sus compañeros contaron miles de historias, se consideraba un mito.

Ambas han sido estimadas, hasta ahora, como un infundio. Pues bien, no es tal, ya que el Instituto Nacional de Antropología e Historia la ciudad de México ha descubierto recientemente una torre cilíndrica formada a partir de más de 650 cráneos y miles de fragmentos de huesos humanos junto al Templo Mayor.

Las reducciones de los jesuitas prosperaron con mucha dificultad desde mediados del siglo XVII hasta que, atacados por la misma Iglesia, pues no compartía sus métodos, por otros españoles que consideraban innecesaria la evangelización y por los comerciantes de esclavos que vendían a los indígenas para realizar trabajos de grandes esfuerzos, y acusados de querer crear un imperio independiente, y la campaña difamatoria que padecieron en toda América y Europa, finalizó con su expulsión de estos territorios en 1759, de España en 1767 por disposición de Carlos III y la disolución de la Orden en 1773 por el Papa Clemente XIV presionado por los monarcas de España y Francia.

La extensión del mérito y el éxito de este esfuerzo han sido objeto de debate entre los historiadores, pero el hecho es que fue de vital importancia para la primera organización del territorio y de los fundamentos de la sociedad americana como es conocida hoy en día.

La impronta hispana en Hispanoamérica

No seremos exhaustivos en la exposición de los muchos beneficios que la civilización hispana aportó a las nuevas tierras, ya que su exposición se haría casi interminable, sí queremos mencionar que España consideró los territorios descubiertos como una prolongación más de la Corona hispana, por ello puso todo su empeño en que sus instituciones fuesen como un reflejo de las castellanas.

Los aborígenes, salvo los grandes imperios azteca e inca, en su mayoría tribus dispersas, necesitaban, para su gobierno y administración, que fuesen reunidos y agrupados en ayuntamientos que normalmente se formaban alrededor del convento de frailes que se hubiesen establecido en el lugar, como hemos dicho.

Estos ayuntamientos estaban gobernados, al igual que los cabildos municipales españoles, por regidores que estudiaban las necesidades de la población, así como atendían sus quejas y reclamaciones.

Los hispánicos levantaron cuarenta y dos catedrales en América, de la misma manera que edificaron muchos Colegios mayores y Universidades.

Podemos decir que la labor de civilización hispánica en América fue, sin duda, encomiable en alto grado y que ninguna de las realizadas por otras potencias colonizadoras puede compararse con ella.

      Manuel Villegas Ruiz

Si te gusta, compártelo: