Las mujeres españolas estuvieron presentes desde el primer momento en la civilización de América, si bien, al principio su número fue escaso, dados los peligros de la travesía. Y entre esas mujeres, destacarían las religiosas. Todas ellas contribuyeron a trasladar al Nuevo Mundo las costumbres españolas y, en particular, la devoción y piedad cristianas, siendo parte fundamental del intenso proceso de mestizaje con cultura nativa.
Apenas medio siglo después de que Cristóbal Colón descubriera América, ya se había fundado el primer convento femenino en aquel continente. Por su parte, Catalina de Bustamante fue pionera, en la educación de las niñas indígenas.
La misión evangelizadora fue encomendada, desde bien pronto a los religiosos. Hernán Cortés llevaba en su expedición a capellanes castrenses, en su conquista del imperio azteca. El convento de San Francisco, en Santo Domingo, fue el primer convento masculino erigido en aquellas tierras.
Pero la emperatriz Isabel de Portugal, regente del imperio durante las largas ausencias de su esposo Carlos I, animó a que las religiosas no se quedaran atrás en esta tarea evangelizadora. De hecho, pidió al franciscano fray Antonio de la Cruz que acudiera a Salamanca, en busca de las mujeres adecuadas para tan importante misión. Fray Antonio eligió a cuatro beatas del convento de Santa Isabel, Elena Medrano, Paula de Santa Ana, Luisa de San Francisco y Francisca de San Juan Evangelista, quienes llegarían a América, en 1530.
Se establecieron en un beaterio, considerado como el primer convento femenino en América, dedicándose a la caridad y la educación. El conocido como convento de la Orden de la Inmaculada Concepción se fundó en la ciudad de México por orden del obispo Juan de Zumárraga, en 1540, y con licencia del Papa Paulo III.
En dicho convento, se consagraron como monjas algunas de las beatas que se habían unido al primer grupo de mujeres salmantinas, y otras mujeres que se sintieron atraídas por esa nueva forma de vida en América. Tanto mujeres nacidas en España, como otras criollas e indígenas, destacando Isabel y Catalina Cano Moctezuma, nietas del emperador azteca.
El convento de la Inmaculada Concepción de México, al igual que los que le siguieron, se convirtieron no sólo en lugares de oración y cristianización, sino también de educación de niñas, indistintamente de su origen, españolas, criollas o indígenas. Allí se les enseñaba español, latín, matemáticas, música, bordado y catequesis.
El éxito de los conventos concepcionistas, que proliferaron por todo el continente tanto por su modelo de vida religiosa, como por la educación que impartían, fue pronto emulado por otras órdenes religiosas femeninas. Así, en la década de 1570, se fundaba el Convento de Santa Clara en la capital de Nueva España, desde la que se expandieron a otras ciudades como Puebla o Querétaro. Religiosas de las órdenes de San Jerónimo, Dominicas, Agustinas o Carmelitas, impulsaron la fundación de un elevado número de centros religiosos femeninos por todo el continente.
Jesús Carballo