La localidad segoviana de Real Sitio de san Ildefonso, conocida también como la Granja ha sido escenario de diversos tratados; en 1725 sirvió para concertar el matrimonio entre José I de Portugal y la infanta María Ana Victoria, el cual se hizo efectivo en 1729. En 1742 la Granja contempló un tratado de amistad entre Dinamarca y España a fin de facilitar la navegación y el comercio entre ambos países. En 1765, fue un convenio de extradición pactado entre Francia y España.
Pero fue en 1777, cuando se firmó lo que viene conociéndose como el primer Tratado de la Granja, firmado entre Portugal y España, en el cual se fijaban las fronteras en los territorios de ultramar pertenecientes a ambos países. Firmado el 1 de octubre de dicho 1777, derrotada Portugal en unos enfrentamientos en tierras americanas, entregaba a España las misiones jesuíticas orientales del Paraguay y la colonia de Sacramento en la ribera norte del Río de la Plata. Esta colonia había sido objeto de discordia entre los dos países durante muchos años. Por parte de España se devolvía a Portugal la isla de santa Catalina y otros territorios menores. Unas cláusulas secretas concedían la soberanía a España sobre las islas de Fernando Poo y Annabón, con lo cual la corona española pretendía acabar con el monopolio de la trata de esclavos en manos de portugueses, franceses, holandeses e ingleses. Debía seguir a dicho tratado otro de amistad, pero la guerra llamada de las naranjas, objeto de un anterior artículo, frustró dichas intenciones.
El 18 de octubre de 1796 se firmó entre Francia y España, el conocido como segundo tratado de San Ildefonso. Dicho acuerdo tuvo su arranque en una carta enviada por Carlos IV de forma imprudente a la Convención Nacional Francesa por mor del ajusticiamiento de Luis XVI. La Francia revolucionaria, ante el contenido ofensivo de la misiva, según el Directorio, declaró la guerra España, la cual, con Godoy de valido, y tras dos años de contienda se vio obligada a firmar la paz de Basilea, reconociendo la victoria de las fuerzas revolucionarias francesas. Ante la superioridad de estos, España adoptó un giro en su política exterior produciéndose un acercamiento a Francia y un alejamiento de Inglaterra. Empero ser gobernada la nación española por una monarquía absolutista y Francia por un conglomerado republicano, ambos países suscribieron en dicho octubre un acuerdo que les obligaba a prestarse recíprocamente ayuda militar, en caso de que alguna de dichas naciones entrase en guerra con Inglaterra. Dicho acuerdo incluía todos los territorios bajo soberanía francesa y española, fuesen estados, islas, territorios o plazas. Manuel Godoy, en nombre de Carlos IV de España, y el general Catherine-Dominique de Pérignon, enviado por el Directorio francés fueron los firmantes del tratado, el cual trajo de la mano la guerra naval con Inglaterra. Dicha contienda duró cinco años, durante los cuales las arcas españolas sufrieron una gran merma, así como se provocó un gran perjuicio al comercio con los territorios americanos, siendo los barcos españoles de transporte objeto de contundentes ataques por parte de los navíos ingleses. La flota española sufrió muchísimas perdidas, destruyéndose buena parte de su Armada.
Y, por último, llega el tercer Tratado de San Ildefonso. Mariano Luis de Urquijo, en nombre de Carlos IV de España, y Louis Alexandre Berthier, en representación de la república de Francia, ajustaron un acuerdo preliminar el 1 de octubre de 1800 (9 de vendimiario del año IX, según el calendario republicano francés). Su carácter secreto causa sorpresa, siendo así que ni el propio Godoy no tuvo conocimiento de su existencia sino trascurrido un mes de su ratificación por el rey Carlos IV, de triste y nefasta memoria.
Los acuerdos incluyeron:
La república francesa pondría a disposición del duque de Parma Fernando I de Borbón-Parma, un territorio de nueva creación en la península italiana, sobre el que tendría consideración de rey (no estaba especificado qué territorio, aunque se sugería la posibilidad de que fuera Toscana o las Legaciones de Ferrara, Bolonia y Romaña).
Un mes después de la toma de posesión del infante, España haría entrega a Francia de 6 navíos de guerra de 74 cañones cada uno (Intrépido, Conquistador, Pelayo, san Genaro, Atlante y san Antonio).
Seis meses después, España entregaría a Francia la colonia de Luisiana, bajo soberanía española desde 1763 por el tratado de París. Carlos IV entendía que ello representaría un obstáculo para los nacientes Estados Unidos.
Con independencia de todo lo anterior, España se comprometía a declarar la guerra a Portugal, aliado de Inglaterra. El 18 de marzo de 1801 fue firmado el acuerdo definitivo en Aranjuez por Manuel Godoy y Luciano Bonaparte. Las condiciones establecidas en este nuevo tratado confirmaban las disposiciones del anterior, ampliándolas.
Renuncia de Fernando al ducado de Parma, por sí mismo y sus herederos.
Cesión por parte de Francia del Gran Ducado de Toscana a Luis Francisco de Borbón-Parma, hijo del duque de Parma, Fernando.
Reconocimiento de Luis como rey de Toscana, con el respaldo de Francia. La parte de la isla de Elba perteneciente a Toscana quedaría en poder de Francia; en compensación, el Principado de Piombino y los Presidios de Toscana serían cedidos por Francia a Luis, anexionándolos al nuevo territorio.
En caso de que faltase la sucesión en la familia del infante Luis, los derechos al trono de Toscana serían para la Familia Real Española.
Cesión de los territorios de la Luisiana a Francia.
Indemnización conjunta hispanofrancesa al duque Fernando por su renuncia al ducado de Parma.
Este nuevo acuerdo sería ratificado por Carlos IV el 11 de abril de ese mismo año. Aunque no quedó recogido en el tratado, la delegación francesa se comprometió a que en el caso de que Francia quisiera desprenderse de Luisiana, esta solo podría ser retrocedida a España y a ningún otro país.
El 25 de mayo de 1801 el infante Luis Francisco llegó a París, donde fue agasajado por Napoleón y Josefina; el 1 de julio salió hacia Florencia, capital de Toscana, donde tomó posesión como rey respaldado por el ejército francés bajo el mando del general Emmanuel de Grouchy. El nuevo reino recibiría el nombre de Etruria, en recuerdo del antiguo nombre del territorio en la geografía romana.
El duque Fernando de Parma se negó a aceptar las condiciones del acuerdo en la parte concerniente a su renuncia al ducado, y en lugar de recibir la indemnización acordada en el tratado de 1801 siguió en posesión del ducado, con el beneplácito del gobierno francés, hasta su muerte ocurrida al año siguiente. Bonaparte designó a Moreau de Saint-Mery como administrador del ducado hasta su incorporación a Francia en 1805.
El 15 de octubre de 1802 Carlos IV publicó en Barcelona una Real Cédula por la que se hacía efectiva la cesión de la Luisiana a Francia, disponiendo la retirada de las tropas españolas en la región, a condición de que los religiosos españoles estarían autorizados a seguir en la zona y los habitantes de la colonia mantendrían la posesión de sus propiedades. La colonia permanecería poco tiempo bajo soberanía francesa, pues al año siguiente Francia vendió Luisiana a los Estados Unidos, incumpliendo la promesa hecha a España en las conversaciones hechas en torno al tratado de 1801. Luisiana representaba una extensión territorial que no se corresponde con el actual estado norteamericano.
La estipulación surgida de la llamada guerra de las naranjas entre Portugal y España, solamente produjo la definición de la línea fronteriza entre ambas naciones en el rio Guadiana, las plazas de Olivenza, Juromenha y Campo Maior, sin que las restantes condiciones fuesen reclamadas por Carlos IV, con gran enfado de Napoleón. Lo único logrado fue el cierre de los puertos portugueses a los navíos ingleses.
Es decir, de todos los tratados de san Ildefonso y del rey Carlos IV, su hijo Fernando VII y los validos Godoy, Urquijo y demás, no nos queda a los españoles un grato recuerdo. Y muchísimo menos si llegamos a la mención del Tratado de Fontainebleau de 1807, causa de la invasión de España por las tropas napoleónicas y de la guerra de la Independencia.
Francisco Gilet.