Juana de la Cruz, en la mejor tradición del misticismo español

Si te gusta, compártelo:

La figura de la Venerable Juana de la Cruz, popularmente conocida como “la santa Juana de Cubas”  ― por su lugar de origen, la localidad toledana de Cubas de la Sagra, donde vio la luz en 1481, entregando su vida en la misma villa, en 1534 ―, se inscribe en la mejor tradición del misticismo español. Sus virtudes heroicas fueron reconocidas por el Papa Francisco, en 2015, encontrándose su proceso de canonización, impulsado por los franciscanos, en tramitación.

Admirada en la época de nuestro rey Carlos I, el mismo Emperador y el Gran Capitán, entre otros, acudieron a ella, y el Cardenal Cisneros la protegió, muriendo con fama de santidad, que perduró en la Corte hasta bien entrado el siglo XVII, si bien, hasta ahora, no se ha emprendido el reconocimiento “oficial” de esa santidad.

Desde bien pequeña, sintió una profunda devoción por la Virgen María, especialmente cuando a los cuatro años, la pequeña Juanita de la Cruz Vásquez, tras una caída de caballo, quedó inconsciente, teniendo una visión de la Virgen, tras lo cual, quedó milagrosamente curada.

convento de Cubas de la Sagra

Ante la amenaza de su padre de casarla contra su voluntad, la joven de quince años, que ya había decidido desposarse con el Señor, escapa de casa disfrazada de muchacho. Llegó al convento de Cubas de la Sagra, donde una nueva visión de la Virgen la anima en su ferviente vocación franciscana.


arzobispo Carrillo

Dicho convento arrancó con las apariciones de la Virgen, en 1449, a la pastorcilla Inés, hecho documentado por el arzobispo Carrillo de Toledo. El Cardenal Cisneros reorganizó a las primeras religiosas de este como terciarias franciscanas. En él, se registraron numerosos milagros de la Virgen en el siglo XV, también durante el tiempo que Juana de la Cruz fue su abadesa e, incluso, después de su muerte.

En 1508, aparecieron estigmas en el cuerpo de Juana de la Cruz. Ese mismo año, pierde el habla durante siete meses, para, al cabo de ese tiempo, convertirse en gran predicadora, con el permiso de las autoridades eclesiásticas. Al año siguiente, es nombrada abadesa de su comunidad franciscana de Cubas de la Sagra, donde comenzará a escribir textos místicos, algunos de los cuales, despertaron cierta controversia.

Cardenal Cisneros

En 1510, el Cardenal Cisneros la nombra con tan solo 29 años “párroco” de Cubas y, ante las reticencias que despertó en ciertos ambientes el que una mujer ejerciera como párroco, algo absolutamente inusual, el mismo Papa Julio II, la ratificó en el cargo ese mismo año. Así, la joven abadesa estaba autorizada a administrar los bienes de la parroquia, pastorear a los fieles y predicar, aunque naturalmente, los sacramentos seguían reservados a los sacerdotes, a los que ella misma seleccionaba y contrataba.

Además de la facilidad para predicar, otros dones adornaban su persona, como el de consejo, la lectura de los corazones, el éxtasis, revelaciones, o el de lenguas desconocidas (por ejemplo, se la vio hablando en vascuence con un franciscano, y en árabe con unas  cautivas provenientes de Orán).


Conhorte

En su libro “Conhorte”, es decir, “consuelo», se recogen nada menos que 72 de sus sermones, destinados a todo el año litúrgico, profundamente imbuidos de espiritualidad mariana, muy similar a la del Beato Juan Duns Scoto. Ahí se incluyen también siete sermones sobre la Virgen, en donde se desgranan los ocho grandes temas de la mariología: María como Madre de Dios; la Inmaculada Concepción; su integridad virginal;  su acción santa en la vida de Jesús; el sentido de estar Llena de Gracia; su dormición, resurrección y asunción al cielo; su papel como modelo e intercesora, y su cooperación con Cristo en la obra de la redención.

Tirso de Molina

Pronto la vida y milagros de esta religiosa excepcional pasaron a la Literatura. En concreto, en 1610, el franciscano Antonio Daza, publicó su “Historia, vida y milagros de Santa Juana”, en términos muy elogiosos. Y en 1613, el dramaturgo Tirso de Molina – seudónimo del fraile mercedario Gabriel Téllez , escribió una trilogía teatral sobre Juana, por encargo de los franciscanos.

Si bien, ambas obras estuvieron bajo la lupa de la censura eclesiástica, el drama de Tirso de Molina llegó a representarse ante los reyes, en 1614, y el mismo Felipe III visitó ese año el Monasterio de Cubas de la Sagra, para asistir a la exhumación de los restos de Sor Juana, que permanecían incorruptos.

En 1808, en el curso de la Francesada, los soldados de Napoleón destruyeron el monasterio, haciendo desaparecer los restos de la Venerable Juana. En 1936, durante la gran persecución anticatólica emprendida por el Frente Popular, muchas de las religiosas que había entonces en el convento, murieron mártires de su fe.

Jesús Caraballo

Si te gusta, compártelo:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *