Saltamos hasta de 621, año en que murió Sisebuto, reinó y murió Recaredo II y subio al trono Suintila. Este rey puede decirse que efectivamente reinó sobre todo el territorio de la península ibérica. Expulsados los bizantinos que ocupaban una franja que iba desde Valencia hasta Cádiz, pretendió reforzar la autoridad real enfrentándose, como venía siendo habitual, a la nobleza y a la iglesia, acumuladoras de más poder. Tal política temeraria junto con la pretensión de convertir a la monarquía en hereditaria, asociándola a su hijo Ricimiro, provocó lo que sería el fin del reinado de Suintila. En 631, Sisenando, el gobernador de la provincia de la Narbonanse, la antigua Septimania, organizó una rebelión, concentrando sus fuerzas con los francos y el apoyo de Dagoberto de Neustria, en contra del rey Suintila. Este, aislado por continuas deserciones a favor del bando rebelde, incluida la de Geila, su hermano, condujo a que, en el IV Concilio de Toledo, con Isidoro arzobispo de Sevilla como presidente, excomulgó a Suintila, le depuso de su corona y le confiscó todos sus bienes y posesiones. No acabaron con ello los males del rey derrocado sino que, establecido expresamente el sistema electivo y no sucesorio, fue capturado, encarcelado, para ser desterrado junto con su esposa Theodora e hijos, muriendo de muerte natural en el 634. Las opiniones sobre este rey son contradictorias. Mientras Isidoro de Sevilla, en su primera versión de la Historia de los godos, lo califica como «no solo el príncipe de su pueblo, sino también el padre de los pobres». Sin embargo, en una versión posterior, editada después de su caída como rey eliminó estos elogios.
Y llegamos al quinto y último rey visigodo con estatua en la Plaza de Oriente, Wamba. Su reinado se inicia con la imposición de la corona por parte de la nobleza, forzándole a aceptarla el 1 de septiembre de 672, en la futura y actual Wamba en su honor, a 17 kms. de Valladolid, villa en la cual murió el predecesor del nuevo rey, Recesvinto. Sin embargo, Wamba precisaba de una mayor seguridad en su designación y exigió que el obispo Quirico le confirmase en Toledo, lo cual aconteció el 20 de septiembre del mismo año en la iglesia de san Pedro y san Juan.
Se considera que fue el último rey que mantuvo el esplendor del reino visigótico. Sin embargo no fue su reinado nada fácil; los visigodos enfrascados en revueltas contra los hispanorromanos, los arrianos contra los católicos, las rebeliones de los vascones, y, como es habitual en toda las historia del reino visigodo, batallas campales entre los nobles, siempre insatisfechos de su poder y de sus propiedades. A todo ello, hay que añadir un peligro nuevo y desconocido hasta la fecha; la invasión de norteafricanos o árabes, que intentaron pasar a la Península por Algeciras, intento que fue rechazado por visigodos e hispanorromanos. Rebeliones, levantamientos de la nobleza, con declaraciones de independencia que finalizaron con la derrota del sublevado Paulo, en Narbona, obligado a desfilar por las calles de Toledo con una raspa de pescado en la cabeza.
Según la tradición, pacífica hasta la fecha, Wamba se trajo de Narbona las reliquias del martín san Antolín, príncipe visigodo ejecutado en Toulouse a finales del siglo V, y que siguen depositados en la cripta de su mismo nombre en la catedral de Palencia.
Pero para Wamba no habían terminado sus penurias. Convocó el Concilio XI de Toledo el 675, con la intención de aprobar medidas de corrección de los abusos y vicios eclesiásticos. Y fue en esta ciudad, según parece, en donde el metropolitano Julia II, se conjuró contra Wamba, con la siempre presente levantisca nobleza, y el rey, engañado y narcotizado, fue tonsurado, le vistieron con los hábitos propios de un monje y le conminaron, sin más, a renunciar a la corona.
Wamba, en cierta medida cansado de tantas luchas y refriegas, se retiró al monasterio de san Vicente de Pampliega, en Burgos, ya desaparecido, y allí murió en el año 688. Aunque, todavía hay que insistir en los escasamente sosegados tiempos que sucedieron a su muerte, ya que, sepultado ante la puerta de tal monasterio, permaneció allì hasta que Alfonso X, en el siglo XIII, decidió que sus restos mortales se trasladasen a la iglesia de santa Leocadia, cerca del Alcázar de Toledo, donde ya se hallaban los de su antecesor en el trono Recesvinto.
En tal lugar reposaron hasta que las tropas invasoras francesas, supuestamente representantes de la fraternidad, la igualdad y la libertad, profanaron los restos de los dos monarcas. Por fin, en 1845 la reina Isabel II, ordenó el traslado, en una arqueta de madera, con forro de terciopelo, de los restos de los dos monarcas a la catedral de To para ser depositados en el salón principal de la sacristía de la catedral, donde actualmente pueden ser visitados, y rendir un especial homenaje al último rey visigodo que mantuvo la magnificencia de su pueblo, el rey monje Wamba.
Francisco Gilet
Bibliografía.
Javier Arce. Bárbaros y romanos en Hispania
José Orlandis (1992). Semblanzas visigodas.
José Orlandis (2003). Historia del reino visigodo español: los acontecimientos, las instituciones, la sociedad, los protagonistas.
Julián de Toledo (c. 685). Historia del rey Wamba. Isidoro de Sevilla (1975) «Las Historias de los godos, vándalos y suevos