El 29 de marzo de 1830 se promulga finalmente la Pragmática Sanción, que permitirá reinar a la descendencia femenina.
Entretando, los exiliados en Francia realizaban intentonas; Valdés, Espoz y Mina y Milans del Bosch lo intentan por la frontera francesa, mientras Torrijos realiza un desembarco en La Línea; en todos los casos sin resultados. Las únicas consecuencias se plasmaron en la aplicación del terror por parte de Fernando VII. Hechos que se llevaron por delante a personas inocentes como el librero madrileño Antonio Miyar o a la granadina Mariana Pineda, que por meras sospechas o por culpas menores fue fusilada el veintiséis de mayo de 1831.
El 10 de octubre de 1830 nace Isabel, la hija de Fernando VII.
Estas circunstancias se produce lo que ha pasado a la historia como “Los Sucesos de la Granja”. El 16 de septiembre de 1832, encontrándose ya cercano el fin del reinado de Fernando VII, que en estos momentos se encontraba gravemente enfermo, fue convencido para derogar la “Pragmática Sanción”, pero al recuperarse, la reina, apoyada por los liberales y reformistas, defenderá los derechos de su hija, con lo que el 1 de octubre Fernando destituyó a los ministros «carlistas» y el 31 de diciembre anuló el decreto derogatorio.
En el mismo acto era destituido Calomarde (que acabó huyendo a Francia), sustituido por Cea Bermúdez, quien, procedió a purgar todos los estamentos del estado, y en concreto el ejército de elementos partidarios de Carlos, procediendo a emitir un decreto de amnistía que permitía el regreso de los exiliados liberales.
En estas circunstancias, Carlos María Isidro, el hermano de Fernando VII, marchó al exilio.
En el nuevo gabinete de Cea Bermúdez convivían defensores de la monarquía absoluta: Zea (Estado), Monet (Guerra) y Cafranga (Gracia y Justicia); y del liberalismo moderado: Encima (Hacienda) y Ulloa (Marina). Contaban sin embargo con un rasgo común: su decidida defensa de la princesa Isabel como heredera del Trono y su oposición a don Carlos. Por ello, nada más llegar al poder, se iniciará un amplio cúmulo de medidas encaminadas a depurar la administración civil y militar de todos los sospechosos de carlismo, y a controlar al máximo los resortes del gobierno. Mientras duró la ausencia de Zea, que se encontraba fuera de España, el predominio del sector más liberal fue completo, y se adoptaron medidas que este tal vez no hubiera aprobado, y que dieron lugar a amargas quejas del ministro de Justicia. (Bullón 2002: 3)
La importancia de los acontecimientos y el conocimiento que del pensamiento general tenía el nuevo gabinete lo llevó a efectuar una rápida actuación, procediendo a marginar a todo aquel que albergase alguna simpatía por Carlos María Isidro, así, la depuración a la que va a ser sometido el ejército, desde diciembre de 1832, es sin duda la más importante que se haya efectuado sobre unos cuerpos que no habían sido vencidos en el campo de batalla, que no se habían alzado contra el gobierno, y que hasta la fecha habían servido fielmente a su Rey. (Bullón 2002: 22)
Pero si diciembre fue esencial en el desarrollo de la depuración, ésta comenzó dos meses antes. El día 28 de octubre de 1832, Espartero recibió mando en tropa: coronel del regimiento de Soria, en Barcelona, donde dedicó el tiempo a perseguir enemigos del rey. A este nombramiento seguiría un rosario de destituciones en todos los ámbitos de la vida nacional, cuyos puestos serían ocupados por personas de la confianza del liberalismo. La guerra quedaba servida.
Como contrapartida, en un extenso manifiesto fechado el 3 de diciembre de 1835, entre otros asuntos señalaba Cea Bermúdez las motivaciones de estos actos y procuraba calmar los ánimos de los disconformes señalando que:
S. M. la Reina Isabel , conservando las bases que la sabiduría del Rey nuestro señor ha sentado como reglas fijas de su gobierno, y persuadida de que los españoles fundan un doble orgullo en ser a todo trance fieles a sus soberanos y sumisos a las leyes, se declara enemiga irreconciliable de toda innovación religiosa o política que se intente suscitar en el reino, o introducir de fuera para trastornar el orden establecido, cualquiera que sea la divisa o pretexto con que el espíritu de partido pretenda cubrir sus criminales intentos. Mas no por eso debe entenderse que S. M. se negará a adoptar en los diferentes ramos de la administración pública aquellas mejoras que la sana política, la ilustración y los consejos de los hombres sabios y verdaderamente amantes a su patria indiquen como provechosas; así como, reconociendo que la perfección sólo es dada al supremo Criador , y que todo lo que sale de las manos de los hombres es incompleto; S. M., que solo se propone el acierto, no repugnará tampoco el revocar o modificar sus providencias cuando la experiencia le demuestre su insuficiencia o desventajas. (Incógnito 1844: 102)
Manifiestamente utilizaba los principios liberales que permiten el uso de la mentira. Ostensiblemente influenciado por pensadores liberales como Phillip Hughes, quien asevera que en contra de nuestros malditos oponentes todos los medios están justificados, mentiras, traición, manipulación de las leyes aunque sean contradictorias, emitía semejantes juicios hablando de “sana política”, de voluntad de respetar el orden establecido, de patria… mientras sus actuaciones, rápidas, decididas e incontestables, acababan con todo lo que con la palabra decía defender.
La primera cuestión que pusieron en marcha (prácticamente cada una de ellas era la primera), fue el decreto de amnistía, respecto a la cual, el barón de los Valles señalaría que esta fatal medida política llamó de nuevo a España a cerca de mil doscientos liberales exaltados, a quienes el destierro no había hecho más que confirmar en sus opiniones, y que diseminados por todas las provincias, propagaron en ellas sus principios destructores. Lejos de mirar la amnistía como un acto de clemencia, la atribuyeron al temor que el Gobierno tenía a su partido; y decían en alta voz que no eran ellos los que debían ser amnistiados, sino el mismo Fernando VII, por haber violado sus juramentos destruyendo la constitución que había jurado, y haber perseguido de muerte a los que habían obedecido sus órdenes, e imitado su ejemplo. (Rújula 2008: 153)
Pero la amnistía, al fin, no era más que otro clavo ardiendo de los que constantemente hizo uso Fernando VII para mantenerse en el trono; falto de apoyos populares, manifiestamente volcados con el pretendiente carlista, la corte y el gobierno eran perfectamente conscientes que
La amnistía representaba algo más que un generoso perdón a los emigrados, era una constatación de la debilidad de los defensores de Isabel II, y un reconocimiento de su incapacidad de hacer frente al carlismo sin el apoyo de los liberales. (Bullón 2002:4)
La verdad es que la actividad de Cea fue realmente exitosa.
…un político como él, que nunca despertó pasiones ni de uno ni de otro lado, realizo con eficacia y corrección la misión que él mismo se había propuesto: realizar la transición a la Regencia y que esta estuviera establecida sobre las mismas bases institucionales que la monarquía de Fernando VII” (Rújula 2008: 171), y en menos de un año presentó un panorama bien distinto al existente durante los sucesos de la Granja. Lo señala el embajador francés en el mes de Octubre, de este modo: “El infante y las dos princesas, que eran el alma de todas las combinaciones formadas en su favor, han abandonado España. Sus partidarios han sido alejados de todos los empleos, muchos se han exiliado o están prisioneros. El ministerio está compuesto de hombres contrarios sin duda a las innovaciones liberales, pero cuyos antecedentes y sus circunstancias recientes les colocaron en la imposibilidad de transigir con don Carlos, quien, después de diez años, tiene en ellos unos enemigos personales. El gobierno de las provincias está casi por completo confiado a militares no menos pronunciados en su oposición al infante, y cuyas tendencias son generalmente más liberales que las de los ministros. El ejército, que en ninguna época se ha mostrado partidario de las opiniones carlistas, está más alejado que nunca después de las depuraciones del año último. (Rújula 2008: 169)
Sorprendido mi Real animo, en los momentos de agonía, a que me condujo la grave enfermedad, de que me ha salvado prodigiosamente la Divina Misericordía firmé un decreto derogando la Pragmática sanción de veinte y nueve de marzo de mil ochocientos treinta, decretada por mi Augusto Padre a petición de las Cortes de mil setecientos ochenta y nueve para restablecer la sucesión regular de la corona de España. La turbación y congoja de un estado, en que por instantes se me iba acabando la vida, indicarían sobradamente la indeliberación de aquel acto si no la manifestasen su naturaleza y sus efectos.
Ni como Rey pudiera Yo destruir las leyes fundamentales del Reino, cuyo restablecimiento había publicado, ni como Padre pudiera con voluntad libre despojar de tan augustos y legítimos derechos a mi descendencia. Hombres desleales o ilusos cercaron mi lecho, y abusando de mi amor y del de mi muy cara Esposa a los Españoles, aumentaron su aflicción y la amargura de mi estado, asegurando que el Reino entero estaba contra la observancia de la Pragmática y ponderando los torrentes de sangre y de desolación universal que habría de producir si no quedase derogada. Este anuncio atroz, hecho en las circunstancias en que es más debida la verdad por las personas más obligadas a decírmela, y cuando no me era dado tiempo ni sazón de justificar su certeza, consternó mi fatigado espíritu, y absorbí lo que Me restaba de inteligencia, para no pensar en otra cosas que en la paz y conservación de mis Pueblos, haciendo en cuanto pendía de Mí este gran sacrificio como dije en el mismo decreto, a la tranquilidad de la nación española.
Pero a nadie se le ocultaba que todo era una artimaña, y esto daba pie a que Carlos María Isidro se postulase por aquello que había venido rechazando desde que el 1 de Noviembre de 1826 se hiciese público el “manifiesto de los realistas puros”.
De este modo, cuando en 1833 fueron trastocadas las leyes fundamentales de la Monarquía Hispánica y se instituyó como Princesa de Asturias a la princesa Isabel, se produjeron movimientos tendentes a que los jefes militares con mando en plaza no se adhiriesen al nombramiento, llegando al extremo de proponer al Conde de Villemur, gobernador de Barcelona, fusilar a Llauder, que acababa de ser nombrado capitán general, en cuanto pusiese los pies en Cataluña, y llamar a las armas a las catalanes, unirlos a las tropas de línea que tenía a su disposición y marchar sobre Madrid para libertar a Fernando VII de la camarilla que lo rodeaba y lo acaparaba. (Lichnowsky 1942: 269)
Pero el espíritu del liberalismo impregnaba profundamente a quienes ostentaban el poder, por lo que no dudaron en presentarse ante el pueblo como lo que no eran, y es que, como señala Carlos Marx,
Entre los españoles, para vencer, la propia revolución hubo de presentarse como pretendiente al trono. La lucha entre los dos regímenes sociales hubo de tomar la forma de pugna de intereses dinásticos opuestos…/… Fue precisamente Fernando VII quien proporcionó al partido revolucionario y a la revolución un lema monárquico, el nombre de Isabel, en tanto que legaba a la contrarrevolución a su hermano don Carlos. (Marx 1854)
Pero había algo más… los liberales victoriosos precisaban ver reconocida su nueva situación con algo más; así, el 22 de marzo de 1833 de produce una ampliación del decreto de amnistía por el que se conceden sueldos a los que se habían exiliado, y se les habilita para ocupar los puestos a que hubiere lugar.
El mentado decreto de amnistía señala:
Artículo 2º: Los que al tiempo de su emigración llevaban 15 años de servicio, acreditados en la forma determinada para las respectivas carreras, serán reintegrados en el uso de los respectivos uniformes militares o civiles, distintivos, y fueros que entonces les corresponderían por retiro o jubilación de los empleos legítimos que hubieren obtenido, o que Yo hubiese revalidado. (Anónimo 1839: 202)
Art. 13. Son también comprendidos en el mismo Real Decreto de Amnistía los que hubiesen tomado parte en la insurrección de América, y los que después de haber permanecido en los países insurreccionados, se hallasen restituidos á su patria al publicarse dicho Real Decreto: para quienes serán aplicables, según sus respectivos casos y particulares circunstancias, las disposiciones del presente Decreto. (Anónimo 1839: 204)
Fernando VII sellaba con estos decretos, no ya su dependencia, que caso de haber sobrevivido, probablemente hubiese acabado alterándolos cuando le hubiese resultado conveniente, sino la dependencia de su sucesora.
El 20 de junio de 1833, se produce la jura de Isabel II en el Real Monasterio de San Jerónimo de Madrid. Contaba tres años de edad.
El 29 de septiembre de 1833 fallecía Fernando VII y, en nombre de Isabel II, la reina María Cristina ocupaba la regencia, en la que permanecería hasta 1840 en que es mandada al exilio por Espartero.
A partir de este momento vuelven del exilio los responsables del trienio liberal: Cea Bermúdez, Martínez de la Rosa (conocido como Rosita la pastelera)… y de inmediato, en 1834, los frailes fueron acusados de haber envenenado las aguas, lo que provocó una epidemia de cólera, y este fue el argumento para llevar a cabo una feroz persecución religiosa que se llevó por delante a toda una comunidad, excepción hecha del padre Muñoz, cuñado de la reina, a quién le es respetada la vida. Otros conventos no conocieron supervivientes; sus miembros eran asesinados a la vista de las fuerzas del orden. Los desórdenes, según escribe Martínez de la Rosa se cobraron la vida de 300 víctimas. Los desórdenes se extendieron a Zaragoza, donde un fraile renegado, Crisóstomo de Caspe, destacó por su sadismo en medio de la inmunidad y sería fusilado posteriormente por los carlistas; a Murcia; a Reus, donde quemaron todos los templos; a Barcelona, donde hacen lo mismo; a Valencia… Se crean juntas independientes en Cataluña, Valencia, Zaragoza, Andalucía… cuya primera misión es exterminar a los religiosos y crear constantes desmanes. La descomposición de lo que quedaba de España.
Desde este momento, casi sesenta gobiernos se sucederán velozmente en el poder. Pueden distinguirse distintos períodos según la tendencia política que presidiera el gobierno: período liberal (1833-36), regencia de Espartero (1840-43), transición (1843-1844) a la década moderada (1844-54), bienio progresista (1854-56), reacción moderada (1856-58), gobierno de la Unión Liberal (1858-64) y el cuatrienio final de tendencia ecléctica. El último gobierno del reinado, presidido por el ultra conservador González Bravo, representó la reacción autoritaria que desencadenó la Revolución de 1868 y la crisis final de la monarquía.
Cesáreo Jarabo