—¿A qué tenéis miedo, solo a morir? ¡Vergüenza debería daros! ¿Para eso hemos viajado miles de leguas para llegar hasta aquí? ¿Y nuestros hermanos han muerto en vano solo para rendirnos?
>>¡No nos rendiremos! No mientras nos quede un hálito de vida en el cuerpo. ¡Que vengan, que vengan aquí, que los esperamos! Que no hay mayor honor y gloria en este mundo que morir peleando!
—¡Bendita España, que pare hombres armados! ¡Por el emperador!
—¡Por el emperador!
(Comienzo de la serie de RTVE, Inés del alma mía).
EL PERSONAJE
Soy Inés Suárez, vecina de la leal ciudad de Santiago de la Nueva Extremadura, en el Reino de Chile, en el año 1580 de Nuestro Señor. De la fecha exacta de mi nacimiento no estoy segura, pero, según mi madre, nací después de la hambruna y la tremenda pestilencia que asoló a España cuando murió Felipe el Hermoso
(Inés del alma mía, Isabel Allende).
Inés Suárez nació en Plasencia en el año 1507. Su abuelo era un artesano ebanista, perteneciente a la Cofradía de la Vera Cruz Y tenía una hermana llamada Asunción, que era su única amiga, ya que Inés era poco sociable.
En 1526 conoció a quien sería su primer esposo, Juan de Málaga.
Mujer de mucha cristiandad y edificación de nuestros soldados, debió venir al Nuevo Mundo tras su marido, el que habría fallecido en la batalla de Las Salinas, entre almagristas y pizarristas. Al saberse viuda, según testimonio de los regidores Quiñones y De los Rios, experimentó gran sufrimiento y quizo hacerse religiosa (Mariño de Lobera).
EL NUEVO MUNDO
Entre 1527 y 1528 Juan de Málaga se embarcó con rumbo a Panamá mientras Inés permanecía en España. Pasaron los años sin noticias de su esposo, hasta que en 1537 consiguió la licencia del rey para embarcarse hacia las Indias.
Una vez en América supo de su muerte en la Batalla de las Salinas. Como compensación por ser viuda de un soldado español, recibió más tarde una pequeña parcela de tierra en el Cuzco, donde se instaló, así como una encomienda de indígenas.
CHILE Y PEDRO DE VALDIVIA
He debido alargarme en la narración de estos episodios porque explican la determinación de Pedro de Valdivia de alejarse del Perú, que estaba desgarrado por la insidia y la corrupción, y conquistar el territorio aún inocente de Chile, empresa que compartió conmigo.
(Inés del alma mía, Isabel Allende)
En Cuzco, probablemente, fue donde conoció a Pedro de Valdivia, maestro de campo de Francisco Pizarro, recién regresado tras la batalla de las Salinas (1538) y cuya encomienda era colindante con la suya.
Al resolverse a emprender la conquista de Chile, tarea en la que anteriormente había fracasado Diego de Almagro, Valdivia resolvió llevarla en su compañía, para lo que se debió solicitar la autorización para poder venir como servicio doméstico
Cuando Valdivia estaba preparado para emprender su marcha, llegó al Perú Pero Sancho de Hoz, hidalgo de Calahorra, con tres Reales Cédulas que lo autorizaban para navegar en dos barcos equipados por él mismo y conquistar las tierras que quedaban a ambos lados del Estrecho de Magallanes, así como todas las tierras próximas que no estuviesen dadas en gobernación. Las nuevas circunstancias llevaron a Pizarro a confiar la conquista de Chile a Valdivia y Pero Sancho de Hoz.
En el viaje, Inés se comportó como una mujer de extraordinario arrojo y lealtad, discreta, sensata y bondadosa, y disfrutaba de una gran estima entre los conquistadores. (Tomás Thayer Ojeda).
Hazañas como hallar agua en medio del desierto, salvando a la tropa de morir de sed, o descubrir una conspiración contra Valdivia, granjearon respeto entre los hombres
Al día siguiente, cuando ya nos dábamos por perdidos sin remedio, un extraño reptil pasó corriendo entre mis pies. En muchos días no habíamos visto otra forma de vida que la nuestra, ni siquiera los abrojos que abundaban en otros trechos del desierto. Tal vez se trataba de una salamandra, ese lagarto que vive en el fuego. Concluí que por muy diabólico que fuese el animalejo, de vez en cuando necesitaría un sorbo de agua. «Ahora nos toca a nosotras, Virgencita», le advertí entonces a Nuestra Señora del Socorro. Saqué la varilla de árbol que llevaba en mi equipaje y me puse a rezar. Era la hora del mediodía, cuando la multitud de gente y animales sedientos descansaba. Llamé a Catalina, para que me acompañara, y las dos echamos a andar despacio, protegidas por una sombrilla, yo con una avemaría en los labios y ella con sus invocaciones en quechua
(Inés del alma mía, Isabel Allende).
En diciembre de 1540 la expedición alcanzó el valle del río Mapocho, donde fundaron la capital del territorio sobre una ciudadela inca; con el nombre de Santiago de Nueva Extremadura. La ciudad se estableció entre dos cerros, el de San Cristóbal y el de Santa Lucía), contando con el Mapocho a modo de barrera natural.
9 de septiembre de 1541. Valdivia se vio obligado a abandonar la ciudad para sofocar una rebelión de los indígenas cerca de Cachapoal. Apenas llegada la mañana del 10, una joven yanacona volvió con la noticia de que los bosques periféricos al asentamiento se encontraban llenos de indígenas hostiles. Al preguntar a Inés sobre la idoneidad de que siete curacas prisioneros, entre ellos Quilicanta, fueran liberados en señal de paz, ella se negó al considerar que en caso de ataque los reclusos serían su única posibilidad de pactar una tregua. El capitán Alonso de Monroy, a quien Valdivia había dejado al mando de la ciudad, consideró acertada la suposición de Suárez y decidió convocar un consejo de guerra.
El aguerrido capitán Monroy, que se jactaba de cierta habilidad diplomática, intentó parlamentar con los naturales. A mí me tocó reponer la salud de los heridos y enfermos y hacer lo que más me gusta: fundar. No lo había hecho antes, pero apenas clavamos la primera estaca en la plaza descubrí mi vocación y no la he traicionado; desde entonces he creado hospitales, iglesias, conventos, ermitas, santuarios, pueblos enteros, y si me alcanzara la vida haría un orfanato, que mucha falta hace en Santiago.
11 DE SEPTIEMBRE de 1541
Antes del alba del 11 de septiembre, jinetes españoles salieron de la ciudad para enfrentarse a los indígenas. Pese a contar los españoles con caballería y mejores armas, el enemigo era una fuerza superior.
Eran miles y miles. Corrían casi desnudos, con arcos y flechas, picas y macanas, aullando, exultantes de feroz anticipación. La descarga de los arcabuces barrió con las primeras filas, pero no logró detenerlos ni aminorar su carrera. En cuestión de minutos ya podíamos verles las caras pintarrajeadas y comenzó la lucha cuerpo a cuerpo.
Flechas incendiarias consiguieron prender fuego a buena parte de la ciudad, dando muerte a cuatro españoles y varios animales. Tan desesperada parecía la situación que el sacerdote local, Rodrigo González Marmolejo, afirmó que la batalla era como el Día del Juicio y que tan solo un milagro podía salvarlos.
La situación era desesperada. Inés propuso decapitar a los prisioneroa y arrojar sus cabezas entre los indígenas para causar el pánico entre ellos. Se encaminó a la vivienda en que se hallaban los cabecillas, custodiados por Francisco Rubio y Hernando de la Torre, dándoles la orden de ejecución. De la Torre preguntó cómo debían darles muerte e Inés respondió «De esta manera»:
Y entonces enarbolé la pesada espada a dos manos y la descargué con la fuerza del odio sobre el cacique que tenía más cerca, cercenándole el cuello de un solo tajo. El impulso del golpe me lanzó de rodillas al suelo, donde un chorro de sangre me saltó a la cara, mientras la cabeza rodaba a mis pies. El resto no lo recuerdo bien. Uno de los guardias aseguró después que decapité de igual forma a los otros seis prisioneros, pero el segundo dijo que no fue así, que ellos terminaron la tarea. No importa. El hecho es que en cuestión de minutos había siete cabezas por tierra.
Respecto a este hecho, hay historiadores (Benjamín Vicuña Mackenna) que niegan que Inés Suárez llegara a hacerlo.
Avivado el coraje de los españoles, estos aprovecharon el desorden y la confusión causada entre los indígenas y lograron poner en fuga a los atacantes.
La acción de Inés en esta batalla sería reconocida tres años después (1544) por Valdivia, quien la recompensó, concediéndole una condecoración, calificándola además como “hijodalgo y persona de honra”.
PERO SANCHO DE HOZ
(Sancho de Hoz) instaló a uno de sus secuaces detrás de una cortina, armado de una daga, para acuchillar a Valdivia por la espalda cuando este se inclinara sobre la cama a oír los susurros del supuesto moribundo. Estos detalles ridículos y el hecho de jactarse de ellos perdían a De la Hoz, porque yo me enteraba de sus tramoyas sin ningún esfuerzo de mi parte.
(…)
Y sin más arrestó al intrigante y lo hizo decapitar de un hachazo esa misma tarde, sin darle tiempo ni de confesarse.
PEDRO E INÉS
En el proceso que debió enfrentar Valdivia en el Perú por orden de La Gasca, uno de los cargos en su contra fue el de vivir amancebado con Inés Suárez. Fue condenado a poner término a esa relación y a que Inés se casara dentro del plazo máximo de seis meses “con uno que fuera soltero” o, en su defecto, enviarla al Perú o devolverla a España.
De regreso en Chile, Valdivia resolvió casarla, por 1548, con su amigo, compañero de armas y cumplido caballero, Rodrigo de Quiroga.
En esa época comenzó mi amistad amorosa con Rodrigo de Quiroga.
Durante esta unión, que duró treinta años, ambos esposos, que no tuvieron hijos y que lograron hacerse ricos, emplearon parte de su fortuna en fundaciones piadosas a favor de la Orden de la Merced y en la construcción de una ermita en el barrio de la Chimba, en el sector norte de la ciudad, del otro lado del río Mapocho.
Tras casarse con Quiroga, Suárez se caracterizó por llevar una vida tranquila y religiosa. Junto a su marido, quien fue persona principal en Chile, contribuyó a la construcción del templo de la Merced y de la ermita de Monserrat, en Santiago. No tuvieron hijos, aunque Rodrigo de Quiroga ya tenía una hija mestiza, nacida antes del matrimonio con Inés. Suárez falleció alrededor del año 1580.
Mientras Pedro soportaba su horrendo fin, a la distancia mi alma lo acompañaba y lloraba por él y por todas las víctimas de esos años. Caí postrada, con vómitos tan intensos y fiebres tan ardientes, que temieron por mi vida. En mi delirio oía con claridad los alaridos de Pedro de Valdivia y su voz despidiéndose de mí por última vez: «Adiós, Inés del alma mía…»
Ricardo Aller Hernández
FUENTES:
*https://dbe.rah.es/biografias/23938/ines-suarez
*https://es.wikipedia.org/wiki/In%C3%A9s_Su%C3%A1rez