Personaje curioso este Juan I, hijo de Pedro IV el Ceremonioso quien con gran esfuerzo había logrado detener temporalmente la decadencia del reino y de sus arcas. En ese esfuerzo se incluye el uso del “puñalito” con el cual se desentendía de los nobles demasiado inoportunos. La situación de las disponibilidades reales exigía de constantes peticiones de caudales a la nobleza y esta no hacía sino repercutir tales peticiones reales en el pueblo, mediante la subida de impuestos. Sin embargo, en las cortes de Monzón, Pedro IV había tenido que escuchar las quejas del pueblo ante la desastrosa situación creada por una nefasta política fiscal.
En este estado de cosas, subió al trono aragonés Juan I, en 1387. Juan se había casado con una francesa, Yolanda de Bar, sobrina del rey Carlos el Sabio, con gran disgusto de su padre. La madrastra Sibila de Forcià, tercera esposa del rey Pedro, aprovechó el agrio desencuentro entre el rey y su heredero para la conseguir de su esposo innumerables beneficios. La inquina entre esos personajes desembocará, cuando el ascenso al trono de Juan I, en el encierro de la bella Sibila y en la renuncia a todos sus bienes, es decir, rentas por valor de 66.000 sueldos anuales. Todo ello fue a parar a la esposa, Yolanda de Bar, que, junto con sus bienes personales, rentas de la comarca de Jaca, de Daroca y de Teruel, más las aljamas judías y varias salinas, pasó a convertirse en una de las principales fortunas de la Corona.
Y a partir de tal momento, mientras Violante o Yolanda de Bar seguía incrementando su patrimonio, el rey Juan se dedicaba a cultivar las artes, la música, la poesía y a organizar grandes festejos en compañía de su amante, la dama valenciana Carroza de Vilaragut. Esas fiestas eran realmente sonadas, con la presencia de músicos, poetas, astrólogos, alquimistas y trovadores. Todos ellos formaban parte de la Corte que se desplazaba, acompañando al rey en sus estancias en Valencia, Barcelona y Gerona. Entre tales seguidores estaba Bernat Metge, un escritor barcelonés, convertido en secretario de rey, recibiendo importantes cantidades de manos reales, lo cual le significó reunir una gran fortuna. Era una nube de cortesanos que sacaban tajada del despilfarro real, no solamente apropiándose de suculentas cantidades sino incluso de los previstos gastos de la coronación de Juan I, que no llegó a celebrarse por haber desaparecido el monto recaudado para tal fin. Puede decirse que, entre los juegos florales, las trovas y los poemas también surgía una corrupción intolerable.
La Corte, en constantes viajes y frivolidades, también era visitada por poetas como Luis de Averçó y Jaime March, los incomparables ministriles Colinet y Magnadance, que le había traspasado el duque de Lorena, Juan de los Órganos, un flamenco que había servido al duque de Borgoña; el arpista Hennequin, Juan de Beziers, Blassof y otros muchos artistas de toda índole. El Rey mandaba buscar en las principales Cortes y ciudades europeas los músicos más destacados, al igual que los instrumentos musicales más refinados e innovadores. El mismo Rey componía música para el goce de sus cortesanos y familiares. Estando en Valencia en 1393, Juan I redactó un largo y solemne escrito, traducido al latín por el secretario Bartolomé Sirvent, en donde se encargaba a Jaime March, caballero, y a Luis de Averçó, ciudadano de Barcelona, la organización de la fiesta de la Gaia Ciencia, tal como se celebraba en ciudades como París y Tolosa, la cual habría de celebrarse en Barcelona el día de la Anunciación de la Virgen o el domingo siguiente.
Dos meses después moría el Rey, que ha pasado a la historia como un lector impenitente y respetuoso de los privilegios de la inteligencia, además de poeta y músico, como lo demuestra su protección a Francesc Eiximenis, el gran polígrafo gerundense, obispo de Elna y embajador del Rey en la Corte papal de Aviñón. Violante de Bar costeó los estudios de Eiximenis en la Universidad de Tolosa, y tanto él como su esposo siguieron atentamente la producción literaria de dicho autor, especialmente el Regiment de prínceps. En cambio, Juan I no fue favorable a la obra de Ramón Llull, prohibiendo la enseñanza de sus doctrinas en sus reinos desde 1387, nada más subir al trono, por influencia del inquisidor Nicolás de Eimerich.
Naturalmente, todo ello tenía un coste y las Cortes no estaban dispuestas a sufragarlo. Entonces la reina Violente decidió vender sus castillos o hipotecarlos, para el rey hacer lo propio con sus castillos del Rosellón. Sin embargo, ello no fue suficiente y tuvieron que acudir a los banqueros de Florencia, cuyos préstamos a interés usurario acabaron con la economía del reino.
Para el padre Mariana, Juan de Aragón era “príncipe a la verdad más señalado en flojedad y ociosidad que en alguna otra virtud”, falleciendo el 19 de mayo de 1396, con cuarenta y seis años. Según se cuenta, después de una de sus veladas suculentas, se adentró en el bosque de Orriols, en Gerona. El caballo falló, el rey cayó al suelo y ya no se levantó. Había reinado solamente nueve años, pero suficientes para dejar la corona de Aragón al borde de la quiebra. Y encima sin heredero varón, siendo su hermano Martin I, el Humano, el que tuvo que hacer frente a la decadencia del reino, a las querellas entre la nobleza y a las banderías entre clanes nobiliarios.
Con Martin I el Humano llegamos a un periodo de franco enfrentamiento entre cristianos y judíos, los cuales, empezaron a ser perseguidos desde Sevilla con un personaje siniestro, Ferrán Martínez, arcediano de la Catedral de Écija, aunque él residía en Sevilla. Al fallecer el rey Juan e igualmente el arzobispo de Sevilla, fue el tal Ferrán quién tomó el mando, ordenando a todas las parroquias que destruyeran las sinagogas y se apropiaran de todos sus bienes. Aunque también hay que mencionar que en 1391 la pobreza encendió la mecha de las persecuciones a los judíos de Cataluña, Baleares y Valencia y el verano de ese año fueron asaltados los barrios hebreos de las ciudades de Mallorca, Valencia, Lérida, Gerona y Barcelona.
Francisco Gilet.,