Mariano Álvarez de Castro, el defensor de Gerona

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Mariano Álvarez de Castro, nació en Granada el 8 de septiembre de 1749, hijo de Pedro Francisco Álvarez González de Castro y de Apolonia Joaquina López Aparicio. Su padre, de honda religiosidad, falleció cuando Mariano tenía cinco años, lo cual provocó que la familia se trasladase primero a Soria y luego a Burgo de Osma, buscando el amparo de unos tíos, con los cuales convivió la mayor parte de su niñez, huérfano también de madre.

A los 18 años, en 1768, ingresó como cadete en el Regimiento de Guardias españolas de la Casa Real. En 1778 ascendió a Alférez para el 13 de noviembre del mismo año recibir el despacho de segundo teniente de Fusileros de la Segunda Compañía, para ser nombrado segundo teniente de Granaderos el 26 de enero de 1786. Los ascensos se suceden para llegar al grado de Teniente General el 20 de octubre de 1809. Unos años antes, en 1779 recibió el hábito de Santiago en la iglesia de Santiago de la Espada de Sevilla.

Hábito que al que cabe referirse con la anécdota que nos habla de la personalidad de Álvarez de Castro. Siendo alférez, en 1779 asistió a los oficios religiosos en la catedral de Burgo de Osma con la pretensión de sentarse en las sillas del coro de donde tuvo que levantarse por orden del obispo, con la consiguiente vergüenza, por ser asientos reservados para caballeros de las órdenes militares. En respuesta se desplazó a Madrid para obtener el hábito de Santiago y regresar, al año siguiente, a la catedral con el objeto de sentarse de nuevo en las cátedras del coro y cuando el obispo pretendió que se levantase el recién caballero de la Orden de Santiago con la cruz de Santiago que llevada sobre el pecho le acreditaba y mientras se arrellanaba, confiado, respondiendió «Manifestad a S. I., con el debido respeto, que el viaje que he tenido que hacer a Madrid para obtener esta cruz me ha dejado sin fuerzas para levantarme este año … como me levanté en el pasado».

Aunque todo ello queda diluido por el hecho que adorna su carrera y vida, ser el defensor de Gerona contra las tropas napoleónicas. Es el general Haro, al frente del Regimiento de Baza en agosto de 1809 durante el cerdo de Gerona, quién nos da la mejor descripción de la personalidad del hombre y militar Álvarez de Castro; “Era de estatura mediana, de color moreno, ojos negros y una compostura exterior que no daba gran idea de sí al que no le observara de cerca; su talento era mediano y poca su instrucción, pero tenía un conjunto de apreciables cualidades para el mando que pocos suelen reunir. Era caballeroso en su manera de pensar, sin que nadie le dominase; se presentaba con mucha serenidad en los peligros cuando la necesidad lo pedía. Estaba tan empeñado en la defensa de su Plaza que en todo el tiempo que duró el sitio no hizo cosa ni habló palabra que no fuese dirigida a infundir constancia y valor a sus tropas; pero la cualidad que le distinguía y que le coloca esencialmente entre el número de los grandes era su firmeza de alma, porque poseía esta cualidad de los Brutos y de esos Catones en un grado eminente. Al principio deseaba que su Plaza se sostuviera doble de tiempo que Zaragoza; y después que se cumplió este plazo, quería que durase cuatro veces más su defensa. En donde la firmeza de los demás se acababa, allí parece principiaba la suya”.

Ante el asedio de Gerona, quedaron atrás sus hechos de armas, como el Gran Sitio de Gibraltar en 1779, o la guerra contra la Convención de 1793, con la conquista de Colliure el 20 de diciembre de dicho año, o la casi pacífica guerra de las Naranjas contra Portugal en 1801. Su gran aventura comenzará siete años más tarde, con su presencia en Cataluña, al principio como gobernador interino de Barcelona.

El 8 de febrero de 1808 las tropas napoleónicas, al mando del general Duhesme cruzaron la frontera desde su asentamiento en Perpiñán y, por Figueras y Gerona, se dirigieron hacia Barcelona, los ocho mil infantes y cuatro mil jinetes que componían la fuerza invasora. Ocupada la Ciudadela, emprendieron marcha hacia Montjuic, en donde se hallaba el general gobernador Álvarez de Castro. Al aproximarse las fuerzas francesas, este ordenó cerrar puertas, levantar puentes, disponer la artillería y situar a la guarnición en las murallas. Su decisión de resistir estaba fuera de toda duda. Sin embargo, el capitán general de Cataluña, Ezpeleta, dio la orden de permitir el paso a la fortaleza de los franceses, previa petición del mismo Duhesme.

Desde el momento de rendición de la fortaleza, se produce un período confuso en la vida del defensor de Gerona. Mientras alguno de sus biógrafos lo sitúan en el convento de Sana Catalina, otros lo hacen regresar a Madrid. Sea cierto que Álvarez de Castro regresó a Barcelona o qie no salió de ella como parece más probable, ya que desde 1803 mandaba la 4.ª Compañía del Tercer Batallón de las Guardias Españolas, de guarnición en aquella ciudad. Álvarez de Castro, tras rechazar el cargo de gobernador militar de la plaza, marchó a Tarragona en fecha indeterminada, siguiendo la deserción general de las tropas españolas acuarteladas en Barcelona. El grueso de las tropas españolas se mantenía en los alrededores de Barcelona, mientras la División de Álvarez de Castro se desplegaba en el Ampurdán, hostilizando la entrada de refuerzos franceses. Cuando el 5 de noviembre entró Saint Cyr en Cataluña al frente de dieciocho mil hombres, se dirigió contra Rosas a la que sitió, Álvarez de Castro, en clara inferioridad, hubo de limitarse a seguir hostilizando y a interferir los movimientos de recursos desde la orilla derecha del Fluviá.

Caída Rosas, la amenaza se cernía sobre Gerona que ya había sido asediada en anteriores ocasiones, el 20 de junio y 22 de julio. La ciudad no estaba clasificada como plaza fuerte, habiéndola hecho reconocer el general Duhesme, cuando su entrada en Cataluña, por el ingeniero general Maescaut, el cual consideró que no podía ofrecer una gran resistencia, dado el estado de sus defensas.  Pero, ninguno de ambos generales conocía al gobernador interino de Gerona, Álvarez de Castro. El gobernador interino, junto con los coroneles ingenieros de la Mata y Minelli, puso manos a la obra para la defensa de la ciudad; destruyeron edificaciones exteriores, arboleda y vegetación, corrigieron los desperfectos de la muralla, taparon brechas, ahondaron los fosos, abriendo nuevos. La guarnición la componían cinco mil seiscientos setenta y tres hombres, con el auxilio de varias Compañía de Artillería con ciento cincuenta piezas y de un pequeño destacamento de Zapadores. ocho Compañías de la Cruzada, formadas por civiles armados y una Compañía de mujeres, llamada de Santa Bárbara, dividida en cuatro escuadras, que se dedicaría a llevar cartuchos y víveres a los defensores y a recoger y auxiliar a los heridos. También, con el entusiasta apoyo de la población civil, se habían acumulado víveres para sostener a siete mil hombres durante tres meses y abundante munición y pólvora.

El 2 de marzo de 1809, Reding, general jefe del ejército en Cataluña propuso a la Junta Central el ascenso de Álvarez de Castro a Mariscal de Campo y que el mando de la División de Vanguardia llevara anexo el de gobernador militar de Gerona.

El 30 de mayo del dicho 1809 comenzaron las operaciones de cerco por los franceses, que se completaron en los días siguientes. Verdier, al frente de los sitiadores, intimó la rendición de la plaza, pero Álvarez de Castro, que el 5 de mayo había reproducido el bando dictado el 1 de abril, cuando comenzaron los rumores de que se aproximaban los franceses, amenazando “con la pena de vida, ejecutada inmediatamente a cualquier persona de la clase, grado o condición que fuese que tuviera la vileza de proferir la palabra rendición o capitulación”, respondió que no deseaba mantener relación ni contacto alguno con los enemigos de su patria y que, en lo sucesivo, todo parlamentario sería recibido a cañonazos, lo cual alborozó a la población civil.

Los franceses comenzaron sus ataques el 14 de junio contra las defensas exteriores de la plaza. El 19, imposibilitados para continuar sus defensas, las guarniciones de las Torres de San Narciso y San Luis, después de perder setenta hombres cada una, se replegaron a Gerona. A su llegada, Álvarez de Castro degradó a sus capitanes obligándoles a servir como soldados.

Saint Cyr volvió a intimar la rendición y Álvarez de Castro, el 2 de julio, contestó a su jefe de ingenieros en la siguiente forma: “Nada tengo que tratar con V. E., conozco sobradamente sus intenciones y para lo sucesivo, sepa V. E. que no admitiré consideración a su parlamentario ni trompeta alguno de su Ejército”. A finales de agosto, el general Blake, sucesor de Reding, fallecido como consecuencia de las heridas sufridas en la batalla de Val, emprendió la aventura de acudir en auxilio de Gerona. La estrategia utilizada desorientó a los franceses y permitió que entrasen en Gerona mil ochocientas acémilas cargadas de víveres y municiones, así como dejar en la plaza dos mil setecientos noventa hombres como refuerzo.

El 19 de septiembre los franceses asaltaron nuevamente la ciudad, siendo rechazados con numerosas pérdidas. Sin embargo, en octubre la situación había empeorado sensiblemente. Los franceses habían renunciado a nuevos ataques, continuando con el fuego de artillería sobre las ya ruinas de la ciudad, a la espera de que se rindiese por hambre. Mientras tanto la Junta de Cataluña exigía a Blake que acudiese en ayuda de Álvarez de Castro quien le insistía con su estilo destemplado: “El dador es un subteniente del 2.º Tercio de Vich, que debe volver sin ningún retraso con la contestación categórica de que V. E., execute, o que no puede o que no quiere”. En noviembre ya era tarde. Habían muerto ya 1.378 soldados, los hospitales se encontraban sin medicinas, los víveres se habían terminado y la mayoría de las casas estaban en ruinas. Los ánimos flaqueaban y sólo el gobernador se mantenía firme. Hubo quien pronunció en su presencia la palabra “capitulación” y éste le interrumpió: “¿Cómo, sólo Vd. es aquí cobarde? Cuando ya no haya víveres nos comeremos a Vd. y a los demás de su ralea, y después resolveré lo que más convenga”.

Augerau relevó a Saint Cyr al frente de las tropas francesas. El 2 y el 7 de diciembre emprendió nuevos ataques y conquistó los fuertes del perímetro de la ciudad. El 8 del mismo mes, los asaltantes disponían de siete brechas abiertas, mientras los defensores españoles apenas llegaban a mil cien en condiciones de lucha. Álvarez de Castro, enfermo y delirante, aún manifestaba sus deseos de continuar la defensa, pero el 9 de diciembre entregó el mando a Julián Bolivar, y al día siguiente Gerona capituló después de nueve meses de feroz asedio. En la capitulación se estipulaba que la guarnición saldría de la plaza con honores de guerra y que sería conducida a Francia como prisioneros de guerra. En la defensa habían perecido de nueve mil a diez mil personas, de ellas cuatro mil de los catorce mil moradores que tenía la ciudad al comenzar el sitio.

La guarnición superviviente salió de Gerona hacia Francia el 11 de diciembre, mientras Álvarez de Castro, enfermo, permanecía en su domicilio. Sin embargo, los franceses no podían quedarse impasibles ante la tenaz resistencia surgida de aquel general. Iniciada la marcha del prisionero enfermo hacia Francia, pasaron por Figueras, luego se dirigieron a Perpiñán en donde le comunicaron que no era prisionero de guerra, sino reo de cárcel, privándole de su equipaje y de la asistencia de su leal capitán Satue. En un calabozo infecto permaneció hasta 6 de enero de 1810 en que lo trasladaron a Narbona. El 18 del mismo mes salió camino hacia Figueras, llegando el 21, para ser encerrado en un calabozo de las caballerías del castillo de San Fernando, en cuyo frontal Alfonso XIII, en mayo de 1924, ordenó colocar una placa recordatoria del maltrato recibido de los franceses. Y el 22 o 23 de enero, sus guardianes hicieron que acudiese un sacerdote para asistir a su enterramiento. Se duda si pudo morir envenenado, pero nada se ha podido probar. Lo más probable es que muriese de muerte natural dada la alta fiebre que, desde sus últimos días en Gerona, no le abandonó en todo el martirizante trato sufrido bajo la custodia francesa.

El 5 de junio de 1814 se identificó su cadáver en Figueras y fue enterrado provisionalmente en la capilla del castillo de San Fernando. El 20 de octubre de 1816, se trasladaron sus restos a Gerona, y el 28 de octubre recibieron sepultura en la capilla de San Narciso de la colegiata de San Félix. Por fin, el 2 de mayo de 1880, sus restos se trasladaron, dentro de la misma capilla de San Narciso donde se encontraban, a un nuevo y solemne mausoleo de mármol donde reposan desde entonces.

Terminada la guerra, a sus hermanas Francisca de Paula y Rafaela se les concedió el sueldo de teniente general “de cuartel” con carácter vitalicio y, con el tiempo, su sobrino, Francisco de Paula Castro y Orozco, que fue presidente del Congreso de los Diputados, recibió, a título póstumo, la merced de marqués de Gerona en memoria de su ilustre tío.

Francisco Gilet

Bibliografia

Pla Cargol, Breve Reseña Histórica de los Sitios de Gerona.

F. Fuster Villaplana, “Sitios de Gerona en los años 1808-1809. .X. Cabanes, Historia de la Guerra de España contra Napole

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